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Al menos, tuvimos a Velázquez: de los salvajes brasileños a Morata fallando un gol cantado
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Ángel del Riego

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Al menos, tuvimos a Velázquez: de los salvajes brasileños a Morata fallando un gol cantado

Busquemos explicaciones a la pitada que recibió Morata en el Santiago Bernabéu con la Selección Española, mientras que un futbolista del Barça, Yamal, salía ovacionado

Foto: Vinícius y Morata se encaran durante el España-Brasil. (Reuters/Juan Medina)
Vinícius y Morata se encaran durante el España-Brasil. (Reuters/Juan Medina)

Hace unos días en el Bernabéu jugaba la selección Española contra Brasil. El delantero centro titular de España, Álvaro Morata, canterano del Madrid que hoy alquila sus goles al Atlético, fue pitado durante el partido. Su actuación había sido mediocre y cuando Morata es mediocre la impresión que da es autoparódica. La de un actor con los pies cambiados de sitio que al entrar en escena se tropezara con los muebles provocando la carcajada del público. El peinado de Tom Cruise y la vis cómica de Lina Morgan. Esos pitos no son algo extraño. La Selección Española no es precisamente un objeto sagrado y muchos han sido los futbolistas pitados por el respetable. El mismo Morata lo fue en el campo del Sevilla y también en el Metropolitano, cuando ya era del Atleti, pero estaba cedido a la Juventus.

No es un cualquiera Morata. Es el delantero centro y a los delanteros centros se les ve desde cualquier sitio de la plaza. Un chico espigado y con manía persecutoria que no es tan malo como a ratos parece ni tampoco un delantero letal como él se cree. Es un goleador a ráfagas que hace muchas cosas sobre el campo de forma nada sutil y está despojado del don de la gracia. Y es también el mejor delantero español de los últimos 10 años.

Mientras Morata era el goleador español, Inglaterra tenía a Harry Kane —que dobla en goles a Morata—, Francia a Mbappé —ídem—, Argentina a Leo Messi, Portugal a Cristiano Ronaldo y Brasil a Neymar, que, sin ser un goleador puro, tuvo temporadas de más de 40 goles.

Ya se ha contado aquí como la forma de educar al futbolista español que surgió del credo de La Masía, hace prácticamente imposible que surjan goleadores y centrales expeditivos. El goleador es siempre egoísta, como el amante es siempre desesperado. Y el central es quien niega el juego, como si hubiera nacido únicamente de la sangre de Caín. Estos son dos verdades que se pueden matizar a conveniencia, pero seguirán ahí, en el fondo del juego.

Foto: El seleccionador nacional, Luis de la Fuente. (EFE/Kiko Huesca)

Si se educa al futbolista para que siempre le pase la pelota al chaval que no está cubierto, se le educa para un tipo de fútbol muy concreto en el que únicamente se llega al gol a través de una secuencia —casi infinita— de pases. Esta es una pedagogía moral que llevada al límite da figuritas de un Belén viviente despojadas de la capacidad heroica que es —quizás— el atributo más especial y fascinante del deportista.

Así Morata —un verdadero (aunque) delantero— es casi un error genético dentro del ecosistema español. El delantero que exige esa forma de jugar es más bien un Rodrigo Moreno o un Oyarzabal. Mucho más pendientes de asociarse que de reventarla. Mediocampistas camuflados con cierta pericia en el área.

Foto: Luis de la Fuente, durante el partido frente a Colombia en Londres. (EFE/Neil Hall)

Son los chicos humildes y sencillos de los que habla la prensa. Siempre esas dos cualidades repetidas por los entrenadores hasta la extenuación y que llevan demasiado tiempo amargando el paladar del deporte español. Quizás desde ese "niño, no destaques" con el que la escuela franquista decidió aplanar la genialidad de un país presuntamente ingobernable para construir una clase media sobre un cementerio.

España ha tenido genios en casi todas las disciplinas. En las deportivas y en las artísticas. No así en el fútbol. En el fútbol ha tenido geniecillos. Nunca héroes. Quizás la prórroga de Iniesta contra Sudáfrica sea la única concesión de España a la historia épica de la humanidad. Y por supuesto los años en los que Sergio Ramos tumbó la Champions a cabezazos, pero eso es una parte de la historia que sólo los madridistas podemos saborear.

Ese jugador que es como una puerta abierta al infinito. Como si en una casa hubiera un cuarto secreto desde donde dominar el mundo. Como si pudiéramos desviar el curso de un río con nuestras manos y doblegar la selva con nuestras pisadas. Ese jugador nunca se ha dado en España.

Tuvimos a Velázquez, pero Maradona siempre será Argentino. Eso es una cruz

Los más cercanos han sido Gento y Sergio Ramos en el Madrid, y media docena de momentos de Iniesta. Quizás también los primeros días de Butragueño, un año de Fernando Torres y aquel Raúl que movía los objetos con la mente. Pero ninguno consiguió la totalidad o llegó a los niveles de genialidad de los mitos. Lo rozaron a ratos. Fue suficiente, pero no nos sacia. Tuvimos a Velázquez, pero Maradona siempre será Argentino. Eso es una cruz.

En el España-Brasil salió Endrick como un minotauro que hubiera estado gastando el tiempo en el laberinto. Justo todo esto de lo que hablamos, lo tiene Endrick. Cuando se desliza, el césped se abre a su paso. Su cuerpo es algo inédito, no parece hecho para el fútbol, sino para luchar con los hipopótamos. Pero sus pies son pequeños y alados y se mueven en varias direcciones a la vez. Metió un gol de primeras donde fue Gerd Müller y en un par de carreras parecía retumbar Ronaldo.

Claro, la gente ve a Morata y duda de que pertenezcan a la misma raza. ¿Cómo no lo van a pitar?

Lo que tiene Brasil se ha explicado muchas veces. Esa cultura mezcla de extremos que nunca se habían tocado y donde el juego —como en Argentina— construye identidad. El baile, el deseo sin ataduras, el placer que se posa en cada cosa que se haga en la vida, desde la pelota hasta la forma de andar; trazos del animismo antiguo donde todo —y no solo el ser humano— estaba preñado de espíritu y no había separación entre lo de dentro y lo de fuera, entre el alma y el cuerpo y así el ritmo es tan importante como la forma de pensar. Está la vida en eso. Aunque no sepamos lo que es eso.

placeholder Endrick celebra su primer tanto en el Santiago Bernabéu. (EFE)
Endrick celebra su primer tanto en el Santiago Bernabéu. (EFE)

El proceso de domesticación, propio de la escuela occidental, no se da en Brasil. Por lo menos en el Brasil de donde surgen los futbolistas. Marcelo nos gritaba desde la banda que había una libertad diferente a la nuestra. Para el niño no hay diferencia entre lo real y lo imaginado. Todo puede pasar. Para hacerlo adulto se le tortura hasta que dice su primera verdad. De ese proceso te sale un Rummenigge pero no un Vinícius, ni un Neymar, ni un Ronaldo o un Ronaldinho. En ellos no hay diferencia entre lo real y lo imaginado.

Pasan de un mundo a otro como si, con naturalidad y sin perder el sentido de lo real. Compiten al límite, sus goles no se quedan en el terreno de lo fantástico. Roberto Carlos creía que podía marcar goles de falta desde 50 metros. Hágase. Ronaldinho se caía en el agujero de Alicia y salía por el otro lado del área. Hágase. Ronaldo regateó dos veces a un equipo entero. Hágase. Vinícius sale de los embrollos burlando a la policía como Charlot. Venga.

Una educación que no es una educación, afortunadamente. Ahí siguen el atrevimiento, la despreocupación, el placer del juego que es el placer del engaño, o a veces de lo prohibido y también del orgullo narciso. Miradme lo que soy capaz de hacer. Te burlo y te descoso y voy a la banda a que la chica más guapa me llene de flores. Soy un presumido y me caigo en el espejo, pero salgo por el otro lado con media docena de Champions. Ese Cristiano medio brasileño medio sociopatía, genio de arriba abajo que todavía no ha sido entendido por los sabios del deporte.

El futbolista español actual sería —sin embargo— el hombre-sistema por excelencia. Ideales para engrosar una estadística cualquiera. Por eso cuando surge un Lamine Yamal, alguien que se salta las normas y quiere encandilar al personal con la pelota pegada al pie, todos gritan entusiasmados. Quizás Lamine tenga un problema y es que siendo un niño, juega demasiado bien. Y conviene que los niños jueguen mal.

Conviene que jueguen a ser héroes luchando contra el sistema, saltándose las normas de convivencia, agarrando el balón en el medio campo y marcando un gol desde 50 metros como el que Arda Güler estrelló en el travesaño. Si juegas correctamente de niño, nunca serás un héroe de mayor.

Foto: Arda Güller en un entrenamiento con el Real Madrid. (EFE/Daniel González)

Aunque haya excepciones como Iniesta. Esos ratos suyos en la prórroga del Mundial donde purgó todos nuestros pecados. Fue lo suyo un Descendimiento de la Cruz. Algo que no se enseña y ni siquiera la educación pudo con él. Lo llevaba dentro como un remordimiento que se convirtió en desesperación justo cuando acechaban los lobos.

El héroe lo es porque tiene que superar obstáculos sin cuento, a veces incluso lo es contra su físico. No puede haber acto heroico sin desobediencia. No puede haber acto heroico si la estructura es demasiado perfecta, si el sistema te limpia las dificultades. A ningún general le gustan los héroes, sólo el pueblo bebe de ese cáliz.

Si Ramos o Gento son los dos jugadores que más cerca lo han tenido es porque llegaron al Madrid sin saber jugar. Llegaron como pedazos de piedra en bruto a los que había que sacar la escultura del discóbolo tras un proceso largo y doloroso. Llegaron con sus cualidades intactas, salvajes. Y luego aprendieron a jugar.

Nadie limó sus cualidades en aras de acabar con sus defectos.

Recuerden que en el minuto 70 de una semifinal nada de lo aprendido valdrá. Será la intuición salvaje del que se pasó toda la infancia peleando por la pelota en un espacio mínimo, la que salve al mundo o lo condene.

Hace unos días en el Bernabéu jugaba la selección Española contra Brasil. El delantero centro titular de España, Álvaro Morata, canterano del Madrid que hoy alquila sus goles al Atlético, fue pitado durante el partido. Su actuación había sido mediocre y cuando Morata es mediocre la impresión que da es autoparódica. La de un actor con los pies cambiados de sitio que al entrar en escena se tropezara con los muebles provocando la carcajada del público. El peinado de Tom Cruise y la vis cómica de Lina Morgan. Esos pitos no son algo extraño. La Selección Española no es precisamente un objeto sagrado y muchos han sido los futbolistas pitados por el respetable. El mismo Morata lo fue en el campo del Sevilla y también en el Metropolitano, cuando ya era del Atleti, pero estaba cedido a la Juventus.

Vinicius Junior
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