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Del Barcelona Plaza Financiera a un coworking tecnológico: el final del cuento
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Del Barcelona Plaza Financiera a un coworking tecnológico: el final del cuento

La Bolsa de Barcelona dejó de existir hacía mucho. Pero políticos y financieros hicieron mucho para convertirla en el centro de una ficción que se ha acabado esta semana

Foto: Destrozos en la Bolsa de Barcelona en una manifestación por Pablo Hasel. (EFE)
Destrozos en la Bolsa de Barcelona en una manifestación por Pablo Hasel. (EFE)
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Todas las buenas historias comienzan con un crimen y acaban con una decepción. Y esta es una buena historia. Tan real que se basa en una ficción. Cuenta la historia de una ciudad que quiso pintar algo en el mundo de las finanzas y que acabó topándose de bruces con la realidad. Es la historia de los últimos 30 años de Bolsa de Barcelona. Atención, spoiler: los sueños de grandeza acaban en un coworking. La tecnología y el mundo start-up se acaba apoderando de lo que iba a ser el templo de los financieros. Por el camino, millones de euros de dinero público solo para alimentar un sueño.

Primero el crimen, para cumplir con el canon. Cuando el arriba firmante fue a comer en 1990 con Antoni Negre i Villavechia en el Cercle del Liceu, el que luego sería presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona se presentó así: "En Barcelona hay seis apellidos importantes y yo tengo dos".

Nada hacía sospechar que aquel hombrecillo amable y de corte conservador jugaría tan fuerte. Pero lo hizo. En 1994, la Cámara de Comercio de Barcelona inscribió a traición en el registro como de su propiedad el edificio de Llotja de Mar, donde ambas entidades compartían sede y cuya titularidad se compartía de forma tácita desde hacía un siglo entre la Cámara, la Bolsa y el Estado español.

Como Cataluña siempre ha sido peculiar, a todo el mundo le pareció bien. La Generalitat acabó avalando la inscripción. Bueno, en realidad le pareció bien a casi todo el mundo. El presidente de Bolsa de Barcelona, Joan Hortalà, montó en cólera y amenazó con demandas. Pero el conseller de la época, Artur Mas, decidió que un robo taparía otro. Solo que esta vez se metería la mano en el bolsillo de todos los catalanes. La Generalitat se gastó 7.000 millones de pesetas de la época —42 millones de euros— para comprar a la Agrupació Mutua el edificio de Passeig de Gràcia, 19, y se cedió el usufructo de los bajos y la primera planta a la operadora de mercados bursátiles. A cambio de esto, Bolsa de Barcelona renunció a abrir procesos legales contra la Cámara de Comercio.

El mundo start-up ha dado una salida honrosa a décadas de ensoñación financiera

Hubo paz. Una paz cara, pero paz al fin y al cabo. Hortalà ocupó un despacho en el Passeig de Gràcia durante más de veinte años en calidad de presidente de Bolsa de Barcelona. Y sobre el edificio pivotaron toda una serie de ficciones. La principal, la iniciativa Barcelona Plaza Financiera: diversos proyectos en los cuales se volcó buena parte de la inteligencia convergente y diversos poderes fácticos para mantener una determinada relevancia en un mundo de las finanzas que ya miraba de manera descarada hacia Madrid.

Se aspiró a que el BCE tuviese la sede en Barcelona, cosa que la realidad macro y la política comunitaria, frustró; se intentó que la capital catalana centralizase el mercado de futuros MEFF, proyecto que murió con la entrada de España en el euro. Se pretendió que las entidades catalanas apostaran por Cataluña, pero Josep Vilarasau fue el primero que se llevó la mesa de dinero de La Caixa a Madrid. Hortalà intentó que el 15% de la operativa de las entidades se apuntase a Barcelona. Había boxes con sociedades de valores, pero que cada vez tenían menos sentido en el mundo de Bloomberg y sus terminales con transacciones en tiempo real. Se quiso jugar con la negociación de la deuda de la Generalitat, pero la crisis de 2010 expulsó los títulos de cualquier mercado y los bonos catalanes acabaron rescatados por el FLA.

Realidad y ficción

La realidad se iba imponiendo, pero en la ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza, como en la literatura, las ficciones tienen siete vidas y una salud de hierro. Passeig de Gràcia 19 era una cáscara vacía. Pero todo el mundo siguió jugando a que allí pasaban cosas financieras. La izquierda gobernó la Generalitat con el tripartito, pero había sido la primera en apuntarse a la historia. Los manifestantes de la época de la crisis en la era Podemos atacaban la fachada del edificio o se manifestaban enfrente. En 2021, cuando ya resultaba evidente que cualquier pretensión de relevancia financiera era vana, se intentó quemar la fachada en una protesta. La izquierda no desenmascaraba a la derecha, sino que compraba su marco mental a cambio tan solo de sentirse bien.

En 2020, Eduardo Ansaldo sustituía a Hortalà como presidente ejecutivo de Bolsa de Barcelona, con lo que la obra de teatro perdía a su actor principal. Ese mismo año la OPA de Six Group sobre BME llegaba a su fin. Desde Madrid se había tolerado una leyenda que hacía felices una clase política y empresarial catalana al abogar porque podía tener un rol financiero, pero desde Zúrich la historia se tornaba absurda. La última ancla, la del consejero catalán en BME, al fin y al cabo una empresa del Ibex, se iba al garete.

Salida honrosa

La salida honrosa ha sido muy catalana. Lo primero, hacer ver que todo lo anterior no ha pasado. Y luego agarrarse a lo que sí ha funcionado durante todo este tiempo, el tejido de start-ups y de emprendedores vinculados a la innovación. Se han generado unicornios en Barcelona, como Glovo, Wallbox o Wallapop. Así que la Generalitat optó por darle otro uso al edificio, tras décadas de subvencionar a sus inquilinos.

La administración catalana ha adjudicado el uso del inmueble a Attico para convertir el edificio en un coworking a cambio del pago de 224.240 euros anuales. Se dará prioridad a los proyectos financieros, pero la base será tecnológica. Eso y el crear comunidad, que ha dado muy buenos resultados.

El contrato entre Attico y la Generalitat durará seis años. Mucho menos que los treinta que le ha costado a Cataluña asumir la realidad. No tenía que haber sido tan tortuoso. Lo siento, es una buena historia y había que acabar con una decepción. A todos esos prohombres y políticos les hubiera bastado con mirar el callejero. En Barcelona el Pasaje de la Banca es un callejón estrecho que al final de les Rambles solo lleva al Museo de Cera.

Todas las buenas historias comienzan con un crimen y acaban con una decepción. Y esta es una buena historia. Tan real que se basa en una ficción. Cuenta la historia de una ciudad que quiso pintar algo en el mundo de las finanzas y que acabó topándose de bruces con la realidad. Es la historia de los últimos 30 años de Bolsa de Barcelona. Atención, spoiler: los sueños de grandeza acaban en un coworking. La tecnología y el mundo start-up se acaba apoderando de lo que iba a ser el templo de los financieros. Por el camino, millones de euros de dinero público solo para alimentar un sueño.

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