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El rugby español espera que la mejor diplomacia rumana no se imponga de nuevo
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El rugby español espera que la mejor diplomacia rumana no se imponga de nuevo

Un deporte convencido de su nobleza ha visto como unos jugadores perseguían a un árbitro, como ese juez parecía de todo menos imparcial y un presidente de federación saca los pies del tiesto

Foto: Los jugadores españoles persiguen a Vlad Iordachescu. (EFE)
Los jugadores españoles persiguen a Vlad Iordachescu. (EFE)

No suele ser recomendable ver fantasmas, porque no suele haberlos, pero si de repente aparecen un montón de señores cubiertos con sábanas por todas partes igual es el momento de replantearse la cuestión. Son tantas las cosas que han pasado alrededor del partido de rugby entre España y Bélgica de la semana pasada que es difícil concebir que sean todas ellas casualidad. Es, por lo general, un momento (y una semana) para borrar de la memoria en un deporte que se jacta de ser diferente. La tan manida nobleza del deporte del oval en estos días ha conseguido sacar vilezas a un ritmo casi insoportable para el espectador. La cadencia de malos modos, puñaladas y sospechas es casi interminable. Y aún quedan las deliberaciones, cuando el polvo se asiente.

Los belgas actuaron con profesionalidad y salieron a ganar el partido. Parecía irles la vida en ello, aunque en realidad no se jugaban nada. Celebraron la victoria como la primera comunión. Se vieron beneficiados por un arbitraje parcial tildado de inaceptable por muchos actores importantes en el rugby mundial. La falta de justicia en la contienda era escandalosa por sí sola, pero la indignación se acentúa cuando se explican las circunstancias.

Foto: El linier Petrescu (i) con el chándal de la Federación rumana de rugby charlando con Iordachescu.

Rumanía es el máximo beneficiado de la derrota española, pues supone su pase directo al Mundial de Japón. Los árbitros que perpetraron la dirección del encuentro en el Little Heysel son rumanos. Vlad Iordachescu ha entrado ya en la nutrida lista de verdugos del deporte español a la que también pertenecen Al Ghandour, Sandor Puhl, y un buen puñado de árbitros de waterpolo o balonmano... Él era el principal del trío, todos del país de los Cárpatos. Uno de sus asistentes, de hecho, es el jefe de designación del comité de árbitros de su federación en lo que es una alarmante incompatibilidad de oficios.

Hay críticas a la federación española por no poner el grito en el cielo antes del partido. Hubo una reclamación, intentos de sacar de este partido a los jueces rumanos, pero algo tibio. Los gerentes del rugby nacional tienen un vídeo con 19 errores del árbitro, que llegaron a desquiciar a los jugadores españoles —más de esto luego— en lo que se podría considerar una de las actuaciones más catastróficas en tiempo. Aquí viene otro problema intrínseco del rugby.

Y es que se da por hecha la bondad, algo un poco aventurado. Lo del deporte de caballeros no es solo un eslogan afortunado, se lo creen a pies juntillas y se entendía que no podía ser tan grave que uno de la dirección del encuentro correspondiese a tres hombres de un país al que le iba la vida en ese partido. Tiene algo pueril el tema. Y ni siquiera parece que hicieran mucha investigación sobre el árbitro, aunque solo sea porque rascando un poco en su historial se podía ver que no es del todo ecuánime. No hay más que verle enloquecido en un partido de sub-20 de la selección de su país.

placeholder Alin Petrache, presidente de la federación rumana. (EFE)
Alin Petrache, presidente de la federación rumana. (EFE)

La diplomacia rumana

¿Hubiese sido suficiente para cambiar los árbitros un poco más de virulencia por parte de la FER? Improbable. Si algo queda claro tras esta semana de dimes y diretes es que el rugby español puede llegar a estar por encima del rumano, pero en diplomacia deportiva de nuestro país se encuentra a gran distancia de lo que consiguen en Bucarest. Para empezar, el presidente de la europea es el rumano Octavian Morariu y él tampoco parece independiente a todo lo que está ocurriendo. Por si fuera poco, tienen un presidente federativo con bastante peso específico, fue previamente presidente del comité olímpico del país lo que le ha servido para tejer una serie de relaciones que en la FER ni se intuyen.

Alin Petrache, que así se llama el máximo mandatario del rugby del país, no es precisamente un tipo que se quede callado. En esta semana en la que la World Rugby tornaba sus ojos al caso para ver hasta qué punto la corrupción ha emponzoñado la plaza mundialista, él ha decidido que no hay mejor defensa que un ataque kamikaze. Enumeremos: pone en duda las dos victorias de España contra Rusia y Rumanía por los arbitrajes; asimila árbitros franceses con España por la gran cantidad de galos que juegan con el XV del león; habla de "honor, juego limpio y valores en el rugby" después de esta tormenta; asegura que la selección española no tiene nivel para ir al Mundial aunque estuviese solo a una victoria contra un equipo menor de conseguirlo; apunta a una falta de madurez de los jugadores españoles y carga contra el comportamiento "zafio y gamberro" de los pupilos de Santi Santos. No solo se despacha contra su rival. A Clive Woodward, entrenador campeón del mundo con Inglaterra, se le ocurrió decir que la designación de los árbitros rumanos para un partido así era una vergüenza. La respuesta fue bastante chabacana: "Es un jubilado que se ha vendido a la federación española".

Adereza sus palabras con amenazas. Un periodista rumano, Costin Ștucan, que va siguiendo el culebrón en todos sus capítulos, asegura que Petrache le ha mentido en diversas ocasiones, le ha ocultado pruebas cuando era preguntado y, un clásico, le ha tachado de antipatriota por no estar bailándole el agua a los federativos rumanos y a sus versiones.

Foto: Vlad Iordachescu durante el Bélgica-España del pasado domingo en Bruselas. (Ferugby)

Tampoco los españoles están limpios de polvo y paja. Después del calamitoso arbitraje, un buen puñado de jugadores españoles subieron la apuesta y se fueron a por el árbitro con actitud de matón de película. La trapisonda fue sonada y es difícil que nadie se olvide en el análisis de ella, más aún en un deporte que presume de una inocencia que, evidentemente, no se vio en el XV del león. La actitud de esos jugadores, por la que la federación ha pedido perdón en reiteradas ocasiones, mediatiza el conjunto de la situación. Porque el arbitraje de fantasía de Iordachescu se ve compensado, de algún modo, por los escasos modales de los seleccionados. Se esperan sanciones importantes del comité mundial, que los árbitros sean apartados para siempre, que la federación europea se lleve un rapapolvo por entregar un partido así a unos jueces parciales y que unos cuantos españoles sean sancionados ejemplarmente.

Más allá del bochorno que supone ver a unos armarios roperos corriendo detrás de un árbitro con aviesas intenciones, esa actitud puede tener consecuencias importantes en la valoración de los hechos por parte de los comités que decidirán sobre la —improbable— repetición del encuentro. Lo que podía haberse vendido como una historia entre verdugos y víctimas terminó siendo un pastiche en el que los villanos aparecían en todas las esquinas. Y claro, no es lo mismo, no es igual valorar un robo con agravantes que eso mismo pero con la respuesta de los seleccionados patrios.

Algún detalle más que llamaría la atención de cualquier observador independiente: esta semana ha dimitido el cuerpo técnico de la selección rumana. Lynn Howells, que antes fue seleccionador galés, ha esgrimido una mala relación con los federativos. Uno de sus asistentes fue preguntado sobre si el esperpento de Bruselas había tenido peso en su decisión. No lo negó, más bien al contrario, y es que tampoco es sencillo para ellos ser parte de un espectáculo que se suponía noble y se ha convertido en horriblemente feo.

La federación europea, que no deja de ser sospechosa, ha enviado estos días un comunicado. Estudiarán el partido y lo compartirán con la internacional, porque World Rugby así lo ha pedido. Añaden, además, que esta situación es lamentable para el deporte europeo y que desea comunicarse de forma transparente para evitar así denuncias que dañen la imagen y los valores del deporte, los equipos y el arbitraje. A buenas horas.

No suele ser recomendable ver fantasmas, porque no suele haberlos, pero si de repente aparecen un montón de señores cubiertos con sábanas por todas partes igual es el momento de replantearse la cuestión. Son tantas las cosas que han pasado alrededor del partido de rugby entre España y Bélgica de la semana pasada que es difícil concebir que sean todas ellas casualidad. Es, por lo general, un momento (y una semana) para borrar de la memoria en un deporte que se jacta de ser diferente. La tan manida nobleza del deporte del oval en estos días ha conseguido sacar vilezas a un ritmo casi insoportable para el espectador. La cadencia de malos modos, puñaladas y sospechas es casi interminable. Y aún quedan las deliberaciones, cuando el polvo se asiente.