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Mussolini y José Antonio debieron llorar viendo el debate
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Juan Soto Ivars

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Mussolini y José Antonio debieron llorar viendo el debate

Se supone que Abascal tiene que dar miedo para provocar un beneficio en los verdaderos demócratas, marca registrada. Y lo que dio fue penica

Foto: Santiago Abascal, antes del inicio del debate electoral. (EFE/Juanjo Martín)
Santiago Abascal, antes del inicio del debate electoral. (EFE/Juanjo Martín)
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En el debate a tres en la pública, que ya de por sí era una anomalía por la ausencia de Feijóo, Sánchez y Díaz salieron como los Power Rangers de la socialdemocracia: eran lo mismo, dos matices; sabor fresa, sabor sandía. “Como dice la vicepresidenta, bla bla”. “Como bien dice el presidente, bla bla”. Y Abascal, un masilla.

En la serie de los Power Rangers, los masillas eran los torpes esbirros de la bruja Rita Repulsa. Hacían como que peleaban, pero estaban ahí para recibir hostias mientras los Power Rangers se lucían acrobáticamente antes de ir a por el monstruo final. Pero, claro, el monstruo final no estaba, ni iba a estar, así que eso fue el debate a tres: Sánchez y Díaz haciendo piruetas y Abascal más blando que la masa de pan.

Foto: Los candidatos a la presidencia del Gobierno (i-d) Santiago Abascal, Yolanda Diaz y Pedro Sánchez, antes del inicio del debate electoral. (RTVE) Opinión
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En este sentido, alguien podría pensar que Sánchez y Díaz se merendaron a Abascal, que ganaron el debate. A ver: sí. Abascal estaba un poco como Feijóo, fuera. Y supongo que esto es lo que se leerá en la prensa, que ganaron el debate, dado que cenaron juntos a la luz de las velas sentados encima de un toro manso y feo.

Pero, fijaos, hay algo que no cuadra. Hay algo del relato del bloque de la izquierda que se desplomó. Se supone que Abascal tiene que dar miedo para provocar un beneficio en los verdaderos demócratas, marca registrada. Y lo que dio fue penica. ¡Si ahora esto es el fascismo —exclamaba Mussolini en su sepulcro, y José Antonio esté donde esté— qué coño nos queda por ver!

Foto: Los candidatos a la presidencia del Gobierno (i-d) Santiago Abascal, Yolanda Diaz y Pedro Sánchez, antes del inicio del debate en RTVE. (EFE/Juanjo Martín)

En el debate, quedó claro que Abascal se parece tanto al peligroso fascismo del siglo XX como Yolanda Díaz a Stalin. Gatitos, sandías y plátanos. Igual en Twitter defienden a Abascal sus acólitos, claro. Lo llamarán bravo los más tontos de entre sus votantes potenciales, igual que defienden y llaman brava a Irene Montero los más tontos de entre los votantes potenciales de Yolanda.

Por favor. Abascal estaba intentando por todos los medios parecer Feijóo. Suave y elegante, es decir, PP. ¿Y esto a quién beneficia?

Foto: Santiago Abascal, Yolanda Díaz y Pedro Sánchez. (Reuters/Violeta Santos Moura)

En 90 minutos, creo que nadie con un mínimo de olfato podría tener miedo. La estrategia de Abascal fue desnatada, ni descafeinada, sino desnaturalizada además de lo otro. Me recordó mucho a cuando Pablo Iglesias se las daba de serio y moderado y se ponía unas chaquetas grandísimas y feas con las que parecía un quinceañero que sale de Nochevieja con la americana Cortefiel de su padre.

Menudo espectáculo. Mientras Díaz y Sánchez se morreaban públicamente, el fascismo iba consultando los papeles que le habían preparado y lanzaba frases del Twitter. Que si los poderes extranjeros, que si los trabajadores, que si las neveras, que si la Agenda 2030, que si a las mujeres solo las defiende Vox… Hablaba de forma caótica enlazando hilos de Twitter como un Grandes Éxitos y se enfrentaba al muro de la dupla gubernamental con la agresividad de un berberecho en aceite.

Foto: Los candidatos de Vox, Sumar y PSOE en el debate a tres sin Feijóo (EFE/Juanjo Martín)

Ejemplo: hubo un momento en que Abascal les preguntó desafiante: “¿Qué es una mujer?”. Esta es una pregunta que en Twitter provoca virales, porque deja sin respuesta a los progres cortocircuitados por la teoría queer. Pero cuando Yolanda Díaz le devolvió a Abascal la pregunta sin responder, el presunto luminario del sentido común no quiso decir qué es una mujer. Es decir: no dio la respuesta devastadora de Ben Shapiro o Jordan Peterson que los asesores de Abascal habían visto. “Estamos en tablas”, musitó el fascismo. Por favor, que algún cantero grabe en piedra esta frase mía: "¡Estamos en tablas, musitó el fascismo! ¡Jua, ja ja ja!".

De modo que vuelvo a preguntar: este debate, ¿a quién benefició? ¿A quién beneficia que Abascal dé más pena que miedo? Poco va a tener que sufrir el antifascismo en caso de que gane Feijóo y gobierne con Vox. Dicho de otra forma: le va a costar al PP deglutir a Vox lo que a Sánchez le costó deglutir a Podemos. Abascal dejó claro que pierde el culo por una silla mullida, y eso a los que temen el fin de los derechos humanos debería tranquilizarles un poquito.

Porque lo que vimos en este debate a tres fueron dos cosas reflejadas en un espejo: el PSOE, con el presunto comunismo embridado y domesticado, véase Yolanda, y el presunto fascismo, véase Vox, preparado el culito para las riendas que Feijóo lleva en la mano, para el caso de que gane ese bloque.

En el debate a tres en la pública, que ya de por sí era una anomalía por la ausencia de Feijóo, Sánchez y Díaz salieron como los Power Rangers de la socialdemocracia: eran lo mismo, dos matices; sabor fresa, sabor sandía. “Como dice la vicepresidenta, bla bla”. “Como bien dice el presidente, bla bla”. Y Abascal, un masilla.

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