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Limusinas, Moët Chandon... así vivía la banda que estafaba a consumidores de sexo
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UNA EXTORSIÓN QUE LLEGA PARA QUEDARSE

Limusinas, Moët Chandon... así vivía la banda que estafaba a consumidores de sexo

Cientos de denunciantes han contado sus historias a la Policía, que calcula que podrían ser miles los extorsionados por organizaciones delictivas juveniles

Foto: Las botellas preferidas por los delincuentes. (Reuters)
Las botellas preferidas por los delincuentes. (Reuters)

El mileurista vio el anuncio por internet. Dudó, pero al final anotó el número que aparecía. Lo introdujo en su teléfono y abrió el Whatsapp. Redactó un pequeño texto y lo envió. Al otro lado, casi de inmediato, respondió la prostituta. Ambos quedaron en verse. Al final, sin embargo, al chico se le torció la tarde y suspendió la cita. Un día después, el veinteañero recibió un duro escrito a través de la misma aplicación de mensajería que le puso la piel de gallina. Un desconocido le preguntó por qué no había acudido al encuentro con la meretriz. El chaval ofreció una excusa que no convenció a su interlocutor, quien decidió mostrar su enfado de viva voz.

Sonó el móvil y el chico lo cogió. El extraño, que mostraba un acento albanés, se presentó. "Soy Mihail", le dijo antes de transmitirle que las cosas no podían quedar así, que el tiempo que la chica había perdido esperando costaba dinero, que ella había dejado de prestar otro 'servicio' por este motivo y que él debía abonar el coste correspondiente. El interpelado se negó en un primer momento, pero la insistencia del hombre al otro lado del teléfono le puso contra la espada y la pared. En el estado de Whatsapp del misterioso extranjero, además, aparecía la imagen de un matón repleto de tatuajes con los músculos de Vin Diesel, una foto que inquietó al joven, que entendía que aquel tipo duro de vida presumiblemente turbia era quien le estaba pidiendo la pasta.

Foto: Agente de la Policía Nacional. (Archivo)

El miedo, la vergüenza y la culpa se apoderaron entonces del sistema nervioso del chaval, que en un segundo se vio como los protagonistas de esos mundos escabrosos que hasta el momento solo había presenciado en las series de Netflix. Mientras esto ocurría, la voz al otro lado del celular no cejaba en su empeño de reclamar lo que entendía que era suyo. Un leve sonido mostró entonces al forastero que su víctima daba signos de debilidad, bajaba la guardia y podía estar dispuesto a ceder. Fue entonces cuando el presunto portero de discoteca de Europa del Este entró a matar. Le indicó al chico que debía hacer el pago cuanto antes, porque sus jefes le estaban presionando e incluso le transmitían que querían ir a visitarle en persona a su propia casa, una advertencia que volvió a activar la corriente eléctrica del delicado cuerpo del muchacho, que cedió de inmediato.

"¿Tienes Bizum?", le preguntó el extranjero con llamativa seguridad. "No", respondió el interpelado. "¿Qué banco tienes cerca que puedas utilizar entonces?", añadió el sujeto supuestamente corpulento. El 'imberbe' le ofreció entonces una lista de entidades próximas ubicadas en su zona residencial y ambos quedaron en que el ingreso se haría en una cuenta de una de ellas que el extranjero le diría una vez que llegara a la sucursal. Mientras el mileurista caminaba hacia el banco, su interlocutor no dejó de hablarle. No quería que colgara. Por eso le daba conversación con palabras que incluso buscaban una suerte de empatía en medio de la tensión salvaje que existía entre ambos. "Entiendo tu postura, pero comprende tu la mía, que yo tengo dos niñas y debo hacer mi trabajo, porque si no, mis jefes tomarán represalias también contra mí", explicó Mihail a modo de cable que conectara ambos cerebros.

Foto: Caballeros legionarios. (EFE)

"Ya estoy en el banco", comunicó el joven. "¿Cuánto tengo que ingresar?", preguntó. "600 euros", le respondió el proxeneta. "¿Cómo?", se sorprendió el chico, que no entendía de dónde venía semejante cantidad. "Le hiciste perder cuatro horas a la chica, por lo que me tienes que pagar todo ese tiempo; a 150 euros la hora, son 600 euros", le detalló el supuesto albanés al chaval, para cuyo bolsillo esa cantidad suponía un severo mordisco. "Es una solución que te ofrezco, porque si no pagas, mis jefes irán a por ti y te exigirán el doble", reiteró la voz, que mantenía en todo momento su peculiar acento.

placeholder Un policía durante el registro de la vivienda de los extorsionadores. (Policía Nacional)
Un policía durante el registro de la vivienda de los extorsionadores. (Policía Nacional)

Tras hacer el ingreso con el dolor de quien se arranca un dedo, el joven logró poner fin a la conversación, aunque no a la sensación de angustia que corría por sus venas y electrificaba en su corazón. Comenzó a notar con fuerza el sonido de este último músculo y a sentir un sudor frío que brotaba bajo su camisa. Tuvieron que pasar unos minutos para que su cuerpo comprendiera que ya había dejado atrás el delirante episodio. Su cerebro trataba de hacerle ver que tenía que pasar página, que había sido un capítulo de su vida que debía olvidar cuanto antes, aunque fuera solo por salud mental. Sin embargo, la realidad le trastocó sus intenciones. Horas más tarde, tas comprobar que los fondos habían aterrizado en su cuenta, el tipo duro volvió a telefonear al chaval, que tembló por dentro en cuanto vio el número en la pantalla de su terminal.

Foto: Una biblioteca llena de libros. (Unsplash)

"Tio, tengo que pedirte más dinero", le trasladó. "¿Qué?", respondió con asombro el joven. "La chica tuvo que anular varias citas porque llegó tarde de la que había tenido contigo", le explicó el extranjero. "Mi cuenta está en el límite", le confesó. "Pues, macho, pide a amigos o un préstamo o algo porque no puedo parar a mis jefes", le indicó Mihail mientras el cuerpo del chico volvía a transpirar con más velocidad de la habitual. "Venga, ingresa ahora y lo resolvemos", le insistió para mantenerle al teléfono como había hecho la primera vez. El muchacho vació su cuenta por completo para hacer frente a la reclamación con la esperanza de que esto fuera suficiente para pasar página, pero su interlocutor tampoco quedó satisfecho esta vez. Le tenía cogido por sus partes nobles y lo sabía. Sentía el miedo en la voz del chaval y quería aprovechar esa superioridad. Por eso, tras el segundo abono, volvió a insistir.

"La chica se ha ido y me dicen que tienes que hacer frente a los ingresos que nos has hecho perder", le trasladó en una nueva conversación el virtual gorila, que provocó un amago de infarto en el corazón de su víctima con esa tercera reclamación. Con la esperanza de que fuera la última -así se lo prometió la voz al otro lado del móvil-, el joven volvió a ceder, aunque esta vez solicitó un poco de tiempo. Tenía que pedir un microcrédito, pues no le quedaba dinero en el banco y no quería acudir a su familia. No fue este el único préstamo que pidió. El extranjero rompió su palabra y volvió a pedirle hasta tres abonos más. El chico se endeudó en secreto hasta los tuétanos para evitar las temidas represalias físicas que le habían augurado en el caso de no hacer frente a los pagos. El rosario de llamadas, sin embargo, no cesó ni siquiera entonces. El acosador siempre inventaba una nueva excusa para volver a pedirle más dinero.

Contravigilancias por miedo

Fue entonces cuando el chico tomó una determinación que incrementó aún más sus niveles de estrés. Quemó la tarjeta telefónica y contó a sus dos mejores amigos lo que había ocurrido. Ambos trataron de animarle y decidieron ayudarle activamente. Los dos montaron contravigilancias en la puerta del domicilio de su colega tanto por la mañana, cuando éste salía de casa para ir a trabajar, como por la tarde, cuando el joven regresaba a su vivienda. Era tal el temor que el chico tenía que apenas podía dormir. Pensaba que en cualquier momento aparecerían dos matones con tatuajes, camisetas de tirantes y bíceps del tamaño del muslo de Sergio Ramos que le cogerían de la pechera y le propinarían la paliza de su vida, o de su muerte.

La realidad, sin embargo, estaba muy alejada de las pesadillas que pasaban por la cabeza del muchacho. El supuesto tipo duro de Europa del Este era en verdad un individuo de su misma edad, de origen nigeriano, pero afincado en España desde hacía años, con una gran habilidad social y persuasiva, capaz de imitar el acento albanés y que había hecho de la extorsión su 'modus vivendi'. Era el cabecilla de un 'póker' de amigos con diferentes trayectorias y de distintas procedencias que se dedicaban a extorsionar por teléfono a potenciales consumidores de anuncios de contactos. Cuando el asustado mileurista carbonizó la tarjeta de su móvil, el estafador simplemente dejó de llamarle, pues tenía cientos de ciudadanos a los que desvalijar.

Foto: El autor confeso de la muerte de Manuela Chavero. (EFE)

Llevaba dos años utilizando el mismo 'modus operandi'. El falso portero de discoteca y sus tres compadres ponían anuncios en páginas web de encuentros sexuales y esperaban a que 'picaran' sus víctimas. Quien les escribía entonces por Whatsapp recibía una suerte de mensaje tipo con las primeras amenazas. Algunos pasaban del texto, pero muchos otros respondían. A estos últimos es a quienes uno de los cuatro colegas telefoneaba en aquel momento haciéndose pasar por Mihail o por otro corpulento búlgaro, rumano o albanés. El sistema les funcionaba, el dinero entraba a espuertas, por lo que poco a poco fueron construyendo una auténtica organización criminal.

Ellos estaban en la cúpula. Eran los encargados, sobre todo el nigeriano, de hacer las llamadas amenazantes y provocar los suculentos sablazos. Inmediatamente por debajo se encontraba una red de colaboradores a los que los primeros pagaban con invitaciones a locales nocturnos. Éstos ayudantes se encargaba de conseguir que otros terceros pusieran sus cuentas corrientes al servicio de la trama para vehicular las transferencias. A algunos de los dueños de estos depósitos bancarios les abonaban un porcentaje del ingreso. A otros, nada, pues se ofrecían voluntariamente en virtud de la amistad que les unía con los cabecillas. Estos dueños de cuentas prestadas conformaban el tercer nivel de la organización.

Foto: Ana Patricia Botín, el pasado 29 de enero. (Reuters)

La ingente cantidad de pasta que conseguían a través de este sistema de extorsión era tal que a los cuatro colegas apenas tenían tiempo para gastarla. Las sumas de efectivo fluían por las cuentas corrientes de los colaboradores como ríos de números imposibles de cuantificar. Los investigadores de la Unidad Central de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV), de la Unidad de Ciberdelincuencia (UCC) y del Grupo de Delitos Tecnológicos de la Policía Nacional captaron algunos de estos movimientos a posteriori, pero durante los interrogatorios a los implicados pudieron comprobar que las cuantías que pensaban en realidad eran muy superiores a las que ellos habían detectados. Por algunos depósitos bancarios habían pasado hasta diez veces más billetes que los que habían estimado. Los estafadores tenían una gallina de huevos de oro a la que no pararon de 'ordeñar' día y noche durante más de dos años.

Fiestas de una semana en una planta de un hotel de cinco estrellas cerrado para ellos, jornadas completas en prostíbulos, limusinas, traslados constantes en Uber con conductores a sueldo, joyas, los últimos modelos de iPhone, botellas de Moët Chandon, relojes de oro. Los líderes de la trama, además, derrochaban generosidad e invitaban a decenas de 'amigos' y 'amigas' a sus sarao, gente que luego se veía forzada a poner sus cuentas al servicio de sus colegas a modo de favor que no podían negar en ese contexto de exaltación de la confraternidad. El elevado tren de vida era expuesto en Instagram a diario, un gesto que permitió a la Policía Nacional ponerle cara a los delincuentes de la trama, que no tenían un solo jefe, como en las organizaciones criminales clásicas, sino que eran el resultado del acuerdo de un grupo de amigos que se entendían entre sí como si fueran hermanos.

Foto:  Mihai ha dejado atrás su pasado delictivo. (EC)

Al otro lado de la moneda, las víctimas sufrían ansiedad, perdían todos sus ahorros y hasta se endeudaban con el fin de tapar sus vergüenzas y por miedo al castigo corporal que les infringiría un monstruo albanés al que no habían visto en su vida. Solo algunas pasaban olímpicamente de las amenazas, pues tenían más experiencia y veían venir el timo o estaban acostumbradas a afrontar situaciones similares. Un número muy alto de ellas, sin embargo, se angustiaba y entraba por el aro. Solo unas cuantas optaron por acudir a las autoridades para contar lo que les estaba ocurriendo. Veían con claridad que, aunque ellos habían tratado de contactar con una prostituta, lo que les estaban haciendo podía ser delictivo. Otros, sin embargo, permanecían confusos y se negaban a contar lo que estaban sufriendo.

Entre estos últimos, había padres de familia que solo querían pasar página. Tras haber hecho frente a varios pagos, los investigadores les telefonearon para ofrecerles la posibilidad de denunciar, pero ellos rehusaron la oferta. Entendían, como explicaron a los agentes, que preferían ver aquello como "un mal negocio" en el que habían caído cual niños engañados por expertos demonios. Solo unos pocos optaron por interponer la correspondiente demanda que ayudaba a la Policía a seguir adelante con las diligencias. Muchos habían perdido tal cantidad de dinero que incluso habían tenido que confesarle todo a su mujer. "Ella ya lo sabe", le admitieron a los funcionarios que les tomaron declaración. Un hombre llegó a pagar 1.500 euros a la semana durante un periodo prolongado a cambio del silencio de los extorsionadores. En el momento de la detención, había desembolsado 80.000 euros, la totalidad de la herencia que había cobrado meses atrás.

Jóvenes, padres y ancianos

Muchos otros que cayeron en las redes de los saqueadores eran adolescentes que no podían abonar más de cien euros en el mejor de los casos, pero que también estas cantidades les exigían los estafadores. "Chavales que venían de fiesta una noche y que querían tontear con las prostitutas se ponían a chatear y días después recibían el primer mensaje", recuerdan los investigadores, que sostienen que la mayoría de víctimas eran jóvenes de alrededor de 18 años. El nigeriano se ponía a negociar con ellos cuando éstos le decían que no podían hacer frente a esos primeros 600 euros que les reclamaba. "Pídele a un amigo, dile que tus padres tienen un problema", llegaban a proponer Mihail y sus colegas, que tenían incluso una retahíla de excusas pensadas para sugerir a los timados. Ni siquiera a un joven con una enfermedad mental dejaron de sacarle 50 euros los extorsionadores, que no tenían escrúpulo alguno para amenazar a personas mayores, a homosexuales o a discapacitados. Incluso un policía local cayó en los engaños y abonó una cuantiosa suma para evitar el escándalo.

Desde la UDEV, la unidad que ha detenido recientemente a los cabecillas y a medio centenar de personas que colaboraban con ellos, explican que han recopilado más de 240 denuncias de víctimas que pusieron los hechos en conocimiento de diferentes autoridades, como la propia Policía Nacional, la Guardia Civil o los Mossos d'Esquadra, entre otras corporaciones. Los agentes que han llevado a cabo esta operación aseguran estar convencidos, por los datos que han logrado compendiar, de que hay muchas más denuncias perdidas en comisarías locales o de cuerpos autonómicos. "Podrían superar el millar", sostienen los investigadores, que no dan por zanjado este 'modus operandi' con las mencionadas detenciones. Creen que puede haber otros 'copycats', imitadores o seguidores que están utilizando el mismo sistema para desvalijar a los ciudadanos. "Este tipo de extorsión ha llegado para quedarse", explican los funcionarios de la UDEV, que han constatado la existencia de denuncias presentadas por víctimas de este tipo de saqueo protagonizado por el grupo de amigos detenidos en 40 de las 52 provincias españolas.

El mileurista vio el anuncio por internet. Dudó, pero al final anotó el número que aparecía. Lo introdujo en su teléfono y abrió el Whatsapp. Redactó un pequeño texto y lo envió. Al otro lado, casi de inmediato, respondió la prostituta. Ambos quedaron en verse. Al final, sin embargo, al chico se le torció la tarde y suspendió la cita. Un día después, el veinteañero recibió un duro escrito a través de la misma aplicación de mensajería que le puso la piel de gallina. Un desconocido le preguntó por qué no había acudido al encuentro con la meretriz. El chaval ofreció una excusa que no convenció a su interlocutor, quien decidió mostrar su enfado de viva voz.

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