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El cambio de Sergio García o cómo un caddie puede (o no) ser importante
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un psicólogo, un estratega, un asistente

El cambio de Sergio García o cómo un caddie puede (o no) ser importante

Sergio García concluyó hace poco su relación con su caddie de siempre, con quien mantiene la amistad. Busca un cambio en su equipo para retomar las sensaciones perdidas en los últimos meses

Foto: Sergio García habla con su antiguo caddie, Marc Chaney. (Reuters)
Sergio García habla con su antiguo caddie, Marc Chaney. (Reuters)

La soledad del golfista es relativa. Antes de cada golpe mira al horizonte, calcula el viento y le pregunta a un tipo a su derecha, vestido con peto, que cómo lo ve. Ese señor es el caddie, que es (o, más bien, puede ser) un personaje capital en el desarrollo de juego. También puede ser un simple acompañante que no haga más que llevarle la bolsa al artista. Todo depende del jugador, que es libérrimo en un deporte en el que manda el que le pega al palo. Si quiere consultar, lo hace, si prefiere ser sordo al consejo, adelante.

Sergio García decidió hace unas semanas cambiar de aires. Tras su Masters de 2017, el momento más alto de su carrera, no ha terminado de encontrar las sensaciones precisas para volver a estar entre los mejores. Así que un día, como informó ten-golf, llamó a Glen Murray para decirle que ya no quería tenerle más a su lado. Siguen siendo amigos, llevaban muchísimos años juntos, pero cuando se tienen problemas hay que buscar soluciones, y el castellonense pensó que por ahí podía empezar.

Foto: Sergio García durante su participación en el torneo The Players que se disputa en Ponte Vedra Beach, Estados Unidos. (EFE)

Llamó a Mark Chaney, uno de los clásicos del circuto, aunque han durado solo dos torneos. En el US Open Sergio no pasó el corte, motivo suficiente para seguir buscando otro escudero. De momento toca ir probando hasta encontrar alguien que le de la confianza y la mirada que él necesita. En la siguiente vuelta de tuerca será su hermano Víctor quien le acerque los palos. Aquí no puede haber problema de cercanía, es difícil más que un hermano, pero ni siquiera eso asegura que esta sociedad sea productiva. Aunque, en realidad, los resultados no dependen tanto de la química del jugador y su caddie como de sus propios golpes, y eso es lo que últimamente no termina de salirle a a García.

Ahondemos un poco más en la figura, el misterioso hombre de la bolsa. "Un buen caddie es más que un asistente, es una guía, un filósofo, y un amigo", explicaba el cronista mítico del golf, Henry Longhurst. Esto no es un juego de equipo, pero puede parecerlo, el mejor caddie ayuda, conoce el recorrido mejor que el propio golfista, sabe medir las distancias e indica con precisión al jugador cuál es la herramienta que tiene que utilizar en cada momento para recorrer la distancia justa, sin pasarse ni quedarse corto.

También son los encargados de mantener los palos limpios y dispuestos. Ellos los tienen que conocer tanto como el jugador, para ayudarle en la estrategia y mostrarles el camino, aunque al final todas las decisiones quedan suspendidas en las manos del golfista. También está el caddie para buscar esa bola que se ha ido fuera de territorio, para determinar cómo se pueden jugar esas bolas que parecen ingobernables.

placeholder Tiger Woods, con su caddie en Augusta (EFE)
Tiger Woods, con su caddie en Augusta (EFE)

El psicólogo

Queda, en todo caso, el punto en el que el caddie es más importante, su función como psicólogo. Hay algunos golfistas que les prefieren mudos, pero la mayoría agradecen el consejo, la palabra de ánimo y el aliento de su compañero. Las mejores relaciones duran mucho tiempo y el caddie termina conociendo a su jugador como si fuese él mismo. Cada persona es un mundo y saber lo que está pensando el que esgrime los palos es clave. Entender sus tiempos, cuanto hay que estar callado tras un error, cuál es la palabra de ánimo que le puede ayudar a cambiar el chip.

En este sentido, la clave en un buen caddie es conseguir que su jefe no dude, porque esa es la mayor lacra para el golfista. Hay que recordar que este es, sobre todo, un deporte de precisión, cuando se piensa demasiado es cuando se falla, el brazo que duda es el que no gana. Y por eso el asistente tiene que ser capaz de calmarle en los malos momentos y de asegurarle que el siguiente golpe, con el palo convenido, será el mejor que pueda dar, que no hay otra opción válida para conseguir el hoyo.

Foto: Jon Rahm con la copa de ganador del Abierto de España de golf disputado en Madrid. (EFE)

Son pocos los caddies que han pasado a la historia, están preparados para el anonimato, detrás de ese tipo que gana millones de euros. Hay algunos casos, sin embargo, que terminan siendo célebres, como el de Steve Williams. Fue durante décadas el compañero de rondas de Tiger Woods, pero un día la estrella prescindió de sus servicios. En solo tres semanas le contrató Adam Scott y este ganó el Bridgestone Invitational. Se dio golpes en el pecho, como diciendo que ese triunfo era también suyo. Criticado fue, porque el caddie es poco más que un gregario.

Un caddie no hará nunca a un campeón, pero su consejo puede ser necesario para que un campeón llegue a ganar un torneo. Al final, el golf se suele decidir en uno o dos golpes, pequeños errores, cuestión de matices que en ocasiones no son más que un buen consejo.

La soledad del golfista es relativa. Antes de cada golpe mira al horizonte, calcula el viento y le pregunta a un tipo a su derecha, vestido con peto, que cómo lo ve. Ese señor es el caddie, que es (o, más bien, puede ser) un personaje capital en el desarrollo de juego. También puede ser un simple acompañante que no haga más que llevarle la bolsa al artista. Todo depende del jugador, que es libérrimo en un deporte en el que manda el que le pega al palo. Si quiere consultar, lo hace, si prefiere ser sordo al consejo, adelante.

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