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"Dejarás de dirigirte a mí": las condiciones vejatorias que Einstein le impuso a su mujer Mileva
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"Dejarás de dirigirte a mí": las condiciones vejatorias que Einstein le impuso a su mujer Mileva

El reputado físico ordenó una serie de exigencias humillantes a su esposa tras enamorarse de su prima. Lo cuenta la primera biografía de Mileva Einstein publicada en español

Foto: Albert Einstein y Mileva Maric en 1912. (ETH-Bibliothek Zürich, Bildarchiv/Portr_03106/CC BY-SA)
Albert Einstein y Mileva Maric en 1912. (ETH-Bibliothek Zürich, Bildarchiv/Portr_03106/CC BY-SA)

Las cartas que le tocaron en la vida a Mileva Einstein (Serbia, 1875 - Suiza, 1948) desde luego no fueron las mejores. Y tampoco tuvo los mejores escenarios para jugar con ellas. Mileva Einstein, teoría de la tristeza, de la escritora croata Slavenka Drakulic (Galaxia Gutenberg), es un título perfectamente preciso del paso por este mundo de quien fuera la primera mujer del físico Albert Einstein, de quien nadie duda que fue un verdadero genio en su campo, pero que, como relata esta biografía sobre ella apoyada en numerosos documentos reales, también se comportó de forma vergonzosa y humillante para con ella. A comienzos del siglo XX no eran buenos tiempos ni para ser científica ni para gozar de un mínimo de respeto masculino.

Y eso que Mileva, como señala este libro, sí tuvo un hombre que apostó desde el primer minuto por ella: su padre. Fue él quien, observando sus aptitudes, la envió a estudiar Físicas a la Politécnica de Zúrich, ya que Suiza era el único país europeo que entonces -finales del siglo XIX- permitía estudiar en la universidad a las mujeres, según comenta Drakulic. Y fue allí donde conoció a Albert, algunos años menor que ella y entonces un tipo ya excéntrico pero a la vez solitario y tímido. Y fue allí donde empezaron a estudiar juntos, investigar juntos y enamorarse. Tanto que ella se quedó embarazada de su primera hija, Lieserl. No fue una buena noticia sino el inicio de toda una vida llena de desgracias.

placeholder Mileva Einstein, teoría de la tristeza, de Slavenka Drakulic (Galaxia Gutenberg)
Mileva Einstein, teoría de la tristeza, de Slavenka Drakulic (Galaxia Gutenberg)

Porque aquel fue el primer golpe mental en una mujer que ya tenía algunos antecedentes de trastornos mentales en su familia (su hermana sufría esquizofrenia, que fue diagnosticada muchos años después cuando se supo de la enfermedad). Corría el año 1902, Mileva y Albert no estaban todavía casados, él no tenía empleo, ella tampoco se había licenciado aún, y ella fue convencida por él para dejar a la niña recién nacida con sus padres. Así lo hizo: parió y la entregó pensando que cuando la vida fuera mejor la recuperaría. Nunca sucedió. Poco tiempo después sus padres le dijeron que el bebé había muerto. A día de hoy todavía no se sabe muy bien si aquello fue cierto. “No hay mucha información nueva, pero han aparecido algunos nuevos artículos en la prensa serbia diciendo que la niña no murió sino que fue adoptada por una amiga de Mileva y que vivió bajo otro nombre hasta que fue mayor. Pero no hay pruebas ni documentos, solo historias de fuentes no demasiado confiables”, señala Drakulic a este periódico.

Sin embargo, con esa culpa Mileva tuvo que vivir durante toda su vida. Como se relata en el libro, ella ya fue incapaz de pasar el examen final de la carrera y licenciarse. No se concentró durante la prueba. “Aquel fue un fuerte golpe mental del que nunca se recuperó. Hoy ella hubiera sido capaz de terminar su examen final y licenciarse. En otras palabras, hubiera tenido una profesión y un buen trabajo, lo cual le hubiera dado más independencia de Albert”, apostilla Drakulic. Desde entonces, Mileva no fue la física que quería ser sino solo fue la mujer de Albert (y la que le ayudaba por las noches en sus investigaciones).

"El machismo era la norma y, desde ese punto de vista, desgraciadamente, Albert se comportó como cualquier hombre se hubiera comportado"

Para 1914 llegó otro golpe que la destrozó. Einstein, que ya empezaba a ser un físico muy reputado (y famoso), le escribió un pliego de condiciones si quería que siguieran viviendo juntos. Es un texto realmente vejatorio. Se divide en tres apartados e incluye exigencias como: “Te vas a ocupar de que mis trajes, ropa interior y sábanas estén limpios, de que reciba tres comidas al día en mi habitación, de que mi dormitorio y estudio estén limpios y, especialmente, de que mi escritorio lo utilice solo yo”; “Te abstendrás de cualquier relación conmigo, salvo que sea necesario por motivos sociales”; “Al tratar conmigo cumplirás estas reglas: no esperarás de mí ninguna intimidad ni me lo reprocharás de ninguna forma, si lo exijo, dejarás de dirigirte a mí, si lo exijo, saldrás de mi dormitorio o estudio enseguida y sin protestar, no me harás de menos frente a nuestros hijos, sea con tus palabras o tu comportamiento”.

“Escribí una nota al pie para dejar claro que era un documento real y no un texto mío”, alerta Drakulic sobre, precisamente, lo ofensivo de las condiciones que Einstein pidió a su mujer aquel verano de 1914 cuando la pareja ya tenía dos hijos (concebidos bajo el matrimonio). El físico se había enamorado de su prima Elsa y esta fue la mejor forma que se le ocurrió para “cortar” su relación con Mileva. La escritora, no obstante, reconoce que si bien hoy nos puede parecer una conducta brutal, entonces no parecía tan raro. “Se enamoró de su prima y quería que Mileva se marchara. Sus vergonzosas condiciones son una prueba de eso. Los hombres no trataban a las mujeres con respeto. Y aquello estaba dentro de las coordenadas del patriarcado existente”, manifiesta.

Es más, Einstein ya había dado muestras de sus ideales pacifistas, estaba más ligado a una ideología progresista que conservadora, pero en este tipo de cuestiones era como la amplísima mayoría de hombres de la época. “El machismo era la norma y, desde ese punto de vista, desgraciadamente, Albert se comportó como cualquier hombre se hubiera comportado”, insiste Drakulic. Lo que fue menos normal fue la reacción de Mileva: “Hizo algo que a mí me parece muy valiente: rechazó sus condiciones, le abandonó y se fue sola a Suiza con sus dos hijos. No tenía ni trabajo ni dinero, solo su orgullo. La admiro por eso”.

Depresión sin diagnosticar

No fue nada fácil para ella dejar a Einstein. Ni desde el punto de vista sentimental, puesto que seguía muy enamorada de él (y según el libro parece que nunca dejó de estarlo realmente), ni desde el punto de vista económico, ni desde el punto de vista familiar, ya que tuvo que sacar adelante a dos niños pequeños y uno de ellos ya con muestras de tener también algún tipo de trastorno mental. Y en un contexto internacional en el que acababa de estallar una guerra mundial en el corazón de Europa. El resultado fue que se pasó los dos años siguientes casi sin poder salir de la cama y el resto de sus días con una tristeza que nunca la abandonó (“¿Por qué dudo sobre si hablar de la tristeza que me oprime desde hace ya tres décadas?”, reconoció en uno de los textos que escribió). Cuando hoy se lee el libro las señales de depresión profunda son evidentes. Pero entonces ni siquiera esa enfermedad tenía nombre y las teorías de Freud estaban dando sus primeros pasos.

Tras divorciarse, Mileva se pasó los dos años siguientes sin salir de la cama y el resto de sus días con una tristeza que nunca la abandonó

“Hoy muchas cosas de su vida serían diferentes, incluidos los tratamientos psicológicos y psiquiátricos”, sostiene la escritora. No solo por lo que ella sufrió -también perdió a su hermano en el frente bélico, por si no le faltaban desgracias- sino por la propia enfermedad de su hijo Eduard quien, al igual que su tía materna (la hermana de Mileva), desarrolló esquizofrenia. De pequeño todavía era controlable para su madre, pero no así cuando creció, ya que se volvió un joven violento y peligroso. No existía la medicación que hoy existe para esta enfermedad y acabaría sus días recluido en la clínica psiquiátrica de Zürich en la que ingresó tras la muerte de su madre, quien se había encargado de cuidarle durante toda su vida.

“No existe una sola causa para una vida tan trágica”, reconoce la autora de esta biografía. Es un cúmulo de desdichas y adversidades. “Vivía en una sociedad patriarcal, tenía herencia genética de enfermedades mentales, problemas en su matrimonio, problemas financieros… Todo eso contribuyó a su difícil situación”, manifiesta Drakulic.

Es lícito asegurar que su vida hoy hubiera sido muy diferente. Quizá alguien como Einstein no se hubiera comportado así, quizá Mileva jamás hubiera entregado a su hija, hubiera aprobado los exámenes y hubiera trabajado como física quizá con grandes descubrimientos como hizo su marido, puesto que ella fue la mitad de su cerebro cuando él los llevó a cabo. Quizá su depresión hubiera sido diagnosticada y tratada, al igual que la esquizofrenia de su hijo. No vivió, desde luego, en el mejor de los tiempos incluso contando con grandes ejemplos como Marie Curie, a quien conocía y apreciaba. “Hasta ella, como cualquier mujer hoy, tuvo que trabajárselo mucho más que un hombre para destacar en su campo”, manifiesta Drakulic, quien insiste en que tanto la vida de Marie como la de Mileva son dos importantes paradigmas para no olvidar de dónde venimos. “No olvidemos que entre su época y la actualidad las mujeres han luchado mucho por sus derechos. Nosotras estamos disfrutando los resultados de una larga batalla”, zanja.

Las cartas que le tocaron en la vida a Mileva Einstein (Serbia, 1875 - Suiza, 1948) desde luego no fueron las mejores. Y tampoco tuvo los mejores escenarios para jugar con ellas. Mileva Einstein, teoría de la tristeza, de la escritora croata Slavenka Drakulic (Galaxia Gutenberg), es un título perfectamente preciso del paso por este mundo de quien fuera la primera mujer del físico Albert Einstein, de quien nadie duda que fue un verdadero genio en su campo, pero que, como relata esta biografía sobre ella apoyada en numerosos documentos reales, también se comportó de forma vergonzosa y humillante para con ella. A comienzos del siglo XX no eran buenos tiempos ni para ser científica ni para gozar de un mínimo de respeto masculino.

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