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En este país hubo una época en la que una revista literaria triunfaba: "Había ansia por leer"
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En este país hubo una época en la que una revista literaria triunfaba: "Había ansia por leer"

La revista 'Quimera' lanzó su primer número en 1980 y se convirtió en un gran éxito gracias a sus entrevistas a grandes escritores. Fue el reflejo de una década y país que ya no existen

Foto: Lectores en el parque de El Retiro de Madrid en el 2000. (Getty/Cover/Carlos de Andrés)
Lectores en el parque de El Retiro de Madrid en el 2000. (Getty/Cover/Carlos de Andrés)

Corrían los años ochenta y Jorge Luis Borges era uno de los tótem de la literatura de la época. De esos nombres que bailaban para el Nobel. Miguel Riera, director de la revista literaria Quimera, llegó a su casa de Buenos Aires para hacerle una entrevista en profundidad, una de esas conversaciones reposadas para charlar de lo divino y de lo humano. El escritor le ofreció un café, pero la criada le dijo que no había café. El autor de El Aleph le instó entonces a bajar a comprar café y la criada le dijo que no había dinero. Borges decidió llamar a su editorial y pedir unos cuantos pesos. Al poco llegó un chico en moto con un sobrecito y Riera y el escritor pudieron disfrutar su charla… y, por supuesto, del café. Los años ochenta.

Esta anécdota la cuenta el propio Riera a El Confidencial cuando se cumplen casi 45 años de la aparición del primer número de Quimera —noviembre de 1980—, una de las revistas de literatura más importantes tras la llegada de la democracia, con las entrevistas a los escritores más punteros de la época y que llegó a tirar más de 30.000 ejemplares mensuales, una auténtica locura si nos atenemos a su tipo de contenido, como asegura el propio Riera. Cuando dejó su dirección a finales de los noventa apenas llegaban a los 3.000 números y hoy subsiste mediante suscripciones, con una edición digital y con unos pocos trabajadores que prácticamente lo hacen todo por amor al arte (y a los libros) y también con mucha profesionalidad y esfuerzo. Literal.

¿Qué pasó entonces para que en los ochenta, una revista que publicaba extensísimas entrevistas a Rafael Alberti, Juan Goytisolo, Milan Kundera, Susan Sontag, Umberto Eco, Jorge Luis Borges o Pier Paolo Pasolini se convirtiera en un éxito periodístico? Una revista que, además, contaba con artículos para muy cafeteros. Una revista que se permitía el lujo de viajar para charlar una hora o dos o tres con un escritor. Es decir, una revista destinada a una minoría pero que, sin embargo, "se convirtió en una minoría muy amplia", señala el ex director, hoy al frente de editoriales como Montesinos y Piel de Zapa.

"Era un momento en el que salíamos de la dictadura franquista, había muchas iniciativas y también había ansia por leer y conocer"

"Era un momento histórico muy distinto. Hubo una época literaria dorada con la aparición del boom latinoamericano y grandes escritores europeos. Y también había muchas ganas de conocimiento tanto de lo que venía de fuera como de lo de dentro. Era un momento en el que salíamos de la dictadura franquista, había muchas iniciativas y también había ansia por leer y conocer, ya que veníamos de una época de censura y si querías leer determinados libros los tenías que comprar clandestinamente", comenta Riera, quien apunta que también los medios de comunicación eran mucho más limitados y eso posibilitaba llegar más fácilmente al lector. "La revista dio testimonio de ese fervor y de esas ganas de abrirse a nuevas visiones literarias", añade.

Dan fe también las entrevistas que acaban de publicar en el volumen Voces de Quimera (1980-1989) (editado por Jofre Casanovas en Montesinos) donde aparecen algunos de los mejores escritores de aquellos años con interesantes reflexiones, pero también mostrando su lado más humano. A Carmen Balcells le preguntaron, por ejemplo, si era feliz y dijo que no, y que votaba a los socialistas de Felipe González y qué es lo que haría si tuviera un hijo homosexual. O ahí estaba Thomas Bernhard admitiendo su dolor por la pérdida irreparable de su pareja. O Michi Panero hablando de sus problemas mentales. O Susan Sontag de su cáncer. Conversaciones que en el mundo tan de márketing y promoción editorial que vivimos hoy son casi imposibles de conseguir.

Fervor literario

Todo este fervor lo vio venir Riera a finales de los setenta cuando empezó a viajar por América Latina con la revista cultural El Viejo Topo, fundada en 1976 por él, Claudi Montañá y Josep Sarret, justo tras la muerte de Franco y de tintes bastante izquierdistas y antifranquistas. "Me había dado cuenta de que aquí no se sabía nada de la literatura latinoamericana y que los países latinoamericanos no sabían qué hacía el país vecino. Pensé que una revista que hablara de esa literatura y de toda la que la dictadura había impedido podía tener salida. ¡Y luego era una época en la que éramos muy optimistas! ¡Salían revistas literarias por todas partes! Había una capacidad de iniciativa que ya no está. Así que, en realidad, no fue una sorpresa que nos fueran bien las cosas", sostiene.

El primer número ya fue una alfombra roja literaria: contaron con un poema de Octavio Paz, textos de Juan Goytisolo, Susan Sontag, Jorge Semprum, Manuel Puig… Era también una revista con numerosos contactos y en la que, como afirma Riera, todo el mundo quiso participar desde el principio.

placeholder El primer número de la revista Quimera. (Cedida por la revista)
El primer número de la revista Quimera. (Cedida por la revista)

Quimera siempre tenía abiertas todas las puertas en todos los cenáculos literarios. Se podía hablar con cualquier autor de cualquier nivel. Y cualquiera estaba dispuesto a colaborar y a escribir. Desde el principio nos rodeamos de gente muy valiosa como Rafael Moreno Durán, Julian Ríos, Juan Goytisolo… Podías conseguir el teléfono de Octavio Paz, le llamabas y hablabas con él sin problemas… O te ibas a comer con Rulfo. A lo mejor es que nos veían unos jóvenes despistados, pero desde el primer número la calidad fue incontestable, así que todos querían salir en la revista", manifiesta su fundador.

Otro aspecto de la época es que precisamente los grandes escritores… también vendían. Ahí estaban Delibes o Eco. Había una conjunción de lo mainstream y lo literario que hoy es mucho más difícil de encontrar. Pocas veces los libros más vendidos son los mejores del año. "Hoy incluso se ha dado categoría de grandes escritores a escritores más convencionales en cuanto a calidad, ambición, estilo, estructura de sus libros… Muchos escritores que en nuestra época inicial ni siquiera hubiéramos mencionado porque nos hubieran parecido banales, ahora no solo son grandes vendedores sino que los tratan como buenos escritores. Pero entonces el bestseller no chocaba con la realidad. Aparece gente como Günter Grass y todo el mundo lo quería leer. Cuando digo todo el mundo obviamente me refiero a una minoría, pero era una minoría muy amplia", resume Riera.

El mejor síntoma de esta ebullición cultural e intelectual lo ofreció la televisión. Numerosos escritores empezaron a aparecer en la tele y se hicieron hasta famosos, incluso celebrities. Y ya sabemos que si la tele quiere saber de ti es por algo. Además, ese algo no solo pasaba exclusivamente en España pese a nuestro contexto histórico. Jofre Casanovas recuerda, por ejemplo, la conversación de más de una hora que emitió la televisión francesa entre Susan Sontag y John Berger. Hoy parece ciencia-ficción. "Yo creo que todo tenía que ver por ese ansia por saber y por descubrir. La presencia de los intelectuales en la televisión fue consecuencia de ese hambre", apostilla Riera para quien es un error las políticas que llevan en la actualidad las televisiones públicas. "Deberían haber seguido con esto y apostar por estos espacios. Que compitan con las televisiones privadas es una vergüenza".

"Todo tenía que ver por ese ansia por saber y por descubrir. La presencia de los intelectuales en la televisión fue consecuencia de ese hambre"

Característica desoladora de aquellos tiempos es, por otra parte, la escasa presencia de escritoras. No hay más que hojear el volumen Voces de Quimera. De 50 entrevistas solo ocho son a mujeres. Y una, Sontag, sale hasta repetida. Y otra, Balcells, ni siquiera era escritora.

"Lamentablemente es un reflejo de la época y del momento histórico y, por suerte, aunque queda mucho por hacer, se está corrigiendo. Si hoy hiciéramos un volumen de la década de los 2000 para adelante sería completamente diferente. Pero en esa época esa era la realidad", se lamenta Casanovas. La causa era todavía más triste: "Era un reflejo de lo que les costaba publicar a las mujeres. No hay tantas porque no publicaban tantas. No había mujeres que ganaran el premio Nobel ni en el boom latinoamericano, ni en el Goncourt… No tenían acceso a la publicación y, por tanto, tampoco a la revista literaria", ratifica Riera. Una fotografía bien cristalina de dónde venimos.

Y se jodió el Perú

Los años ochenta fueron, por tanto, una década de éxito, pero como todo lo bueno aquello también fue diluyéndose a partir de los noventa. Además, señala Riera, lo hizo muy rápido: "En cinco años pasamos de vender 30.000 a 15.000 y luego enseguida 5.000". Empezaron a fracasar las ediciones que tenían en México, Argentina y Colombia. "Con la crisis del petróleo los distribuidores dejaron de pagar y tuvimos que cancelarlas", señala el ex editor.

Y España empezó a cambiar.

Primero comenzó la concentración editorial. Los grandes grupos empezaron a crecer y a comprar editoriales medianas que habían funcionado bastante bien y con catálogos muy atractivos (como Tusquets o Seix Barral, por ejemplo). De alguna manera, el riesgo menguó y la homogeneización ganó terreno. "Ahora calidad hay en todas partes porque en todas partes encuentras cosas buenas, pero las editoriales pequeñas son más valientes a la hora de publicar libros menos comerciales y, por tanto, más arriesgados", resume Riera.

placeholder Las voces de Quimera. (Editorial Montesinos)
Las voces de Quimera. (Editorial Montesinos)

Después empezaron a confluir los intereses de ciertas editoriales y ciertos medios de comunicación con lo que la crítica empezó a estar sentenciada de muerte. Un ejemplo claro, según Riera, fue el suplemento Babelia, de El País. "Se convierte en la referencia hace treinta años y todo lo que publicaban cuatro o cinco editoriales aparecía ahí referenciado. Se esforzaban poco en buscar en editoriales menos de linea comercial. Es verdad que las que tenían presencia permanente eran muy buenas, como Anagrama. Pero es verdad que hubo editoriales que supieron manejar muy bien el tema de las relaciones con la prensa y otras pequeñas, que muchas desaparecieron, no tuvieron esa capacidad", comenta Riera, aunque concede que eso casi es una cuestión de cómo tocan las cartas en esta vida: "Tampoco significaba deshonestidad sino que las cosas van como van".

Y, finalmente, en la prensa cultural todo comenzó a hacerse más laxo, con conversaciones más cortas, artículos menos densos, todo más ligero y, para Riera, más comercial. Lo peor que le podía pasar a una revista especializada que luchaba por destacar en el mar de publicaciones. "Se acabaron artículos profundos, pero que eran muy gustosos de leer como, por ejemplo, el juicio que le hicieron a Ezra Pound. Eso lo echo de menos en un periodismo cultural que se ha volatilizado".

"Quimera ni es ni fue elitista. Lo que pasa es que lo que yo siempre he dicho es que en el terreno cultural tenemos que ser todos elitistas"

Precisamente a Riera y a Quimera les adjudicaron en no pocas ocasiones el adjetivo de elitista. Eso de alta cultura en tiempos en los que ya no parece haber distinciones entre alta y baja. De hecho, su lema es "Hecha para lectores exigentes". El ex editor niega la mayor: "No, Quimera ni es ni fue elitista. Lo que pasa es que lo que yo siempre he dicho es que en el terreno cultural tenemos que ser todos elitistas. Cuando se suben escalones en el terreno de la cultura cada vez se disfruta más. En el nivel cultural cuanto más alto, mejor".

Y admite que la revista sigue luchando por adaptarse al mundo que le ha tocado vivir, que ahora tiene mucho más que ver con las tecnologías. No se mantiene en el papel de los ochenta. Aquello saben que ya pasó. En pos de esa conversación que defienden tiene un podcast, Voces, el último con la peruana Mónica Ojeda. Y sus últimas entrevistas son a Gioconda Belli, Juan Gómez Bárcena, Luis Mateo Díez y el Nobel Jon Fosse.

"Ahora las conversaciones reposadas se dan de viva voz en el audio", manifiesta Riera. El humanismo, la reflexión y el diálogo, de alguna manera en medio de todo, persisten.

Corrían los años ochenta y Jorge Luis Borges era uno de los tótem de la literatura de la época. De esos nombres que bailaban para el Nobel. Miguel Riera, director de la revista literaria Quimera, llegó a su casa de Buenos Aires para hacerle una entrevista en profundidad, una de esas conversaciones reposadas para charlar de lo divino y de lo humano. El escritor le ofreció un café, pero la criada le dijo que no había café. El autor de El Aleph le instó entonces a bajar a comprar café y la criada le dijo que no había dinero. Borges decidió llamar a su editorial y pedir unos cuantos pesos. Al poco llegó un chico en moto con un sobrecito y Riera y el escritor pudieron disfrutar su charla… y, por supuesto, del café. Los años ochenta.

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