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'Mi crimen': una comedia sobre cómo matar a tu abusador y que te salga rentable
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'Mi crimen': una comedia sobre cómo matar a tu abusador y que te salga rentable

François Ozon adapta una comedia teatral estrenada en el París de 1934 que sigue siendo actual y que tiene en la desmesura de Isabelle Huppert su mejor arma

Foto: François Ozon dirige una comedia burlesca con una Isabelle Huppert desaforada. (BTeam/Caramel)
François Ozon dirige una comedia burlesca con una Isabelle Huppert desaforada. (BTeam/Caramel)

Si algo destaca de la carrera de François Ozon, aparte de su estajanovismo -desde finales de los noventa el francés ha estrenado incluso dos películas al año-, es el eclecticismo de unas propuestas que se han atrevido con el drama histórico, el musical, el cine procesal, el thriller psicológico y hasta el homenaje metarreferencial. Más allá de la elegancia de su puesta en escena, es difícil encontrar en él esos dejes que marcan a un director claramente reconocible, pero a su vez sus películas están unidas por sutiles comunidades que las hermanan bajo la mirada de un cineasta irregular, pero siempre ambicioso e interesante. Su última película, Mi crimen, no viene a cambiar las fórmulas del audiovisual, ni plantean una experimentación profunda, ni una tesis sorprendente, ni fuerza los límites de la corrección; Mi crimen es un alegre divertimento que funciona en su candidez, en las que se habla de amor, de cine, de amor al cine, sin excesiva acritud y homenajeando al melodrama, esa irrealidad en la que la vida era más comprensible y ubicable.

A Ozon le ha salido esta vez una comedia de enredo de época muy disfrutable gracias a unos personajes, como repite el juez Rabusset (Fabrice Luchini), "adorables" y a un guion que juega con los clichés al tiempo que sorprende. Ozon se traslada al París de los años treinta, a la casa de dos jóvenes que sufren la miseria de intentar abrirse paso en la sociedad parisina a pesar de los obstáculos de ser mujeres y pobres. Ozon propone una escenografía teatral, pero la rueda como el cine clásico y, entre medias, salpimienta con guiños metacinematográficos que la alejan de un clasicismo anquilosado. Recuerda, en cierta manera, a las comedias noir —que no con lo mismo que las comedias negras— de Woody Allen, pero con la sofisticación de un humor francés que no llega a la mordiente del estadounidense.

placeholder Rebecca Marder y Nadia Tereszkiewicz son las protagonistas de 'Mi crimen'. (Caramel/BTeam)
Rebecca Marder y Nadia Tereszkiewicz son las protagonistas de 'Mi crimen'. (Caramel/BTeam)

Una de las jóvenes es Madeleine Verdier (Nadia Tereszkiewicz), una aspirante a actriz con una vida de frustraciones: no consigue papeles importantes, los productores teatrales intentan sobrepasarse con ella y es amante de un rico heredero (Édouard Sulpice) que pretende casarse con otra mujer de su estatus y mantenerla a ella escondida. La otra es Pauline Mauleón (Rebecca Marder, una extraña belleza a la que hemos visto en Simone), una aspirante a abogada que tampoco consigue hacer carrera y para la que Madeleine es más que una amiga; incluso más que una hermana. El día que intentan desahuciarlas por los retrasos en el pago del alquiler, un investigador acusa a Madeleine del asesinato de un productor muy conocido que ha aparecido con una bala en la cabeza.

Ozon siempre ha demostrado un interés particular en los personajes femeninos, en su ingenio para beneficiarse en situaciones aparentemente desfavorables. Personajes con una imagen ingenua imbuidos en juegos de poder en los que los subestiman. "La protesta nace de la ausencia de justicia. La sociedad francesa está dominada, viciada por los hombres franceses; a las mujeres nos consideran menores de edad en cuanto a nuestros derechos y adultas en cuanto a nuestra culpa", defiende el personaje de Pauline en un momento del filme.

placeholder Isabelle Huppert en el centro, como una famosa actriz del cine mudo en horas bajas. (BTeam/Caramel)
Isabelle Huppert en el centro, como una famosa actriz del cine mudo en horas bajas. (BTeam/Caramel)

Desde el descubrimiento del cadáver del productor, Ozon plantea un noir atípico, un whodunit —el género que centra el misterio en el autor de un crimen— burlesco o vodevilesco en el que Madeleine no debe probar su inocencia, sino su culpabilidad. Porque si no quiere morirse de hambre, si quiere tener un techo bajo el que cobijarse, incluso para conseguir algo de notoriedad en su carrera artística, el veredicto de culpabilidad es su única salida del atolladero. Hay que aprovechar el absurdo del sistema, ¿no?

Las dos mujeres se ven envueltas en un sistema judicial absolutamente masculino, en el que las relaciones personales y profesionales se mezclan, dando lugar a situaciones cómicas como el interrogatorio del juez Rabusset con uno de los sospechosos, Palmarède (Dany Boon). Para ridiculizar la naturaleza misma del machismo, Ozon propone unos personajes masculinos paródicos que, lamentablemente, se parecen mucho a algunos hombres de carne y hueso en su relación con las mujeres, que solo parece poder basarse en el deseo, el miedo o la incomprensión. Pero Mi crimen entra en un estadio de maravilloso esperpento con la aparición de Odette Chaumette (Isabelle Huppert), excesiva como la diva que es, como bruja vengadora de todas aquellas mujeres de las que, en su juventud, los hombres se aprovechan y a las que, en su madurez, los hombres desechan.

Mi crimen se basa en la obra homónima estrenada en 1934 por Georges Berr en el Théâtre des Variétés de París, lo que demuestra que seguimos siendo los mismos, incluso cuando ya no somos los mismos. O al revés. Mi crimen es un Ozon disfrazado de ligereza, divertido y sofisticado, rodeado de un elenco disfrutón, con un diseño de arte y una fotografía impecables. Una comedia refinada que recupera ese magnetismo del gran cine de estudio, porque no todo en esta vida tiene por qué ser plomizo, intenso o una competición de modernas.

Si algo destaca de la carrera de François Ozon, aparte de su estajanovismo -desde finales de los noventa el francés ha estrenado incluso dos películas al año-, es el eclecticismo de unas propuestas que se han atrevido con el drama histórico, el musical, el cine procesal, el thriller psicológico y hasta el homenaje metarreferencial. Más allá de la elegancia de su puesta en escena, es difícil encontrar en él esos dejes que marcan a un director claramente reconocible, pero a su vez sus películas están unidas por sutiles comunidades que las hermanan bajo la mirada de un cineasta irregular, pero siempre ambicioso e interesante. Su última película, Mi crimen, no viene a cambiar las fórmulas del audiovisual, ni plantean una experimentación profunda, ni una tesis sorprendente, ni fuerza los límites de la corrección; Mi crimen es un alegre divertimento que funciona en su candidez, en las que se habla de amor, de cine, de amor al cine, sin excesiva acritud y homenajeando al melodrama, esa irrealidad en la que la vida era más comprensible y ubicable.

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