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El año en blanco de Garbiñe Muguruza o por qué México es clave para salir de la crisis
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Se siente a gusto y querida en América

El año en blanco de Garbiñe Muguruza o por qué México es clave para salir de la crisis

El Abierto de Monterrey fue su última conquista hace un año. La hispano-venezolana busca encontrar la regularidad en su juego antes de encarar Madrid y Roland Garros.

Foto: Garbiñe, durante el pasado Open de Australia. (EFE)
Garbiñe, durante el pasado Open de Australia. (EFE)

Fue adentrarse en 2018 y hacerse la oscuridad para Garbiñe Muguruza. La tenista, de calidad incuestionable, vivió la temporada pasada una notable escasez de resultados deportivos tras conquistar Roland Garros en 2016 y Wimbledon en 2017. Ella misma dejó el listón tan alto que la caída no podía ser más grande. Las derrotas llegaron de todas las formas y colores, algunas de ellas tempranas y difíciles de entender. Su frustración dio pie a noticias sobre su fragilidad psicológica, sus desconexiones en momentos importantes de los partidos y, por supuesto, su mala relación con su entrenador, el francés Sam Sumyk, aireada sin contemplaciones delante de las cámaras. Por si esto fuera poco, las lesiones en algunos momentos puntuales también la lastraron.

En el Abierto de Monterrey, un torneo más rentable que importante para ella y al que acudió como invitada debido al gran tirón que tiene entre la comunidad hispana, conquistó su único título. Lo hizo ante jugadoras más allá de la posición cuarenta del ranking. En el resto del calendario naugrafó -no consiguió siquiera el pase a la Copa de Maestras por primera vez en tres años- y, en lo que llevamos de este, tampoco ha conseguido salir a flote pese a no existir una clara dominadora en la WTA y estar el circuito más abierto que nunca. Un año de sequía. Será por eso que ahora ha decidido hacer de nuevo las américas. Quizás también para coger confianza tras el varapalo que supuso su traspiés en el Open de Miami frente a Mónica Niculescu y disfrutar de su tenis antes de la importante gira que le espera en tierra. Sea como fuere, Garbiñe ya está en semifinales del torneo mexicano. "Lo que estoy intentando es ser más ordenada e inteligente en pista y saber emplear todas las variantes tácticas necesarias para ganar partidos", comentó ante la prensa tras su trabajada victoria ante la rusa Margarita Gasparyan en octavos.

Así pues, Garbiñe se encuentra ante un año crucial. A los 25 años, en plena madurez, debe dar un golpe encima de la mesa y escapar de una espiral que amenaza con poseerla. Ha hecho un profundo ejercicio de instrospección. Pegadora nata, ya no le basta con buscar golpes ganadores desde el fondo de la pista. Debe asumir que comete errores, pero que debe mantenerse concentrada, fuerte y humilde. No ha renunciado a su forma de ser, tampoco a todas esa actividades que la sobreexponen: redes sociales, moda, cenas de gala...Ella, con carácter, decide el cómo. Su entrenador sigue en el banquillo a pesar de todo, aunque no pocas voces señalan el estancamiento de su tenis con Sumyk y, sobre todo, su tóxica relación a ninguna parte. Este mes de febrero, durante el Open de Tailandia, volvieron a tener discrepancias. "¿Me estás escuchando?", le espetó el técnico al ver que su pupila no le hacía ni caso. Conchita Martínez, que suplió al bretón las veces que por razones personales no pudo acompañarla a los torneos, tampoco le convenció. "Me gusta que se me considere favorita allá donde voy. Conlleva cierta presión, pero me alegra ver que los aficionados creen en mis posibilidades", explicó la hispano-venezolana este jueves.

placeholder Garbiñe disputa una bola durante su participación en el abierto mexicano. (EFE)
Garbiñe disputa una bola durante su participación en el abierto mexicano. (EFE)

Del número 1...al 20

Esta temporada se despidió en cuarta ronda en el Abierto de Australia y en cuartos de final en Indian Wells, los dos trofeos más importantes por los que ha luchado. En 2017 llegó por primera vez al número uno, pero empezó a caer estrepitosamente hasta cerrar 2018 en la posición número 18, lejos de la que debería ser su residencia habitual. Al igual que en los dos cursos anteriores, en diciembre se desplazó a Los Ángeles para realizar la pretemporada y luego participó junto a David Ferrer en la Copa Hopman. "Lleva 20 años demostrando un enorme espíritu luchador, siempre arriba. He aprendido mucho", dijo alabando al alicantino, quizás con la esperanza de recuperar esos atributos que ella también conserva agazapados. "Ahora lo que quiero es encadenar partidos y sentirme bien en la pista, y el ranking y todas las cosas buenas volverán por sí solas", comentó en enero en Australia. La regularidad, el factor X.

Ahora, en cuartos de Monterrey se ha impuesto con rotundidad a Kristina Mladenovic (1-6, 6-7) una jugadora con la que lleva batiéndose desde junior y que no le traía buenos recuerdos. Una 'tara' menos: "Era un partido difícil. Ya habíamos jugado antes y me había ganado dos veces. Tenía ganas de volver a enfretarme a ella y hacer las cosas mejor [...] Estoy contenta con mi progresión. Hay momentos en los que puedas jugar bonito y otros en los que ganas el punto como puedes, lo importante es ganar". Famoso fue el episodio que vivieron en 2017, cuando ambas se cruzaron en octavos de Roland Garros. Muguruza partía con el objetivo de ganar el abierto francés por segunda campaña consecutiva, pero fue derrotada por la tenista local. Lo peor para ella no fue eso, sino soportar que todo el público se volcara con su jugadora. La frustración se apoderó de ella y en rueda de prensa no pudo evitar las lágrimas. Este 2019 Garbiñe llegó a retroceder dos plazas más, hasta la 20º del ranking, por lo que debe recuperar su juego y evitar tropiezos masivos. Nadie le inyecta tanta presión como ella misma. En Monterrey, donde se siente a gusto y muy querida, necesita desplegar un buen tenis. Quiere entrar en las quinielas para las citas importantes que están por llegar. Madrid y Roland Garros ya asoman.

Fue adentrarse en 2018 y hacerse la oscuridad para Garbiñe Muguruza. La tenista, de calidad incuestionable, vivió la temporada pasada una notable escasez de resultados deportivos tras conquistar Roland Garros en 2016 y Wimbledon en 2017. Ella misma dejó el listón tan alto que la caída no podía ser más grande. Las derrotas llegaron de todas las formas y colores, algunas de ellas tempranas y difíciles de entender. Su frustración dio pie a noticias sobre su fragilidad psicológica, sus desconexiones en momentos importantes de los partidos y, por supuesto, su mala relación con su entrenador, el francés Sam Sumyk, aireada sin contemplaciones delante de las cámaras. Por si esto fuera poco, las lesiones en algunos momentos puntuales también la lastraron.

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