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Esa maldita gente normal que hace cosas de gente normal
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Héctor G. Barnés

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Esa maldita gente normal que hace cosas de gente normal

Los borregos que abarrotan las calles siempre son los demás. Pero todos formamos parte de la masa en un momento u otro: todos nos parecemos más de lo que nos gusta creer

Foto: Madre mía, cómo está Gran V... la calle Larios. (EFE/Daniel Pérez)
Madre mía, cómo está Gran V... la calle Larios. (EFE/Daniel Pérez)
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El miércoles 6 de diciembre de 2023, a las 13:00 horas del mediodía y tras haber pasado la semana previa repitiendo como un mantra "no pienso pisar el centro estos días" me encontré a mí mismo en mitad de El Corte Inglés de Callao, donde había quedado con otro amigo que un día antes había dicho "no pienso pisar el centro estos días". Me había topado en el metro con otra amiga que, sorpresa, se bajó en la misma estación porque tenía una cita con otro amigo común. Oh, no, yo también soy parte de la masa. Menos mal que nos teníamos los unos a los otros para recordarnos que, al contrario de gente que nos rodeaba, no éramos masa. Nosotros somos diferentes, nos dijimos mirándonos a los ojos.

¿Qué pintaba allí? ¿Por qué había renunciado a mis principios para haber pasado a formar parte de la masa? Muy sencillo, una razón muy concreta y material: comprar un regalo. La noche antes, una amiga me escribió invitándome a su cumpleaños, así que tenía poco margen. Se me ocurrió comprarle un disco, y como en Carabanchel no puedo comprarlo porque, básicamente, ya no hay tiendas de discos en los barrios, me decanté por tirar al centro donde lo encontraría en un sitio o en otro.

Más allá del "es que la gente es tonta" que tanto nos gusta, los lugares están llenos por algo. Nos gusta pensar desde nuestra altura intelectual y moral que el comportamiento humano se explica por una estupidez inherente que nos hace encontrar placer en imitar al resto. Si nosotros terminamos haciendo lo mismo es porque nuestras razones son distintas (mejores), aunque la única diferencia entre nosotros y ellos es que conocemos nuestros motivos (buenos, razonables) y presuponemos los de los demás (borreguismo).

En realidad, el comportamiento humano se explica por muchos factores, sobre todo en este caso: por dinámicas urbanas que provocan que el espacio de Madrid donde se concentra la decoración de sus calles y sus comercios sea cada vez menor; por tendencias del ocio que facilitan que todos demos por bueno que en el puente de diciembre se viaja (si tienes menos dinero, a la capital de tu país; si tienes más, a la capital de otros países); del uso del tiempo que provoca que esos días le vengan de lujo a la mayoría de familias; en definitiva, por la concentración del capital y la uniformización social, que son las dos caras de la misma moneda.

El enemigo del 'normie' era el hipster contracultural; ahora lo son otros 'normies'

A pesar de eso, esta ha sido la semana grande del "es que la gente es una borrega", como aquel día que abrieron un Primark en Gran Vía. La masa son siempre los demás, aunque por su comportamiento sean indistinguibles de nosotros. Quien siente agobio porque Madrid está lleno (en realidad, un par de barrios del centro) es porque vive ahí (un privilegio que pocos pueden permitirse) o porque ha estado en el centro (él también ha sido masa). El problema es la gente normal que conforma esa masa, pero ¿qué es lo normal? Lo "habitual" u "ordinario", dice el diccionario, pero el diccionario no sabe nada. Yo, como Morrissey, creo que "no hay nada normal en esta vida".

De toda la vida, el normie, esa gente normal "que está fuera de cualquier subcultura", era el gran enemigo del hipster contracultural. Al normie lo odiaban el elitismo de derechas (esas masas a punto de rebelarse) y el paternalismo de izquierdas, que veía en él, vía escuela de Frankfurt, el mejor ejemplo de la alienación contemporánea. Hoy en día, el normie se ha convertido en un objeto de odio para los propios normies, porque como todo, el desprecio hacia los demás (en este caso, hacia uno mismo) también se ha democratizado. La popularización de lo friki vía cultura de masas nos ha permitido pensar a todos que somos parte de una subcultura. Qué friki soy y qué normales son los demás.

placeholder El musical, el plan 'normie' por antonomasia. (Europa Press/Gustavo Valiente)
El musical, el plan 'normie' por antonomasia. (Europa Press/Gustavo Valiente)

La ideología contemporánea es que todos creemos que somos especiales (y que, por extensión, el resto no lo son). Como en nuestro fuero interno sabemos que hay que hacer un esfuerzo muy fuerte y consciente para ser verdaderamente diferentes hoy en día, una herramienta muy útil para conseguirlo es el desprecio hacia aquellos que hacen algo en apariencia normal. Así que, al final, no hay nada más normie que meterse con los normies. Lo dices tú, lo dice tu madre, lo dice tu abuela y lo dicen en la tele: ya hay que ser tonto para meterse en el centro de Madrid en Navidad.

La gran paradoja es que esta distinción se produce en el que el momento en el que el poptimismo, ese "todo vale" cultural, ha acabado con la distinción entre la cultura mainstream y underground, entre los normies y los esnobs. Ahora, los modernos consumen casi exactamente lo mismo que la masa, solo que con una actitud un poco distinta (aunque con resultados semejantes). Esa actitud desviada de la que Elena Rosillo habla en Underground. El camino de la desviación (Fuera de Ruta) se ha extinguido, sospechosa de paternalismo.

Es más, se han invertido los términos. Los viejos hipsters desean ver Operación Triunfo y Eurovisión, escuchar a Taylor Swift o decorar de forma hortera su casa en Navidad, ya ni siquiera de forma irónica, sino poptimista, para poder elaborar alambicados discursos sobre ello: hay valor en lo que hace todo el mundo. En realidad, no hay ninguna diferencia entre unos y otros más allá de la pose adoptada: una pareja que va a la Tagliatella de forma irónica es absolutamente indistinguible para el observador externo de una pareja que va a la Tagliatella de forma no irónica.

Nadie es tan distinto de nadie, solo que algunos logran disimularlo mejor que otros

No eres tan especial

La película que mejor ha abordado este tema es The Killer, la última obra de David Fincher, si la he entendido bien. Para mí, la peripecia de ese asesino a sueldo no es más que una fábula sobre cómo alguien que se cree muy especial se da cuenta de que no lo es. Al principio de la película, vemos al personaje interpretado por Michael Fassbender como un genio silencioso, un maestro del autocontrol y un profesional intachable. Un Alain Delon en El silencio de un hombre para el siglo XXI. A lo largo de la película lo vemos equivocarse, romper sus propias reglas, dejarse llevar por la emoción. En definitiva, convertirse en uno más.

El protagonista de The Killer no es más que otro mediocre que se cree especial por escuchar a los Smiths. Tiras una piedra en mitad del Ochoymedio y seguro que golpeas a alguien exactamente igual. En realidad, es la mejor descripción del hombre moderno: el normie que no quiere serlo. Un tipo que cree haber desarrollado su propia filosofía personal (en realidad, un corta y pega de frases hechas, conceptos orientales y reflexiones de artículos de clickbait), un profesional al margen de toda implicación moral, un freelancer del crimen que no se casa con nadie y que, sin embargo, mete la pata una y otra vez porque no puede deshacerse de la idea de que es exactamente igual que aquellos a los que desprecia.

La película de Fincher se puede leer como una crítica al profesional neoliberal forjado a base de libros de autoayuda y foros incel llenos de gente obsesionada por otras películas del propio Fincher como El club de la lucha. He conocido a muchas personas como el Fassbender de la película, quizá hasta yo lo haya sido: gente que se creía especial y distinta al resto; más lista, más hábil, más inteligente, porque leía más libros (o mejores libros), porque escuchaba más música (o mejor música) o porque tenía más capacidad de trabajo o porque simplemente no estaba dispuesta a aceptar que, en el fondo, no era tan diferente de la masa de la que quería diferenciarse. Su actitud distante, fría y esnob los delata. En realidad, nadie es tan distinto de nadie, solo que algunos logran disimularlo mejor que otros.

placeholder Viviendo entre los 'normies'. (Netflix)
Viviendo entre los 'normies'. (Netflix)

El gran viaje del héroe del siglo XXI es el del normie que lucha por no parecerlo, cuando en realidad todos somos una compleja composición de normalidad y excentricidad sacudidos por las circunstancias, solo que en magnitudes variables. Tal vez a los ojos de los urbanitas de Twitter todos esos que van a Madrid a ver El rey León son masa amorfa, pero para sus vecinos del pueblo sean unos excéntricos tirando el dinero. No existe el "todo el mundo", solo "mucha gente" en espacios pequeños y la percepción de que las razones de los demás son peores que las nuestras. En realidad, todos somos más o menos igual de buenos e igual de malos, igual de dóciles e igual de obedientes, igual de talentosos e igual de ignorantes. Más o menos.

El miércoles 6 de diciembre de 2023, a las 13:00 horas del mediodía y tras haber pasado la semana previa repitiendo como un mantra "no pienso pisar el centro estos días" me encontré a mí mismo en mitad de El Corte Inglés de Callao, donde había quedado con otro amigo que un día antes había dicho "no pienso pisar el centro estos días". Me había topado en el metro con otra amiga que, sorpresa, se bajó en la misma estación porque tenía una cita con otro amigo común. Oh, no, yo también soy parte de la masa. Menos mal que nos teníamos los unos a los otros para recordarnos que, al contrario de gente que nos rodeaba, no éramos masa. Nosotros somos diferentes, nos dijimos mirándonos a los ojos.

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