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Relato de la psicosis en primera persona: "He vivido en un estado delirante durante meses"
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publicado en españa por primera vez

Relato de la psicosis en primera persona: "He vivido en un estado delirante durante meses"

La editorial Sexto Piso publica en España 'Todas las esquizofrenias', una colección de ensayos de la escritora Esmé Weijun Wang sobre su vivencia de un trastorno esquizoafectivo de tipo bipolar

Foto: Detalle de la cubierta de 'Todas las esquizofrenias'. (Sexto Piso)
Detalle de la cubierta de 'Todas las esquizofrenias'. (Sexto Piso)

Cuando cursaba el último año de Psicología en Stanford, Esmé Weijun Wang escuchó una voz en la ducha. "Te odio", le decía desde algún rincón de su mente. La voz, como los demonios invisibles que le asaltaban en el campus o la certeza de que le habían envenenado el té, no existía. Y ella empezaba a sospechar que el diagnóstico de trastorno bipolar que conocía desde doce años atrás no era suficiente para explicar aquellas "distorsiones sensoriales", tal y como las llamó al principio.

No se equivocaba: tras un cambio de psiquiatra, el diagnóstico viró hacia un "trastorno esquizoafectivo de tipo bipolar". "El hijo tarado del trastorno maníaco-depresivo y la esquizofrenia", según bromea ella misma en el inicio de 'Todas las esquizofrenias' (Sexto Piso, 2022). Se trata de una colección de ensayos acerca de su enfermedad mental, que la autora estadounidense de ascendencia taiwanesa publicó en 2019. Con ellos ganó el premio Graywolf Press de No Ficción. En 'Todas las esquizofrenias', Weijun Wang parte de un diagnóstico y disecciona sus consecuencias: el reconocimiento de los síntomas y la aparición de algunos nuevos, el empeoramiento del trastorno en una joven que se ve obligada a abandonar la universidad, los internamientos involuntarios en centros psiquiátricos y, sobre todo, la descripción aguda y bella, en cierto modo, de las profundidades de la psicosis. El ensayo recoge algunos textos escritos en medio de un episodio de síndrome de Cotard, que hace creer al que lo padece que está muerto, o síndrome de Capgras, en el que se cree que una persona cercana ha sido suplantada por un doble.

placeholder Cubierta de 'Todas las esquizofrenias'. (Sexto Piso)
Cubierta de 'Todas las esquizofrenias'. (Sexto Piso)

La psiquiatra que comunicó el nuevo diagnóstico a Weijun Wang lo describió como "una variante del trastorno bipolar I". En palabras de la escritora, su trastorno aparece en episodios temporales, y "puede combinar manía y esquizofrenia o depresión y esquizofrenia". Partiendo del carácter relativo del tratamiento y estudio de las patologías mentales, que cambian de nombre y definición cada vez que evolucionan los criterios médicos, la autora propone un viaje a través de los significados biográficos, culturales e incluso místicos de los síntomas. "A fin de cuentas, es fácil olvidar que los diagnósticos psiquiátricos son constructos humanos y que no fueron entregados por un Dios omnisciente grabados en tablas de piedra; 'tener esquizofrenia' es encajar en un conjunto de síntomas que se enumeran en un libro púrpura hecho por seres humanos".

La esquizofrenia y la creatividad

Tras su primera alucinación auditiva en la ducha y el empeoramiento de los episodios psicóticos, la escritora obtuvo un nuevo diagnóstico y una nueva medicación cuando rondaba los treinta años. Los síntomas anteriores los había achacado a la depresión, la ansiedad y el trastorno bipolar que creía padecer, y que le obligó a abandonar sus estudios de grado en la Universidad de Yale. La palabra "esquizofrenia" fue acuñada por el psiquiatra suizo Eugen Bleuer en 1893, y se forma con la combinación del griego 'skhizein' (dividir) y 'fren' (mente).

Es esta etimología la que hace que a menudo se confunda con el trastorno de personalidad múltiple (en el que varias identidades conviven en una sola mente) o que se integre "en la lengua vernácula de la peor de las maneras, pues su uso resulta capacitista e impreciso", relata la autora. 'Esquizofrénico' es un adjetivo que acompaña a cualquier sujeto contradictorio, ambivalente, inestable, confuso, molesto o inexplicable. Los usos de la palabra en el lenguaje convencional revelan, para Esmé Weijun Wang, una interesante vertiente de sus ensayos: los significados culturales del trastorno, aparejado en ocasiones a la creatividad y la elevación espiritual.

"Es fácil olvidar que los diagnósticos psiquiátricos son constructos humanos y que no fueron entregados por un Dios omnisciente"

"A veces me cruzo con gente que no cree en las enfermedades mentales. [...] A menudo aseguran que tales diagnósticos resultan opresivos para quienes tienen capacidades únicas. Cuando hablan de 'capacidades únicas', muchas de estas personas se están refiriendo en realidad a aquellas que otorga la psicosis. Citan a John Nash, quien ha dicho que la misma mente que provocaba sus delirios provocaba sus ideas brillantes. Suelen contarme, con franqueza absoluta, que alguien a quien en Occidente se le diagnosticaría como esquizofrénico puede ser estimado en otras culturas como chamán y sanador", reflexiona la autora.

Weijun Wang se refiere a este razonamiento y a sus defensores con escepticismo, y señala las consecuencias nefastas de romantizar una enfermedad mental. Sin embargo, ella misma se ha preguntado si sus "experiencias con la psicosis son un don espiritual y no tanto una anomalía psiquiátrica". Cita un estudio sobre "la curiosa persistencia evolutiva de la esquizofrenia", en el que dos genetistas de la Universidad de Siracusa descubrieron la alta prevalencia reproductiva de variaciones genéticas relacionadas con la enfermedad.

"Una posible explicación sugiere que el desarrollo evolutivo del hablar, el lenguaje y la creatividad, si bien confieren dones significativos, ha 'arrastrado' consigo tendencias genéticas menos deseables; desde este punto de vista, la esquizofrenia es simplemente el precio que paga la humanidad por la habilidad de escribir óperas conmovedoras y discursos estremecedores", razona Weijun Wang. Para después volver al barro -a su barro- de un plumazo: "Si la creatividad es más importante que ser capaz de aferrarse al sentido de la realidad, podría tener argumentos válidos para mantenerse en la psicosis, pero el precio que se paga por ello es tan alto que probablemente ni yo ni mis seres queridos querríamos pagarlo".

La psicosis, en primera persona

En uno de los episodios que se recogen en 'Todas las esquizofrenias', la escritora disecciona uno de los momentos previos a la psicosis, esta vez provocada por la estimulación externa de una película de acción en el cine, 'Lucy'. Se trata del thriller en el que Scarlett Johansson interpreta a una mujer con el don de utilizar el 100% de su capacidad cerebral, a diferencia del supuesto 15% con el que funcionan el resto de los mortales. Hacia la mitad de la proyección, la autora tuvo que ingerir la dosis de emergencia de antipsicóticos que llevaba encima. "Sentí que me iba y me precipitaba a la realidad de la película, dejando la mía atrás. El cerebro me hormigueaba con la creencia de que yo también estaba consiguiendo acceder a más partes de mi mente que el común de los mortales, y de que, si lo intentaba, podía destruir objetos con mis poderes mentales".

En sus episodios de psicosis activa, la mente de la escritora se sumergía en una lucha por aferrarse a la realidad frente al delirio: "Una cosa es poder decir 'Vi que las paredes chorreaban sangre' o 'El casero ha instalado cámaras secretas en el piso', y otra muy distinta es hablar de cómo se siente en carne propia ver o creer cosas que no son reales". A continuación, se reproduce la descripción de los síntomas que preceden al estado de psicosis relatados por la autora:

Foto: 'El grito', de Edvard Munch.

Cuanto más pienso en el mundo, más me doy cuenta de que en teoría ha de tener una cohesión que ya no existe o que se está perdiendo a pasos agigantados: bien porque se está desgajando por su cuenta, porque nunca ha sido coherente, bien porque mi mente ya no es capaz de mantener juntas las piezas, o bien, y esto es lo más probable, un revuelto de todo lo arriba relacionado. Solo puedo entender una u otra pieza, a pesar de que en teoría el cielo ha de pertenecer al mismo mundo que las cortinas, y de que el perro que entra en la habitación atrae mi atención como si fuera un objeto completamente nuevo con el que lidiar. La gente escribe sobre el supuesto consuelo de estar loco en los mismos términos que cuando tienen la gentileza de hablar de la feliz sencillez de tener una discapacidad del desarrollo, pero en ese espacio liminal todavía estoy lo suficientemente lúcida para saber que algo no va bien.

Algo no va bien... y luego va fatal. Después de los pródromos, me sumo en un estado casi insoportable. El momento de cambiar de una fase a la otra suele ser muy nítido y definido; vuelvo la cabeza y, en un único movimiento, me doy cuenta de que unos robots han sustituido a mis compañeros de trabajo; o miro de reojo a la mesa de la máquina de coser mientras va impregnándome, fina y gris como el hollín, la idea de que estoy muerta. Así como lo cuento he pasado a vivir en un estado delirante, y lo he seguido sintiendo durante meses seguidos, que es lo mismo que atravesar una fina barrera a otro mundo que se tambalea, se pliega y se niega a lanzarme de vuelta, por muchas pastillas que engulla o lo mucho que me esfuerce por volver. Lo verdadero es entonces lo que yo quiera creer, aunque ya soy perro viejo y soy consciente de que debo repetir como un loro lo que sé que en teoría es verdad: son gente real y no robots; estoy viva, no muerta.

Cuando cursaba el último año de Psicología en Stanford, Esmé Weijun Wang escuchó una voz en la ducha. "Te odio", le decía desde algún rincón de su mente. La voz, como los demonios invisibles que le asaltaban en el campus o la certeza de que le habían envenenado el té, no existía. Y ella empezaba a sospechar que el diagnóstico de trastorno bipolar que conocía desde doce años atrás no era suficiente para explicar aquellas "distorsiones sensoriales", tal y como las llamó al principio.

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