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Subyace lo de siempre en la guerra entre la FIA y Liberty: el dinero y el poder
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CRUCE DE ACUSACIONES

Subyace lo de siempre en la guerra entre la FIA y Liberty: el dinero y el poder

El ente regulador y el promotor del campeonato han tenido disputas últimamente. A priori, el motivo es defender el área de competencia de cada uno, pero está claro que hay algo más

Foto: El presidente de la FIA, Mohammed Ben Sulayem, junto al de Libert Media, Stefano Domenicali. (EFE/Ronald Wittek)
El presidente de la FIA, Mohammed Ben Sulayem, junto al de Libert Media, Stefano Domenicali. (EFE/Ronald Wittek)

Hacía mucho tiempo que las relaciones entre la FIA (Federación Internacional de Automovilismo) y Liberty Media no estaban tan tensas como en la actualidad. Como a menudo sucede en muchas guerras, ninguna de las dos partes es inocente. Cada facción del conflicto argumenta que defiende sus legítimos derechos, pero, más allá de las razones que puedan asistir a uno u otro, es evidente que haciendo un repaso histórico, salta a la vista que hay intereses mucho menos confesables de por medio. En realidad, los motivos vienen a ser los mismos que provocaron hace 40 años el gran cisma entre el poder deportivo y el comercial: el reparto del botín y dejar claro quién manda.

Se ha escrito mucho sobre la famosa guerra civil que vivió la Fórmula 1, entre el sindicato de constructores, liderado por Bernie Ecclestone, y el representante de la FIA, Jean Marie Balestre. Fue una situación que a lo largo de la década de los 70 fue escalando de tensión entre ambos bandos con amenazas de huelga y sanciones deportivas. La guerra fría pasó a caliente a comienzo de los 80 con boicots reales y grandes premios convertidos en farsa, pero sin un ganador claro.

placeholder Ecclestone saluda a los aficionados en plena calle. (Reuters/Susana Vera)
Ecclestone saluda a los aficionados en plena calle. (Reuters/Susana Vera)

Tanto Ecclestone como Balestre presumían que ni equipos ni federación se necesitaban, pero no era cierto. Cuando los del sindicato quisieron demostrar su fuerza en Sudáfrica en 1981, y la FIA hizo lo propio en Imola 1982, ambas carreras fueron un sonoro fracaso. Por mucho que les molestara a ambos, se dieron cuenta de que no les quedaba más remedio que hacerse socios. Y ahí nació el famoso Pacto de la Concordia.

El acuerdo firmado por Bernie Ecclestone, representando a la mayoría de los equipos, y por Jean Marie Balestre, representando a la FIA, recibió su nombre por su espíritu de no agresión y el lugar de la firma (la sede de la propia FIA en la Plaza de la Concordia en París). Podría decirse que este documento es algo así como la constitución de la Fórmula 1. Aunque su contenido es secreto, básicamente regula las áreas de poder de promotor y regulador, así como el reparto del dinero generado. Desde 1982, el pacto se ha venido actualizando cada cierto tiempo. No obstante, se ha mantenido el principio básico de reservar el poder comercial a Liberty Media y el reglamentario y sancionador a la FIA.

Entra Max Mosley

Ecclestone y Balestre convivieron en relativa armonía después de aquel acuerdo. El primero, sin embargo, seguía viendo como el segundo siempre suponía un freno a sus ambiciones. Dado que el pacto estaba firmado, la única forma de hacer y deshacer a su antojo es que en la presidencia de la FIA no estuviera aquel burócrata francés que detestaba, sino alguien que sabía que podía manejar. Así fue como entró Max Mosley como presidente de la FIA tras lograr los votos país a país.

No hay que olvidar que Mosley, antes de optar a la presidencia de la FIA, era el abogado del propio Ecclestone. Aunque se disimulara en su currículum y se presentara como representante legal del sindicato de los equipos, la realidad es que era el cerebro legal en todos los tejemanejes de Mr. E. Así fue como en 1991 Ecclestone se hizo con el control absoluto, al tener bajo su dominio directa o indirectamente todos los mecanismos de poder.

Ecclestone y Mosley escenificaban la independencia del uno frente al otro en el ejercicio de su actividad, pero realmente eran socios en el más amplio sentido de la palabra. En ocasiones, incluso querían que se creyera que tenían enfrentamientos. Nada más lejos de la realidad, porque era un matrimonio de conveniencia que funcionaba a la perfección. Tenían puntos de vista muy diferentes en ocasiones, pero en lo importante siempre acababan estando de acuerdo. De no ser así, jamás se hubiera firmado el que probablemente haya sido el acuerdo más escandaloso de la historia del deporte, cuando Mosley cedió los derechos de la Fórmula 1 a Ecclestone por 100 años.

placeholder Bernie Ecclestone en una foto reciente con su mujer Fabiana, que ostenta un cargo importante en la FIA. (Reuters/Susana Vera)
Bernie Ecclestone en una foto reciente con su mujer Fabiana, que ostenta un cargo importante en la FIA. (Reuters/Susana Vera)

Más allá de lo indefendible de vender por un siglo unos derechos a un señor de 80 años, lo verdaderamente escandaloso fue el ridículo precio que se pagó. En el año 2000, 360 millones de euros podían parecer mucho dinero. Sin embargo, aquello fue una ganga porque, apenas un año después del acuerdo, Bernie vendió a la empresa EM.TV el 50% de la sociedad por 1.600 millones de euros.

Sin embargo, aquella venta, que hizo inmensamente rico al magnate inglés, sembró la semilla que provocó primero la salida de la Fórmula 1 de Ecclestone en 2017. Eso derivó en el asunto actual que nos ocupa: la velada queja de Mohammed Ben Sulayem a Liberty Media. ¿Cómo no va a decir algo el presidente de una institución cuyo antecesor vendió hace dos décadas unos derechos a cambio de una bolsa de cacahuetes, teniendo en cuenta que hoy día por esos derechos han ofrecido 20.000 millones de euros?

Cuidado con subestimar al rival

La reacción airada de todo el equipo legal de Liberty Media, poniendo a pan pedir a Mohammed Ben Sulayem, huele bastante a sobreactuación. A nadie se le escapa que un acuerdo como el que firmó en su día Ecclestone con Mosley por 100 años, más de un juzgado lo declararía inválido a tenor, entre muchas otras cosas, de una revalorización que sobrepasa de forma escandalosa el límite de lo razonable. Estamos ante un caso claro de que el dueño del edificio (la FIA), le comunica a su inquilino que no puede hacer lo que le dé la gana, por mucho contrato que tenga diciendo que puede hacerlo. Nada es fruto de la casualidad y todo este reciente runrún de Liberty y los equipos, promoviendo una corriente de opinión que presenta a la FIA y su presidente como un estorbo, es un buen ejemplo.

A la hora de opinar sobre cuestiones que afectan al modelo comercial, La FIA es cierto que tiene las manos bastante atadas, pero también conviene que no se pasen de listos en Liberty. A fin de cuentas, los derechos del nombre Fórmula 1 pertenecen a la FIA y, por muchos errores que puedan haber tenido en el apartado reglamentario, ni la responsabilidad es 100% suya. Probablemente, la competición no se regiría mucho mejor si Liberty y los equipos decidieran montarse el negocio por su cuenta.

Es curioso como una vez desaparecido el tándem Ecclestone-Mosley, volvemos en cierto modo a la casilla de salida con el promotor y el regulador discutiendo sobre quién manda. Hoy, como hace 40 años, mantener la cuota de poder es importante, pero el reparto del dinero lo es más aún. Esa es la verdadera razón. Como dice Julio Iglesias, la vida sigue igual.

Hacía mucho tiempo que las relaciones entre la FIA (Federación Internacional de Automovilismo) y Liberty Media no estaban tan tensas como en la actualidad. Como a menudo sucede en muchas guerras, ninguna de las dos partes es inocente. Cada facción del conflicto argumenta que defiende sus legítimos derechos, pero, más allá de las razones que puedan asistir a uno u otro, es evidente que haciendo un repaso histórico, salta a la vista que hay intereses mucho menos confesables de por medio. En realidad, los motivos vienen a ser los mismos que provocaron hace 40 años el gran cisma entre el poder deportivo y el comercial: el reparto del botín y dejar claro quién manda.

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