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España es el país europeo más dependiente del gas ruso y el que más sufriría con un embargo
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SEGÚN BRUEGEL

España es el país europeo más dependiente del gas ruso y el que más sufriría con un embargo

El suministro del Kremlin representa el 18% de la demanda nacional, y su interrupción dejaría las reservas vacías en enero. La mayor parte de la UE, en cambio, ya se ha desenganchado

Foto: Estación compresora de gas. (EFE/Filip Singer)
Estación compresora de gas. (EFE/Filip Singer)
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La guerra de Ucrania ha cambiado totalmente el panorama energético de la Unión Europea. Tanto que los países que antes dependían menos del gas ruso se han convertido en los más adictos al hidrocarburo siberiano, mientras que los tenían la espada de Damocles del Kremlin sobre sus cabezas se han desintoxicado por la fuerza de los hechos. El síndrome de abstinencia de Alemania, que no recibe un solo metro cúbico de la autocracia euroasiática desde el 31 de agosto del año pasado —cuando cesaron los bombeos a través del gasoducto Nord Stream 1—, ha llevado a la locomotora comunitaria a la recesión, tras muchos años de energía a precio de saldo para su industria. En cambio, la España que lidera la tabla de crecimiento de la eurozona y cierra la de la inflación, favorecida por su gran diversidad de proveedores, no se ha visto afectada por el cierre del grifo terrestre.

Las tornas han girado, y nuestro país se ha convertido en el más dependiente del gas ruso de toda la Unión Europea, debido a los barcos que siguen llegando casi cada día a los puertos nacionales con cargamentos de este hidrocarburo en estado líquido (GNL). Así lo corrobora un estudio publicado este miércoles por Bruegel, el laboratorio de ideas de referencia en Bruselas, bajo el título La UE puede prescindir del gas natural licuado ruso. Ese encabezamiento se podría glosar con otra frase que hace solo un año parecería una tomadura de pelo: "Pero España no lo tiene tan fácil".

La cuarta economía del euro no ha recorrido el camino traumático al que se vieron obligadas la mayoría de las naciones del este y el centro del continente: aprender a vivir, casi de un día para otro, sin el abastecimiento procedente de la potencia dirigida por Vladímir Putin. Esto es así por una sencilla razón, que resulta común a otros Estados costeros, como Francia, Bélgica o los Países Bajos. El hecho de tener terminales de regasificación en los puertos permite recibir la materia prima en forma de GNL, a pesar de que los gasoductos procedentes de Rusia estén con su actividad bajo mínimos. A España nunca llegó gas siberiano a través de esa vía, por lo que la interrupción del flujo no se dejó notar en nuestra economía. Al contrario, con el paso de los meses se ha ido incrementando la llegada de buques metaneros procedentes del Ártico, ante la necesidad de cumplir la política de llenado de reservas auspiciada por Bruselas para hacer frente a la crisis energética.

El resultado salta a la vista. Según Enagás, que se encarga de administrar el sistema, nuestro país ha pasado de recibir de Rusia el 8,9% de su suministro en 2021 —el último año previo a la invasión de Ucrania— a obtener el 12,1% del total en 2022. Fueron unos 17.000 gigavatios hora (GWh) más, equivalentes a 19 barcos metaneros. Este ritmo no ha hecho más que aumentar con el paso de los meses, hasta el punto de que, en lo que llevamos de año, España ya ha recibido de la autocracia euroasiática casi tanto como en un ejercicio entero antes de la guerra, siempre según los informes mensuales de Enagás. El Kremlin ha pasado de ser el cuarto proveedor nacional a disputarle el segundo puesto a Estados Unidos, al acumular el 19% de las llegadas.

Foto: Vista de la planta de Mugardos de Reganosa, en la ría de Ferrol, que recibe barcos metaneros que realizan la descarga de gas natural licuado. (EFE/Kiko Delgado)

Cuando se destapó la liebre, el verano pasado, el Gobierno argumentó que el aumento de las descargas se debía a un pico coyuntural como consecuencia de los ajustes rutinarios para cumplir los contratos firmados antes de la guerra. A medida que pasaban los meses, en cambio, fue quedando cada vez más patente que se trataba de una tendencia. Una de las posibles explicaciones que apuntaron entonces desde el sector es que España estaba haciendo un esfuerzo de solidaridad con el resto del continente, por lo que los elevados datos de llegadas no constataban que nuestro país recibiese más gas ruso para consumo propio, sino para surtir a una Europa sedienta por el corte del flujo terrestre.

Este esfuerzo de solidaridad tendría múltiples facetas: desde la quema de gas en las centrales de ciclo combinado para enviar electricidad a Francia, aquejada de parones en su parque nuclear, hasta las salidas hacia Italia a través del gasoducto virtual que une Barcelona y Livorno con pequeños buques metaneros. Así lo corroboran los datos de la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores), según los cuales las exportaciones a la segunda economía del euro se dispararon un 260% el año pasado respecto a antes de la guerra; y a la tercera, hasta un 730%. Por no hablar de los envíos por mar hacia Alemania y Grecia, inexistentes hasta el estallido de la contienda, o a los Países Bajos, históricamente muy modestos. El funcionamiento de las interconexiones de Irún (País Vasco) y Larrau (Navarra) a su máxima capacidad constituiría el aval definitivo para esta teoría: tradicionalmente, España recibía gas a través de los Pirineos, mientras que ahora lo bombea.

A diferencia de lo que ocurre con el petróleo y el carbón, la UE no aplica embargos al gas ruso

Sin embargo, no basta para exculpar a nuestro país de un pecado que hasta la propia comisaria de Energía de la Comisión Europea, Kadri Simon, ha señalado. "Animo a todos los Estados miembros y a todas las empresas a que dejen de comprar GNL ruso", dijo en marzo. La propia ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, lanzó el mismo mensaje a través de una misiva dirigida a las compañías. A diferencia de lo que ocurre con el petróleo y el carbón, la UE no aplica embargo alguno a las compras de GNL siberiano, consciente de que todavía contribuyen al abastecimiento del continente en un momento crítico tras el cierre de los gasoductos. Según Bruegel, en el primer trimestre del año representaron el 16% del suministro a través de buques y el 6% del suministro total del bloque.

La solidaridad solo es una excusa

El informe del laboratorio de ideas corrobora que el argumento de la solidaridad solo es una excusa. Aunque los investigadores (Ben McWilliams, Giovanni Sgaravatti, Simone Tagliapietra y Georg Zachmann) recocen que las importaciones de GNL de un país "no necesariamente permanecen allí, sino que pueden transitar a países vecinos" en el marco de una "red de gas europea más amplia", se atreven a hacer una proyección sobre lo que llaman "importancia relativa" del hidrocarburo ruso para cada Estado. En otras palabras: el grado de dependencia del gas licuado siberiano en la demanda nacional. Los datos —necesariamente aproximados, ante la naturaleza privada de los contratos de las empresas— resultan sorprendentes: España es el país europeo que más dependió del GNL de Putin el pasado invierno (18%), por delante de Francia (15%) y Bélgica (10%), las otras dos grandes potencias regasificadoras del continente.

En el escenario actual, esto equivale a afirmar que España es el Estado miembro que más depende del gas ruso, ya que prácticamente todo lo que entra en los Veintisiete desde el cierre del Nord Stream 1 lo hace a través de buques metaneros. Según Eurostat, que ofrece datos un tanto irregulares, la única excepción relevante sería Bulgaria, pese a que el gigante estatal Gazprom cortó el suministro directo a ese país en abril de 2022. Otro dato de Bruegel: en el primer trimestre de este año, solo la península ibérica importó una cuarta parte de todo el gas natural licuado que llegó al continente procedente de Rusia, con puertos como los de Bilbao en el podio de las descargas, según la organización no gubernamental CREA.

España se ha echado en brazos del GNL siberiano y esto genera un problema. Al menos si algún día Bruselas llegase a plantear en serio la decisión de prescindir de él. Los autores del informe abogan por establecer un embargo para que este negocio deje de engrosar las cuentas del Kremlin —y, de manera indirecta, financiar la guerra, como publicó este periódico con datos de la consultora financiera Eikon Refinitiv—, pero advierten sobre las consecuencias en el rincón suroeste del mapa, que hasta ahora ha estado a salvo del impacto del conflicto sobre los flujos: "Mientras que la UE25 se las arreglaría cómodamente sin el GNL ruso, la situación en la península ibérica dependería de la capacidad de encontrar suministros alternativos de GNL".

Foto: Planta de regasificación en Mugardos (A Coruña). (EFE/Kiko Delgado)

Esto no afectaría a la seguridad del abastecimiento, ya que España cuenta con una veintena de proveedores de gas que podrían suplir esta carencia. Bastaría con acudir a las subastas del llamado mercado spot, en el que los suministradores se venden al mejor postor, para que los barcos metaneros que surcan los océanos desviasen su ruta hacia nuestros puertos. Alguien acudiría al rescate, pero a un alto precio.

Tres escenarios para las reservas

En ese contexto, los investigadores no consideran "una posibilidad seria" el escenario en que las importaciones rusas desaparezcan de un día para otro sin que nadie las sustituya. De todas formas, este ejercicio especulativo resulta útil para comprender la importancia que ha adquirido el gas siberiano en nuestro mix energético. Según McWilliams, Sgaravatti, Tagliapietra y Zachmann, las reservas de la península ibérica se quedarían vacías en enero si mañana la Unión Europea decretase un embargo del GNL ruso, y Madrid y Lisboa no tomasen ninguna medida.

España tendría que sustituir la mitad del gas que dejaría de llegar de Rusia para acabar el invierno con las reservas por encima del 20%

Se trata de un dato muy relevante, habida cuanta de la seguridad con la que el Gobierno afirma tener los almacenes subterráneos en la mejor situación de los Veintisiete. Efectivamente, es así: según GIE (Gas Infrastructure Europe), el organismo que reúne a los operadores del sistema comunitarios, se encuentran al 97,23% de su capacidad, por encima de los objetivos establecidos por la Comisión Europea de cara al próximo invierno e incluso de la propia hoja de ruta del Ejecutivo. Sin embargo, Bruegel constata que esta solvencia está sostenida por las importaciones de gas ruso. La solidaridad se corresponde, en realidad, con un mayor llenado de las reservas propias, que acabarían el próximo invierno por encima de un cómodo 30% si continuasen las compras al Kremlin.

Para construir sus escenarios, los investigadores suponen que la demanda de los meses venideros será parecida a la media de los últimos años, aunque con el ahorro voluntario del 15% pactado con Bruselas, que España hasta ahora ha incumplido. Bajo este supuesto, que implica un invierno mucho más frío que el anterior, el estudio señala una tercera posibilidad, que sería la más plausible: nuestro país tendría que sustituir la mitad del gas que dejaría de llegar de Rusia para acabar el invierno con las reservas por encima del 20%. Los autores descartan, por cierto, que una parte se pueda cubrir con el incremento de las importaciones a través del gasoducto Medgaz, pues las "tensiones diplomáticas" con Argelia lo imposibilitan.

Un año y tres meses después del comienzo de la guerra, España se ha convertido en el país que más sufriría por un embargo al gas ruso. La geopolítica da más vueltas que los barcos metaneros en busca del cliente que mejor pague.

La guerra de Ucrania ha cambiado totalmente el panorama energético de la Unión Europea. Tanto que los países que antes dependían menos del gas ruso se han convertido en los más adictos al hidrocarburo siberiano, mientras que los tenían la espada de Damocles del Kremlin sobre sus cabezas se han desintoxicado por la fuerza de los hechos. El síndrome de abstinencia de Alemania, que no recibe un solo metro cúbico de la autocracia euroasiática desde el 31 de agosto del año pasado —cuando cesaron los bombeos a través del gasoducto Nord Stream 1—, ha llevado a la locomotora comunitaria a la recesión, tras muchos años de energía a precio de saldo para su industria. En cambio, la España que lidera la tabla de crecimiento de la eurozona y cierra la de la inflación, favorecida por su gran diversidad de proveedores, no se ha visto afectada por el cierre del grifo terrestre.

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