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Cuando Roberto Durán, el Manson del boxeo, despidió a su enemigo en su lecho de muerte
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LA HISTORIA DE 'MANO DE PIEDRA'

Cuando Roberto Durán, el Manson del boxeo, despidió a su enemigo en su lecho de muerte

El boxeo guarda cientos de historias míticas y legendarias, siendo una de las que más huella dejo la del último abrazo entre dos enemigos que se decían adiós horas antes de morir

Foto: Roberto Durán, abrazando a Esteban de Jesús. (Roberto Durán)
Roberto Durán, abrazando a Esteban de Jesús. (Roberto Durán)

El boxeo es un deporte único. El alemán Max Schmeling, después de perder contra Joe Louis el Campeonato del Mundo en 1938, fue declarado vergüenza nacional por el régimen nazi y repudiado en su país hasta que finalizó la II Guerra Mundial. Joe Louis, al terminar su legendaria carrera, fue perseguido y maltratado por el fisco, al punto de quedar arruinado y obligado a pasar el resto de su vida por estrecheces económicas. Al rival que catapultó al ostracismo entonces fue precisamente una de las personas que más le ayudó económicamente, incluso sufragó parte de los gastos de su entierro.

El argentino Carlos Monzón finiquitó la carrera del ídolo italiano Nino Benvenuti, uno de los mejores boxeadores de la historia del país europeo, cuando le venció repetidamente en 1970 y 1971, retirándole de esta manera del boxeo. Aun así, Benvenuti siempre sintió mucha afinidad por el argentino y fue uno de sus defensores más leales, visitándolo en la cárcel varias veces, y reclamando con asombrosa temeridad su libertad tras ser condenado nada menos que por asesinar a su pareja sentimental.

Otro ejemplo lo protagonizó el panameño Roberto Mano de Piedra Durán, uno de los mejores boxeadores de la historia

Roberto Durán vino al mundo en 1951 en el barrio de El Chorrillo, en la ciudad de Panamá, para criarse en un ambiente extremadamente pobre. Su padre fue un soldado mexicoamericano que abandonó a su familia cuando él tenía año y medio. No volvió a verlo hasta que pasaron veinte años. Desde muy pequeño estuvo forzado a luchar por sobrevivir sin pisar la escuela, vendiendo periódicos, limpiando zapatos o robando mangos, mientras aprendió a defenderse con violencia contra la hostilidad de otros niños de la calle. A veces, estuvo viviendo fuera de su hogar durante más de un mes, buscando fortuna en todo tipo de empleos deplorables. Hasta que descubrió el boxeo. Con 17 años, tras una breve carrera amateur, tomó la determinación de hacerse boxeador profesional.

Foto: (@RelatocuriosoK)

Mano de Piedra boxeaba con la voluntad deliberada de destruir. Parecía recordar en cada golpe que soltaba todos los resentimientos adquiridos en su infancia. Sus ojos manifestaban desprecio por cualquiera que se cruzara en su camino. Mordía amenazante el protector bucal mientras dibujaba una media sonrisa macabra y su ardiente deseo de oprimir a su oponente, en cuerpo y alma, pintaban sobre él el vivo retrato de un depredador humano. "En el ring, hay un animal dentro de mí y él es el que me hace ganar y por el que disfruto peleando", dijo una vez.

Durán era el guerrero por excelencia: tenía la mirada de un asesino y su única premisa era aniquilar. En sus combates, se lanzaba sobre el rival con fiereza desbocada, a la vez que evitaba ser castigado balanceando la cintura, desviando golpes con los guantes y cambiando constantemente de ángulo con su grácil juego de pies.

El ídolo de Mike Tyson

El boxeador panameño veía a sus rivales solo como peldaños que había que ascender para llegar a la cima. Y es que su despiadada educación callejera asimilada no le permitía ningún tipo de remordimiento. Una y otra vez, su discurso previo al combate consistía en que iba a matar a sus rivales. Después de ganar a Ray Lampkin en el peso ligero, al mismo tiempo que su antagonista tuvo que ser trasladado en camilla a un hospital, en una entrevista en televisión anunciaba con tono funesto: "La próxima vez lo mando a la morgue". No es extraño que cuando le preguntaron al que fuera campeón mundial de los pesos pesado Joe Frazier con quién compararía a Durán como boxeador, respondiera que con Charles Manson.

Mike Tyson cuenta en su autobiografía que "mucha gente asume que mi boxeador favorito era Muhammad Alí, pero tengo que decir que era Roberto Durán. Siempre vi a Alí como un hombre hermoso y elocuente. Yo era bajito y feo, y tenía un impedimento en el habla. Cuando veía a Durán boxear, era solo un chico de la calle. Les decía cosas a sus oponentes como 'la próxima vez te vas a la morgue'. Después de vencer a Sugar Ray Leonard en ese primer combate, se fue a donde estaba sentado Wilfredo Benítez y le dijo: 'Vete a la mierda. No tienes el corazón ni las narices para pelear conmigo'. 'Hombre, ese tipo soy yo', pensé. Eso era lo que yo quería hacer. No se avergonzaba de ser quien era".

El boxeador panameño representaba la quintaesencia de la figura del macho. De hecho, por una apuesta llegó a derribar a un caballo de un puñetazo, fracturándose la mano en el proceso. Pero esa imagen adquirida de héroe homérico se derrumbó con la facilidad de un castillo de naipes al retirarse en plena refriega de su segundo combate con Sugar Ray Leonard cuando le dijo al árbitro en español: "No más". Y es que, según nos cuenta Gonzalo Rodríguez, experto en boxeo y comentarista de Eurosport, "tras ganar la primera pelea contra Leonard, el panameño era el hombre del momento, el más grande. Salió mucho, comió todo aquello que le apeteció y él mismo reconoce que llegó a conocer todas las discotecas de la ciudad de Nueva York. Aceptó pelear con poco margen de tiempo y muy subido de peso. Con la perspectiva del tiempo, aquella decisión fue sorprendente. Posiblemente le ofrecieron mucho dinero, pero Durán solo tuvo seis semanas para preparar aquella pelea y su lucha fue contra la báscula. Vamos, que se centró en quitarse 25 kilos en mes y medio y llegó en un mal momento a la pelea. El día de la cita, no estaba en el ring. Se le vio lento, torpe y sin capacidad de reacción".

Amado por su pueblo

En Panamá, era un ídolo del pueblo. Repartía dinero, sostenía a los necesitados y siempre tenía sonrisas para la gente de su barrio. Era casi un héroe mitológico amado por sus compatriotas y esa actuación ensombreció su figura a tal punto que le empezaron a calificar de cobarde. No recuperó por completo su reputación previa hasta que se enfrentó tres años después al mejor y más temible peso medio del mundo, Marvelous Marvin Hagler, que solo pudo ganar a Durán por la mínima. Y es que hasta el asalto decimotercero, (en esa época los combates por el título se disputaban a 15), el panameño iba por delante en las puntuaciones. "Durán eliminó el término cobardía del diccionario español en Panamá", escribió esa noche Will Grimsley, de la Associated Press. "Cuando nadie da nada por mí, es el momento en donde yo me crezco", declaró.

Sobre la pregunta de si ha sido el mejor boxeador latinoamericano de la historia, Gonzalo Rodríguez, afirma que "no existe discusión si hablamos del peso ligero. Pero con una afirmación así nos estaríamos dejando en el camino otras grandes leyendas como Julio César Chávez. Durán es leyenda y afirmar que ha sido el mejor de todos es abrir un debate en el que difícilmente se llegaría a un consenso".

Según Jorge Lera, comentarista de boxeo y MMA en Eurosport, "tras la retirada de Muhammad Alí, parecía que las sombras se cernían sobre el boxeo, que no iba a ser capaz de superar la ausencia de un personaje tan grande. Y ahí surgieron Durán, Leonard, Hearns y Hagler como superestrellas que revolucionaron su época. Y curiosamente, Durán era el único no estadounidense, que en esos tiempos era algo muy significativo. Compitió de forma épica con otros tres fenómenos, pero en clara desventaja de edad y peso".

"No me agrada por muchas razones, sobre todo porque es el único hombre que me derrotó y el único que me derribó", decía Durán de De Jesús

Antes de subir de peso, forjó su leyenda en el ligero. Disputó sus primeros 24 combates en Panamá, muchas veces en sitios inhóspitos, noqueando a 21 rivales. Consiguió el campeonato en el Madison Square Garden de Nueva York ante Ken Buchanan en 1972, en una decisión polémica tras retirarse el escocés por un supuesto golpe bajo que necesitó de cirugía posterior. "Durán estaba imparable, ya había derribado antes a su rival y era un combate que solamente podía acabarse de una manera y era con un triunfo del panameño antes del límite", apunta Jorge Lera. Durante los siguientes seis años, defendería su corona de los pesos ligeros en 12 ocasiones, noqueando a todos sus contrincantes menos a uno e igualando el récord con el único hombre que le había derrotado hasta entonces, Esteban de Jesús.

En esa división, nos cuenta Gonzalo Rodríguez que "Durán se enfrentó a todos, pero se puede decir que Esteban de Jesús fue su gran rival. Fue el primero, y el único, en ganar a Durán en peso ligero tras mandarle a la lona en el primer combate que mantuvieron. Es cierto que luego se enfrentaron dos veces más y Durán puso las cosas en su sitio, ganando ambas peleas por KO, pero el caso de Esteban es la muestra del enorme talento que existía en el peso ligero de aquella época y del mérito que tuvo el panameño. Esteban de Jesús también fue campeón mundial, era un tremendo boxeador y su gran problema fue coincidir en época y peso con Durán".

Entre Esteban de Jesús y Durán había una enemistad declarada. "No me agrada por muchas razones, principalmente porque es el único hombre que me derrotó y el único que me derribó. No me agrada por esas razones, pero también por esas razones tengo que respetarlo", argumentó el panameño antes de su tercera pelea. "Si no le agrado porque lo derribé, que espere hasta después de esta pelea. Esta vez, voy a destruirlo. Cuando lo derribe esta vez, si se levanta, lo mataré. Él me ignoró, así que le digo que pelearé con él en la calle, en cualquier momento y a cambio de nada", respondió el puertorriqueño, quien llegaba a ese combate con 51 victorias y 3 derrotas. En el pesaje antes de la pelea empezaron una confrontación verbal que acabó derivando en un cruce anticipado de manos.

Once años después del combate que cerró la trilogía, volvieron a encerrarse... pero esta vez no en un ring, sino en la habitación de una clínica.

La última despedida

Tras retirarse del boxeo profesional en 1980, Esteban de Jesús entró en una espiral desatada de ingesta de drogas. Reconoció públicamente años más tarde que había comenzado a consumir estupefacientes al principio de su carrera profesional: primero marihuana, luego cocaína y finalmente heroína. La cima de su vida desordenada fue el homicidio de un joven de 18 años al que disparó tres veces tras una discusión de tráfico. Al entrar en prisión, se volvió muy religioso. Allí se enteró de la muerte provocada por el virus del sida de uno de sus hermanos mayores, con quien había compartido jeringuilla. Fue a hacerse las pruebas y el resultado fue positivo. En 1989, el Gobierno de Puerto Rico ordenó la liberación del excampeón mundial para permitir que fuera internado en un centro especializado para pacientes con VIH, donde pasó sus últimos días junto a su esposa y sus tres hijos.

Cuando el mayor de sus rivales vio por televisión cómo Esteban de Jesús en estado terminal, declaraba que estaba "esperando a conocer la voluntad de Dios. Estoy en manos de Dios", una llamada del deber brotó desde lo más intrincado de su alma. El boxeador que venía de la extrema pobreza, ahora en la cúspide de su bienestar material, no quiso dejar ir a su antiguo rival sin despedirse ni rendirle honores. A pesar de que los enfermos de sida eran en los 80 apestados sociales, ya que era un virus mortal del que no se sabía muy bien por entonces todas las formas de contagio, Roberto Durán entró sin dudarlo en su habitación con la presencia del también legendario boxeador José Torres —que fue el que retrató el instante—. Ajeno a la toma de cualquier precaución, le abrazó cariñosamente, asió con sus armas letales el cuerpo deteriorado de su antiguo enemigo, apenas pesaba 40 kilos, para darle un beso en la frente y decirle: "Tú siempre vas a ser mi campeón". Días después, murió Esteban de Jesús, uno de los mejores boxeadores de la historia de Puerto Rico.

El boxeo es un deporte único. El alemán Max Schmeling, después de perder contra Joe Louis el Campeonato del Mundo en 1938, fue declarado vergüenza nacional por el régimen nazi y repudiado en su país hasta que finalizó la II Guerra Mundial. Joe Louis, al terminar su legendaria carrera, fue perseguido y maltratado por el fisco, al punto de quedar arruinado y obligado a pasar el resto de su vida por estrecheces económicas. Al rival que catapultó al ostracismo entonces fue precisamente una de las personas que más le ayudó económicamente, incluso sufragó parte de los gastos de su entierro.

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