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Barbijaputa y Madison, dos feministas, una peli porno y un destino: enamorarse
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Alberto Olmos

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Barbijaputa y Madison, dos feministas, una peli porno y un destino: enamorarse

Coinciden en librerías 'La chica miedosa que fingía ser valiente muy mal', de Barbijaputa, y 'Papi', de Madison Young, dos visiones muy diferentes de la mujer y el feminismo

Foto: Madison Young
Madison Young

Decidí preguntar a algunas amigas sobre la tuitera y columnista Barbijaputa. No pregunté a mi amiga votante de Vox, ni a mi otra amiga cuyo padre fue cargo electo por el Partido Popular. Pregunté a tres mujeres de izquierda, licenciadas en carreras de letras y feministas declaradas. Curiosamente, alguna de ellas insistió en que no revelara su nombre.

“Es un horror su discurso”, me dijo una. “Me parece descafeinada, mediática para mal, ocupadísima en discutir de maquillaje, tacones y depilación. A mí sólo me interesan las que escriben desde la fealdad y para las feas.”

Otra: “Me parece que muchas reivindicaciones feministas se posicionan en el victimismo (lo que he leído de Barbijaputa está hecho desde ahí) sin darse cuenta de que estar todo el rato lanzando el mensaje de que la mujer es víctima lo único que hace, a mi juicio, es reforzar esa visión”.

Y la tercera: “A mí me gusta el feminismo didáctico, no el prepotente, hecho desde una supuesta superioridad moral, que es el que practica esta chica.”

Barbijaputa se posiciona en el victimismo sin darse cuenta de que al lanzar el mensaje de que la mujer es víctima lo único que hace es reforzar esa visión

Sentí alivio. El desagrado que me provocaba toparme cada semana con un artículo de Barbijaputa quizá no se debiera a que, como hombre, me sentía atacado en “mi posición de privilegio”, sino a que, como lector, me intoxicaba su marrullería.

Para quien no la conozca, Barbijaputa (pseudónimo) es una tuit star y columnista muy popular debido a sus opiniones de feminismo futbolero. Su identidad es un misterio y yo, después de pensarlo un momento, he llegado a la conclusión de que detrás de este nickname -y de un discurso tan ramplón, zafio y desarbolado intelectualmente- sólo puede estar un hombre. De hecho, un hombre machista. Si un machista quisiera hacerse pasar por una feminista, sonaría exactamente igual que Barbijaputa.

“Te vas a meter en un jardín”, me advirtió una de mis amigas. Y no tanto porque Barbijaputa sea hoy en día y por desgracia un improductivo referente dentro del debate sobre igualdad entre hombres y mujeres, sino porque tiene 200.000 seguidores en Twitter.

Poder tuitero

Tener 200.000 seguidores en Twitter es como tener 200.000 euros en el banco, enseguida se te pone esa cara como de poder dejar el Mercedes aparcado en doble fila si te da la gana. También puedes enviar tu capital (200.000 euros o 200.000 seguidores) contra alguien que te toque las narices o, simplemente, te caiga mal, a sabiendas de que encontrará al adversario indefenso. (Cosa que probablemente me pasará a mí después de firmar este artículo.)

Otra ventaja del poder tuitero es que te publican libros, cualquier cosa que escribas, porque quizá un 7% de tus seguidores lo comprará y, con eso, ya venderás más que el finalista del premio Planeta. A Barbijaputa le han publicado una novela titulada 'La chica miedosa que fingía ser valiente muy mal' (Aguilar).

Va de Bárbara. Se trata de una chica “compleja” -según la contraportada- que acaba de romper con el hombre más maravilloso del mundo (sic!), lo cual ya indica lo compleja que es en realidad. Bárbara cree que hay “un hombre más maravilloso del mundo” para ella sola, amigas.

Tras la ruptura, Bárbara empieza a compartir piso con una tal Lúa, momento del libro en el que sobreviene un flashback de 300 páginas y nos enteramos de las particularidades de su trabajo (auxiliar de vuelo) y de algunos episodios de su pasado familiar, todo ello regado en feminismo de garrafón y con una sintaxis de cuadernos Rubio, poco más o menos. Finalmente, volvemos al piso con Lúa y resulta que Bárbara tiene que decidirse entre dos hombres.

Toda la novela de Barbijaputa está regada en feminismo de garrafón y con una sintaxis de cuadernos Rubio, poco más o menos

'La chica miedosa que fingía ser valiente muy mal' podría firmarla una Marian Keyes en horas muy bajas y ser reseñada negativamente por la propia Barbijaputa un día que no tuviera nada mejor con lo que embrutecer al personal. La sucesión de clichés de género, conservadurismo y pésima prosa decepciona incluso a aquellos que no disfrutamos del tono de sus artículos, aquí completamente enmudecido.

Sección Adultos

Sin solución de continuidad, me he leído también 'Papi' (Melusina), las memorias de Madison Young, buscando el contrapunto sensato del feminismo solvente. Madison Young también es un pseudónimo, el que utiliza Tina Butcher para su atareada vida: “soy empresaria, directora de una línea de juguetes sexuales, socia única de una productora que graba películas feministas eróticas para parejas, y directora artística de una organización de arte sin ánimo de lucro”, amén de actriz porno y conferenciante.

Para sostener su galería de arte Femina Potens, Tina Butcher se alistó en el porno, haciendo un cálculo tan visceral y valiente como este: “anal para el arte”. Bastaban cuatro sesiones al mes de sexo anal para pagar el alquiler de su local en San Francisco.

Madison Young acabó especializándose en “kinky y fetish”, dejó a su novia y se volvió majareta por James Mogul, el “Papi” al que está dedicado tanto este libro como su vida entera. Mogul es su “papi” porque la ata, la suspende del techo, la azota y la domina por completo. “Hay un poder al que me someto en este rol. También hay un poder que gano”. Esto sí es “complejo”.

Las memorias de Madison Young son un abracadabrante repaso del mundillo del porno en San Francisco, de la fauna queer, vegana, sex-positive y lo que le echen, donde el poliamor es el punto de partida y la liberación femenina a través del arte erótico el camino a seguir. “Yo era una activista que quería revolucionar el porno mostrando cómo las mujeres podían disfrutar del bondage.”

Las memorias de Madison Young son un abracadabrante repaso del mundillo porno en San Francisco, de la fauna queer, vegana y sex-positive

Bien es verdad que hay momentos de una ridiculez inenarrable, como cuando Madison acude a una boda y la novia pide a todos los asistentes “darle un masaje a la Tierra con los pies” (y se lo dan); o el enfado de nuestra protagonista porque su “papi” ha olvidado su aniversario. Podría afirmarse incluso que, si le quitas a Madison Young el BDSM, la galería de arte erótico y sus cuatrocientos amigos de la industria del porno, nos queda una princesa perfecta de anuncio de Pronovias.

Pero si le quitas los tics románticos, nos queda su discurso: “Puta. Era una palabra que poseía con orgullo; era sensual, excitante y llena de vida. Las putas merecían ser adoradas, y al mismo tiempo merecían ofrecerse a otros. Las putas llenaban los cálices con sus corridas, su sudor y su sangre; las putas consagraban la ciudad”.

Decidí preguntar a algunas amigas sobre la tuitera y columnista Barbijaputa. No pregunté a mi amiga votante de Vox, ni a mi otra amiga cuyo padre fue cargo electo por el Partido Popular. Pregunté a tres mujeres de izquierda, licenciadas en carreras de letras y feministas declaradas. Curiosamente, alguna de ellas insistió en que no revelara su nombre.

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