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Víctor Erice: “Que una película americana cope 400 salas es una forma de invasión"
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HOMENAJEADO EN EL FESTIVAL DE LOCARNO

Víctor Erice: “Que una película americana cope 400 salas es una forma de invasión"

El cineasta vasco recibió este miércoles el premio honorífico del Festival de cine de Locarno, el Pardo a la Carrera.

Foto: Víctor Erice en una foto de archivo (EFE)
Víctor Erice en una foto de archivo (EFE)

A sus 74 años, Víctor Erice mantiene intacta su pasión y clarividencia a la hora de hablar de cine. Porque, como él mismo ha explicado en una conversación abierta con su amigo el crítico de cine Miguel Marías en el Festival de Locarno, para él ser cineasta “es un hecho existencial, no profesional”. El director de obras fundamentales del cine contemporáneocomo El espíritu de la colmena o El sur recibió este miércoles el premio honorífico del festival suizo, el Pardo a la Carrera. Y ha iniciado su charla respondiendo a la “pregunta que más veces me han hecho en mi vida”. ¿Por qué tan pocas películas?

“No tengo una sola respuesta. Supongo que la explicación, si alguna hay, responde a un conjunto de circunstancias tanto personales como las derivadas de la industria cinematográfica. Pero al hacer esta pregunta nos situamos sobre todo en el terreno de la producción. ¿Cómo producir? ¿Cómo hacer más cosas? Yo no entiendo el cine como un mero ejercicio profesional, para mí es el vertebrador absoluto de la vida, incluso de la cotidiana.Y para este género de vivencia, uno sigue siendo cineasta aunque no ruede películas. Como se dice en España, alguien es torero hasta el fin de sus días aunque no salga al ruedo. Me siento próximo a aquella afirmación de Jaime Gil de Biedma, cuando decía que él no quería ser poeta, quería ser poema.” Marías y Erice tienen claro que ahora hacer cine “es más barato que nunca. Pero es diferente hacer cine que ser director de cine.”

El director ha manifestado que no se planteaba ideas en abstracto, “intento conciliar los medios con los fines. He hecho pocas películas, pero hay sustanciales cambios entre ellas. El sol del membrillo, por ejemplo, fue una experiencia en el límite. Está considerada como un documental, aunque yo no establezco grandes diferencias entre documental y ficción, porque ya sabemos que, incluso en sus primeras películas, los Lumière rodaban diferentes tomas de una misma escena, dirigían a sus trabajadores como si fueran figurantes de un film convencional".

"Rodé El sol del membrillo sin ninguna línea escrita de guion. Se trataba de vivir una experiencia. Tuvimos la idea el martes y el sábado estábamos rodando. Había pasado todo el verano acompañando a Antonio López mientras pintaba grandes paisajes urbanos. Cuando terminaba el día, charlábamos y en determinado momento empezamos a hablar de nuestros sueños recurrentes. Antonio me confesó que se le repetía uno con un árbol membrillero. Al final del verano le pregunté qué iba a hacer: 'Cuando termino mi trabajo de verano, me gusta quedarme en mi jardín y pintar un árbol que he plantado yo, un membrillero'. Sentí que allí había un misterio", prosigue.

"Hay que tener un motivo profundo para hacer una película y para mí en este caso fue ese: descubrir el significado posible de ese sueño. Así que acompañé al pintor en su trabajo mientras pintaba un ser vivo que evoluciona en el tiempo. Mi primer papel como cineasta fue el de observador. Lo que descubrí después de hacer la película, porque el cine es un herramienta de conocimiento, fue que el membrillero era el árbol de su infancia. La producción de El sol del membrillo fue complicada, la financiación corrió a cargo de profesionales que intervienen en el film. Con un productor convencional de la industria nunca hubiera podido rodar esta película", recuerda.

Los hombres podían matar a otros hombres

En los últimos años, Erice ha trabajado en diferentes proyectos de más corta duración como el mediometraje La muerte roja (2006), dedicado a La garra escarlata (1944), de Roy William Neill, una adaptación de las aventuras de Sherlock Holmes que fue la primera película que vio como niño en el antiguo cine Kursaal de San Sebastián, donde ahora se levanta el edificio de Moneo.

Esta película no está en las historias del cine, pero para mí ha sido fundacional. El misterio a veces se encuentra en las cosas más simples y cotidianas. Aquí comprobé que un vulgar cartero puede ser un agente del mal. Quedé absolutamente aterrorizado y descubrí algo tremendo de la vida. No era tanto el concepto de muerte, del que ya era consciente. Sino que los hombres podían matar a otros hombres, lo que me pareció el mayor de los escándalos. Como niño, no distinguía entre realidad y ficción, y creía que lo que estaba viendo en la pantalla sucedía de verdad. Al mirar a mi alrededor comprobéque el resto de los espectadores permanecían pasivos antes ese horror, y pensé que ellos conocían un secreto del que yo no era consciente. A través de este agujero negro entré en conocimiento de lo social, con una inevitable pérdida de la inocencia.”

Erice también ha reivindicado un cine que, más allá de su naturaleza artística, funciona como arma de contrainformación. “Los grandes medios de comunicación, en manos del poder, están configurando la realidad. Y son cada vez más totalitarios. Nos encontramos en unos tiempos de una urgencia especial. Por eso, si me invitan a Portugal, intento entender qué pasa allí”.

La última película del director por el momento, Vidrios partidos, forma parte de un proyecto colectivo, Centro histórico, donde también colaboraron Aki Kaurismäki, Pedro Costa y Manoel de Oliveira. La obra fue un encargo de la ciudad portuguesa de Guimarães con motivo de su capitalidad europea en 2012. En este film, Erice se acerca a la crisis económica actual a través de los relatos de los antiguos obreros de la fábrica Rio Vizela, una de las industrias textiles más importantes de la Europa del siglo XX.

“Estaba una mañana en un café muy viejo de Guimarães lleno de hombres silenciosos que miraban caer una tormenta. Todos estaban en edad laboral, pero quedaba claro que no tenían trabajo. La delicadeza del dueño del establecimiento era extraordinaria: les dejaba estar allí sin consumir, a cobijo de la lluvia. Esta imagen era muy representativa de la situación en el país”, recuerda.

Fue entonces cuando decidió encontrarse con los antiguos obreros de esa fábrica ahora desmantelada para escuchar sus historias. Sin embargo, el formato de la película (dura unos veinte minutos) le impedía introducir sus testimonios directos sin reducirlos drásticamente. “Y yo no soy partidario de la manipulación sin piedad de los testimonios personales que llevan a cabo algunos montadores”. Por lo que optó por otra solución. “Redacté unos monólogos junto a los trabajadores: con papel y lápiz llevamos a cabo un trabajo conjunto de guionistas. Quise darles la oportunidad de que vivieran la experiencia del cine”.

La corrupción en España

Aunque consciente de la urgencia de la realidad, el cineasta no ha pensado en rodar ningún film sobre los casos de corrupción que asolan España. Pero tiene claro, en caso de que se aproximara al tema, cuál nosería su punto de vista. “Jean-Luc Godard dijo una vez que si hiciera una película sobre Auschwitz se centraría en la vida de una mecanógrafa encargada del trabajo burocrática.Es decir, me plantearía una perspectiva que no fuera la de los grandes conjuntos sino de la gente común que convive y tolera ese régimen, y que de alguna manera lo completa.”

Marías y Erice también han debatido sobre los cambios estéticos propiciados por las nuevas tecnologías. “Ayer estaba cenando con el inventor de la steadycam, Garrett Brown (a quien el festival también rinde homenaje), pero no le comenté qué pensaba de este dispositivo. La steadycam facilita el trabajo a directores profesionales que no tienen ni la más mínima idea de lo que es encuadrar. Con una steadycam pueden hacer lo mismo que cualquier cameraman de televisión: retransmitir".

"Hay muchas películas actuales en las que se “retransmite” el guion, sin que las escenas estén planificadas según una visión. Ha habido todo un proceso durante el que una serie de elementos que antes eran primordiales se han ido devaluando, posiblemente a causa de la práctica televisiva. Mi experiencia del cine es anterior a la televisión y está vinculada a un espacio público. Ahora se ha restringido la experiencia colectiva del cine a la privacidad.”

Un niño prematuramente envejecido

El cineasta se siente afectado por las profundas transformaciones que ha vivido el cine en las últimas décadas, pero no quiere convertir su discurso en un lamento. “El cine ha consumido en un periodo de 100 años lo que el resto de los lenguajes artísticos han tardado siglos. Es un niño prematuramente envejecido. Porque para mí el cine es distinto al audiovisual. El cine, tal y como lo hemos contemplado desde sus orígenes, está prácticamente en vías de extinción. De ahí cierto tono elegíaco en mi generación. Pero no quiero sumarme al muro de lamentaciones, porque hay toda una generación de jóvenes que tiene que plantearse las mismas preguntas que nos hicimos nosotros".

"Mi experiencia es la del cine como gran arte popular del siglo XX, el más extraordinario y probablemente el último. Una película de Chaplin, sin el recurso de la palabra, era experimentada por todos los espectadores del mundo de la misma manera. Hoy el cine es fundamentalmente un objeto de consumo masivo dictado por las televisiones. Por eso los cineastas de mi especie trabajamos en los márgenes, y no por vocación. Porque el sistema nos conduce a una cierta marginación", continua.

"Hoy en día hay películas interesantísimas, pero están limitadas por la distribución. Que una película norteamericana cope 400 salas en el día de su estreno es una forma de invasión. ¿Qué podemos hacer en contra de eso? Yo no he hecho películas para mis amigos, no quiero una audiencia fragmentada. Quiero hablar a todo el mundo”, confiesa.

Para el director español el cine sigue siendo ese país donde conviven ciudadanos de culturas diferentes. “Para mí el cine es un país que no existe en los mapas, y para acceder a él no tuve que pasar grandes aduanas, nadie me pidió el pasaporte. Pero me hizo ciudadano del mundo. Yo vivía en un país de fronteras cerradas, de miedo en la calle, de falta de libertad, un país torturado por las consecuencias de la guerra civil. Las películas me permitieron ser ciudadano del mundo. Cuando me encuentro con un colega japonés podemos mantener una conversación a pesar de pertenecer a culturas diferentes.Porque tenemos esta lengua común: el cine.”

A sus 74 años, Víctor Erice mantiene intacta su pasión y clarividencia a la hora de hablar de cine. Porque, como él mismo ha explicado en una conversación abierta con su amigo el crítico de cine Miguel Marías en el Festival de Locarno, para él ser cineasta “es un hecho existencial, no profesional”. El director de obras fundamentales del cine contemporáneocomo El espíritu de la colmena o El sur recibió este miércoles el premio honorífico del festival suizo, el Pardo a la Carrera. Y ha iniciado su charla respondiendo a la “pregunta que más veces me han hecho en mi vida”. ¿Por qué tan pocas películas?