Es noticia
"No puedo más, tengo que dispararte": tres años de infierno por un marido celoso
  1. España
historias de tribunales

"No puedo más, tengo que dispararte": tres años de infierno por un marido celoso

Cuando el niño comenzó la guardería, el padre cambió. Se volvió violento y celoso, contrató un detective y sometió a su mujer al polígrafo. Estaba convencido de que le era infiel

Foto: Ilustración: Ajubel
Ilustración: Ajubel

Ana y Juan Luis comenzaron una relación sentimental en 1997. Tres años después, se fueron a vivir juntos. Más allá de las discusiones propias de una pareja normal, lacosaentre ambos ibabien. En 2007, de hecho, tuvieron un bebé. Disfrutabanponiendo pañales y dando biberones. Pero todo cambió cuando el pequeño cumplió tres años y empezó a ir a la guardería.

En el corazón del padre nacieron de repente unos sentimientos inesperados que a su vez provenían de ideas inventadas. Juan Luis fue generando en su cabeza una realidad paralela que se creía a pies juntillas y que ni siquiera la evidencia desmontaba: su mujer le era infiel y nadie podía convencerle de lo contrario.Según la Sección 27 de la Audiencia Provincial de Madrid, que ha juzgado el caso, el hombre desarrolló unos “celos infundados”.

El nuevo Juan Luis, añade el tribunal, “fue volviéndose más y más agresivo” conforme avanzaban los días. Centró su vida en tratar de controlar a su pareja "de manera enfermiza y con una actitud dominante”. La llamaba “insistentemente” al trabajo para ver con quién estaba e incluso se personaba en su empresa. En una de estas ocasiones, fue hasta su puesto y la empujó mientras lainsultaba. “Zorra, reputa, puta”, le gritó al tiempo que la agarraba del pelo y la arrastraba por la oficina.

Su desconfianza hacia la mujer era tal que incluso llegó a someterla al polígrafo hasta en dos ocasiones para convencerse de que le era fiel. La pobre, que accedió porque pensaba que podría ser el modo de acabar con la insoportable situación, pasó la prueba. Sin embargo, ni siquiera esa humillación fue suficiente para Juan Luis, que decidió llevar varias prendas de ropa interior de su mujer a un laboratorio de análisis de ADN con el fin de comprobar si había restos de otro hombre, extremo que tampoco confirmó la denigrante prueba.

A través de un duplicado de tarjeta telefónica, logró que todas las llamadas y mensajes que ella recibía entraran también a su terminal

El hombre incluso llegó a contratar a un detective para ver si Ana le era infiel. El agente privado siguió a la mujer durante cinco días, pero no observó ningún comportamiento sospechoso. Sin embargo, según dijo el propio detective, el condenado “seguía en plan cabezota, diciendo que sí, que sí, que seguro que ella le era infiel”.

Pero Juan Luis estaba obsesionado y ni siquiera las evidencias le sacaban de sus trece. A través de un duplicado de tarjeta telefónica, logró que todas las llamadas y mensajes que ella recibía entraran también a su terminal, con lo que el hombre conocía en todo momento quién se ponía en contacto con su mujer en una suerte de vigilancia obsesiva insoportable que la víctima únicamente sobrellevaba gracias a su “potente actitud”, su “estabilidad emocional” y su “positiva visión de las cosas”, características que le atribuyó la psicóloga forense durante el juicio celebrado en la Audiencia Provincial.

Sin embargo, Ana no era de condición sobrehumana. Poco a poco fue generando un “estado de ansiedad”, como lo define el tribunal, provocado por el “clima de control y sometimiento” creado por su pareja. Según la declaración de la misma psicóloga, perdió autoestima, se distanció de los demás, comenzó a tener miedo.

Por eso Ana decidió salir del piso que compartía con Juan Luis y mudarse a casa de su madre en abril de 2012. Estuvo allí dos meses escasos que se tornaron incluso peores que los anteriores. Juan Luis intensificó su consumo de alcohol y droga, pero también aumentaron sus celos durante ese periodo. La llamaba insistentemente cada día. Una vez incluso le pegó un puñetazo en unojo después de que éste fuera a verla a casa de su madre.

Ana decidió salir del piso que compartían. Juan Luis intensificó su consumo de alcohol y droga, pero también aumentaron sus celos durante ese periodo

Aun así, ella volvió con él. Según la hermana de la víctima, había cogido el “síndrome de Estocolmo”. Pero no regresó por mucho tiempo. La vuelta a la convivencia duró cuatro meses. Hasta el día en el que el hombre se presentó en el trabajo de su pareja y comenzó a gritar a todo el mundo. “Que os enteréis todos, que mi mujer es una puta y una zorra y se está follando a todos”, dijo. Ese mismo día, Ana se marchó para siempre.

Las amenazas aumentaron de tono entonces y Juan Luis pasó a meter a su hijo por medio. Un día le dijo que se iba a “llevar al niño al extranjero y que no le iba a volver a ver más”. Otro día cogió un martillo y le amedrentó. “El día que te pille con otro, ya sabes lo que te puede pasar”, le intimidó. A veces se pasaba tardes enteras llamándole o profiriendo insultos contra ella en la puerta de casa de su madre.

Hasta que Ana denunció. El juez de Violencia contra la Mujer número 6 de Madrid prohibió a Juan Luis que se acercara a menos de 500 metros de su expareja y que se comunicara con ella hasta que hubiera sentencia firme. El magistrado también entregó la guarda y custodia del hijo a Ana, así como la vivienda familiar. Tan solo permitía que el padre se llevara al niñofines de semanas alternos, pero siempre que una tercera persona fuera la que entregara y recogiera al chico.

Fue precisamente en uno de esos fines de semana cuando Juan Luis desencadenó toda su ira. El 16 de febrero de 2013, el hombre dejó al niño en casa de su abuela paterna y se trasladó a su domicilio. A pesar de que no podía acercarse a Ana, la llamó por teléfono y le dijo que fuera a recoger al pequeño. Ella accedió, pero le indicó que bajara al chico al portal. El corazón de Juan Luis hervía en celos irracionales. A las 14 horas, la mujer estaba esperando en la puerta cuando de repente observó cómo llegaba su expareja en una furgoneta Citroën Berlingo. El niño no venía con él. De ahí que ella decidiera darse la vuelta y regresar por donde había venido.

'No puedo más, tengo que dispararte', le dijo el hombre, quien se bajó del vehículo, sacó una pistola de su chaqueta y apuntó a la madre de su hijo

Sin bajarse del vehículo, Juan Luis le pidió que se quedara para hablar. Ella se negó y se fue andando. Él no cejó en el intento. Hizo una maniobra y la adelantó con rapidez, momento en el que una de las ruedas reventó. Mientras, ella seguía su camino. “Déjame en paz, no tengo nada que hablar contigo”, le respondió. “No puedo más, tengo que dispararte”, le dijo el hombre, quien se bajó del vehículo, sacó una pistola de su chaqueta y apuntó a la madre de su hijo.

Ana no se dio la vuelta. Juan Luis vació el cargador en la espalda de la mujer, que sintió alivio mientras esto ocurría, porque ahí parecía acabar su personal suplicio. Los médicos detectaron cinco orificios de entrada, pero solo dos de salida. Las otras tres balas se habían incrustado en órganos vitales. Los servicios de emergencias la intubaron y la trasladaron al hospital. Lograron salvarle la vida. Ana era dura además de positiva.

En paralelo, tras los disparos, Juan Luis volvió a la cabina de su furgoneta. Con la rueda reventada, huyó cual forajido tras un atraco, adelantó a varios coches, se deshizo de la pistola y de su tarjeta de teléfono, quizá pensando en que era la herramienta que usaría la Policíapara localizarle. Luego aparcó junto a la casa de su madre, subió a por su hijo y ambos viajaron hasta Benalmádena, donde cambió la matrícula de su furgoneta por las placas de un coche robado el día anterior. Sin embargo, esta treta no fue suficiente para engañar a la Policía, que le detuvo al día siguiente en la Costa del Sol.

Juan Luis (nombre figurado, como el de Ana)padecía “un trastorno de ideas delirante, de tipo celotípico, que afectaba levemente a sus facultades volitivas”. Así lo determinó la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, que ha condenado al celoso a algo más de seis años de prisión, así como a abonar 73.000 euros en concepto de indemnización a la víctima. La sala le considera culpable de los delitos de amenazas, tenencia ilícita de armas, maltrato habitual, falsedad documental y quebrantamiento de medida cautelar.

Ana y Juan Luis comenzaron una relación sentimental en 1997. Tres años después, se fueron a vivir juntos. Más allá de las discusiones propias de una pareja normal, lacosaentre ambos ibabien. En 2007, de hecho, tuvieron un bebé. Disfrutabanponiendo pañales y dando biberones. Pero todo cambió cuando el pequeño cumplió tres años y empezó a ir a la guardería.

Audiencia Provincial de Madrid ADN
El redactor recomienda