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¿Quién jugará la final de Champions? ¿Courtois, el portero con 12 manos, o el héroe ucraniano?
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Ángel del Riego

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¿Quién jugará la final de Champions? ¿Courtois, el portero con 12 manos, o el héroe ucraniano?

Es el momento de la verdad para el Real Madrid, el gran partido de la temporada, y Carlo Ancelotti tiene una duda vital en su cabeza: ¿qué meta debe jugar la final de Champions?

Foto: El portero del Madrid, Thibaut Courtois. (Reuters/Susana Vera)
El portero del Madrid, Thibaut Courtois. (Reuters/Susana Vera)

Solo queda el acto final. Allá en un par de semanas, el Borussia Dortmund aparece como una pareja de baile para el lucimiento del Real Madrid. Están callados, los alemanes. Le han cedido toda la escena al equipo merengue. Toda Europa respira en blanco. No hay más estadio que el Nuevo Bernabéu. Esa mole del fin de los tiempos, que parece un resto de una civilización alienígena en un barrio de clase media, ha contenido este año todas las emociones que el fútbol exige para seguir en la cúspide. Pero ya acabó su trabajo. Ahora le toca a Wembley.

Es una trampa. Europa le pone ojitos al Madrid, pero muchos matarían a toda su familia por verlo perder contra los germanos. El Borussia viaja ligero y, justamente, es un equipo que luce demoníaco cuando viaja ligero. Ya habrá tiempo para hablar de eso. Esta semana, ha habido otro alemán, Jürgen Klopp, aquel chico punk que cogió al Dortmund y lo convirtió en una catapulta frenética, quien ha expuesto su corazón en la prensa.

Días antes había sido Tuchel. Es curioso: los técnicos alemanes, fama de fríos y racionales, tienen dentro un río de lava ardiente y ese instinto despiadado del Madrid, los convierte en hombres rotos.

"El jodido Thibaut Courtois hizo 12 paradas aquella noche ante ellos. Después de la última final de Champions League que perdimos, decidí que no malgastaría la vida sufriendo. En aquel partido, disparamos a puerta cada tres minutos, pero tenían un portero con 12 manos. No creo que el club me necesite en el futuro, pero si la ciudad me necesita, allí estaré". Así se expresó Klopp en una entrevista al diario The Times. Enfrentarse al Real fue, para Jürgen, una experiencia cercana a la muerte. Unos años antes, su máscara de gentil hombre había caído por los suelos tras la final contra el Madrid del 2018. Así se expresaba el teutón: "Después de la final, una semana o un mes después, si la gente me preguntaba si invitaría a Ramos a mi cumpleaños, puedo decir que no. No me gustó lo que pasó aquella noche, pero eso fue hace mucho tiempo. No puedo recuperarme de esa rabia ni lo he intentado".

Foto: Courtois levanta el pulgar tras el partido contra el Alavés. (Reuters/Susana Vera)

Recuerden lo que pasó entonces. Aquel 3-1 del Madrid, con Bale paseándose ante un Liverpool pasmado. Con Karim haciéndose el bobo y robándole un balón en la boca de Karius. Con Sergio Ramos haciéndole una llave de kárate a Salah que lo quitó del partido y dejándole un recado al mismo Karius que, según contó después, lo tuvo conmocionado 90 minutos y quizás el resto de su vida. Un Madrid que ganó esa Champions por puro rencor y después tiró el trofeo al mar para que los monstruos de las profundidades se lo traguen y así reinen en lo oscuro como los blancos reinan en la luz.

Para Jürgen, como para Tuchel, el Madrid es lo inevitable. El destino. Algo parecido a lo que durante mucho tiempo fue el Bayern para el Real. Es una forma de acercarse al equipo que ha construido Ancelotti, un conjunto difícil de descifrar en lo futbolístico, pero sencillo, muy sencillo de describir si quien lo mira es un niño de ocho años. Son once tipos que te van a ganar, que van a marcar un gol más que tú y que lo harán cuando ellos quieran. Once tipos que, cuando el resultado esté en peligro, serán capaces de poner el mundo patas arriba. No hay más que eso.

Foto: Sorteo de las entradas del Real Madrid para la final de la Champions (Real Madrid TV).

Hace unos días, jugó el Real uno de esos partidos en los que todo está ya decidido. No había aburrimiento ni se había colado el silencio en el Bernabéu porque este equipo se ha hecho querer y tiene dentro muchos enigmas todavía por desvelar. Algunos hablaban de los últimos partidos de Modric y Kroos, y eso es como asistir al final de una época. Durante todo este año, entre los dos, han logrado juntar 90 minutos de fútbol exquisito. Quizás —en el caso de Kroos— el mejor de su carrera. Y esas piezas novísimas y relucientes que tiene la máquina madridista en su interior, solo se ensamblan, cobran corazón y vida, a través de los pies, la mirada y los gestos renacentistas de los dos genios, perfectamente cubiertos por los jóvenes salvajes que orbitan a su alrededor.

Contra el Alavés, el Madrid se desató para festejar la Liga como se debe. Sin estúpidos politiqueos ni sarnas burocráticas. En el campo, con la hinchada alegre y primaveral, el Real jugó (y dejó jugar) a un nivel insuperable para el resto de Europa. Cada pieza ha llegado al mes de mayo en su mejor forma de la temporada.

En la habladuría del templo estaba el gran debate: ¿Courtois o Lunin? ¿El genio o el aprendiz de brujo? División de opiniones. El belga fue puesto a prueba por el Alavés una docena de veces. Es el mismo. Sus reflejos están intactos. Su agilidad de pulpo gigante no ha bajado un ápice. Y puso una mano de piedra dificilísima a un remate duro y ajustado al palo del hijo de Gica Hagi.

placeholder Lunin ha demostrado ser un portero de garantías bajo palos. (AFP7)
Lunin ha demostrado ser un portero de garantías bajo palos. (AFP7)

"No me gusta enfadar a las musas. Lunin nos trajo a Wembley", decían entre la muchedumbre. "No hay nada que haga enfadar más a las musas que jugar a ser Dios poniendo al portero inferior en lugar de al mejor del mundo por pura superstición", contestaba alguien con ese tono altanero tan propio del Bernabéu.

Lunin tiene a su favor una temporada donde pasó de niño a hombre. El ucraniano domesticó su miedo y alcanzó a ser un portero de verdad. Compitió con Kepa, que era el titular, y le ganó. Llegó afianzado en la meta a las eliminatorias de la Champions. Ese sitio donde el Madrid escribe su destino con un héroe diferente en cada partido. Contra el Leipzig, con el Real más romo y miedoso de la temporada, Lunin se hizo impenetrable. Fue el trasunto mágico de una eliminatoria para olvidar.

El ucraniano es alto (1'91) pero no un gigante como Thibaut (1'98). Sale bien por arriba como demostró contra el City y tiene buen pie para comenzar las jugadas. Serio y formal como un ingeniero de caminos, ha demostrado dominio de los grandes momentos o quizás es que está incrustado dentro de un Madrid encantado donde todos brillan en la oscuridad. En la Champions, le han metido siempre el mismo gol. Un extremo que se abre hacia adentro y dispara al palo largo con rosca o al palo corto con saña. La impresión es que ese tipo de disparos los pararía Courtois.

Lunin ha demostrado también que sabe encaramarse sobre sus propios fallos. No le pierde la cara al partido. Contra el City, comenzó con un error del género bufo. Aquella falta donde Bernardo Silva le cogió en un renuncio al primer palo. Y acabó la eliminatoria parando dos penaltis en una tanda infernal, donde Modric había fallado el primer disparo. Lunin para el 36 % de los penaltis que le tiran, números altísimos que Courtois no puede igualar. Y en esa tanda, demostró que los para casi a voluntad. El centro de la temporada del Madrid está en la pena máxima que Bernardo Silva ejecutó a lo Panenka y Lunin paró a lo Clint Eastwood. Sin mover un músculo, con la mirada gélida de quien controla el instante.

Esa es una gran cualidad y sobre esa cualidad podría edificar en el futuro una carrera en el Real Madrid. Courtois tiene 32 años y quién sabe lo que le quedará de vida útil. Pero si no juega esta final, ¿querrá seguir Lunin en el club merengue? ¿Sentirá eso como un desprecio en una relación que parecía consolidada?

Foto: Joselu celebra su segundo gol ante el Bayern de Múnich en el Bernabéu. (AFP7)

Quién sabe. A Courtois no hay que describirlo. Es el mejor portero del mundo, título oficioso que ha alcanzado en el Madrid, no antes. Fuera del Bernabéu, era grande, ágil y con habilidades extraordinarias para su posición, pero le faltaba intuición en el uno contra uno —aunque su enorme corpachón cegara a los delanteros— y sobre todo, desde que Sergio Ramos le crucificara en el cabezazo de la Décima, no tenía el hechizo de los grandes. Esa cualidad a medio camino entre la realidad y la literatura, que hace que los delanteros teman enfrentarse a un santo con poderes sobrenaturales. Y, así, sus disparos salen ya desviados de sus botas. Esa cualidad la tenía Casillas por toneladas. Aunque le faltaran todas las demás.

Y en el Madrid, tras un largo camino de sufrimiento —recordemos sus indisposiciones y dudas con Zidane— logró convertir su portería en algo hermético. La sellaba con cierta facilidad —y ahí está su superioridad, Thibaut hace de lo extraordinario una norma— y luego, en el momento donde los partidos se convierten en memoria, Courtois seguía ahí parando como si nada, sin apelar a lo sobrenatural, con una tranquilidad pasmosa que cambia al equipo y le extirpa el poco miedo que pueda tener. Y ese portero, el mejor del mundo con diferencia, ha vuelto.

Solo queda el acto final. Allá en un par de semanas, el Borussia Dortmund aparece como una pareja de baile para el lucimiento del Real Madrid. Están callados, los alemanes. Le han cedido toda la escena al equipo merengue. Toda Europa respira en blanco. No hay más estadio que el Nuevo Bernabéu. Esa mole del fin de los tiempos, que parece un resto de una civilización alienígena en un barrio de clase media, ha contenido este año todas las emociones que el fútbol exige para seguir en la cúspide. Pero ya acabó su trabajo. Ahora le toca a Wembley.

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