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Las jerónimas de Toledo evitan la intemperie: la pequeña obra de los lectores de El Confidencial
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20.000 euros en donativos

Las jerónimas de Toledo evitan la intemperie: la pequeña obra de los lectores de El Confidencial

Las religiosas del convento de clausura, con graves problemas económicos, toman un respiro gracias a las donaciones recibidas tras el artículo de este periódico sobre su precaria situación

Foto: Las jerónimas de Toledo reciben el donativo. (J.L.)
Las jerónimas de Toledo reciben el donativo. (J.L.)

El 2 de mayo fue también un día épico en el convento de clausura de las jerónimas de Toledo. Sor Cristina y sor Rosa lo recuerdan corriendo de una punta a otra del histórico edificio cada vez que sonaba el teléfono. Y aquella tarde sonó de manera insistente. Era descolgar y tener que llamar a la superiora, Madre Visitación, también ella, a pesar de los nombres, otra religiosa llegada de Kerala, en la India, para apuntalar una comunidad que, como el enorme monasterio del siglo XIV, se venía abajo.

Fueron al menos una treintena de idas y venidas de vuelo rasante de hábitos blancos por el claustro y los largos pasillos, según recuerdan a través de la reja que delimita la clausura, el espacio al que no puede acceder ninguna visita y donde aquello de que se ha detenido el tiempo es más que un dicho. Todas las llamadas telefónicas emocionaron a la priora, pero una le impactó especialmente. "Era un señor de Madrid que había leído la información de El Confidencial, en donde solicitábamos ayuda para pagar las facturas por el arreglo del tejado que nos hundió [la nevada] Filomena", cuenta la religiosa en un castellano meloso.

Foto: Religiosas en un convento. (Europa Press/Rafael Martín)

Era una llamada, pero parecía un interrogatorio. "Me dijo que se había quedado conmovido, pero me iba leyendo frases del artículo y me preguntaba si aquello era cierto o no. Me decía que quería comprobarlo personalmente, porque había mucho timo por Internet… Llamó también al Arzobispado de Toledo, para hablar con el vicario que lleva todo lo relacionado con la vida religiosa y le preguntó lo mismo… Después volvió a telefonear al convento y me dijo que había hecho un ingreso de 10.000 euros en el número de cuenta que aparecía en su periódico. Y me envió una foto por WhatsApp del justificante del ingreso. Así que estamos muy felices y agradecidas a este bienhechor y a El Confidencial", confiesa la monja sin bajarse ni un instante de la sonrisa; en el fondo, como si supiese que todo aquello iba a suceder tarde o temprano.

Aunque en realidad fue muy temprano, apenas un par de horas desde que se publicó la noticia. Ella lo había llamado "la Providencia" la primera vez que habíamos hablado para el reportaje. Y esa tarde, "la Providencia" la tuvo al teléfono desde Málaga, desde Ceuta, desde Oviedo… Incluso les envió unos días después una carta sin remitente ("pero vimos por el matasellos que era de Valladolid", añade, porque nada de lo providencial les es ajeno) con una postal de un Cristo en su interior, un billete de diez euros y un breve mensaje. "No es mucho, pero espero que ayude".

Y a "la Providencia" y a los 20.000 euros que les consiguió en total en esos días siguen aferradas. "El tejado está arreglado. Pero los problemas no se han acabado. Quedan todavía muchas facturas", dice también sonriendo. En concreto, 38.000 euros. "Cuando no hay una gotera, hay una atarjea", certifica a su lado sobre el pozo sin fondo de un edifico de estas características sor Teresa, desde sus 93 años, la mayor de las monjas y una de las tres españolas (las tres más mayores) de la docena que forma esta comunidad jerónima en el emblemático monasterio de San Pablo, el primero de la rama femenina de esta orden estrechamente ligada a la Corona española e implantada únicamente en España y Portugal.

placeholder Convento de clausura de las jerónimas de Toledo. (J. L.)
Convento de clausura de las jerónimas de Toledo. (J. L.)

"Dios proveerá —insiste sor María Jesús, una de las religiosas más jóvenes, frisando la cincuentena—, somos hijas de Dios, no tenemos que agobiarnos por las cuestiones materiales, lo nuestro es vivir al día y sabemos que la Providencia siempre echa una mano". Difícil refutar, dado los antecedentes. Sor Teresa, que es navarra y lleva en la clausura desde los 17 años, les ha contado muchas veces las penurias pasadas durante la Guerra Civil, donde lo de menos fue el robo de la espada venerada como la auténtica con la que cortaron la cabeza de San Pablo, de quien este cenobio tomó su nombre.

Entonces, las puñaladas las daba el hambre, pero incluso en medio de aquellas penurias siempre había gente que les echaba una mano. "Igual que en la pandemia" —subraya sor Elsy, que se suma a atender a la visita, y ratifican con la cabeza el resto de hermanas—, cuando los vecinos de Toledo les llevaban una parte de lo que compraban en los supermercados o les entregaban comida los del Banco de Alimentos. A veces también llamaban a la puerta, pero no era para recibir, sino para pedir ayuda. "Venía gente que se había quedado sin trabajo y compartíamos lo que teníamos", reconoce sin darle mayor importancia Madre Visitación. Conciencia de clase entre quienes comparten desempleo y no entran en ERTE ni cobran paro, que las crisis y recesiones económicas solo creen en sí mismas y se la tienen jurada al providencialismo.

Más de dos años sin una aguja que enhebrar para coser y bordar los ropajes de las hermandades para la Semana Santa y el Corpus toledano dejaron la economía conventual hecha un sindiós. Pero tenían a su favor el "nada te turbe, nada te espante", que por algo Santa Teresa de Jesús dejó convento fundado allí cerquita de las jerónimas, y a resistir, tanto que incluso burlaron al coronavirus hasta hace pocos meses, cuando, ya todas con el calendario vacunal completo, cayeron una detrás de otra, y prácticamente en el mismo orden se fueron recuperando sin ninguna baja y apenas secuelas.

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Religiosas del convento de clausura de las jerónimas de Toledo. (J. L.)

"A veces pensamos: 'necesitaríamos esto o lo otro'. Y luego nos aparece", concluye sor María Jesús su defensa cerrada de "la Providencia". Como les sucedió con el presidente de la Comunidad de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, que se les apareció por Navidad (como cada año) y les dijo que estuvieran pendientes de las ayudas públicas para reparar el tejado. Y les han concedido 30.000 euros. O como les acaba de pasar —con mediación periodística, eso sí—, con esta otra pequeña avalancha de solidaridad, por la que dan gracias y elevan oraciones a diario, según cuentan —las sonrisas aparecen aquí al unísono—, y acaban de ofrecer una eucaristía por "los bienhechores", porque "todos quieren que recemos por ellos", dice Madre Visitación.

Uno, con el donativo, les dejó un ruego. "Que rezáramos para que le fuera bien en un examen muy importante al que iba a presentarse". Y así lo hicieron, en una misa en la iglesia adyacente, una joya arquitectónica llena de arte y vacía de fieles —"esto se acaba", dice sor Teresa, "la sociedad ha cambiado tanto…", se lamenta sor María Jesús—, que ya casi nadie está para pegarse el madrugón e ir a escuchar a un cura a las 8 de la mañana, ni aunque canten once religiosas y una acompañe al órgano, que para eso Madre Visitación ha recibido durante cinco años clases gratuitas de piano impartidas por un vecino que es la misma Providencia con pantalones. Solo una de las benefactoras —reconoce luego la priora— les dijo que no hacía falta que rezaran para agradecerle su donativo, que ella "lo hacía de corazón", pero, aunque ninguna lo dijo desde el otro lado de la reja, todas están convencidas de que "la Providencia" hace lo que quiere también con los que no creen.

El 2 de mayo fue también un día épico en el convento de clausura de las jerónimas de Toledo. Sor Cristina y sor Rosa lo recuerdan corriendo de una punta a otra del histórico edificio cada vez que sonaba el teléfono. Y aquella tarde sonó de manera insistente. Era descolgar y tener que llamar a la superiora, Madre Visitación, también ella, a pesar de los nombres, otra religiosa llegada de Kerala, en la India, para apuntalar una comunidad que, como el enorme monasterio del siglo XIV, se venía abajo.

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