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Un guardia civil, un inmigrante y un salto a la valla: "Justo antes, tiembla el suelo"
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ASÍ LO VIVIERON DESDE DENTRO

Un guardia civil, un inmigrante y un salto a la valla: "Justo antes, tiembla el suelo"

Un agente de la Benemérita en Ceuta y un ‘sin papeles’ que logró burlar la verja de Melilla relatan a El Confidencial cómo se vive un ataque a la alambrada en primera persona

Foto: Varios inmigrantes encaramados a la valla de Melilla en un salto de 2015. (EFE)
Varios inmigrantes encaramados a la valla de Melilla en un salto de 2015. (EFE)

El anonimato es necesario en ambos casos. A un lado hay un guardia civil. Al otro, un inmigrante que consiguió burlar la verja. En el Instituto Armado no está bien visto que se conozcan los detalles de estos operativos. Mientras que si eres alguien que ha entrado en España de manera irregular, hacer pública tu identidad tampoco parece la mejor idea, al margen de que nadie quiere que su nombre se asocie a penurias, como puede ser comer de la basura, como las que vivió este hombre en su travesía hacia España. Lo que viene a renglón seguido son dos testimonios de un mismo hecho pero contado desde posiciones contrapuestas. La primera pregunta es idéntica: ¿Qué se siente durante un asalto al perímetro fronterizo?

“No puedes pensar nada en ese momento”, dice el migrante, que consiguió entrar en Melilla en enero. Coincide con él un agente de la Guardia Civil que lleva casi 20 años en el perímetro fronterizo de Ceuta, la otra ciudad autónoma: “En el momento de la refriega no piensas en nada”. Los sentimientos, lleves uniforme o no tengas papeles, aprietan el pecho de cualquiera en los minutos previos a que se desencadene la acción.

Foto: Varios de los migrantes que han conseguido saltar la valla. (EFE)

Todo empieza en el lado español cuando las cámaras de visión nocturna detectan grupos y movimientos extraños en la zona marroquí del vallado. “Son momentos de mucha tensión. El aviso te puede pillar solo o con otro compañero, aunque llegarán refuerzos, y sabes que desde que se les detecta hasta que saltan pasan dos o tres minutos”, indica el agente, quien reconoce que sigue poniéndose nervioso. “Son momentos de miedo e incertidumbre. Piensas a ver cómo va a ser el salto esta vez, cuántos vendrán, si se dividirán, si serán muy agresivos… Y cuando están muy cerca, habitualmente y si es noche cerrada, no los ves llegar. Los oyes y también los hueles. Son personas que llevan semanas o incluso meses tirados en el monte, escondidos y haciendo hogueras”, relata el guardia civil.

Y el agente no miente. El otro protagonista de esta historia partió de Mali y cuenta que pasó seis meses en el monte Gurugú, en los alrededores del perímetro fronterizo de Melilla, antes de atacar la valla. Pasó mucho frío, ya que su salto fue en enero y subraya que en los peores días llevaba hasta cinco o seis capas de ropa. Rememora cómo una noche, después de cenar, llegó su turno. Se puso a la cola de una expedición que iba a emprender ruta hacia la valla. Caminó dos días y después, de madrugada, llegó el momento de afrontar el último escollo, que es algo más complejo que una única alambrada.

Ambos coinciden, pese a estar en ‘bandos’ distintos, en que no se piensa durante la refriega, pero los dos recuerdan el miedo que pasaron

En primer lugar, como cuenta, los migrantes deben superar una verja marroquí de unos siete metros con concertinas en lo alto. Después, librar un foso antes de encarar una valla de cuatro metros y luego otras dos de siete metros, que son las que delimitan el perímetro entre la ciudad autónoma y Marruecos. El principal peligro para ellos, como resalta, es la guardia marroquí. “No podéis imaginaros lo que tenía en el corazón en esos momentos”, arranca este hombre, que apenas tiene 20 años. “Tenía mucho miedo, pero también mucho deseo por saltar la valla”, añade en conversación con El Confidencial, ocasión que aprovecha para denunciar la dureza de los militares del país vecino. “Tenéis que saber una cosa: los que guardan la valla en el lado marroquí te pegan muy duro si te cogen, te pueden romper la mano y las piernas”, critica este hombre, que también señala que los migrantes pueden toparse con ellos en dos momentos: durante el intento del salto o tras fracasar si son devueltos.

placeholder Dos agentes descuelgan de la valla a varios migrantes encaramados durante un salto. (EFE)
Dos agentes descuelgan de la valla a varios migrantes encaramados durante un salto. (EFE)

“Si te devuelven, te van a estar esperando y será peor”, subraya el migrante, quien explica que tiene amigos que, fruto de estas palizas, terminaron con graves lesiones, como puede ser una mandíbula rota. Él corrió mejor suerte y no le pillaron, pero se fracturó la muñeca, donde ahora tiene una evidente cicatriz. Con todo, deja una frase que puede explicar por qué no cesa el goteo de inmigrantes que intentan llegar a España saltando la valla pese al riesgo que implica: “Nuestra vida no vale la pena si no podemos entrar. Y eso ningún obstáculo puede pararlo”.

Cuando logró entrar, manifiesta que el grupo inicial lo componían unas 150 personas, de las que unas 100 pasaron a España. “Hay veces que justo antes de que lleguen, cuando están corriendo, tiembla el suelo”, expone el agente de la Guardia Civil, quien también recuerda el día que peor lo pasó a los pies del perímetro fronterizo. “Fue en 2018. Más que un salto grande fue uno muy violento. Nos tiraron ácidos, excrementos y hasta orines. Venían cargando con todo: tenían machetes, cuchillos, se hicieron lanzas con hierros de obra que afilaron, piedras… Las pasamos putas”.

Foto: Unos 600 inmigrantes han logrado saltar la valla fronteriza | EFE

Precisamente la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC), como explica su secretario de Comunicación, Pedro Carmona, ha centrado sus esfuerzos en denunciar la creciente agresividad de los migrantes que saltan la valla. Entienden que ningún funcionario público, por mucho que deba custodiar la alambrada, debería ser objeto de ataques con ácido o elementos punzantes, por lo que reclaman al Ministerio del Interior que disponga el peine invertido a lo largo de todo el vallado y dote de mejores medios de contención a los agentes.

Sentimientos encontrados

En apenas unos minutos, ha pasado todo. Los migrantes que han logrado su objetivo y están en territorio español se vuelven a encontrar con los agentes que tenían la obligación de no dejarles pasar. “Esto no se sabe, no sale publicado, pero cuando pasa la refriega, las personas heridas, aquellos que han conseguido entrar, lo primero que reciben es la botella de agua que llevamos nosotros o nuestros bocadillos”, confiesa el agente, que también reconoce, en conversación con este medio, que después de estos episodios se va a casa con sentimientos encontrados: “Cuando todo pasa te vuelve el alma al cuerpo y puedes pensar. Por un lado está la parte profesional, donde puedes mirar si lo has hecho bien o si podrías haber hecho más; pero también está el lado personal. Por tu trabajo debes hacer que no entren, pero sabes que son personas y víctimas y da lástima”.

En las últimas semanas y una vez superada la avalancha migratoria de Ceuta, la situación se ha normalizado en las vallas de las dos ciudades autónomas. Sin embargo, eso no quiere decir que no haya intentos. Esa ‘normalización’ implica que todos los días se sucedan los ataques al perímetro. A lo largo de la última quincena de julio se registraron varios, algunos muy numerosos, como el del 22 de julio, cuando 238 personas burlaron la verja. Además, según el balance que elabora Interior sobre inmigración irregular, hasta el 1 de agosto entraron 1.269 personas desde las vallas de Ceuta y Melilla, solo 116 menos que el año pasado en el mismo periodo. Eso sí, este balance está desvirtuado, ya que no incluye a los miles de magrebíes que irrumpieron en Ceuta en mayo. Los datos dejan claro que los saltos no van a cesar y, mientras tanto, guardias civiles y migrantes seguirán repitiendo la historia una y otra vez. Unos seguirán queriendo entrar a toda costa y los otros tendrán que evitarlo. El miedo, eso sí, seguirá siendo el elemento común a los dos lados de la valla.

Tres horas en el agua

Los saltos a la valla los protagonizan habitualmente migrantes subsaharianos. Sin embargo, la falta de oportunidades en Marruecos también provoca que jóvenes magrebíes se jueguen el tipo para llegar a Ceuta. Eso sí, utilizan otras vías. Mohamed, de 35 años, cruzó desde Castillejos, la primera ciudad marroquí al otro lado del perímetro fronterizo ceutí, con otra estrategia. En conversación con El Confidencial, explica que se echó al agua junto a dos amigos burlando a la guardia marroquí que cuidaba la costa.

Su objetivo era llegar al mar como fuera y a partir de ahí nadar hasta abandonar las aguas africanas y entrar en las españolas. Ese era su pasaporte para acceder a Europa. "Estuvimos tres horas en el agua hasta que llegó la Guardia Civil", rememora este hombre, que solo tiene buenas palabras para los agentes del Instituto Armado que les rescataron y llevaron a Ceuta. Allí vive ahora, donde se gana la vida como puede trabajando sin papeles. Eso sí, no se arrepiente pese al riesgo: "Ahora puedo mandar dinero a mi familia". Mohamed dejó a su mujer y tres hijos en Marruecos.

El anonimato es necesario en ambos casos. A un lado hay un guardia civil. Al otro, un inmigrante que consiguió burlar la verja. En el Instituto Armado no está bien visto que se conozcan los detalles de estos operativos. Mientras que si eres alguien que ha entrado en España de manera irregular, hacer pública tu identidad tampoco parece la mejor idea, al margen de que nadie quiere que su nombre se asocie a penurias, como puede ser comer de la basura, como las que vivió este hombre en su travesía hacia España. Lo que viene a renglón seguido son dos testimonios de un mismo hecho pero contado desde posiciones contrapuestas. La primera pregunta es idéntica: ¿Qué se siente durante un asalto al perímetro fronterizo?

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