David Gistau ha ido a una guerra
El escritor y periodista ha fallecido este domingo después de dos meses en coma
Para hacer una columna no hay que tener mucho que decir, sino la columna misma, la oportunidad. Luego se va viendo. Esto lo aprendí leyendo a David Gistau en los años noventa, tan joven y ya en 'La razón', con fotito. Me lo encontraba en los bares de barrio, dentro de un periódico doblado sobre la barra o la máquina de tabaco, más o menos lejos del retrato del dueño en una plaza de toros. Leer 'La razón' era difícil a finales de los años 90, había que ir al bar; pero no a cualquier bar.
'La razón' no era el mejor periódico para ser joven, y Gistau comprendió pronto que su rival no era la izquierda, sino la misma gente que le había contratado. Desde el principio, propuso una columna que parecía llevarle la contraria a todo su periódico, pues estaba llena de desacomplejadas alusiones a la cultura que ideologizaban las cabeceras contrarias, desde Woody Allen a Los Simpson, que de pronto estaban también de su parte. Esto generaba mucho despiste, que alguien pudiera ser divertido y de derechas.
Tutelado por Francisco Umbral y la maldición del "puto folio", Gistau elegía temas que no interesaban a nadie, salvo que, como él, estuviera intoxicado de literatura, entonces sabía que eso del margen, pequeño y menor, era para la columna. Así, en medio de no sé qué guerra (Irak, seguramente) escribió una extraordinaria pieza a partir de las declaraciones de un soldado que recorrió el país recientemente rendido. "Aquí no hay ni McDonalds ni Walmart", decía el soldado, "esta gente carece de las cosas más elementales". De esa humorada involuntaria, en medio de la devastación bélica y de las grandes narrativas, Gistau sacaba su pieza.
Le trajeron de vuelta de la guerra porque no escribía sobre la guerra, sino sobre los malos olores de las alcantarillas
También le mandaron una vez a la guerra misma, y recuerdo que le trajeron de vuelta porque no escribía sobre la guerra, sino sobre los malos olores de las alcantarillas. No había manera de que Gistau se creyera una guerra.
David Gistau, necesariamente, medró, ascendió, le fue bien, cambió de sitio, 'El Mundo' primero, luego, con veinticuatro horas de diferencia, empezó a escribir en 'ABC'. En un libro sobre articulistas famosos ('Atados a la columna', de Amibilia, 2005) declaró (y es curioso que lo recuerde o crea recordarlo con exactitud) que cobraba 365 euros por columna. Eran los tiempos en los que ser columnista excusaba a cualquiera de ir a la guerra, a la guerra de coger el metro todos los días a las 8 de la mañana.
También hizo algunos libros, sobre ultras del Madrid y sobre púgiles, bien llevados y viriles, como el western de Madrid si Madrid diera para un western.
De esa virilidad vibrante se desprendía su prosa, que era como los golpes que lanza el púgil cuando se mira en un espejo, un hacerse en el azogue, un postureo de macho que, en rigor, nadie dice que no se ponga a llorar cuando se quita los guantes.
David Gistau, tras dos meses de hospitales y silencios, ha muerto en la única guerra de la que no puedes hacer luego una columna. Yo creo que la hubiera hecho muy buena, muy graciosa, dándonos casi ganas de ir para allá también nosotros.
El puto folio es lo que tiene, lo que tenía. A Gistau.
Para hacer una columna no hay que tener mucho que decir, sino la columna misma, la oportunidad. Luego se va viendo. Esto lo aprendí leyendo a David Gistau en los años noventa, tan joven y ya en 'La razón', con fotito. Me lo encontraba en los bares de barrio, dentro de un periódico doblado sobre la barra o la máquina de tabaco, más o menos lejos del retrato del dueño en una plaza de toros. Leer 'La razón' era difícil a finales de los años 90, había que ir al bar; pero no a cualquier bar.