La española que pudo ser Marie Curie si el franquismo no lo hubiera impedido
Piedad de la Cierva se formó sobre radiación en el extranjero y trabajó con los principales estudiosos de la época, pero tras la Guerra Civil se frustraron sus planes de crear un instituto de física atómica
Fue pionera entre las científicas en España, pero su nombre es casi desconocido. Hace cerca de 90 años, se formó para que el país se pusiera a la vanguardia en la ciencia de los átomos y los elementos radiactivos, pero el final de la Guerra Civil truncó sus planes. Piedad de la Cierva tuvo la oportunidad de viajar al extranjero y aprender en ambientes selectos cuando pocas mujeres lo podían hacer; y, aunque no pudo desarrollar una carrera en aquello para lo que se había preparado, no dejó de investigar en otros campos.
Piedad de la Cierva y Viudes se crió en una familia cristiana de la Murcia de comienzos del siglo XX. Nacida en 1912, su padre, Juan de la Cierva y López (primo hermano del inventor del autogiro), a pesar de su carácter estricto y conservador, quiso que su hija tuviera una formación adecuada a los nuevos tiempos que corrían para las mujeres. “Eso era complicado en la época, porque había muy pocas que estuvieran en la universidad”, cuenta a Teknautas Inmaculada Alva, profesora de la Universidad de Navarra e investigadora de su figura.
Premio extraordinario de carrera
El progenitor quería que estudiara Farmacia, “que era una de las carreras femeninas de la época”, pero ella prefería Ciencias Químicas. Los dos primeros años los hizo en Murcia y el resto en Valencia, donde termina en 1932 con premio extraordinario de licenciatura. Es entonces cuando uno de sus profesores, Antonio Ipiens, la anima a irse a Madrid con una beca para hacer el doctorado.
En la capital, el único lugar de España donde entonces era posible doctorarse, se presentó con una carta de recomendación para el profesor Julio Palacios, director del departamento de Rayos X del instituto Rockefeller, donde se encontraba el Instituto Nacional de Física y Química. Palacios le dirige la tesis, sobre el azufre y el plomo. Ella, mientras, comienza a estudiar la división atómica de los elementos químicos fundamentales y publica varios artículos al respecto en la revista ‘Anales de Física y Química’. Cuando se doctora, en 1935, Palacios la anima a viajar hasta Dinamarca para especializarse en radiación artificial.
En Copenhague estaba el Instituto Niels Bohr, que recibía su nombre del físico que había propuesto una nueva estructura para el átomo y cuyo trabajo sirvió para el desarrollo de la bomba atómica. Allí estaban todos los estudiosos de la energía atómica, desde el propio Bohr hasta premios Nobel u otros científicos que lo serían en el futuro. “Se está codeando con una serie de prestigiosos científicos que le pusieron las bases de ese conocimiento de la radiación artificial”, resalta Alva.
Aquel año, antes de regresar a España por las vacaciones de Navidad, De la Cierva viajó a París y conoció a Irène Juliot-Curie, hija de Marie y Pierre Curie y que junto a su marido, Fréderic Joliot, investigó la estructura del átomo y la física nuclear. “Eso le hizo estar mucho más en contacto directo con toda la actividad de la radiación”, cuenta Alva. De la Cierva ya había conocido a su madre cuando hacía el doctorado en el Rockefeller. La científica de origen polaco había regresado a España (hizo varios viajes) a impartir una conferencia, como hicieron muchos otros científicos extranjeros en los fructíferos tiempos de la II República. Según explica Alva, tuvo la oportunidad de saludarla.
La murciana también viajó a Berlín, a su Instituto de Física Atómica, donde conoció a Lise Meitner, una pionera de la fisión nuclear que años más tarde, exiliada en Estados Unidos tras el auge nazi (era judía), se negaría a participar en el proyecto de la bomba atómica.
Además, mientras seguía en el extranjero, publicó otros artículos en ‘Anales de Física y Química’. En ellos reflejaba su estudio de la composición atómica del cobalto, el sulfuro de plomo o el bromo, entre otros temas.
Con todos esos conocimientos y los contactos que estaba haciendo por Europa, la idea era que a su regreso a España fundase un instituto de física atómica en el Rockefeller. Para entonces, era la primera mujer en España que tenía grandes conocimientos acerca de la radiación. Pero su regreso estaba previsto para el año 36, y en ese año todo se truncó.
Visión nocturna y cascarilla de arroz
La Guerra Civil cambió el devenir de la radiación artificial y de la investigación atómica en España. El estallido pilla a De la Cierva en Madrid. Debido al carácter de derechas de su familia, se refugia en la embajada de Noruega, donde conoce a José María Otero de Navascués, militar y científico que en el franquismo tendría una trayectoria científica muy importante, “además, con muchos medios económicos a su disposición”. De allí pasa a la zona franquista con un salvoconducto y trabaja como profesora de Física y Química en el instituto de Osuna y como enfermera en el frente. Tras el final de la guerra, Otero de Navascués, conocedor del talento de De la Cierva, decide ficharla para su equipo.
Durante la Guerra Civil, trabaja como profesora y también como enfermera en el bando franquista
En la España de mediados de 1939 ya no funcionaba aquel departamento de Rayos X que dirigía Julio Palacios, y los aparatos habían sido destruidos. Aunque el conflicto había acabado en el país, otro se fraguaba en Europa, y terminaría estallando pocos meses después. “El tipo de industria y de investigación científica estaba muy orientado hacia la guerra y el armamento. Otero de Navascués crea el Instituto de Óptica, que depende directamente del CSIC, y Piedad de la Cierva se pone a investigar la visión nocturna y los prismáticos”, una demanda de la dictadura en esos tiempos bélicos.
Para ello, crearon láminas antirreflectoras que recubrían las lentes y los prismas, algo que permitía avistar objetivos en condiciones malas de visión. También, investigó con aluminio para crear espejos que luego servirían para la fabricación de prismáticos. Otero de Navacués quería que la industria química española fuera pionera en este campo, “y eso fue posible gracias a la dedicación de Piedad de la Cierva”, resalta Alva.
Los 40 eran también los años de la economía autárquica, y el régimen quería que el vidrio óptico, esencial en aquella época para fabricar prismáticos y cámaras fotográficas, se produjera en España. Hasta entonces se importaba de Alemania, Liechtenstein y Estados Unidos. En 1945, Otero de Navascués abandona el Instituto de Óptica y crea el Laboratorio y Taller de Investigación del Estado Mayor de la Armada, donde contrata a De la Cierva como trabajadora civil. En 1946, la envía al país americano, y durante dos años viaja por las principales fábricas de vidrio óptico para comprobar cómo se elabora. También, va a la pequeña nación centroeuropea para comprar la maquinaria. A su regreso a España dirige los trabajos para que el vidrio óptico se comience a fabricar y distribuir a nivel industrial. Por esta labor ganó en 1955 el premio de investigación técnica Juan de la Cierva, el galardón que llevaba el nombre de su familiar.
Tras dominar el vidrio óptico, busca nuevos retos y acaba estudiando la cascarilla de arroz
Fue la primera pero no la última vez que se llevó ese premio. En los 50, a la Marina deja de interesarle la industrialización del vidrio óptico, e incluso quiere quitar los hornos que existen en Madrid para construir un polideportivo. De la Cierva “ve que su tema ha perdido interés” y comienza a buscar otros nuevos. Así, se entera de que en Estados Unidos estaban interesados en la cascarilla de arroz. En ese momento ella recuerda que, en su infancia, el mismo material se usaba para que los bloques de hielo no se derritieran al transportarlos. De la Cierva recuerda ese poder aislante y comienza a analizar la cascarilla. Así, descubre que tiene un gran porcentaje de sílice, que se obtiene tras su quema en hornos potentes: tiene todavía a su disposición los hornos del vidrio y hace los experimentos allí.
De este modo, genera un material blanco de la apariencia de la arena con el que se pueden construir ladrillos refractarios, es decir, que no se alteran con las altas temperaturas del fuego. “Es muy importante precisamente para la construcción de calderas y de los barcos”. Todo ello le hizo ganar en 1966, de nuevo, el premio Juan de la Cierva.
Ayudando a otras mujeres universitarias
Alva cree que la figura de Piedad de la Cierva es “muy interesante” teniendo en cuenta las fechas en las que tuvo lugar su trayectoria. “Todavía la mujer no tiene un papel importante tanto en la universidad como en la investigación científica, y sin embargo ella se abre camino por sus actitudes científicas e intelectuales. En momentos en los que la mujer también tenía dificultades para viajar sola, se va con una beca a Dinamarca, viaja a Estados Unidos, a Liechtenstein…”
Sufrió el sexismo de su época. Cuando se presentó a una cátedra, prefirieron dejarla desierta
Sin embargo, también sufrió el sexismo de la época. En 1941 “se presentó a unas oposiciones para cátedra de universidad junto con otra mujer. Había cinco candidatos para tres plazas. Le llegó el rumor de que no le iban a dar el puesto a ninguna mujer”, explica la investigadora. “Ella se quiso presentar de todas maneras, porque había invertido mucho esfuerzo, pero efectivamente solo dieron la plaza a dos de los varones, y la otra prefirieron dejarla desierta antes que dársela a una de las mujeres”.
Una figura muy desapercibida
La decepción fue tal que incluso abandonó su puesto de auxiliar de cátedra de Miguel Catalán, que había sido depurado y por el que De la Cierva daba clases sin que se le permitiera acceder a su puesto, y se centró en la investigación. De hecho, De la Cierva también destaca por haber ayudado a mujeres a seguir su carrera académica. Dirigió las tesis de muchas de ellas, pioneras entre las mujeres españolas de la investigación científica, como Guadalupe Ortiz de Landázuri, que se doctoró sobre la cascarilla de arroz, o Francisca de Andrés, que lo hizo sobre la arcilla. La investigadora murciana fallece en Madrid en 2007.
Su figura ha pasado muy desapercibida, describe Alva, “pero me parece que está habiendo ahora como un descubrimiento de su persona, que hay un interés por saber quién era, lo que hizo…, porque era una mujer que fue pionera en muchos sentidos”. Los monográficos sobre científicos varones de su época que compartieron espacio con ella apenas la nombran. Y si la Guerra Civil no hubiera cambiado España para siempre, la historia de la ciencia en el país hubiese sido muy diferente gracias a ella. Pudo llegar a ser, si el franquismo no lo hubiera impedido, algo así como nuestra Marie Curie.
Fue pionera entre las científicas en España, pero su nombre es casi desconocido. Hace cerca de 90 años, se formó para que el país se pusiera a la vanguardia en la ciencia de los átomos y los elementos radiactivos, pero el final de la Guerra Civil truncó sus planes. Piedad de la Cierva tuvo la oportunidad de viajar al extranjero y aprender en ambientes selectos cuando pocas mujeres lo podían hacer; y, aunque no pudo desarrollar una carrera en aquello para lo que se había preparado, no dejó de investigar en otros campos.