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No han puesto los caramelos a la ministra María Jesús Montero
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MALA FAMA

No han puesto los caramelos a la ministra María Jesús Montero

Los diputados se contemplan a sí mismos como si salieran en la tele del bar unos señores que dicen cosas, y esos señores son ellos

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE/Chema Moya)
La ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE/Chema Moya)
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El Congreso es menos divertido de lo que dice Ramón Espinar. El expolítico madrileño asoció ayer parlamentos y drogas, en un tuit que lógicamente no ha provocado redadas, reconvenciones o, por qué no, la revolución. Me vine al Congreso a preguntar por las drogas, pero allí estaban a otras cosas.

María Jesús Montero se ha subido hoy a la tribuna para rematar verbalmente los presupuestos, con un montón de folios de tópica literatura política. Como saben, los presupuestos generales primero se negocian y, luego, cuando ya no tienen remedio, se defienden. Así, es lógico que la ministra de Hacienda y Función Pública haya leído su texto con esa tranquilidad que da saber que nadie te escucha. En efecto, nadie la escuchaba. Es muy impresionante ver el hemiciclo donde se decide el futuro de un país atestado de gente que mira el móvil, charla animadamente o lee libros mientras desde la tribuna se pronuncian frases graves y épicas, que si la clase media, que si la juventud, que si la guerra en Ucrania. Interpreta uno que los diputados se contemplan a sí mismos como si salieran en la tele del bar unos señores que dicen cosas, y esos señores son ellos.

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, interviene este miércoles en el pleno del Congreso de los Diputados en la primera jornada del debate de totalidad del proyecto de presupuestos. (EFE/Chema Moya)

Como era la primera vez de este cronista en el Congreso, lo hice todo mal; es decir, me lo tomé en serio. Llegué pronto para calibrar el ambiente de una jornada importante, y el ambiente era que me iba cruzando por los pasillos con todos los políticos a los que había puesto a parir en una columna. Primero Simancas y luego Rufián. Esto me dio a entender que al Congreso no hay que ir tan alegremente, o no sin antes haber hablado bien de alguien.

El sitio, si vamos a paisajes, era laberíntico y de poca gracia, una mezcla muy desacomplejada de parador en decadencia y facultad de Derecho, también en horas bajas. No había nada bonito, sino cosas viejas que no pegaban entre sí y diputados que tampoco pegaban entre sí, salvo porque salían todos mal en las columnas. En unos baños a los que fui con el tuit de Espinar en la cabeza, se veían en las puertas los símbolos reglamentarios que especifican sexo y uso, pero en el de mujeres se subrayaba esta parcelación con un cartel añadido: “Aseo de uso exclusivo para mujeres”. No entendí muy bien la redundancia.

El primero en ocupar un asiento en el hemiciclo fue este cronista. El Congreso de los Diputados vacío daba poco gusto a la mirada. Demasiados cuadros contradictorios, demasiadas cámaras clavadas a la pared; demasiado dorado en barandillas y apliques. Lo único que quedaba muy propio eran los dos tiros de Tejero en el techo.

placeholder La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, recibe los aplausos. (EFE)
La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, recibe los aplausos. (EFE)

Ujieres y camareros iban poniendo cafeteras relucientes en la mesa del Congreso, a 20 minutos de empezar el tostonazo. Lo hacían con buen humor y algunas chanzas. “No habéis puesto los caramelos, joder”, dijo uno. Dudé si realmente les ponían caramelos a los diputados de la mesa o si era un recordatorio de que a la ministra de Hacienda le gusta explicar los impuestos con caramelos.

El caso es que fue todo de mucha chuchería. María Jesús Montero leía chucherías como “resiliencia” y “resiliente”, o “levantan muros en vez de tender puentes”, y era muy difícil estar atento al siguiente cliché de sus folios, a la siguiente banalidad.

“No habéis puesto los caramelos, joder”, dijo uno. Dudé si realmente les ponían caramelos a los diputados de la mesa o si era otra cosa

De fondo, el murmullo. La suma de conversaciones de diputados con diputados, de diputadas con diputadas, de periodistas con invitados daba a la intervención de la ministra un contraste como de pub donde toca uno al que nadie hace ni caso, pues la entrada era gratis. A veces, quizá por entretenerse, Meritxell Batet pedía silencio, sin ningún efecto perceptible.

A la media hora, llegué a preguntarme por qué estábamos todos allí, armando este enjoyado paripé parlamentario. Nadie escucha, pero es que tampoco hay nada que escuchar; nadie tiene nada que decir, pero, si lo tuviera, nadie le escucharía.

Volaban las cifras por el hemiciclo, muy redondeadas de ceros y destinadas a mejorar “la vida de la gente”, de “la clase media” y de “la clase trabajadora”. En las pantallas de televisión, pegadas de cualquier manera a las paredes laterales del Congreso, salía la ministra solo un poco más grande de como podías verla con tus propios ojos, y también algunos líderes de la oposición, dando al acto una duplicación innecesaria, no poco orwelliana.

Volaban las cifras por el hemiciclo, muy redondeadas de ceros y destinadas a mejorar “la vida de la gente”, de “la clase media”...

Me puse a contar escaños, de tanto que me divertía. Había algo en las filas combadas del hemiciclo que no acababa de encajar. Estas sillas con rueditas van por tramos, y tienen detrás madera noble con una moldura cuadrada. Conté sillas y luego conté molduras, y siempre había más molduras que sillas, de modo que no encajaba la cabeza del diputado con la moldura que, a su espalda, estaba destinada a ejercer de coqueta aureola de su presencia en la sala. Había 19 molduras y 17 sillas, por ejemplo; o 14 molduras y 12 sillas.

Era como si la institución y los diputados no cuadraran; como si el Congreso fuera de otra talla, y les quedara un poco grande.

El Congreso es menos divertido de lo que dice Ramón Espinar. El expolítico madrileño asoció ayer parlamentos y drogas, en un tuit que lógicamente no ha provocado redadas, reconvenciones o, por qué no, la revolución. Me vine al Congreso a preguntar por las drogas, pero allí estaban a otras cosas.

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