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El objetivo político de Sánchez con la cultura y los jóvenes: por qué son tan importantes
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Análisis

El objetivo político de Sánchez con la cultura y los jóvenes: por qué son tan importantes

La actividad que el presidente del Gobierno ha puesto en los conflictos culturales es una parte más de un amplio enfrentamiento. Y revela muchas cosas de nuestra sociedad

Foto: Pedro Sánchez. (Alexandros Michailidis/EU COUNCI/DPA)
Pedro Sánchez. (Alexandros Michailidis/EU COUNCI/DPA)
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Ha ocurrido en apenas dos semanas. El 2 de febrero, el presidente visita la exposición Maestras del museo Thyssen, que recupera "la genialidad de muchas artistas" que había "quedado borrada de la Historia del Arte pese a que sus obras rompían moldes". El 5 de febrero, el presidente defiende en una cadena televisiva, la elección del tema para Eurovisión, Zorra, tras la polémica que suscita, y lo opone al Cara al Sol. El 10 de febrero, Sánchez está presente en los premios Goya, en una gala en la que muchos de los valores progresistas salieron a relucir, y más con la tensión previa por el caso Carlos Vermut. El 12 de febrero, publica un tuit de respaldo a la presentadora de RTVE Play de dichos premios, Inés Hernand, que había generado mucha controversia. El 14 de febrero nombra a la gestora cultural Manuela Villa Acosta como Directora de asuntos culturales en Presidencia del Gobierno.

Desde Moncloa se rebaja la carga política del nombramiento de Manuela Villa. No se trata de una figura fiscalizadora del ministerio de Cultura, sino una suerte de mediadora entre el mundo cultural y Presidencia: un canal de comunicación. Desde el partido insisten en que este tipo de figura ha existido siempre y que su objetivo es, sin más, establecer un vínculo con el sector.

Sin embargo, en toda esta secuencia hay dos elementos significativos. El primero atañe a la pequeña política y, en concreto, a su relación con Sumar. Durante las negociaciones para formar Gobierno, Yolanda Díaz, dentro de las opciones disponibles, escogió Cultura porque lo consideraba un ministerio estratégico. Hay una batalla entre costumbres y valores en nuestra sociedad, y las discusiones públicas alrededor de estos asuntos no cesan. Sumar esperaba jugar un papel relevante en ese sentido.

Exista o no intención expresa de competir entre PSOE y Sumar en el ámbito cultural, el presidente del Gobierno va ganando la partida

Urtasun tomó posesión en el ministerio y de su gestión, a pesar de que se habla bien de él incluso desde el PSOE, lo que más se conoce es la propuesta de descolonizar los museos. Díaz estuvo presente en los Goya, pero quedó opacada por la figura de Sánchez. Y su conexión con esas clases jóvenes urbanas entre las que tanto éxito tuvieron las nuevas izquierdas está decayendo respecto de la popularidad del presidente: el giro dado con el perro sanxe ha sido decisivo. Más allá de que exista o no intención de competir entre PSOE y Sumar, el presidente va ganando la partida.

El giro de la izquierda

El segundo asunto tiene mayor relevancia. El PSOE sabe que necesita figuras públicas y populares que defiendan los valores progresistas. No se trata tanto de que pidan el voto para el PSOE, como 'los de la ceja' con ZP, sino que se signifiquen en la defensa de la apertura de costumbres, el progreso y las sociedades abiertas que los socialistas promueven. Y, en este propósito, también hay una especial apuesta por el vínculo con votantes más jóvenes. Quizá todo cambiase con La Pija y la Quinqui. La visita del presidente al pódcast, como parte de su intento de levantar una campaña que se había torcido, fue vista por el propio Sánchez y por su equipo como un acierto que ayudó a cambiar el rumbo de las elecciones. Hay un sector joven al que se debe llegar por sus canales, que está fuera de los circuitos de los medios tradicionales y que tiene sus propios códigos.

Imploraban tener de su lado a una Ana Rosa de izquierdas o a un Jorge Javier, lo demás sobraba

En este sentido, el viraje de la izquierda es notable. La que provenía del viejo PSOE, la de la bodeguilla, tenía en escritores, intelectuales y algunos cineastas sus mejores activos. Pero ese es un mundo en desuso, y cada vez más la pátina culta ha dejado paso a lo exitoso y a lo moderno. Podemos cambió el paso de las izquierdas en la relación con la cultura, ya que desconfiaron del alcance de las vías de comunicación tradicionales y de los medios de masas.

Sus objetivos eran tuiteros y youtubers, músicos muy populares y presentadores televisivos. No se trataba solo de que la intelectualidad les perturbase (ellos eran los intelectuales) sino de que los periódicos y las radios tenían poco alcance para llegar a sus votantes y que los jóvenes no querían escuchar a viejos aburridos. Quedaron seducidos por los nuevos medios de masas y las figuras populares. Imploraban tener una Ana Rosa de izquierdas o un Jorge Javier de su lado, y todo lo demás sobraba. Esa mirada altiva hacia todo lo que no tenga impreso el sello de éxito de masas sigue presente en la izquierda. Lo curioso es que ese objetivo lo cumplió mucho mejor la nueva derecha.

En ese marco de pensamiento ha empezado también a moverse Sánchez. Muchos de los técnicos del equipo de Semillas son gente relativamente joven que cumplen su función de asesoramiento aportando números y gráficos. El intelectual es ahora el Técnico Comercial y Economista del Estado (los apodados tecos) y a Moncloa no lleva a poetas y novelistas, sino que prefiere rodearse de los Javis, Jorge Javier, o la Pija y la Quinqui.

Los jóvenes y su militancia progresista

Este giro no tiene que ver únicamente con la atracción por el éxito o con la utilización de canales más eficaces con los segmentos sociales de menor edad, sino con la enorme confianza en los jóvenes como la fuerza del futuro progresista, y en especial en las mujeres: son sectores en los que deben estar muy presentes porque tienen una mentalidad mucho más cercana a sus valores. Edward Luce expresa de una manera bastante precisa el sentimiento progresista: "Quizá la Generación Z y los millennials más jóvenes cuestionen el papel militar global de Estados Unidos, pero se sienten mucho más cómodos con la globalización. Están mucho más preocupados por el cambio climático y son mucho más acogedores con la diversidad".

Es aquí donde el liberalismo progresista encuentra una esperanza, así como nuevas fuerzas de choque contra el mundo reaccionario. Los jóvenes miran el progreso con mejores ojos y hay que ayudar a que se expresen políticamente. Especialmente en momentos como este, cuando son especialmente necesarios, porque se está librando una intensa batalla. Desde Ferraz niegan que se la pueda calificar como cultural, porque "las guerras culturales son un invento de la ultraderecha y de las tesis de Bannon. Lo que se dirime aquí es un retroceso en derechos conquistados que afecta de lleno a la cultura, pero no solo.

La censura de obras de teatro, de conciertos, festivales... todo está orientado a la creación de un pensamiento único basado en una gran parte en fake news, y otra en los propios complejos históricos de la derecha española, que han casado perfectamente con los movimientos de ultraderecha en otras partes del mundo. Bannon lo que dice es, no, el progreso, los derechos, cualquier avance, no es algo que apoyar. Eso es parte del pensamiento que nos quieren imponer. Somos conservadores, negacionistas, machistas y además eso no es algo de lo que nos avergoncemos. Piensan que hay aviones que les fumigan, que Soros domina el mundo o que Biden es de una raza reptiliana. Esto es la doctrina del partido que podría gobernar Estados Unidos en noviembre, y que exporta a sus sucursales en todo el mundo".

En esa lucha entre el progreso y la reacción, que es en la que enmarca el PSOE su discurso, es relevante dar la batalla de las ideas, pero también hay que atraer a figuras socialmente influyentes y hay que apoyarse en las nuevas generaciones. Este es el propósito.

Jóvenes sí, pero cuántos

Sin embargo, hay piezas que no encajan, en la medida en que describir a los jóvenes como simpatizantes del liberalismo progresista, que es una convicción típica de las clases liberales anglosajonas, pero también de la socialdemocracia y de los verdes europeos, es un poco atrevido. En primera instancia, porque hay una tendencia dominante entre la juventud, que es la del alejamiento de la política, que a menudo lleva a la abstención. En segundo lugar, son un segmento políticamente heterogéneo. Hay que sumar otras variables a la edad (lugar de residencia, nivel socioeconómico, sexo, profesión, vinculación familiar) para determinar su adscripción a una visión ideológica u otra. Y, además, en conjunto, hay una tendencia latente entre los jóvenes a hacerse más de derechas, matizada por el hecho de que ellas suelen ser más progresistas, lo que equilibra la balanza.

Esa idea de la juventud como fuerza de progreso y de cambio no encuentra tampoco muchos elementos de apoyo en cuanto a las tendencias de fondo. La demografía es un factor importante. Cuando las sociedades cuentan con un número elevado de jóvenes, lo que suele ocurrir en aquellos Estados cuyas familias tienen muchos hijos, suelen constituir una fuerza que impulsa hacia los cambios. Este aspecto se ha resaltado siempre en lo que se refiere a las revoluciones o a las transformaciones políticas relevantes, y es cierto; pero también lo es que una juventud abundante puede ser un elemento que ofrezca estabilidad y prosperidad a sus naciones. Ocurre en aquellos países que están en ascenso económico y que poseen numerosa mano de obra disponible: una cosa y otra suelen reforzarse.

El descontento dominante en la política no es el juvenil y tiene que ver con las esperanzas frustradas y con las presiones económicas

La mayoría de los países occidentales, y España entre ellos, son más bien sociedades de hijo único. Si se utilizasen los estereotipos para establecer una correspondencia, esos que resaltan que los niños sin hermanos suelen estar demasiado pendientes de sí mismos, de atraer la atención y de reforzar su ego, tendríamos un retrato bastante negativo de nuestras sociedades. Establecer una correspondencia de esa clase resultaría forzado, pero tampoco pueden ignorarse sus consecuencias.

Los hijos únicos

Una sociedad de hijos únicos genera, a priori, escasa incitación al cambio, en parte porque los jóvenes son pocos (son poblaciones dominadas por los segmentos de edad que pasan de los 35-40 años) y en parte porque son los mayores los que ocupan los puestos de mayor relevancia e influencia social. Nuestra sociedad encaja con esas coordenadas, pero con una particularidad: los sectores más irritados son los de esos segmentos de edad, y nuestro descontento tiene más que ver con las esperanzas frustradas y con las presiones económicas que con un deseo de cambio insatisfecho.

Las tendencias de nuestra sociedad no reflejan un deseo de cambio social, sino la aspiración de abrirse camino individualmente

En segunda instancia, las sociedades con pocos hijos tienden a ser individualistas y políticamente conformistas. Cuando a los jóvenes les va bien no desean cambiar nada, y cuando les va mal siempre pueden culpar a los mayores, lo cual lleva inscrita una esperanza: algún día les tocará a ellos, solo hay que aguardar la oportunidad. También generan contextos en los que domina la necesidad de destacar, algo habitual una sociedad como la nuestra, que pone especial atención en los ganadores y desdeña a los perdedores, y por la fuerza y el tirón de las redes sociales. No es extraño que una parte de los jóvenes pongan sus deseos en hacerse ricos con las criptomonedas, y otra en convertirse en popular a través de las redes. Estas tipologías, por más que no sean mayoritarias, conforman tendencias constantes, y no incitan al cambio social, sino a abrirse camino individualmente.

Estas son nuestras sociedades, y eso explica el clima conservador en el que vivimos. De un lado, la parte progresista de la sociedad siente sus libertades amenazadas y alerta sobre los peligros que trae consigo un evidente regreso reaccionario. Son una suerte de fortaleza asediada que trata de conservar sus costumbres y sus derechos frente al deseo conservador de restringirlos. El otro lado del espectro político entiende que se ha ido demasiado lejos en lo cultural y trata de combatir lo que perciben como excesos evidentes. Ninguno de los dos está anclado en un marco de cambio, sino en uno de conservación: los primeros quieren defender los derechos que ya tienen, de manera que no se los roben, y los segundos quieren mantener tradiciones y costumbres que entienden como naturales y que ven en peligro.

Vivimos en un equilibrio extraño que se romperá en un futuro cercano. Las transformaciones están en marcha, pero no llegarán por el lado cultural.

Ha ocurrido en apenas dos semanas. El 2 de febrero, el presidente visita la exposición Maestras del museo Thyssen, que recupera "la genialidad de muchas artistas" que había "quedado borrada de la Historia del Arte pese a que sus obras rompían moldes". El 5 de febrero, el presidente defiende en una cadena televisiva, la elección del tema para Eurovisión, Zorra, tras la polémica que suscita, y lo opone al Cara al Sol. El 10 de febrero, Sánchez está presente en los premios Goya, en una gala en la que muchos de los valores progresistas salieron a relucir, y más con la tensión previa por el caso Carlos Vermut. El 12 de febrero, publica un tuit de respaldo a la presentadora de RTVE Play de dichos premios, Inés Hernand, que había generado mucha controversia. El 14 de febrero nombra a la gestora cultural Manuela Villa Acosta como Directora de asuntos culturales en Presidencia del Gobierno.

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