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El año que ha destruido la salud de nuestros mayores: "El encierro acelera la demencia"
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El año que ha destruido la salud de nuestros mayores: "El encierro acelera la demencia"

El encierro causa estragos en la salud de los más mayores, que presentan nuevos cuadros de degeneración cognitiva y depresión. Las familias no lo notan porque no salen de casa

Foto: Carmen Martínez, en el portal de su vivienda en Fuenlabrada, lleva un año casi sin salir. (David Brunat)
Carmen Martínez, en el portal de su vivienda en Fuenlabrada, lleva un año casi sin salir. (David Brunat)

En los hospitales, al principio no daban crédito. Una persona mayor que acababa de ingresar por covid-19 u otra causa y que parecía lúcida, de repente aparecíae desnuda en mitad del pasillo. “Pero si esta persona estaba bien”, se decían las enfermeras extrañadas las primeras veces. También es habitual verlas deambulando por la planta y comprobar que están totalmente desorientadas. Otras veces, al entrar en la habitación, las enfermeras descubren que han hecho sus necesidades en el suelo. Todas ellas, personas sin ningún diagnóstico previo de demencia, de ahí la sorpresa.

Personas que vivían solas con plena autonomía, hoy padecen demencia no diagnosticada

Ahora, las enfermeras ya lo saben: el confinamiento y la soledad que han padecido los ancianos durante un año entero están causando estragos en su salud física y mental. Es una epidemia silenciosa que los hospitales comprueban ahora, puesto que nuestros mayores no acuden a los centros de salud ni a los centros de día, y apenas mantienen un contacto mínimo con sus familiares por miedo al contagio. Personas que hace un año vivían solas con plena autonomía, hoy padecen un cuadro de demencia no diagnosticado. Su caída por la pendiente está siendo rapidísima, tanto, que ni sus propios hijos se dan cuenta. “Cuando les decimos a los familiares que su padre o su madre han hecho tal cosa y les preguntamos si eso ya lo hacían en casa, nos dicen sorprendidos que no, que sus padres estaban bien”, cuenta una enfermera.

“Es normal que los familiares no se den cuenta de que sus mayores sufren un problema, porque las relaciones en el entorno del hogar son muy repetitivas”, explica Esther Camacho, especialista de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG). “Los objetos están donde siempre, no hay que aprender nombres nuevos, los espacios no cambian, y también el cariño de un hijo impide muchas veces reconocer que su padre o su madre están avanzando en un proceso degenerativo, que además ha sido rapidísimo. Como no se puede ir al banco a sacar dinero, o hacer cualquier trámite que requiere una actividad más avanzada, no solemos darnos cuenta”.

placeholder Una anciana es ingresada en un hospital por covid-19. (EFE)
Una anciana es ingresada en un hospital por covid-19. (EFE)

Tormenta de cortisol

La falta de actividad física y mental provocada por el confinamiento blando en el que vivimos nos afecta a todos, pero se ceba principalmente con los mayores. Si a eso se le añaden el miedo y la ansiedad, el cóctel es letal. “El encierro por la pandemia acelera la demencia”, afirma Camacho. “Cuando nos estresamos, el cerebro genera cortisol, la hormona del miedo y de la huida, y cuando ese cortisol permanece mucho tiempo, intoxica el cerebro. Eso, unido a la falta de rutinas y la falta de estimulación, da como resultado falta de memoria muy notable, vemos cómo los mayores han bajado mucho su potencial este año, y también menos capacidad de atención y concentración, que es la clave de la memoria, ya que llevan muchos meses sin salir de casa y viven en un entorno muy controlado. Ya no tienen que recordar dónde han puesto las llaves, ni vestirse para coger el autobús a tal hora que les llevará a una clase de canto, por ejemplo, ni recordar el nombre de los compañeros. En cuanto los mayores empiezan a salir, se ven los fallos de memoria y los problemas de fluidez en el lenguaje. En la primera y la segunda ola, había más lazos con la familia, se llamaban, hablaban con el vecino, y eso era muy positivo para el cerebro. Pero esta tercera ola ha potenciado el aislamiento”.

Hay tantos casos distintos como personas mayores hay en España. Unos llevan prácticamente un año sin salir de casa, han enviudado debido al covid-19 y viven deprimidos y atemorizados; otros mantienen una vida relativamente activa y optimista, sin grandes daños en sus vidas. Lo que no cambia son las restricciones: por muy optimistas que estén, está prohibido hacer visitas en domicilios ajenos y sobrevuela en la sociedad el pavor al contagio entre los ancianos. El resultado es que sus relaciones sociales se han desplomado y pasan en casa mucho más tiempo del recomendable.

placeholder Un hombre se prepara un caldo en su casa durante el confinamiento. (EFE)
Un hombre se prepara un caldo en su casa durante el confinamiento. (EFE)

“Pensamos que todo sigue igual, pero claro que se notan los efectos”, afirma Joaquín Pérez, responsable del programa de mayores de Cruz Roja. “Desde el principio, lo que más nos preocupó era el exceso de tiempo en casa. En la primera ola, se decía que los mayores estaban más preparados para el confinamiento que los de mediana edad o los jóvenes, como si ellos no necesitaran también relacionarse y tener una vida. Un año después, siguen sin casi interacciones y vemos un deterioro: pasan mucho tiempo viendo la televisión, y además noticias que cada día son malas, y se extiende el sentimiento de tristeza y de soledad. Los expertos llevan tiempo avisando de que esto tarde o temprano saldrá por algún lado".

"Pasan mucho tiempo viendo la televisión y se extiende el sentimiento de tristeza y soledad", advierte Cruz Roja

Carmen Martínez tiene 87 años, vive en Fuenlabrada y apenas ha salido de casa en un año. Intenta estar activa, pero las fuerzas no siempre acompañan. “Cada mañana me levanto, me preparo mi desayuno y hago mi cama aunque venga la ayuda a domicilio. Friego los cacharros de la pila y luego ya me siento un rato. Suelo pintar libros o hacer alguna actividad, y después de comer ya sí me siento y no hago nada en toda la tarde”, cuenta Carmen en el portal de su casa, pues las visitas están prohibidas y ella no se atreve a salir sola a comprar o dar un paseo si no es del brazo de alguien. Desde que falleció su hijo años atrás, vive sola y admite que la pandemia está siendo muy dura.

“Al principio, no tenía mucho miedo, hacía lo que recomendaban de la mascarilla y la distancia, pero ahora sí he cogido miedo, porque hay muchos contagios, uno ve las noticias y se asusta. Veo a los jóvenes desmadrados y me pongo mala. Muchos días, no hablo con nadie y me noto más torpe. Voy a la cocina y me pongo a hacer las cosas y doy 50 vueltas pensando ‘y esto cómo se hacía’, y me pongo muy nerviosa. Antes iba a los talleres de Cruz Roja, me arreglaba y charlaba con las compañeras, o los sábados salía a tomar mi copita de vino con los amigos de mi hijo, todo eso lo echo mucho de menos. Hay días que estoy bien, pero otros días, si me levanto tonta, me paso el día sentada dándole vueltas a la cabeza, pienso ‘que no me pase nada, por favor’. Ya no me atrevo a salir sola a la calle porque padezco de los pulmones y me fatigo mucho”.

placeholder Eustolia y Carmen pasean alrededor del barrio, en Fuenlabrada. (D. B.)
Eustolia y Carmen pasean alrededor del barrio, en Fuenlabrada. (D. B.)

Eustolia Díaz es voluntaria de Cruz Roja y asiste a Carmen desde hace dos años. Admite la impotencia de no poder apoyar en condiciones a los mayores más necesitados, principalmente personas dependientes y que viven solas. “Tres o cuatro veces por semana llamo a Carmen por teléfono para que me cuente cómo está, es muy importante para ellos sentir que tienen un apoyo. Una vez por semana, la visito físicamente y salimos a pasear o hacer la compra, pero no es suficiente”.

Cruz Roja presta asistencia a 260.000 mayores de 65 años en toda España, 40.000 de los cuales están en el programa de soledad no deseada. La pandemia ha obligado a la organización o volcarse en llamadas telefónicas y a insistir a sus usuarios en que estén activos en casa, que no se dejen arrastrar por la melancolía.

Grandes Amigos trabaja desde hace 18 años para aliviar la soledad de las personas mayores a través del voluntariado. Actualmente, acompaña a 1.150 personas y alerta del daño gravísimo que la gestión social de la pandemia está ejerciendo sobre los ancianos. “Ante la dureza del covid-19, se ha caído en la sobreprotección de los mayores. Se ha metido a nueve millones de personas mayores en el mismo saco, restringiendo su movilidad y sus derechos básicos, sin tener en cuenta que no es lo mismo una persona de 65 o 70 años sana que una persona con patologías de 90. Se ha impuesto la percepción de que los mayores no tienen necesidad de socialización y de ocio, que eso es solo para los jóvenes. Y ahora nos damos cuenta de lo importante que es para su salud todo lo que les hemos prohibido”.

"Se ha impuesto la percepción de que los mayores no tienen necesidad de socialización y de ocio, que eso es solo para los jóvenes"

Desde Grandes Amigos, insisten con cierta indignación sobre este concepto, que no es nuevo pero que la pandemia ha agudizado: pensar en nuestros mayores como seres entrañables, algo infantilizados, que están a gusto encerrados en sus casas. “Los mayores también tienen que poder disfrutar, salir con todas las precauciones, son personas con inquietudes y anhelos. Solemos caer en el tópico de que su aportación social son las historias que nos cuentan, pero no son sujetos de pasado sino sujetos de presente y de futuro. Como sociedad, tenemos la obligación de facilitar su acceso a una vida plena, y eso no se ha hecho en este último año”.

placeholder Voluntrarios y usuarios de Grandes Amigos, dando un paseo este invierno.
Voluntrarios y usuarios de Grandes Amigos, dando un paseo este invierno.


Mujer sola de 85 años

Mujer de 85 años, que vive sola, sin red de apoyo vecinal y con una o varias enfermedades crónicas, con falta de movilidad y bajos recursos económicos. Este es el perfil predominante entre los olvidados de la pandemia, los que llevan un año sin salir de sus hogares y cuya salud física y mental se está degradando a marchas forzadas. “Cuando una persona tiene problemas de movilidad, y ya no digamos si vive en un quinto sin ascensor o con escalones que dificultan su acceso a la calle, es un indicador de persona especialmente vulnerable por las restricciones. Por muy sociable que sea, si no tiene apoyo, se queda en su casa”, explican desde Grandes Amigos.

Tal como apunta Camacho, gerontóloga de la SEGG, "las personas mayores son conscientes de que su esperanza de vida no es muy prolongada, pero tienen miedo de fallecer en estas condiciones tan crudas de la pandemia: que su familia no pueda despedirse, que sea todo tan frío, algunas me dicen ‘tengo miedo de morirme así’. Ese estrés y la falta de rutina ocasionan que los mayores desconecten de sus amigos, de los entornos que les hacían felices, los problemas de depresión y ansiedad previos al coronavirus se agravan”.

placeholder Ceferino Sánchez, voluntario de Fundación Desarrollo y Asistencia. (D. B.)
Ceferino Sánchez, voluntario de Fundación Desarrollo y Asistencia. (D. B.)

Ceferino Sánchez participa en Nadiesolo Voluntariado y es un afectado al mismo tiempo, ya que tiene 88 años. Reconoce la dureza de este año y lo difícil que es para muchos mayores admitir que están en apuros y pedir ayuda. “A veces, les dices de salir o ir a verles y no quieren, no te manifiestan ese deseo de contactar con alguien, les da pudor reconocer que están solos. Por eso nos gustaría que si alguien se siente solo que nos llame, estamos deseando acompañarles. Hay personas que pasan días enteros sin hablar con nadie, es terrible, incluso gente que tiene familia, pero que por el trabajo y las restricciones no puede estar con ellos”.

placeholder Cartel de Fundación Asistencia y Desarrollo en un hospital.
Cartel de Fundación Asistencia y Desarrollo en un hospital.

Uno de los programas de la fundación es el acompañamiento hospitalario. Son 700 voluntarios que desde marzo de 2020 no pueden dar algo de cariño a los mayores ingresados que se encuentran solos. Y así, cientos de ancianos, muchos enfermos y solos, ven cómo la pandemia quizá no acaba con ellos por culpa del virus, sino por la tristeza de ver que sus vidas han dejado de tener sentido.

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En los hospitales, al principio no daban crédito. Una persona mayor que acababa de ingresar por covid-19 u otra causa y que parecía lúcida, de repente aparecíae desnuda en mitad del pasillo. “Pero si esta persona estaba bien”, se decían las enfermeras extrañadas las primeras veces. También es habitual verlas deambulando por la planta y comprobar que están totalmente desorientadas. Otras veces, al entrar en la habitación, las enfermeras descubren que han hecho sus necesidades en el suelo. Todas ellas, personas sin ningún diagnóstico previo de demencia, de ahí la sorpresa.

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