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Ser madre en un pueblo de 50 habitantes: "Gasto 5.000€ en llevar a mis hijos al colegio"
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EN SAYATÓN, GUADALAJARA

Ser madre en un pueblo de 50 habitantes: "Gasto 5.000€ en llevar a mis hijos al colegio"

Una agricultora ha puesto en el mapa su pueblo de Guadalajara por todas las carencias que va sumando a medida que pierde población. No hay tiendas, ni bus ni pediatra

Foto: María Angeles Rosado, junto a su tractor. (M. Z.)
María Angeles Rosado, junto a su tractor. (M. Z.)

Para vivir en Sayatón, Guadalajara, es importante tener el calendario a mano. Los lunes viene el frutero; los miércoles, el de los congelados; una vez al mes, el carnicero, y media hora al día, el panadero. El médico pasa consulta solo una hora a la semana, y el bar, en lugar del menú, tiene escrito en su pizarra un reducido horario de apertura (aunque se pasa la mayor parte del tiempo vacío).

Con tan solo 50 habitantes, este municipio representa a la perfección las dificultades que atraviesan los protagonistas de la despoblación española. En los últimos 20 años, los pueblos de menos de 100 vecinos han aumentado un 60%, y precisamente Guadalajara lidera el 'ranking' de la España vacía, con 180 localidades en total.

Pero, esta semana, la quietud que normalmente campa a sus anchas por Sayatón se ha visto perturbada por las cámaras de televisión y su nombre ha sonado más que nunca en la radio. Una de sus vecinas despidió el año en Twitter con una fotografía suya labrando, acompañada de un mensaje que ponía en valor la labor de los ciudadanos más olvidados por las administraciones y las grandes urbes.

En cuestión de horas alcanzó miles de retuits y comentarios de personas que se sentían identificadas con su sutil crítica a la falta de servicios con la que convive a diario. “La verdad es que estoy un poco desbordada con tanta gente llamándome y mandando mensajes. Hoy ni he podido trabajar atendiendo a los medios”, cuenta María Ángeles Rosado mientras enseña, orgullosa, el pueblo al que llegó hace ahora 20 años.

Aunque nació en Ciudad Real, el trabajo de pastor de su padre la llevó hasta esta zona de la sierra alcarreña. Aquí, compaginó sus estudios de Ciencias Políticas con un puesto de camarera los fines de semana y periodos veraniegos. “Cuando tenía ocho años hubo una catástrofe medioambiental, no recuerdo exactamente cuál, pero sí que vi a mi padre y a mi abuelo llorando y decidí que quería ser ministra de Agricultura para arregarlo. Pregunté a mi madre qué tenía que hacer, y me dijo que estudiar Políticas”. Unos años después cumplió su objetivo, pero por el camino se desencantó de la profesión y se enamoró de su marido desde el otro lado de la barra. “Me di cuenta de que el diseño de las políticas públicas no se hace en función de las necesidades reales de la población, sino de los rendimientos electorales”, reflexiona.

El ejemplo más claro lo tiene al lado de su casa. Un enorme frontón con el verde descolorido cultiva malas hierbas sin que haya sido prácticamente estrenado. Cuando se construyó, solo había empadronado un niño en todo el pueblo. “Nadie preguntó si hacía falta o no, se hizo y punto, gastando miles de euros, cuando el pueblo necesitaba muchas otras cosas”.

Cuando vives en el medio rural, se te quita el derecho a la libre elección: pierdes el transporte, el derecho a becas… todo

Ahora, hay seis niños en todo Sayatón, de los cuales dos son hijos de María Ángeles. Cada día los lleva en coche hasta el colegio en el vecino pueblo de Pastrana, a 15 kilómetros de distancia, un camino que recorre hasta ocho veces. “Una vez lo calculé, y hago unos 120 kilómetros al día, porque entre ir y volver a buscarles, comer, llevarles a extraescolares... En total, gasto al año 5.000 euros en kilometraje solo en eso. Vamos, que me da para pagarles un máster”, bromea. Por el pueblo sí pasa un autobús escolar, pero los lleva a otro colegio con un número reducido de alumnos y peor nivel educativo, del que varios padres tuvieron que sacar a sus hijos por problemas con el centro. “Cuando vives en el medio rural, se te quita el derecho a la libre elección: pierdes el transporte, el derecho a becas… todo”.

placeholder En Sayatón sólo hay empadronados seis niños. (M. Z.)
En Sayatón sólo hay empadronados seis niños. (M. Z.)

Pero el trayecto escolar no es la única odisea que atraviesa en su vida cotidiana. Si alguno de ellos se pone enfermo, tiene que llevarlos hasta su médico de cabecera, sea donde sea que le toque pasar consulta ese día: “Sería tan sencillo como llevarlos a Pastrana, donde sí hay centro médico, pero me dicen que no me corresponde, así que tengo que estar 'buscando a Wally' por una cuestión simplemente burocrática”. A pesar de que muchas gestiones, como la tramitación de la PAC, tiene que hacerlas por internet, la conectividad también está tardando en llegar hasta aquí. “El otro día, para actualizar Windows, estuve 15 horas. Nadie puede plantearse, por ejemplo, vender aceite o quesos por internet, que puede ser una salida para muchos agricultores de por aquí”.

Lo que no es normal es que en estas zonas estén más protegidas las aves que los niños

En Sayatón solo hay cuatro familias jóvenes, y tres de ellas están ligadas a la agricultura, a pesar de las dificultades que también en esto atraviesan, por el entorno en el que se encuentran. Sus tierras están rodeadas por áreas protegidas por la Red Natura 2000 y la Ley de Montes, lo que condiciona mucho, asegura María Ángeles, su trabajo. “Somos cinco personas trabajando la tierra y tenemos a dos agentes forestales detrás. Si queremos cultivar una zona con pinos, por ejemplo, no te dejan. Vamos a ver, si estoy generando riqueza en el entorno, ¡planta los pinos en otro lado! Pero déjame ampliar mi explotación y crecer, porque al final también estamos haciendo una labor de conservación contra incendios que de otra forma tendría que hacer la Junta gastando muchísimo dinero. Nosotros lo hacemos a coste cero simplemente porque estamos trabajando la tierra. Hay que buscar un equilibrio, lo que no es normal es que en estas zonas estén más protegidas las aves que los niños”.

Las tierras de María Ángeles son de cebada y de olivo ecológico, lo cual, reconoce, no le ha aportado prácticamente ninguna ventaja a pesar de resultar más respetuoso con el medio ambiente. Las saca adelante a medias con su marido y un trabajador que tienen contratado. De hecho, fue la primera mujer de Guadalajara en estrenar la Ley de Titularidad Compartida, que por primera vez reconocía el reparto equitativo de los rendimientos de la labranza a ambos miembros de una pareja. Por eso, reivindica el papel de las mujeres en el mundo rural: “Somos las que decidimos dónde se establece la vivienda familiar. Si no te amoldas a vivir en un sitio donde no hay colegio, médico, reconocimiento laboral… te vas. Hay que mimarnos, porque somos un motor en zonas como esta”.

De 800 a 50 personas

Entre Madrid y Sayatón hay poco más de 90 kilómetros, que se extienden en casi dos horas de viaje por carreteras desgastadas, dos peajes, glorietas interminables y puentes de piedra por donde solo entra un coche —y despacito—. Al llegar, la voz del GPS marca la ruta por la calle del Generalísimo, girando después por la del general Mola, o bien atravesando la de José Antonio. Hace tan solo un año que esta comarca cambió los rótulos de sus calles, pero Google Maps también se ha olvidado de actualizar el pueblo a la democracia.

Lo cierto es que los sayatoneros más veteranos están acostumbrados a que, en lugar de avanzar, su pueblo no haga más que retroceder en el tiempo, y hacen recuento con nostalgia de lo que un día fueron sus calles: “Aquí ha habido tres tiendas, dos colegios, tres bares… Hasta podías ir en tren a Madrid. Lo cogías aquí y te llevaba al Hospital del Niño Jesús, aunque tardabas cinco o seis horas, eso sí”, recuerda Julia Lago, una jubilada que ha vivido toda la vida en el pueblo.

placeholder Julia y Teresa Lago, con una fotografía de cuando el pueblo pasaba épocas mejores. (M. Z.)
Julia y Teresa Lago, con una fotografía de cuando el pueblo pasaba épocas mejores. (M. Z.)

También había un autobús diario a Madrid, cuya frecuencia pasó con el tiempo a tres veces por semana. Después, uno solo los fines de semana, y finalmente se suprimió. Lo mismo ha pasado con la línea que los acercaba a Guadalajara, por lo que ahora mismo no hay ningún medio público de transporte que los conecte con ninguna gran población. “Los más mayores nos piden que los acerquemos cuando bajemos a algún pueblo de la zona, y aprovechan para ir a la peluquería, o para hacer gestiones”, añade María Ángeles.

Tampoco hay ningún cajero en todo el municipio, por lo que el cobro de los pensiones se resuelve de una manera bastante peculiar: una vez al mes, el director de algún banco de la comarca va pueblo por pueblo con dinero en metálico avisando a los clientes para entregarles el dinero de su pensión. Por motivos de seguridad, nunca saben qué día es hasta que les avisa un rato antes. “En mi caso, porque todavía puedo conducir, pero aquí en cuanto no puedes manejarte solo, no puedes vivir”, se queja Julia. Incluso la asociación de jubilados lleva años cerrada, a pesar de que la mayoría de su población supera los 70.

Lejos han quedado ya los años en que aquí vivían hasta 800 personas en la década de los cincuenta y el pueblo bullía con las festividades locales. “Había un día que mandábamos las mujeres en el pueblo. Nos vestíamos de azul y blanco, los colores de nuestra peña, y elegíamos a una alcaldesa y todo. Los hombres tenían que cocinar y hacer las tareas de la casa. Era como el Día de la Mujer, solo que lo hacíamos en agosto para que viniera más gente”, recuerda Teresa. “Pero a las 12 se acababa”, responde su hermana Isabel, que una vez ejerció de alcaldesa por un día. “Bueno, algo es algo”, contesta.

Hace 30 años que no se celebra, aunque conservan con cariño las fotografías anuales que se hacían. “Esta ha muerto ya, esta también, esta se fue del pueblo...”, rememoran en torno a una mesa camilla mientras ven la televisión. Como en muchos pueblos de alrededor, el despoblamiento se aceleró con el cierre de la central nuclear de Zorita, la primera que hubo en España, que dio empleo a muchos alcarreños hasta su cierre en 2006. "Durante mucho tiempo dio mucho dinero, pero nadie hizo nada para buscar un futuro cuando se acabase", se queja Julia.

placeholder Ivanna y Gonzalo regentan el reabierto bar del pueblo. (M. Z.)
Ivanna y Gonzalo regentan el reabierto bar del pueblo. (M. Z.)

Gonzalo e Ivanna, una pareja de uruguayos, han sido los últimos en llegar en mucho tiempo, recién aterrizados de su país al vasto paisaje de la despoblación. Regentan el reabierto bar, aunque no se han instalado en el pueblo sino en otro de la zona donde vive el hermano de él. “Nos contaron que estaban buscando gente para abrirlo y decidimos intentarlo, llevamos tres semanas y la verdad es que la acogida está siendo buena, pero el papeleo es complicado”, cuenta en el bar, con todas las mesas desiertas.

“Yo entiendo que económicamente no es viable que en un pueblo tan pequeño haya de todo. No pido eso, pero sí creo que hay puntos intermedios que se pueden fomentar”, añade María Ángeles, quien propone, por ejemplo, ventajas fiscales para quien decida mudarse a un pueblo con problemas demográficos, como ya ocurre con las Canarias o en Laponia. También gestos políticos, como que las consejerías no estén tan centralizadas en las capitales autónomas para dispersar así la presencia funcionarial —y con ella la actividad económica que genera— por el territorio. “Los agricultores somos los últimos en irnos del medio rural porque somos los únicos que podemos dar empleo”, continúa. “Aquí no va a venir la Nissan, ni Coca-Cola, y por eso creo que hay que ponernos más en valor. Somos un eslabón más en la gran cooperativa de la sociedad. Al final, estamos trabajando para todos, y sin leer noticias puedes pasar unos días, pero no sin comer”.

Para vivir en Sayatón, Guadalajara, es importante tener el calendario a mano. Los lunes viene el frutero; los miércoles, el de los congelados; una vez al mes, el carnicero, y media hora al día, el panadero. El médico pasa consulta solo una hora a la semana, y el bar, en lugar del menú, tiene escrito en su pizarra un reducido horario de apertura (aunque se pasa la mayor parte del tiempo vacío).

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