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Internas en pandemia: "El señor no me deja salir para no contagiarles y ellos van de bares"
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Internas en pandemia: "El señor no me deja salir para no contagiarles y ellos van de bares"

Las condiciones de precariedad de las empleadas del hogar, especialmente las que viven en las propias viviendas donde trabajan, se han agravado con la crisis del coronavirus

Foto: Una trabajadora de hogar, en 2019. (EFE)
Una trabajadora de hogar, en 2019. (EFE)

Nuria* habla bajito para que 'el señor' no la escuche. Lleva viviendo con él desde que empezó a trabajar como interna hace más de un año, cobrando 800 euros. Primero, atendía al matrimonio, pero después de contagiarse los tres de coronavirus el pasado mes de diciembre, la mujer falleció. “Desde entonces, solo me paga 200 euros porque dice que tengo menos trabajo. Pero yo sigo con el mismo horario: de nueve de la mañana a 11 de la noche, cuando tengo que echarle las gotas en los ojos y darle la crema en los pies antes de acostarse”.

Ahora mismo, solo puede salir de casa con un motivo justificado. “Me deja ir a las entrevistas porque sabe que estoy buscando otra cosa, pero le tengo que enseñar los mensajes de la cita. Dice que es para que no traiga el virus, pero sus hijos entran, salen y van de bares constantemente”.

"Solo me paga 200 euros porque dice que tengo menos trabajo. Pero yo sigo con el mismo horario: de nueve de la mañana a 11 de la noche"

En verano, cuando fueron a pasar unas semanas en la playa, su empleador rellenó los formularios del hotel para el registro de huéspedes a causa del covid. Todos menos el suyo, porque no tiene papeles. “Si pasaba algo, era mi problema”, explica por WhatsApp, más segura, esta hondureña afincada en Madrid.

Cuando el pasado 16 de marzo se decretó el estado de alarma, todos nos quedamos en casa. Pero los miles de trabajadoras domésticas iniciaron entonces un limbo del que muchas todavía no han salido. No estaban contempladas entre los trabajadores esenciales, y las condiciones de desigualdad respecto al resto del mercado laboral (no forman parte del régimen general) aumentaron su vulnerabilidad ante los empleadores.

“Esta pandemia ha sacado todavía más los problemas del sector. Ha habido un abandono absoluto. Por ejemplo, en los primeros salvoconductos para poder ir a trabajar, no se tuvo en cuenta el trabajo de hogar”, explica Lorea Ureta, portavoz de la asociación vasca de empleadas domésticas ATH-ELE.

Un subsidio que no llega

El Gobierno sacó el pasado 5 de mayo, casi dos meses después del inicio del estado de alarma, un subsidio extraordinario para este tipo de trabajadoras. De las 56.000 solicitudes que había presentadas hace un mes, se habían resuelto 38.000, pero tal y como denuncian varias asociaciones, muchas siguen sin cobrarlo aunque se lo hayan concedido.

Hay que tener en cuenta que las trabajadoras de hogar están inscritas en la Seguridad Social en un régimen especial por el que no tienen derecho al desempleo ni, tampoco, a los ERTE puestos en marcha para paliar los efectos de la pandemia. Hace años que las organizaciones de empleadas de hogar piden que España ratifique el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo, que corregiría esa anomalía respecto al resto de trabajadores. Incluso Mariano Rajoy se comprometió una vez a hacerlo, pero, dos legislaturas después, la situación no ha cambiado.

Las consecuencias de esta desigualdad se han hecho más palpables con la crisis del coronavirus. En un año, la afiliación en este régimen ha caído en 12.000 empleadas respecto a febrero del año pasado, un poco más que en el periodo anterior (11.500). Muchas han perdido el trabajo porque las personas de las que cuidaban han fallecido; o porque con el teletrabajo la demanda para el cuidado de niños ha disminuido. “También hemos visto despidos cuando se han infectado, con la excusa de que no podían esperar a que se pusiesen bien. Y de la noche a la mañana se han quedado en la calle, porque se quedan sin trabajo y sin casa a la vez”, explica Ureta.

"Se han visto de la noche a la mañana en la calle, se quedan sin trabajo y sin casa a la vez"

Desde Sedoac, que asesora a este colectivo, han visto durante estos meses situaciones de todo tipo, especialmente cuando alguien de la familia se contagiaba y las culpas se dirigían a la trabajadora de hogar. “Hubo una chica interna que cogió el virus y la iban a despedir. Al final, la dejaron quedarse, pero a cambio de trabajar luego gratis como pago. Terminó aceptando porque no tenía donde ir. Trabajar solo por tener comida y techo...”, denuncia la portavoz Carolina Elías. A otras les han reducido las horas de contrato, pero en la práctica, asegura la asociación, la carga de trabajo es la misma.

“En otro caso, la familia se desatendió completamente. Cogieron el virus, se lo pegaron a la empleada y le dijeron que como estaban todos contagiados, podía seguir con ellos trabajando. Pero la empleada empezó a tener síntomas graves, no se podía ni mover. Ellos se limitaban a dejarle la comida en la puerta, hasta que un día la llama una prima y le pide auxilio con un hilo de voz. Cuando la familiar se presenta en casa, le dice la familia que está durmiendo, que está bien. No fueron ni a mirar. La prima llamó al Samur y se la llevaron derecha a la UCI. Un poco más y no lo cuenta. Pero lo peor es que al darle el alta le redujeron la jornada a tres horas”, cuenta Elías.

"Hay familias que han tenido que sacar a sus mayores de las residencias y no tienen otra opción para cuidarles"

Según Sedoac, además de las cifras oficiales de trabajadoras de hogar (casi 400.000 a febrero de 2021), calculan que hay otro 40% que trabaja en negro y no tiene reflejo en las estadísticas oficiales. Además, como ya pasó con la subida del salario mínimo interprofesional, algunos de los recortes en sus horas o sueldo se reflejan solo de cara a las cotizaciones. “Se están aprovechando de la necesidad que hay ahora mismo. Es verdad que hay familias que han tenido que sacar a sus mayores de las residencias y no tienen otra opción para cuidarles ni dinero para pagar el SMI, pero pagan las horas que pueden”, explica Elías. “Luego está la otra cara: personas que dicen que no pueden pagar más, pero han seguido comprándose coches o mandando el hijo a Londres. Que me parece bien, pero paga a tu empleada”.

Las restricciones de movilidad por zonas en comunidades como Madrid también han derivado en momentos de conflictividad entre empleadas y empleadores. Muchas internas alquilan habitaciones o pisos entre varias en otras zonas de la ciudad para tener un lugar en el que desconectar los días que no trabajan, pero estos meses han tenido problemas para acudir a ellos. “Las familias les decían que no podían salir de la zona los fines de semana para que se quedasen, pero no es verdad, claro que pueden, porque es su puesto de trabajo”, aclara Elías.

Foto: Una limpiadora desinfecta el ascensor del Hospital Virgen de la Arrixaca. (EFE)

Los momentos más delicados se dieron durante el confinamiento, según explican desde Sedoac, cuando el estrés de muchos empleadores acabó cebándose con la trabajadora. “A una que asesoramos la agredieron físicamente con el palo de la fregona, pero no pudo ni denunciar porque no tenía papeles y la Policía le dijo que le iba a abrir un expediente de expulsión”, denuncian desde Sedoac.

Además, a diferencia de las empresas, que cuentan con departamentos de riesgos laborales, en el caso de las trabajadoras domésticas, toda prevención es a voluntad de los empleadores. “No me dan ni mascarillas ni gel, todo me lo tengo que pagar yo”, cuenta Nuria.

Ante la falta de ayudas, muchas subsisten de lo que sacan de las cajas de resistencia, igual que ocurre con el colectivo de trabajadoras sexuales, que tampoco tiene acceso a este tipo de medidas. Nuria aguanta con su sueldo recortado porque es lo único que tiene para poder mandar algo a su hija de dos años. “El señor dice que no me puede pagar más, pero luego le oigo hablar de sus acciones en el banco y de si sube o baja bolsa. Se cree que no me entero, pero estuve en la universidad en mi país y algo de economía sé”, dice frustrada. “No me queda otra que aguantar hasta que me salga otra cosa, donde sea”.

*Nombre cambiado a petición de la entrevistada.

Nuria* habla bajito para que 'el señor' no la escuche. Lleva viviendo con él desde que empezó a trabajar como interna hace más de un año, cobrando 800 euros. Primero, atendía al matrimonio, pero después de contagiarse los tres de coronavirus el pasado mes de diciembre, la mujer falleció. “Desde entonces, solo me paga 200 euros porque dice que tengo menos trabajo. Pero yo sigo con el mismo horario: de nueve de la mañana a 11 de la noche, cuando tengo que echarle las gotas en los ojos y darle la crema en los pies antes de acostarse”.

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