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Boxeando con David Gistau: ten cuidado con la derecha de Papá Noel
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Boxeando con David Gistau: ten cuidado con la derecha de Papá Noel

El fallecido periodista practicaba boxeo en el gimnasio Metropolitano de Madrid. Allí forjó un nutrido grupo de amigos que recuerdan su figura cuando se cumplen tres años de su muerte

Foto: David Gistau, junto a Garci en la Cope. (Cedida)
David Gistau, junto a Garci en la Cope. (Cedida)

Tenía en mente apuntarme a boxeo cuando comencé a practicar jiu-jitsu en el gimnasio Metropolitano de Madrid. Después de estar unos meses compaginando el jiu-jitsu con el muay thai, porque los horarios de mi trabajo de entonces no me permitían asistir a las clases de boxeo, abandoné el arte marcial tailandés por el pugilismo. Antes de empezar, pregunté a un compañero que también hacía boxeo sobre cuál era el nivel y la intensidad de los sparrings, aunque yo llevaba casi diez años combatiendo en otra disciplina marcial. Me dijo que en esa escuela, la del exboxeador Jero García, y en el horario al que me iba a apuntar, había mucho nivel. Entre otros peligros me advirtió que tuviera mucho cuidado con la derecha de un tal Papá Noel que además era muy difícil de conectar.

La clase del mediodía estaba compuesta por gente muy heterogénea: había taxistas, ingenieros, opositores, profesionales de la seguridad, urólogos y hasta un director de orquesta. La mayoría de ellos, de mediana edad. Jero llamaba a este grupo el de las viejas glorias. Había exboxeadores amateurs y alumnos que, aunque nunca habían competido, llevaban practicando boxeo desde hacía más de 20 años. En la primera sesión comprobé quién era ese Papá Noel cuando le vi preocuparse por el estado de la nariz de otro compañero, que había probado la potencia de su famoso directo de derecha apenas una semana antes. Era David Gistau, probablemente el mejor columnista de toda su generación. Luego descubrí que así es como le llamaban solo algunos en el gimnasio.

placeholder David Gistau, sonriente al lado de Garci. (Cedida)
David Gistau, sonriente al lado de Garci. (Cedida)

Cuando aterricé en La Escuela, David Gistau no era precisamente un advenedizo en el noble arte. 20 años antes, ya había coincidido con Jero en el gimnasio Reebok de la calle Serrano, cuando empezó a iniciarse en la práctica del boxeo. En un momento determinado abandonó los entrenamientos y perdieron el contacto. Una década más tarde, apareció por el Metropolitano, con redoblados bríos, para retomar las clases.

Cada uno boxea como es

¿Cómo boxeaba uno de los articulistas más importantes de la historia de España? Según comenta su entrenador, "debido a su peso no era un agraciado a nivel técnico". "En las épocas donde se lo tomaba más en serio evolucionaba de forma brutal. Su evolución siempre iba directamente proporcional a su condición física. Y el canalla nunca estaba muy bien físicamente".

No le gustaba saltar a la comba y casi nunca lo hacía, aunque "amenizaba con sus salidas y gracias el salto conjunto de los demás", recalca. Pero haciendo guanteo la actitud era la contraria. "No era de saltitos, sino de apoyar los talones en el suelo y martillearnos con la izquierda para distorsionar la realidad, con el fin de que en ese mismo momento, en que creíamos que era manco, lanzara su derecha recta que decapitaba". Su golpe más contundente era el directo de derecha que percutía a cuentagotas, para dosificar su limitada energía, impreso como si de un martillo pilón se tratara. Jero siempre afirma que uno boxea como es. "David era más listo que el hambre. Te pegaba y justo después se agarraba para que no pudieras responder".

placeholder Varios de los integrantes de las clases de boxeo en 'La Escuela'. (Cedida)
Varios de los integrantes de las clases de boxeo en 'La Escuela'. (Cedida)

Las declaraciones de los amigos de la profesión de Gistau decían que, en realidad, no le gustaba entrenar, sino que iba a La Escuela por el ambiente que había, tan distinto a los que solía frecuentar. Esta afirmación parecía verídica cuando había que hacer trabajo físico porque muchas veces intentaba escaquearse del esfuerzo. Pero se venía abajo a la hora de guantear, donde cualquier testigo notaba su sincera atracción.

Miriam Gutiérrez, campeona profesional interina del mundo y de Europa, también hacía sparring con nosotros. Lo que más apreciaba de David era que "no paraba de sonreír cuando boxeaba". "Se veía que disfrutaba. Eso sí, como te despistaras un poco, recibir un golpe al hígado, una técnica que Jero insistía mucho en enseñarle, estaba asegurado. Aunque si se ponía nervioso, no dejaba de lanzar golpes como si fuera una apisonadora".

Mi primer encuentro

A pesar de que fui educado en un colegio católico, por aquello de que hay que venerar a los santos —los protestantes solo veneran a Dios—, yo siempre he diferenciado entre la obra y el autor. Al ser periodista sabía, por supuesto, quién era David Gistau como profesional, aunque desconfiaba de la persona. Por eso al principio nunca me propuse ardientemente mostrar mis deseos por conocerle. Según decía Normal Mailer, un combate de boxeo es una actividad en el que "hombres, muchas veces ignorantes, se comunican entre sí en un juego de intercambios conversacionales que se adentran en el corazón mismo de la materia del otro". "La única diferencia es que conversan con su físico". Aunque de inicio prácticamente nunca hablamos, nos relacionábamos de esta manera alternativa.

A partir de la segunda semana ya me tocó guantear con él. Una cita que se repitió de continuo durante un año y medio. En esa primera pugna me lo encontré enhiesto, midiéndome con su mayor envergadura y tonelaje, en un conflicto que semejaba al de David contra Goliat. Recuerdo que en aquella ocasión portaba sus guantes granates, como los que llevaba George Foreman, uno de sus boxeadores favoritos, en Kinshasa cuando peleó con Muhammad Ali. Como émulo de su admirado púgil, detentaba una de las mayores pegadas de todos los que nos citábamos allí a enfrentarnos en duelos singulares, pero por una gracia del destino para nosotros no era muy rápido y su potentísimo recto de derecha lo veía venir. Por eso nunca consiguió acertarme de lleno con su disparo somnífero. Las sesiones de sparring se desarrollaban en seis combates de tres minutos con un minuto de descanso entre asaltos. La norma era que en cada uno de ellos guanteabas con una persona distinta. Si la fatalidad te emparejaba con él durante los tres primeros, la precaución obligada a guardar era máxima. Pero a partir del tercero se convertía en un adversario mucho más cómodo con el que medirte debido a su merma física, aunque en los combates sí que era muy generoso en el esfuerzo. Cuando decaía el ritmo siempre sacaba residuos de fuerza para seguir haciéndote frente.

Cuando decaía el ritmo siempre sacaba residuos de fuerza para seguir haciéndote frente

Decía el mediático luchador de la UFC Jorge Masvidal que Kimbo Slice, boxeador que se hizo famoso por sus peleas callejeras organizadas en los suburbios de Miami, era una de las personas que había conocido que más le habían impresionado a lo largo de su vida y de la que más había aprendido. En sus peleas demostraba una fiereza fuera de lo común, llegando a los combates callejeros con su aspecto intimidante, fumando puros de marihuana y con el cuello repleto de cadenas de oro. Pero fuera de ese ámbito era una persona distinta que siempre intentaba que todos con los que se relacionaba estuvieran a gusto y nunca buscaba incomodar a nadie. David Gistau en La Escuela trataba a todos así. Comparte con Kimbo que también lucía barba y falleció joven siendo padre de familia —Gistau tuvo cuatro hijos y Kimbo seis—. Aunque nunca le vi ataviado el cuello con cadenas de oro ni fumando marihuana, sí escuché el sonido característico de su Harley-Davidson, uno de los epítomes junto al boxeo de la virilidad más tradicional, cuando la aparcaba cerca del gimnasio.

placeholder David Gistau, junto a Jero García. (Cedida)
David Gistau, junto a Jero García. (Cedida)

Un alumno 10

Según explicó David en uno de sus artículos en El Mundo, "Jero García tiene un don muy de calle para interpretar las personalidades, y para ver venir las chungas". Haciendo caso al criterio del propio Gistau, con estas palabras define su entrenador al que fue su pupilo: "Yo no mido a mis alumnos por su calidad técnico-táctica. Los evalúo por su nivel de educación y David era un tipo grande; supereducado y superamable. Era un alumno diez".

Gistau, según su entrenador, hacía honor a la frase que dijo Manuel Jabois el día que falleció. "Tenía la capacidad de hacerte sentir huérfano si desaparecía dos minutos". "Era un tío de puta madre. La gente le quería muchísimo; yo le quería muchísimo. Con solo decirte que fue testigo de mi boda. Para mí era como un hermano". Para recordarle, la silla donde se sentaba en las veladas que organiza en El Casino de Torredolones permanece y permanecerá siempre vacía en los siguientes eventos. "Cuando recuerdas a una persona, esa persona nunca muere", concluye. Y en la sede de La Escuela en el barrio de Lucero hay una pizarra colgada en la pared con una frase suya escrita en tiza que define el recinto: "Es una antigua cochera acondicionada que habla en morse al barrio con los golpes de los sacos". Uno de los propósitos que tenía David en vida era dar visibilidad al boxeo en España, sacarlo del reverso tenebroso. Y con tamaño aliado, cuánta ventaja han obtenido los enemigos del noble arte con su pérdida.

Foto: Entrevista al boxeador, Sandor Martín Clemente. (Joan Mateu Parra)
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David Gistau falleció el 9 de febrero del 2020 a los 49 años de edad a consecuencia de una lesión cerebral. Llevaba desde el anterior 29 de noviembre, cuando se desplomó tras un entrenamiento de boxeo sin contacto golpeando al saco, en un estado de inconsciencia, ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Clínico de Madrid. Como comenta David Lema en el prólogo de El penúltimo negroni, recopilación póstuma de artículos de David, "la familia Gistau Retes mantiene que vivió de regalo desde el mismo día que nació, cuando una deshidratación severa hizo que su madre tuviera que alimentarlo durante un tiempo como a un cachorro. Y él era consciente de esa frágil provisionalidad". Aun así, morir a los 49 años se antoja demasiado pronto. Falleció joven. Pero en su acortada existencia le dio tiempo a dejar un eminente legado. Su caso quizás encaja con la explicación que le brinda su creador al líder de los replicantes más dotados sobre la razón de su corta vida en la película Blade Runner, "la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo, y tú has brillado mucho, Roy".

Tenía en mente apuntarme a boxeo cuando comencé a practicar jiu-jitsu en el gimnasio Metropolitano de Madrid. Después de estar unos meses compaginando el jiu-jitsu con el muay thai, porque los horarios de mi trabajo de entonces no me permitían asistir a las clases de boxeo, abandoné el arte marcial tailandés por el pugilismo. Antes de empezar, pregunté a un compañero que también hacía boxeo sobre cuál era el nivel y la intensidad de los sparrings, aunque yo llevaba casi diez años combatiendo en otra disciplina marcial. Me dijo que en esa escuela, la del exboxeador Jero García, y en el horario al que me iba a apuntar, había mucho nivel. Entre otros peligros me advirtió que tuviera mucho cuidado con la derecha de un tal Papá Noel que además era muy difícil de conectar.

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