El salto evolutivo de LeBron James: de anotador compulsivo a intérprete absoluto
El jugador de Ohio ha transformado su juego y lo ha dirigido hacia un nivel superior. Por primera vez, subordina su capacidad de anotar en busca del mejor pase. Su conexión con Davis, letal
LeBron James ha dado la vuelta al número 23. No ya por la ferocidad con la que pretende destronar el mito ingrávido de Michael Jordan, sino porque la idiosincrasia baloncestística de Los Ángeles le ha acercado a la doctrina solidaria y altruista del número 32. Es el dorsal de Magic Johnson, la camiseta que ondea en el cielo del Staples Center a semejanza de un desafío sobrenatural. James ha decidido emprenderlo como estímulo y pretexto de su cuarto anillo. El primero que conquistaría en la costa Oeste...y el más representativo de su juego clarividente.
James se ha despojado de las obsesiones anotadoras y del protagonismo explícito, pero ha convertido las asistencias en un camino de perfección. Lo demuestra la comodidad con que encabeza las estadísticas de la NBA. Nadie ha facilitado tantos puntos como él. Ni siquiera otros especialistas -Rubio, Simmons, Doncic-, que acostumbran a desempeñarse en la categoría “invisible” de los filántropos. LeBron James es un mito propio. Sus números e influencia lo ubican en la cima del 'Hall of Fame', a la misma distancia de Jordan que la de Johnson, pero el umbral de los 35 años y la propia madurez de su juego han precipitado un nuevo salto evolutivo.
El jugador total que ya era se ha transformado en el intérprete del juego total. Lo demuestran los partidos de esta última semana que hemos visto en Los Ángeles. El duelo con Doncic, el triple doble ejecutado contra los Suns, el reparto de asistencias a Davis en el partido de los Pelicans... sobrentienden que James subordina su imponente capacidad anotadora a la claridad y deferencia del mejor pase. Es una manera determinante de ejercer la influencia sobre el juego.
Ejercicio de identificación
LeBron representa el centro de gravedad absoluto de los Lakers. No con los puntos, aunque los anote -24 de promedio- sino con la velocidad mental y física que inocula al juego del equipo californiano. El rey ha mutado en una criatura franciscana. La asistencia prevalece al lucimiento personal, entre otras razones porque la incorporación de Anthony Davis le permite explorar la conexión más letal de la liga. James encuentra al pivot de Chicago en las alturas, lo abastece en las acrobacias. Y Davis corresponde la generosidad de James capturando sobre el aro balones inverosímiles. Un depredador, un matador, un cómplice en el juego.
Es la razón por la que los Lakers lideran con holgura la conferencia Oeste y el motivo que los convierten en grandes aspirantes al anillo. El peso de LeBron y Davis se nota cuando están y cuando se marchan. Establecen ambos una tiranía que los convierten en imprescindibles, aunque el equipo de Vogel se abastece de otros recursos atractivos, no ya por la facilidad anotadora de Green, por la ciclotimia de Kuzma, por la progresión de McGee o por el cariño que se le tiene a Alex Caruso, sino porque la edad del propio James legitima y homologa la clase senatorial, cuando no geriátrica, de Dwight Howard, Avery Bradley -extraordinario defensor- y Rajon Rondo.
El veterano base de los Lakers puede conquistar el anillo 12 años después de haberlo conseguido con los Celtics. Una carambola de la historia que no se explica sin la inercia ganadora de LeBron James en su proceso de evolución baloncestística y cabalística. El 23 se transforma en el 32. Y los Lakers se transfiguran en la mentalidad solidaria de su propio líder en un fascinante ejercicio de identificación. Se contagian los muchachos de un basket divertido, trepidante y 'asistido', a veces abusando del 'extra pass', pero casi siempre sometiéndose a la doctrina de un juego creativo que abre el campo y la mente como si LeBron tuviera entre sus manazas de Hércules las sutiles reglas del espacio y del tiempo.
No es una novedad la generosidad de James. Ha liderado las estadísticas de asistencias en todos los equipos en los que ha militado, pero nunca había alcanzado la hegemonía absoluta de la competición. Se diría que lo ha iluminado la filosofía de Jodorowski: “lo que doy, me lo doy, lo que no doy, me lo quito”. Por eso impresiona observarlo en una visión del baloncesto que escruta el campo y encuentra la mejor solución. No significa que haya abdicado de sus estadísticas de anotación y rebotes -serán necesarias en la fase decisiva del campeonato- pero el salto cualitativo aporta a LeBron la mejor y mayor acepción del 'playmaking'.
LeBron James ha dado la vuelta al número 23. No ya por la ferocidad con la que pretende destronar el mito ingrávido de Michael Jordan, sino porque la idiosincrasia baloncestística de Los Ángeles le ha acercado a la doctrina solidaria y altruista del número 32. Es el dorsal de Magic Johnson, la camiseta que ondea en el cielo del Staples Center a semejanza de un desafío sobrenatural. James ha decidido emprenderlo como estímulo y pretexto de su cuarto anillo. El primero que conquistaría en la costa Oeste...y el más representativo de su juego clarividente.