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'Uni' de ricos y 'uni' de pobres: la avería de la meritocracia empieza antes de pisar las aulas
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SEGÚN EL MAYOR ESTUDIO HECHO EN ESPAÑA

'Uni' de ricos y 'uni' de pobres: la avería de la meritocracia empieza antes de pisar las aulas

El nivel socioeconómico de los padres marca la carrera que eligen sus hijos, su desempeño académico, si pueden matricularse en otra ciudad y hasta si lo hacen a tiempo parcial

Foto: Universidad Pompeu Fabra. (EFE/Quique García)
Universidad Pompeu Fabra. (EFE/Quique García)
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En España el acceso a la universidad no es un problema, pero unos llegan en Ferrari y otros tras un largo trayecto en transporte público. Nuestro país está por encima de la media de los más ricos en porcentaje de población de entre 25 y 34 años con estudios superiores, y roza la regla de oro del 50%, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Sin embargo, no todos los jóvenes viven la misma experiencia en el campus, y esa asimetría marcará su vida y sus oportunidades profesionales para siempre. Hay uni de ricos y uni de pobres: la avería de la meritocracia empieza incluso antes de pisar las aulas.

Como gran parte de la desigualdad, la que afecta a los universitarios españoles es principalmente heredada. Viene de sus padres, y ahora ya no condiciona tanto como antes si pueden estudiar o no, pero sí qué estudian y en qué condiciones lo hacen. Las diferencias son reseñables, según la mayor investigación sobre este asunto realizada hasta la fecha en nuestro país, que acaba de publicar el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades (puede consultarla aquí).

Los expertos del Sistema Integrado de Información Universitaria (SIIU) —un proyecto creado en 2010 que está revolucionando el acceso a las cifras en toda España, hasta entonces disgregadas por comunidades autónomas— han cruzado los datos de casi un millón de alumnos matriculados en el curso 2017-2018 con las características socioeconómicas de sus progenitores proporcionadas por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Se han tenido en cuenta dos: su nivel de estudios y su ocupación. Tras años de trabajo, ahora los resultados por fin vez la luz en un informe de 98 páginas que deja al desnudo algunas de las carencias del sistema.

Varias de las principales conclusiones no deberían sorprender a nadie: los hijos de las clases medias y bajas van más a la universidad pública, los hogares acomodados y con mayores estudios aportan la mayor cantidad de alumnos a la privada, los perfiles familiares altos tienen un mejor rendimiento académico, la tasa de abandono es superior entro los perfiles familiares bajos y los estudiantes con padres sin títulos universitarios están más becados. Sin embargo, el estudio corrobora una hipótesis mucho menos intuitiva: el nivel socioeconómico de los padres influye en las carreras que eligen los hijos.

El 82% de los alumnos de Medicina tiene al menos un progenitor con estudios superiores

Los ricos, a ciencias; los pobres, a letras

El lugar común de que los listos van por ciencias y los burros por letras se hace realidad en su equivalente económico: los hijos de las clases altas eligen en mayor proporción las primeras carreras, y los de las clases bajas, las segundas. "Los alumnos con familias con perfiles altos tienen una mayor predisposición a matricularse en los ámbitos de ciencias, ingeniería, industria y construcción y ciencias de la salud, en especial Medicina. En cambio, los perfiles medios o bajos tienen más probabilidades de que se orienten a estudios de educación y artes y humanidades", destaca el informe. Otras carreras de ciencias de la salud, así como las de comunicación, informática o ciencias sociales no muestran sesgos apreciables.

El caso más extremo es el de Medicina. Hasta un 82% de los alumnos de este grado tiene al menos un progenitor con estudios superiores y solo un 11% viene de familias con ocupaciones bajas (operadores y trabajadores no cualificados) o que no participan en el mercado laboral. El contraste con Enfermería resulta muy notable, pese a pertenecer a la misma rama del conocimiento y atraer, teóricamente, a un perfil académico y profesional similar: solo 6 de cada 10 estudiantes tiene algún progenitor con estudios superiores y menos de la mitad de ellos, con ocupaciones altas. ¿A qué se debe esta diferencia?

La brecha entre Medicina y Enfermería ayuda a explicar por qué el mismo alumno robot tiene una mayor predisposición para acabar en una carrera o en otra en función de la familia de la que procede. Y, por tanto, a tener una carrera profesional y un sueldo muy diferente, que determinarán su movilidad en el ascensor social. No es tanto una cuestión de mérito como de posibilidades.

Foto: Foto: iStock.

Lucas Gortazar, investigador sénior en Educación del laboratorio de ideas EsadeEcPol, ofrece varias explicaciones posibles para este fenómeno. En primer lugar, la diferente herencia y cultura educativas de las familias. Aquellas de clase baja se conforman, en muchas ocasiones, con que su hijo sea el primer universitario, algo que ya es un gran logro, mientras que los hijos de padres con carrera tienen un nivel de exigencia muy superior, que en ocasiones se traduce en la necesidad de continuar la saga: muchos matriculados en Medicina son descendientes de médicos. Esto tiene su reflejo no solo a la hora de elegir carrera, sino de conseguir la nota que les permita acceder a esa carrera, a través de un sistema "que distribuye oportunidades de manera poco eficiente y no es fiable", destaca el experto: la selectividad.

La mayor información con que cuentan esas familias también favorece que sus hijos opten por estudios con mayor inserción laboral y, sobre todo, salarios más elevados. Un ejemplo: más de la mitad de los matriculados en carreras relacionadas con el trabajo social y la orientación, uno de los ámbitos peor pagados, no tiene ningún progenitor con estudios superiores.

Sin embargo, el punto clave de la distinción entre Medicina y Enfermería podría no ser el prestigio, ni siquiera el acceso a la información. Apunta más bien a otro hecho más injusto todavía: la duración de los estudios. Los primeros se prolongan durante seis años, a los que hay que sumar el MIR, mientras que los segundos solo durante cuatro. Como ocurre con los opositores, estudiar a lo largo de un período tan extenso no resulta factible para las familias pobres, que suelen tener una preferencia temporal más alta: están menos dispuestas a sacrificar logros presentes por otros futuros. En muchas ocasiones, es una cuestión puramente económica: necesitan resultados inmediatos, que la tesorería familiar empiece a generar (o, al menos, que no se vea resentida). Otras carreras de cuatro años, pero que presentan una gran dificultad y tienen estancias medias superiores a cinco, como las ingenierías, también muestran un sesgo favorable a las clases altas.

La mejora de la información, la reforma de la selectividad y el refuerzo del sistema de becas permitirían reducir la brecha

Muy relacionado con esto, la investigación corrobora que es más común que los alumnos de clases bajas estén matriculados a tiempo parcial. Aunque no existen datos que lo atestiguen, lo más probable es que esos universitarios reduzcan el número de horas lectivas para poder compaginar los estudios con un empleo que les permita costearlos. Esto, explica el experto de EsadeEcPol, dificulta que participen en actividades intelectualmente estimulantes fuera del ámbito estrictamente lectivo y entren en contacto con otros estudiantes que constituirán la élite del mañana.

Este tipo de redes favorecen el ascensor social y se dan más en las grandes ciudades, donde también existen mayores posibilidades laborales una vez se terminen los estudios. Sin embargo, no todo el mundo puede mudarse para estudiar. Según la investigación, en las provincias con menor oferta universitaria, un 60% de los alumnos se traslada: tienen un perfil familiar más alto y eligen ámbitos de estudio distintos a los que se ofertan en su misma provincia. Sin embargo, los perfiles familiares medios o bajos "tienen limitaciones en la elección del ámbito de estudio". En otras palabras: muchos se quedan en su terruño, estudiando lo que pueden, y no lo que quieren, mientras que los más afortunados pueden costearse una estancia lejos de casa para iniciar el programa académico —y vital— con el que siempre habían soñado.

La experiencia universitaria

"Hay experiencias universitarias de ricos y de pobres", destaca Gortazar. El investigador ha estado trabajando durante los últimos años con bases de datos que apuntan a que los alumnos de clases altas presentan una mayor propensión a estudiar en universidades premium, incluso dentro de la pública, como la Carlos III de Madrid, la Pompeu Fabra de Barcelona o la Pablo de Olavide de Sevilla. También a irse de Erasmus, e incluso a recalar en los destinos más prestigiosos dentro de los programas de intercambio. Lamentablemente, estos estudios necesitan una ingente cantidad de tiempo y recursos. De momento, constituyen un campo todavía sin explorar en España, lo que dificulta la comparación de los datos con los de otros países de Europa o con Estados Unidos, donde están mucho más desarrollados.

Foto: ¿Quién repite curso en España? (EFE/Ángeles Visdómine)

El experto no se atreve a concluir si la universidad española es más o menos igualitaria que la de su entorno, pero sí corrobora que su acceso es uno de los más universales del mundo. Y aporta tres soluciones para reducir la brecha que separa a los estudiantes ricos y pobres: mejorar los sistemas de información, que generan asimetrías entre las familias acomodadas y las que no lo son, reformar la selectividad y reforzar las becas. En el primer y el tercer ámbito, destaca, se ha avanzado mucho durante los últimos años, pero el segundo constituye la gran asignatura pendiente, a la espera de la propuesta que ultima el Gobierno.

La selectividad distribuye a los alumnos entre unas carreras y otras. Y no lo hace de forma igualitaria. Un ejemplo: según este estudio de EsadeEcPol, los estudiantes de centros privados, de extracción social más alta, llegan con notas más elevadas del Bachillerato —ponderan un 50% del valor final— y esto les da una ventaja para poder elegir la carrera que quieren.

Para un alumno con vocación y cualidades para ser médico, entrar en Medicina o en Enfermería supone una diferencia de una décima. A veces la marca el partir de unas notas infladas en un colegio de pago, el tener un padre con los elementos de juicio suficientes para convencerle de que reclame un examen mal corregido en selectividad, una madre con el dinero para pagarle la estancia fuera de su ciudad de origen... o simplemente alguien en su familia que le diga que no pasa nada por estar seis años estudiando. Si a pesar de eso no es posible vencer las leyes de las matemáticas, siempre existe el comodín de la privada para quien se la pueda costear. Para casi todos los demás, llegar a la universidad ya ha sido un logro... aunque uno no estudie lo que quiere ni en las condiciones que le gustaría.

En España el acceso a la universidad no es un problema, pero unos llegan en Ferrari y otros tras un largo trayecto en transporte público. Nuestro país está por encima de la media de los más ricos en porcentaje de población de entre 25 y 34 años con estudios superiores, y roza la regla de oro del 50%, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Sin embargo, no todos los jóvenes viven la misma experiencia en el campus, y esa asimetría marcará su vida y sus oportunidades profesionales para siempre. Hay uni de ricos y uni de pobres: la avería de la meritocracia empieza incluso antes de pisar las aulas.

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