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El mundo al revés en el Atlético: los defensas marcan goles... pero no los evitan
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cinco goles encajados en dos partidos

El mundo al revés en el Atlético: los defensas marcan goles... pero no los evitan

El Atlético ha encajado cinco goles en dos partidos. A los rivales no les cuesta llegar, ver y marcar. En ataque domina, pero sólo el balón parado resulta efectivo

Foto: Miguel Ángel Moyá, incrédulo tras la afortunada virguería de Pablo Hernández en el empate ante el Celta.
Miguel Ángel Moyá, incrédulo tras la afortunada virguería de Pablo Hernández en el empate ante el Celta.

A este Atlético nos lo han cambiado. El pasado sábado, los rojiblancos volvieron a ser presa de una tendencia preocupante. En ataque, a pesar de generar más fútbol y más ocasiones de peligro que en épocas pasadas, éstas no se concretan de la forma esperada. Falta gol, ese golpe que refrende el incontestable gobierno sobre la portería contraria. En defensa, la solvencia ha dado paso a unas dudas que se mezclan con el oportunismo rival y el infortunio propio en forma de goles. Sólo el balón parado (seis goles en siete partidos), producto del minucioso trabajo en la estrategia del Cholo, se salva de la quema y sigue siendo un valor seguro que cotiza al alza. El resultado de este venenoso brebaje no es otro que el descontento generalizado. El empate ante el Celta (2-2) pasará a la historia como el día en el que los pitos resonaron en el Vicente Calderón. La grada quiso mostrar su enfado con el desatino de Raúl Jiménez, voluntarioso pero poco efectivo, y la controvertida decisión del Simeone de sustituir a Griezmann, soberbio en lo individual durante los 69 minutos que estuvo en el campo.

Como ocurriera el martes en el Georgios Karaiskakis, el Atlético, caracterizado por mostrarse rocoso y sin fisuras atrás, encajó dos goles sin darse cuenta. En el primero, Pablo Hernández se inventó un lienzo vanguardista para, de tacón y de espaldas a la portería, bajar un globo de Planas desde la izquierda mientras forcejeaba en el área con Godín. Una acción aislada que cayó como un jarro de aguar fría sobre el dominio atlético. Entonces llegó la remontada gracias a dos acciones a balón parado: una falta de Koke que cabecea Miranda y un corner botado por Gabi que Godín cabecea a gol. Pero llegó el fallo y el castigo del Celta. La estrategia como vía para evitar el colapso. En la segunda parte, el central brasileño del Atlético no pudo frenarse a tiempo y derribó dentro del área a Planas, dispuesto a zambullirse en la zona de peligro con una ruleta de dudosa eficacia. Penalti. Gol de Nolito. Empate y vuelta a la ansiedad y el sufrimiento. Como Roberto en Atenas, Sergio Álvarez se metió en la ducha convertido en el indiscutible héroe de la noche. "El primero es muy raro y el segundo es un penalti, y es verdad que de los tres últimos goles encajados en liga, dos han sido de penalti", se excusaba Simeone en sala de prensa.

Los datos en este sentido son concluyentes. El Atlético no acostumbraba a encajar tanto. Hablamos de que el vigente campeón de Liga recibió 26 goles en 38 jornadas, el mejor registro de la competición por delante de Barcelona (33) y Real Madrid (38). En la presente campaña, después de siete partidos oficiales (cuatro de Liga, dos de Supercopa de España y uno de Champions) ha recibido 8 (cuatro victorias, tres empates y una derrota). Otra de las señas de identidad reside en la habilidad para castigar de cara a gol. A estas alturas, el curso pasado en la estadística figuraban 18 goles a favor (cinco victorias y dos empates), cifra que choca los 10 conseguidos en estos primeros duelos, con Miranda como máximo artillero empatado con Mandzukic (dos goles). No será por intentos. Es evidente que de la noche a la mañana el Atlético no se ha convertido en adalid del ‘kick and rush’, pero fabrica muchas más ocasiones que el año pasado. En los dos últimos partidos ha tirado 36 veces, 13 de ellas entre los tres palos.

La fortaleza defensiva y el acierto en ataque ensalzaban la figura de un Atlético difícil de abordar que ha tornado en vulnerable. En la temporada pasada, de las 31 partidos en los que marcó dos o más tantos, el balance fue abrumador: 30 victorias y un empate (ante el Real Madrid, 2-2 en la vuelta de Liga disputada en el Calderón). Este curso, sólo le ha servido para superar al Eibar (también gracias a dos jugadas a balón parado) y al Real Madrid en Liga (1-2). Lo fácil en estos momentos es cargar las tintas con el nuevo. Es cierto que el mexicano, encargado junto a Mario Mandzukic de hacer olvidar el influjo de Diego Costa, no estuvo acertado. Ni con el pie ni con la cabeza. Y claro, en un mundo donde marcar es la cura de todos los males, las protestas afloran. El Cholo se afana en transmitir pausa y calma a la ferviente parroquia colchonera. "Me gustó su partido. Aguantó muy bien de espaldas y tuvo situaciones de gol. Espero que la gente empiece a valorarlo y que tenga la misma paciencia que seguro voy a tener yo con él". Una paciencia que ante la incertidumbre de estos primeros compases de temporada brilla por su ausencia.

Griezmann: desequilibrio y pitos para el Cholo

“Es un chico que de a poco se está poniendo bien. Cuando salió fue cuando más cerca tuvimos el empate y estoy muy contento con él, con su trabajo, porque en la medida en que él crezca también crecerá el equipo". En estos términos se empleaba Simeone tras la derrota ante Olympiacos para hablar de Antoine Griezmann, la joya de la corona del mercado estival que recaló en el Manzanares procedente de la Real Sociedad a cambio de 30 millones de euros. El atacante francés era el elegido para calmar sus ansias a la hora de contar con un jugador de banda, eléctrico y con el olfato goleador plenamente desarrollado. El candidato ideal para acompañar a un animal de área como Mandzukic. Tras reconocer que le faltaba el aire en las duras sesiones de entrenamiento diseñadas por el cuerpo técnico, llegó el momento de dar un paso al frente para dar la razón a quienes confiaron en él y, seguros del acierto, le firmaron por seis temporadas.

Aunque le está costando más de la cuenta entrar en el once inicial, ante el Real Madrid y en la puesta de largo en Champions –pese a la derrota final, además del gol, de sus botas salieron tres ocasiones de peligro claras que sólo la inspiración de Roberto pudieron frenar- su papel fue vital. Dos actuaciones que le valieron su cuarta titularidad en este inicio de curso ante el Celta. Cierto que los goles llegaron en dos jugadas a balón parado depuradas hasta la extenuación en el laboratorio que Simeone posee en el Cerro del Espino. Sin embargo, fue Griezmann quien puso en jaque a la defensa celeste con sus pases (incluido algún exuberante taconazo) y su decisión a la hora de encarar y poner la directa hacia la meta rival. Como Arda, contenido y bien tapado el sábado, el galo es un jugador diferente. Con todo, a Simeone se le encendió la bombilla. Griezmann abandonaba el verde ante una breve pero intensa pitada de la grada a favor de Raúl García. “No tengo que justificar nada. Veía, para los que pensaron diferente, que en el área había pelotas aéreas. Quería meter más gente en el área y el equipo así no se desordenaba. El partido no estaba definido e interpreté que era la mejor posibilidad de ganarlo y no jugármela a perder", argumentaba el entrenador rojiblanco tras el insípido empate.

Tiago, Raúl Jiménez, Cerci, Raúl García… Nada, el asfixiante asedio a la meta defendida por Sergio Álvarez no dio sus frutos. En la grada la presencia de Giuliano, el pequeño de los tres hijos de Simeone, tampoco sirvió como amuleto para saciar una superstición enfermiza que en el caso del fútbol no siempre encuentra su espacio. Para salir con una sonrisa en la cara hubiera sido mejor evitar atropellos infantiles en el área como el de Miranda a Planas. Los cuatro puntos que le podrían distanciar del Barcelona si los de Luis Enrique solventan con éxito la prueba del Ciutat de Valencia (21.00) ante el Levante no le quitan el sueño. Esto no ha hecho más que empezar. El jueves, dos días después de la impotente derrota en Atenas, se cumplían 1000 días desde que Simeone regresó a la capital para asumir las riendas del equipo donde el esfuerzo y el compromiso están fuera de toda duda. Con la tarea de materializar las opciones de cara a gol y frenar con contundencia el inaceptable oportunismo del rival, la vida sigue y el esfuerzo sigue sin negociarse.

A este Atlético nos lo han cambiado. El pasado sábado, los rojiblancos volvieron a ser presa de una tendencia preocupante. En ataque, a pesar de generar más fútbol y más ocasiones de peligro que en épocas pasadas, éstas no se concretan de la forma esperada. Falta gol, ese golpe que refrende el incontestable gobierno sobre la portería contraria. En defensa, la solvencia ha dado paso a unas dudas que se mezclan con el oportunismo rival y el infortunio propio en forma de goles. Sólo el balón parado (seis goles en siete partidos), producto del minucioso trabajo en la estrategia del Cholo, se salva de la quema y sigue siendo un valor seguro que cotiza al alza. El resultado de este venenoso brebaje no es otro que el descontento generalizado. El empate ante el Celta (2-2) pasará a la historia como el día en el que los pitos resonaron en el Vicente Calderón. La grada quiso mostrar su enfado con el desatino de Raúl Jiménez, voluntarioso pero poco efectivo, y la controvertida decisión del Simeone de sustituir a Griezmann, soberbio en lo individual durante los 69 minutos que estuvo en el campo.

Diego Simeone Antoine Griezmann
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