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La sonrisa amenazante de Vini, la sagrada familia del Bernabéu y el 'fatum' de Higuaín
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VOLVIÓ EL MADRID AL TRABAJO

La sonrisa amenazante de Vini, la sagrada familia del Bernabéu y el 'fatum' de Higuaín

Las pretemporadas no son iguales que antes, con giras que eran por la sierra de Madrid. Ahora, los móviles y los viajes acaparan el regreso de los blancos a un nuevo año futbolístico

Foto: Vinícius agradece el apoyo del público. (EFE/Kiko Huesca)
Vinícius agradece el apoyo del público. (EFE/Kiko Huesca)

Comienza la pretemporada. Hay demasiadas cámaras, demasiados móviles, demasiadas redes sociales. Las imágenes de antaño, de futbolistas-macho subiendo y bajando la sierra de Gredos con la voz en off de Félix Rodríguez de la Fuente, han sido sustituidas por partidillos ligeros y abrazos interminables entre el técnico y los chavales que llegan con ganas y la mirada limpia.

La mitad de la plantilla no ha llegado y el madridista parpadea ligeramente. Los jugadores que siguen desperdigados por el ancho mundo parecen vivir en una fiesta perpetua. Vinícius y su sonrisa que parece una prótesis saltan de Las Vegas a los yates y de los yates a Miami y su felicidad de cartón piedra. Eso, en el escaso tiempo que le deja la lucha antirracista, que no es mucho. El hincha blanco más castizo siente aprensión ante esa proyección descomunal del jugador brasileño. Ya ha visto mucho, y sabe de los peligros que acechan a la estrella madridista.

Foto: Curí habla de traición con Vinícius. (Reuters/Pablo Morano)

Brasil es un país que representa lo contrario de la clase media. Es la locura como certeza y la genialidad como afición. Una violencia soterrada recorre toda su geografía. Y existe la duda si esa disciplina interna, como una brújula en la tormenta, que debe tener el futbolista en un entorno hostil y caótico como el Madrid, la llevará por dentro alguien con esa alegría, con esa fiereza, con esas ganas de bailar y no parar jamás.

La felicidad de los brasileños

Ese prejuicio de la clase media es, fijándose en la historia del Madrid, justo eso: un prejuicio. Solo hay que pensar en Casemiro. El último guardián de la casa. O en Marcelo, un genio que convertía su banda en una tiranía de juguete y al que se le acusó de ser feliz desde que llegó al Madrid. Sí, lo fue y duró 12 años a un nivel inexplicable. Pero incluso así, nunca se le perdonó nada.

Bulerías del oficinista metido a casta sacerdotal. Cosas de nuestro Real. Al entrar en el Madrid le tenían que hacer una pregunta a la peña: ¿tú eres de los que te comes el tarro?

Este chico, Arda, con su inocencia resplandeciente, ya ha dejado un par de detalles para la afición, pero sobre todo da la impresión de que solo existe el ahora en él. Juega cada pelota y luego sueña con las pelotas que jugará en el día siguiente. Nada más. En el lado contrario está Tchouaméni. No parece tener esa habilidad innata para simplificar la vida. Se cree icono antes que futbolista y esta próxima temporada va a tener que descubrir lo sencillo esculpiendo hacia dentro, hacia el vacío; un proceso muy doloroso que descubrirá cuando llegue mayo si es futbolista o solo un corredor con una montaña en el tórax.

Si algo potencia el no vivir en la realidad y comerse la cabeza hasta límites asesinos, son las redes sociales. Mal asunto el futbolista que se expresa a través de ellas como si escribiera para la eternidad. Confunde el foco. La eternidad se la tiene que ganar en el minuto 83, apagando soles contra el City, que va a ser el veneno de esta generación. De los jugadores modernos del Madrid, fue Higuaín el que más y mejor se comió la cabeza. Se convirtió en casi un icono de nuestra época. En todos los grandes momentos oía una música fúnebre en su cráneo. Navegó sin rumbo por esos partidos como si no pudiera entrar en el río de la vida y viera pasar las cosas, amargamente, corriente abajo. Ese es el peor terror de todos, el miedo a vivir, a no haber vivido, a quedarse paralizado justo antes de alcanzar la cumbre. Para esos jugadores el Madrid es especialmente duro, y a partir de que marchan en silencio del club, su carrera parece una imitación a la vida.

placeholder Higuaín, durante su etapa en el Real Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Higuaín, durante su etapa en el Real Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)

La remodelación del Bernabéu

No hay juego más climático que el fútbol y equipo que mejor domine esos clímax que el Madrid. Toda la carrera de un jugador blanco debe ser una preparación para esos lugares-tiempo, donde no existe ni el oxígeno ni la piedad.

El nuevo Santiago Bernabéu amenaza con convertirse en la Sagrada Familia de la capital. En la obra eternamente inacabada y al que cada actualización añade una nueva capa de fealdad a la impureza original. La imagen renderizada que se ofrecía a los medios daba una impresión definitiva: una gigantesca nave espacial varada en un barrio de los 70 de clase media alta. Por supuesto, no pegaba nada. Pero esto es Madrid. No pidan coherencia. Las torres de Florentino emergen sin ton ni son del corazón de la meseta y son una maravilla. La cosa del nuevo Bernabéu es que es mastodóntico como era el antiguo. Del hormigón al tecnoflan. El Madrid no es algo sutil. Aunque tenga 1.000 leyes internas y códigos de etiqueta extrañísimos, el Madrid es lo más grande, lo más brillante, los 1.000 goles y las 14 Champions. Brutalismo. Una bestialidad en el medio de la ciudad. Su belleza está en lo inesperado.

Pero algo ha fallado en la colocación de las lamas. La imagen de la fachada de la Castellana no es deslumbrante, ni siquiera brutal. Es como si a El Escorial le añaden un contrachapado y un huerto solar en su explanada. El consumidor en redes sociales se alimenta de highlights. Una y otra vez con músicas diferentes, eso pasa a ser parte de la gran conversación futbolera. Pero eso no es el fútbol. Es su imitación para ser consumido por pura hipnosis. Y es un peligro porque las generaciones contemporáneas se hacen al mundo a través de una app.

El fútbol es lo que más se parece a la vida. Un tiempo corrido. Uno disfruta del gol de Ramos porque se tragó 90 minutos de horror antes. Y uno disfruta de unas cervezas con los amigos porque estuvo respondiendo llamadas en un call center ocho horas seguidas. Los highlights son adicción en bucle, son la puerta a la dimensión americana del deporte. La vía más peligrosa para el fútbol y que se insinúa cada temporada de una forma diferente. La NFL, por ejemplo, es puro highlights. La gente ni siquiera lo disfruta en directo en el estadio. Están esperando la repetición.

Foto: Güler, en su presentación como jugador del Real Madrid. (EFE/J.P. Gandul)

Es el espíritu americano de sustituir la realidad por una falsificación a medida donde no hay sufrimiento ni fealdad y todo es una festividad de opereta banal y convenientemente exteriorizada para venderla en píldoras de un minuto. Es una vida inventada por Spielberg, quien difícilmente podía haber hecho un biopic de Gonzalo Higuaín y su oscura tragedia interior.

Los americanos llevan décadas luchando contra el aburrimiento y así han conseguido la sociedad más aburrida desde la cultura de los guijarros. El espectáculo te lo da todo hecho como en Disneyland. No estás ni un minuto ensimismado o pensando en tus cosas o siguiendo el hilo del partido. Eso no es posible. Hay un bombardeo de sensaciones que son la nada y que solo cumplen el mandamiento de matar el tiempo, de burlar la muerte de la manera más profana. El fútbol, sin embargo, cuando lo es de verdad, es hacedor de memoria. Es algo parecido a lo sagrado, sea lo que sea lo que signifique esa palabra, ya tan lejana para el hombre occidental como espíritu, arado, imprenta u oración.

Comienza la pretemporada. Hay demasiadas cámaras, demasiados móviles, demasiadas redes sociales. Las imágenes de antaño, de futbolistas-macho subiendo y bajando la sierra de Gredos con la voz en off de Félix Rodríguez de la Fuente, han sido sustituidas por partidillos ligeros y abrazos interminables entre el técnico y los chavales que llegan con ganas y la mirada limpia.

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