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'Isla de perros': una bellísima distopía canina de animación no apta para niños
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'Isla de perros': una bellísima distopía canina de animación no apta para niños

El estadounidense Wes Anderson, ganador del Oso de Plata en la pasada Berlinale, firma una de sus mejores películas, una cinta de animación con una lectura política muy actual

Foto: 'Isla de perros' es la última película de Wes Anderson. (Fox)
'Isla de perros' es la última película de Wes Anderson. (Fox)

De 'Isla de perros' es imposible no sacar una lectura política, pero sobre todo una reflexión sobre los mecanismos que llevan al ser humano o bien a apoyar o bien a mirar hacia otro lado cuando se desprestigia, persigue y castiga —incluso extermina— a un grupo étnico, social o, como en este caso, taxonómico. Porque aunque Wes Anderson recurra a la belleza de la animación, de los colores vibrantes y los planos nada naturalistas compuestos con una disciplina y meticulosidad férrea, el fondo es punzante, real y, lamentablemente, universal y atemporal. Para los despistados: 'Isla de perros' no es una película para niños, a pesar de que niños y canes son sus protagonistas. Tampoco es 'Fantástico Sr. Fox' (2009), la anterior cinta de animación del cineasta tejano, donde se dirigió al público infantil con una adaptación de Roald Dahl. 'Isla de perros' es un filme tan crudo como entrañable, crítico con lo manipulable de la opinión pública, pero con esperanzas en la condición humana. Y uno de sus mejores trabajos.

En esta fábula posmoderna ambientada en un futuro distópico dentro de 20 años, Anderson propone una ciudad japonesa, la ficticia Megasaki, regida por un Gobierno autoritario en manos del alcalde Kobayashi, que ha iniciado una campaña para expulsar a todos los perros del lugar, alegando un posible —no probado— contagio de un tipo de gripe perruna —estornudos, espasmos, narcolepsia, insomnio y poco más— a los humanos. Cuando se aprueba el decreto, las autoridades envían a todos los canes sin excepción a una isla que funciona como vertedero y allí se los abandona en las condiciones más miserables: encerrados en jaulas, sin apenas comida y obligados a sucumbir a los instintos más primarios para sobrevivir.

Foto: Un fotograma de 'Isla de perros'. (Fox)

Aquel que antaño fue mascota de un equipo de béisbol o el que protagonizaba anuncios de, pongamos, Purina o el que ganó todos los concursos caninos, ninguno olvida las comodidades que un día tuvieron, obligados ahora a vivir en medio de un paraje desolado e inhóspito en el que impera la ley del más fuerte. Si antes daban por hecho el plato de comida, ahora pelean por una bolsa de basura llena de restos podridos. Y, a pesar de la traición de los humanos que los han desterrado, la mayoría se mantienen fieles y con esperanzas de que a sus dueños les entre la cordura y les permitan regresar a su casa.

placeholder Un fotograma de 'Isla de perros'. (Fox)
Un fotograma de 'Isla de perros'. (Fox)

Anderson centra su película en una jauría de perros liderados por Chief, un chucho descreído y desconfiado, el único de ellos con un pasado callejero y que no guarda ningún tipo de lealtad o cariño a los humanos. "Yo no me junto con perros adiestrados", censura. Por eso, cuando el joven Atari aterriza en la isla buscando a su mascota Spots, Chief es el único reacio a ayudarlo. Sin embargo, como la democracia impera en los grupúsculos de la isla —al contrario que en Megasaki, donde las elecciones de los humanos están amañadas—, la cuadrilla de perros acaba acompañando al niño en la búsqueda.

La cuadrilla de perros acompaña a un niño en la búsqueda de su mascota

En 'Isla de perros', Anderson despliega toda su magia formal para recordar al espectador lo importante que es la empatía y lo injusta que puede llegar a ser una sociedad arrastrada por el miedo. Para ello, recurre a un modelo totalitario en el que una voz única se impone a un pueblo acrítico y crédulo con una fe ciega en la propaganda y una desconfianza absoluta y punitiva en las voces disidentes. Por otro lado, apunta a los intereses ocultos de los gobiernos que alientan estas corrientes de odio, que en esta fábula canina quedan al descubierto con el resultado de unas investigaciones científicas en torno a la gripe perruna. Y, como en cualquier absolutismo, quien se mueve ya no es que no salga en la foto, es que le borran.

placeholder Otro momento de 'Isla de perros', de Wes Anderson. (Fox)
Otro momento de 'Isla de perros', de Wes Anderson. (Fox)

Como siempre, la belleza y la potencia audiovisual de Anderson son evidentes. Pero en esta ocasión, a 'Isla de perros' le añade un delicado trabajo de artesanía 'stop motion' lleno de texturas y capacidad interpretativa. El pelaje de los perros, el movimiento, la gesticulación de las 'marionetas' y los escenarios repletos de materiales y matices son una muestra de las carencias que todavía tiene la animación generada por ordenador. El cineasta juega con los términos de la imagen —con total nitidez, al estilo 'split focus'—, aparte de como herramienta estética, como recurso humorístico para reforzar un guion que resulta en un ejercicio genial de ironía, mordacidad y diálogos afinadísimos y afiladísimos.

'Isla de perros' es, además, una carta de amor a Japón y su cultura, con evidentes guiños a Kurosawa tanto en la temática como en la composición de plano: en una de las batallas entre dos pandillas de perros, por ejemplo, Anderson alude directamente a 'Los siete samuráis'(1954) con un plano en el que la fila horizontal de los contrincantes se presenta en el horizonte.

placeholder Kunichi Nomura pone voz al alcalde Kobayashi. (Fox)
Kunichi Nomura pone voz al alcalde Kobayashi. (Fox)

Sin embargo, algo que le han criticado al director es que los personajes humanos son los únicos que hablan en japonés, mientras que los perros protagonistas se comunican en inglés en la versión original —en castellano, en la versión doblada— y estadounidense es el personaje de Tracy Walker, líder revolucionaria.

placeholder Cartel de 'Isla de perros'.
Cartel de 'Isla de perros'.

Anderson ha sublimado en 'Isla de perros' todos sus intereses cinéfilos: la perfección y meticulosidad formal, referencias y homenajes a los grandes de la historia del séptimo arte, sin descuidar la emoción de la narración. Y lo hace con ese estilo tan suyo, que mezcla la distancia irónica con la intensidad dramática. Una oda al cine diferente hecho con cariño, tiempo y oficio en una industria pragmática que busca resultados rápidos e historias clónicas.

Foto: John Krasinski dirige y protagoniza esta cinta de terror. (Paramount)
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De 'Isla de perros' es imposible no sacar una lectura política, pero sobre todo una reflexión sobre los mecanismos que llevan al ser humano o bien a apoyar o bien a mirar hacia otro lado cuando se desprestigia, persigue y castiga —incluso extermina— a un grupo étnico, social o, como en este caso, taxonómico. Porque aunque Wes Anderson recurra a la belleza de la animación, de los colores vibrantes y los planos nada naturalistas compuestos con una disciplina y meticulosidad férrea, el fondo es punzante, real y, lamentablemente, universal y atemporal. Para los despistados: 'Isla de perros' no es una película para niños, a pesar de que niños y canes son sus protagonistas. Tampoco es 'Fantástico Sr. Fox' (2009), la anterior cinta de animación del cineasta tejano, donde se dirigió al público infantil con una adaptación de Roald Dahl. 'Isla de perros' es un filme tan crudo como entrañable, crítico con lo manipulable de la opinión pública, pero con esperanzas en la condición humana. Y uno de sus mejores trabajos.

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