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La España que se extinguió el día que Sacyr vendió sus últimas acciones de Repsol
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Fin de una época

La España que se extinguió el día que Sacyr vendió sus últimas acciones de Repsol

La salida de Sacyr del capital de la petrolera, 16 años después del intento de Del Rivero por controlarla, simboliza el ocaso de una etapa convulsa para la economía española

Foto: Luis del Rivero (i) junto a Antonio Brufau (d) en 2011. (EFE/Ballesteros)
Luis del Rivero (i) junto a Antonio Brufau (d) en 2011. (EFE/Ballesteros)
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Fue durante una reunión de Seopan, en el año 2005, cuando Luis del Rivero, a la sazón presidente de Sacyr, defendió el potencial de los constructores españoles al afirmar que "los tienen como el caballo de Espartero". Si alguien entonces guardó alguna duda sobre a qué se refería el empresario murciano, seguramente las despejaría poco más de un año después, en los últimos compases de 2006, cuando su empresa se convirtió en el máximo accionista de Repsol, con una participación del 20%, valorada entonces en alrededor de 7.000 millones de euros.

En apenas 20 años, aquel pequeño grupo formado por antiguos trabajadores de Ferrovial para enfocarse en la obra civil, bajo el nombre de Sociedad Anónima Caminos y Regadíos (renombrada como Sacyr en 1991), se había convertido en uno de los grandes nombres del Ibex. No solo como una de las firmas de referencia dentro de la construcción en España y a escala internacional, sino también con ramificaciones hacia los negocios más diversos, como quedaba en evidencia con su irrupción en el capital de Repsol o, aún más llamativamente, con su intentona frustrada dos años antes de tomar el control de BBVA.

Por descabellado que pueda parecer ahora que una constructora pretendiera controlar la mayor petrolera del país o uno de los principales bancos, lo cierto es que los movimientos de Sacyr forman parte de una corriente más general, en la que las grandes empresas de construcción se envolvieron en aventuras igualmente singulares.

Foto: Logo de Naturgy en su sede de Madrid. (EFE)

Sin ir más lejos, en 2005, la ACS de Florentino Pérez había hecho entrada en el sector energético español adquiriendo una participación del 24% en Unión Fenosa, que luego elevaría hasta el 45%, y que le serviría como cabeza de puente para la que sería, ya en 2006, su gran acometida: el intento de controlar Iberdrola, que derivaría en una tensa guerra con los gestores de la eléctrica vasca, con su presidente Ignacio Sánchez Galán a la cabeza.

En paralelo, Acciona se involucraría en la lucha por las riendas de Endesa, al convertirse en septiembre de 2006 en el máximo accionista del grupo, con un 10% de las acciones, por un valor 3.888 millones de euros. Y, mientras, Ferrovial se lanzaba a una macrooperación exterior con la compra de BAA, el mayor gestor de aeropuertos del mundo, por 14.600 millones de euros.

Aquellos eran los años de la burbuja de la construcción y el inmobiliario, que se venía alimentando desde varios lustros atrás y que había recibido un empujón crítico con la lluvia de dinero que llegaba desde Europa. Los grandes empresarios del sector, los señores del ladrillo, avanzaban a lomos de una ola de prosperidad que no solo engordaba sus cuentas, sino también su influencia política. De hecho, buena parte de aquellos movimientos difícilmente podrían entenderse sin la aquiescencia —cuando no el patrocinio— de los gobiernos de turno. De hecho, se ha repetido con frecuencia que el asalto de Sacyr a BBVA estuvo auspiciado por el entonces ministro de Industria, Miguel Sebastián.

Aquellas operaciones contaron al menos con la aquiescencia del poder político

La entrada en el euro había abierto un nuevo periodo de oportunidades e incertidumbres para la economía española, con las empresas patrias tratando de abrirse un hueco en el exterior al tiempo que luchaban por no verse engullidas por el capital internacional, una clave que puede explicar la favorable acogida que dieron en primera instancia los gestores de Iberdrola y Repsol a los movimientos de ACS y Sacyr, respectivamente (su entrada suponía una especie de protección frente a posibles opas desde el exterior).

Para entonces, además, las primeras señales de desaceleración en algunos ramos de la construcción (principalmente, en el inmobiliario) y las expectativas de que más pronto que tarde Europa cerraría el grifo de los fondos que aportaba al desarrollo de la economía española —lo que sin duda iría en detrimento de las obras públicas— aconsejaban a los gestores de la industria a diversificar al máximo sus negocios, en aras de apuntalar los ritmos de crecimiento a los que se habían acostumbrado en los años precedentes.

"Vivimos una etapa de locura extrema en todos los sentidos: era facilísimo endeudarse, la economía estaba sobrecalentada, los promotores inmobiliarios estaban endiosados y los políticos todavía más, convencidos de que todo valía", resume Enrique Quemada, presidente de OnetoOne Corporate Finance.

Foto: Manuel Manrique presidente de Sacyr. (EFE)

El papel de la banca fue, sin duda, crucial en aquel capítulo, inexplicable sin las facilidades de financiación que soportaban aventuras empresariales de ese calado. Sin ir más lejos, la factura de 6.000 millones de la compra del 20% de Repsol fue cubierta mayoritariamente (algo más de 5.000 millones) con un crédito otorgado por un sindicato de bancos, liderados por Santander. "Poco antes, Sacyr había intentado controlar BBVA y Repsol estaba en manos de La Caixa. En el capital de Sacyr tendrían presencia Bankia y otras cajas de ahorros. Es decir, Sacyr se prestó a ser instrumento de una lucha de poder en la sombra de las grandes entidades financieras. Creo que este factor fue más importante que el político, que a veces se ha señalado", explica José Luis García Ruiz, catedrático de Historia Económica de la Universidad Complutense de Madrid.

Los excesos cometidos entonces no tardarían en quedar de relieve con el estallido de la crisis financiera internacional y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria en España (un lado más turbio saldría a la luz posteriormente, con la judicialización de muchas de las operaciones señaladas). Y las ingentes deudas acumuladas durante los años de bonanza pasaron a resultar onerosos lastres para la práctica totalidad de las grandes constructoras nacionales, llevando a varias de ellas a situaciones límite.

Lo que se presentó como una crisis global acabó dejando una huella especialmente profunda en la economía española. Y en ello no fue menor el descalabro experimentado por estas compañías. "En todo Occidente hubo un desplazamiento de los capitales de las actividades industriales hacia la construcción (pensemos en las hipotecas subprime en Estados Unidos), pero el caso español fue el más notorio y, por ello, la crisis financiera fue también la más costosa", apunta García Ruiz.

placeholder Luis del Rivero junto a Manuel Manrique. (EFE/Zipi)
Luis del Rivero junto a Manuel Manrique. (EFE/Zipi)

En ese contexto general, el caso de Sacyr sería uno de los más significativos y en ello tuvo mucho que ver la singular personalidad de su entonces presidente, Del Rivero. A finales de 2007, el empresario murciano concedió una entrevista al diario 'El País' en la que presumía de haber realizado durante los cuatro años anteriores inversiones de hasta 12.000 millones de euros, en un periodo en que las ganancias del grupo apenas alcanzaron los 2.200 millones.

Para quien en su momento llegó a despreciar los análisis de las agencias de rating ("el único rating que importa es el crédito del banco", llegó a decir) y había asegurado que "el dinero no es problema para comprar lo que queramos", no parecían existir los límites financieros. Además de los movimientos en BBVA y Repsol, el grupo acometió operaciones de gran ambición, como la absorción de la promotora Vallehermoso o el intento de tomar el control de la firma francesa Eiffage. "En el ambiente de euforia previo a la Crisis Financiera Global se produjeron reestructuraciones, pero no tan arriesgadas y desnortadas como las protagonizadas por la Sacyr de Del Rivero", considera García Ruiz.

Pero lo que con retrospectiva se lee con facilidad como una estrategia temeraria pasó entonces por una ambición admirable. En sus dos primeros años como presidente de la compañía (entre noviembre de 2004 y noviembre de 2006), el precio de las acciones de Sacyr se disparó casi un 400%, llevando su valor de mercado por encima de los 15.000 millones de euros.

Foto: Sede central de Sacyr en Madrid. (Sacyr) Opinión
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Pocos podían imaginar entonces el colapso hacia el que se dirigía el grupo de construcción. El estallido de la crisis puso en evidencia que el andamiaje sobre el que Del Rivero había levantado aquel gigante adolecía de numerosas fragilidades. Y entre ellas ninguna más clara que la participación de Repsol. La caída de los títulos de la petrolera puso en cuestión la capacidad de Sacyr de repagar el crédito con el que habían sido adquiridos. Y en su huida hacia adelante, el empresario murciano planteó en diversas ocasiones la venta de aquellas acciones (se llegó a especular con la rusa Gazprom) y más adelante concertó una alianza con la mexicana Pemex que acabó tensando las relaciones con La Caixa, el otro gran accionista de Repsol. A la postre, aquella aventura acabó precipitando su destitución, en octubre de 2011, abandonado por los otros grandes accionistas del grupo, Demetrio Carceller y Juan Abelló, y Manuel Manrique, su sustituto en la presidencia y uno de los hombres clave de Sacyr casi desde sus primeros días.

La salida de Del Rivero fue vista como un antes y un después, pero las secuelas de su gestión seguirían pesando largamente sobre el rumbo del grupo. A Manrique le tocaba gestionar una compañía que ya entonces había visto caer su valoración por debajo de los 2.000 millones de euros y acumulaba más de 12.000 millones de deuda. La venta poco después de la mitad de las acciones de Repsol a la propia petrolera solo supuso un alivio temporal en una marcha convulsionada también por los problemas derivados de la gran obra del Canal de Panamá o el aeropuerto de Murcia.

En pleno declive, simbolizado en su expulsión del Ibex 35 en junio de 2016, su nuevo equipo gestor hizo de la necesidad virtud y a medida que sellaban las heridas provenientes del pasado emprendía una estrategia de reorientación del grupo. Olvidándose de los megaproyectos ambiciosos que caracterizaron su actividad durante la primera década del siglo, la Sacyr de Manrique ha ido avanzando al trantrán (como solía presumir Del Rivero de hacer las cosas) a centrarse en sus negocios más 'core' y, especialmente, en la gestión de infraestructuras, en un proceso que engarza con una tendencia global en el mundo de la empresa hacia la desarticulación de los grandes conglomerados y la preferencia por la especialización.

A medida que sellaban las heridas provenientes del pasado, emprendía una estrategia de reorientación del grupo

Esta semana, la venta del último paquete de acciones de Repsol que mantenía bajo su propiedad ha simbolizado el fin de una época para Sacyr. Y el anuncio este jueves de su reingreso en el Ibex 35 ha caído como la confirmación del nuevo horizonte que se abre para el grupo constructor. Una compañía mucho más pequeña de lo que llegó a ser (su capitalización actual se sitúa por debajo de los 1.700 millones de euros, pero con un negocio mucho más saneado y estable, que ha logrado recobrar la confianza del mercado (todas las firmas de análisis que cubren el valor aconsejan comprar sus títulos).

"Me alegra que haya sido elegida para volver al Ibex. Porque la Sacyr de ahora es una empresa muy bien gestionada, centrada exclusivamente en su propio negocio", observa Javier Niederleytner, profesor del Máster en Bolsa y Mercados financieros del IEB.

La venta de las acciones de Repsol por parte de Sacyr simboliza el fin de una época, no solo para la propia constructora sino para la economía española. Una época que alimentó ensoñaciones grandiosas pero que dejó un duro despertar para el país. La época "del pelotazo, en la que las operaciones económicas parecían más dictadas por el interés político que por el económico. Por suerte, ese periodo parece haber quedado atrás y ya no hemos vuelto a ver un movimiento parecido a lo que fue el de Sacyr en Repsol", sentencia Niederleytner.

Fue durante una reunión de Seopan, en el año 2005, cuando Luis del Rivero, a la sazón presidente de Sacyr, defendió el potencial de los constructores españoles al afirmar que "los tienen como el caballo de Espartero". Si alguien entonces guardó alguna duda sobre a qué se refería el empresario murciano, seguramente las despejaría poco más de un año después, en los últimos compases de 2006, cuando su empresa se convirtió en el máximo accionista de Repsol, con una participación del 20%, valorada entonces en alrededor de 7.000 millones de euros.

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