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'Drive My Car': ¿es esta adaptación de Murakami la película más bella del año?
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'Drive My Car': ¿es esta adaptación de Murakami la película más bella del año?

La ganadora del Globo de Oro a mejor película en habla no inglesa y del mejor guion y Fipresci en Cannes adapta un relato corto de Murakami sobre el duelo y la pérdida

Foto: Hidetoshi Nishijima y Tôko Miura son los protagonistas de 'Drive My Car'. (Elastica Films)
Hidetoshi Nishijima y Tôko Miura son los protagonistas de 'Drive My Car'. (Elastica Films)

Nada que ver con la canción de los Beatles más allá del título, en 'Drive My Car' —conduce mi coche es la traducción—, la pérdida y el recuerdo son los lazos que unen a los protagonistas. Dijo Godard de 'Al azar, Baltasar', de Bresson, que la película era, "en verdad, el mundo en una hora y media". Aquí nos encontramos con el mundo en tres horas: por la pantalla, apenas perceptibles, ocurre la transformación. Hay que estar atento y ser paciente —cualidades cada vez más inhabituales— para descubrir la esencia de esta adaptación que ha dirigido Ryosuke Hamaguchi, uno de los cineastas prodigio de la cinematografía japonesa, de un relato corto de uno de los autores nipones más internacionales, Haruki Murakami, eterno aspirante al Nobel de Literatura. También es inhabitual la sutileza —no sea que el espectador ose no comprender algo— de una narración que pudiera parecer improvisada, en la que es difícil detectar los andamiajes de un guion. Para empezar, el prólogo de 40 minutos con el que comienza el filme, necesario para entender a un protagonista atado a unas cintas de audio. Sorprende también que en la meca del cine industrial hayan reconocido con el Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa esta propuesta intimista y delicada, un cine en peligro de extinción.

Él, Yûsuke (Hidetoshi Nishijima), es un actor y dramaturgo de prestigio. Ella, Oto (Reika Kirishima), guioniza programas de televisión. Y también le gusta contar historias eróticas mientras hacen el amor. Una pareja que se rompe con la muerte de ella debido a una hemorragia cerebral. Y aquí es donde empieza 'Drive My Car', con el duelo del protagonista, que ha decidido poner en marcha una versión multilingüe de 'Tío Vania', de Chéjov. Nada de lo que ocurre en la película sucede como previsto. Nada puede anticiparse y la narración fluye libre, sin encorsetamientos. No hay estereotipos ni lugares comunes. Todo es sorprendente y, aun así, natural. Hamaguchi —admirador, por cierto, de Víctor Erice— encapsula la belleza de lo cotidiano, de lo calmo, sin aspavientos ni altas pasiones.

placeholder Yûsuke Kafuku es un actor de prestigio y Misaki Watari es su chófer. (Elastica Films)
Yûsuke Kafuku es un actor de prestigio y Misaki Watari es su chófer. (Elastica Films)

Ganador del premio a mejor guion en Cannes, el filme de Hamaguchi sigue a Yûsuke en su viaje a Hiroshima, donde comienza los ensayos de 'Tío Vania'. A pesar de su reticencia inicial, los productores designan a una conductora para que lo traslade del hotel al trabajo en su Saab rojo, que ya ha conseguido el estatus de icónico incluso antes de estrenarse. La conductora, Misaki (Tôko Miura), es una joven de 23 años, callada y observadora. Y en lo que se centra, precisamente, 'Drive My Car' es en la relación que desarrollan ambos en esos trayectos en coche, incluso sin hablarse ni mirarse, escuchando las cintas con los diálogos de 'Tío Vania' que grabó Oto antes de morir y que para Yûsuke son el único anclaje físico al recuerdo de su esposa.

Las cintas y el Saab rojo, que recorre como una reliquia mágica las carreteras de un Japón representado como gris y triste por el director de fotografía Hidetoshi Shinomiya. Los dos se aíslan en el interior del vehículo, un espacio pequeño y privado en el que los dos van construyendo su unión, incluso sin mirarse a los ojos más allá que en el reflejo del retrovisor. Tampoco necesitan hablar, siempre acompañados por el texto de 'Tío Vania' que, además, representa a la perfección el sentimiento de tristeza que ambos comparten.

placeholder El protagonista prepara la representación de 'Tío Vania'. (Elastica Films)
El protagonista prepara la representación de 'Tío Vania'. (Elastica Films)

Como una 'buddy movie' pasada por el tamiz sofisticado del cine de autor japonés, Hamaguchi une a los dos personajes a través del dolor de la pérdida. Son los pequeños gestos los que van acercando a dos personas en las antípodas. Con la quietud y la repetición de planos y acciones, el director imita la prosa tranquila de Murakami. Es un melodrama desnudo de excesos donde la emoción acaba llegando casi inesperadamente entre ensayos de la obra de teatro y los trayectos en coche. Hamaguchi busca recrear la sensación de estatismo del tiempo real: en una de las mesas italianas, una de las actrices, que es sordomuda, representa su papel en lengua de signos que, a su vez, traduce línea a línea uno de sus compañeros.

Hamaguchi consigue crear escenas realmente emocionantes partiendo de una sencillez casi pudorosa. Por ejemplo, durante una conversación entre el protagonista y uno de los actores de su producción, mientras ambos recuerdan a Oto y cuando Yûsuke confiesa que no ha podido volver a actuar Chéjov desde la muerte de su esposa, porque el autor ruso amplifica el dolor de la pérdida. La capacidad de Hamaguchi y sus actores de contener tanto significado en los matices hacen de 'Drive My Car' una película poética y profundamente conmovedora que acaba con un eco de la tragedia colectiva y compartida que es una pandemia mundial, que por desgracia también ha hecho que estemos conectados, a nuestro pesar, por el dolor.

Nada que ver con la canción de los Beatles más allá del título, en 'Drive My Car' —conduce mi coche es la traducción—, la pérdida y el recuerdo son los lazos que unen a los protagonistas. Dijo Godard de 'Al azar, Baltasar', de Bresson, que la película era, "en verdad, el mundo en una hora y media". Aquí nos encontramos con el mundo en tres horas: por la pantalla, apenas perceptibles, ocurre la transformación. Hay que estar atento y ser paciente —cualidades cada vez más inhabituales— para descubrir la esencia de esta adaptación que ha dirigido Ryosuke Hamaguchi, uno de los cineastas prodigio de la cinematografía japonesa, de un relato corto de uno de los autores nipones más internacionales, Haruki Murakami, eterno aspirante al Nobel de Literatura. También es inhabitual la sutileza —no sea que el espectador ose no comprender algo— de una narración que pudiera parecer improvisada, en la que es difícil detectar los andamiajes de un guion. Para empezar, el prólogo de 40 minutos con el que comienza el filme, necesario para entender a un protagonista atado a unas cintas de audio. Sorprende también que en la meca del cine industrial hayan reconocido con el Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa esta propuesta intimista y delicada, un cine en peligro de extinción.

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