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El deseo de ser clase media: por qué España es un lugar idóneo para la 'maría'
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El deseo de ser clase media: por qué España es un lugar idóneo para la 'maría'

Hay muchos factores que hacen de nuestro país un territorio idóneo para el cultivo de marihuana. Entre ellos, destacan dos: tenemos polígonos abandonados y una sociedad del apaño

Foto: Un polígono industrial. (EFE/Ángeles Visdómine)
Un polígono industrial. (EFE/Ángeles Visdómine)
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El papel de España como centro logístico de la droga, como lugar idóneo desde el que distribuir por Europa la mercancía, es bien conocido desde hace años. Además, el auge de la marihuana, en consumo y en precio, ha convertido a nuestro país en gran productor. La mancha se va extendiendo, con los peligros asociados a ella. El aumento de la criminalidad ligado a la marihuana es significativo, pero también lo son las señales, todavía incipientes, de que esas actividades ilícitas puedan acabar condicionando de forma definitiva la vida de las poblaciones en las que operan.

El cambio que se está produciendo en España queda reflejado en el libro Brots de narcosocietat (Ed. Columna), de la periodista especializada en información policial y judicial Fàtima Llambrich, en el que alerta del nuevo escenario en el que nos estamos adentrando. España dista mucho de sufrir los serios problemas que padecen Estados europeos como Países Bajos o Suecia, donde la penetración de las mafias es notable, ni tampoco cuenta con zonas socialmente desarticuladas, como las banlieues francesas, en algunas de las cuales son los traficantes los que dictan la vida cotidiana. Pero hay una serie de elementos preocupantes que ya están presentes.

Los factores esenciales

En esa escalada, es relevante el hecho de que España haya dejado de ser simplemente un lugar de tránsito y se haya convertido también en productor. Hay varios factores que hacen de nuestro país un lugar idóneo para el cultivo. Además de la situación geográfica, "los delincuentes valoran que la legislación española sea más laxa que otras europeas", asegura Llambrich, pero también que "contamos con un sistema industrial en desuso, con locales con instalaciones eléctricas ya realizadas y con polígonos semiabandonados", lo que proporciona una infraestructura que les resulta favorable. Como elemento final, también está el conocimiento del territorio, ya que "hay un historial amplio de organizaciones criminales que han operado aquí".

Sin embargo, de todos esos factores, hay uno que debe destacarse, porque es el que facilita que las organizaciones se extiendan aprovechando las facilidades que las zonas interiores ofrecen. Esa parte de España poblada por polígonos semivacíos, por territorios que creyeron que iban a despegar y se quedaron detenidos, y cuya industria cerró, resulta especialmente atractiva para promover el cultivo.

La economía de supervivencia se impone en zonas que ya están produciendo lumpenproletariado

Esos lugares en declive tienen dificultades relevantes, que se dejan sentir en sus clases medias y en las populares, y que se aprecia especialmente en las dinámicas migratorias. Sus jóvenes suelen marcharse en busca de mejores opciones laborales, sobre todo a grandes ciudades, pero eso solo es posible para aquellos que cuentan con alguna formación y con ayuda familiar. Los trabajos poco cualificados no ofrecen los salarios precisos para mantenerse en una ciudad cara en la que hay que afrontar el coste de la vivienda. En consecuencia, parte de su población, sobre todo aquella con bajo nivel adquisitivo, se ve obligada a permanecer en zonas en las que los empleos son insuficientes. La economía de supervivencia se impone, a menudo a través de trabajos ocasionales, de empleos parciales en negro, de ayudas públicas o de una combinación de estas fuentes de ingresos. Y los hijos que tienen crecerán con esos problemas agravados. Son zonas que están produciendo lumpenproletariado.

La marihuana es otra cosa

La relación entre los ámbitos con menos recursos de la sociedad y el tráfico de drogas es directa. De esos sectores obtienen su mano de obra en la escala más baja. Algeciras o La Línea de la Concepción son un ejemplo de ello en España, pero es algo habitual en barrios de EEUU o de otros países de Europa, y un lugar común en ciertos estados latinoamericanos: personas pobres o muy pobres, que carecen de futuro, encuentran en la actividad delictiva un ascenso social directo que puede exhibirse en signos visibles: coches, fiestas, joyas, armas.

"Se autopercibe como un empresario que ha ascendido socialmente y que no hace ningún mal, simplemente cultiva plantas"

Lo de España con la marihuana es otra cosa, porque el productor autóctono tiene cada vez menos ese perfil. Su perspectiva vital es más la de la España del apaño, ese ir tirando al que se han acostumbrado, que el de los grandes sueños de riqueza. Describe Llambrich la experiencia de un productor que recibe entre 10.000 y 12.000 euros al trimestre, que no es una cantidad menor, pero que está muy alejada de un nivel de vida elevado. En la entrevista que realiza en el libro a un joven proveniente de un entorno desestructurado, cuya vida siempre había estado ligada a delincuencia menor, aparece esta mentalidad de un modo expreso: "Identifica su actividad actual como un modo de vida que le ha permitido un cambio social. Antes robaba un bolso y tenía que enfrentarse a la gente, y ahora es un empresario, que ya ha pasado por la época de dedicarse a cuidar la plantación. Tiene una vida fácil que le permite llegar a final de mes sin preocupaciones. Se autopercibe como un empresario que ha ascendido socialmente y que no hace ningún mal, simplemente cultiva plantas".

La tipología del cultivador no ofrece un perfil único: "Hay desde personas que tienen trabajo y que obtienen un extra con la producción de marihuana, hasta delincuentes con delitos menores que han cambiado de oficio. Les sale más a cuenta y las penas si les cogen son menores".

Un apaño más

El tipo de droga ayuda, porque la marihuana está más aceptada socialmente y se percibe como menos arriesgada: no parece lo mismo cultivar maría que vender heroína. Las vías de acceso a esta droga son más fáciles, y también, por esa informalidad, es más sencillo contactar con redes que compran la producción.

El problema último es que nunca es así. La ilegalidad implica violencia y desprotección, y eso no siempre se entiende de antemano, como le ocurrió a aquel pequeño camello que denunció a un policía que patrullaba a quienes le habían robado la mercancía. La ilegalidad supone ajustes de cuentas, intentos de robo o de quemar las cosechas ajenas, suponen armas de fuego y estar dispuesto a disparar. Y las consecuencias legales no son tan laxas: "Cuando los cultivadores son imputados por pertenencia a una organización suelen sorprenderse, porque ellos son simplemente agricultores. Pero pertenecen a una red que finalmente hace posible que su producción sea adquirida", afirma Llambrich.

En todo caso, este tipo de producción requiere de mano de obra barata y dispuesta, dueños de naves que no hacen preguntas y cobran en negro, electricistas que hagan los ajustes precisos y de personas que miran hacia otro lado. España tiene mucha gente en situación de necesidad y acostumbrada a los apaños, por lo que las tentaciones se multiplican cuando se considera la producción de marihuana como un extra o como una manera de llevar una vida más holgada. Es otro apaño más.

El papel de España como centro logístico de la droga, como lugar idóneo desde el que distribuir por Europa la mercancía, es bien conocido desde hace años. Además, el auge de la marihuana, en consumo y en precio, ha convertido a nuestro país en gran productor. La mancha se va extendiendo, con los peligros asociados a ella. El aumento de la criminalidad ligado a la marihuana es significativo, pero también lo son las señales, todavía incipientes, de que esas actividades ilícitas puedan acabar condicionando de forma definitiva la vida de las poblaciones en las que operan.

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