Es noticia
Síntomas de un mal viaje: "Te gusta la fruta" y huevazos como obuses
  1. Cultura
Galo Abrain

Por

Síntomas de un mal viaje: "Te gusta la fruta" y huevazos como obuses

El clima político se llena de insultos e infantilismo. Píldoras de cianuro que auguran el fin del debate y el nacimiento de un espectáculo donde los espectadores, en vez de indignarse con el juego, se hacen 'hooligans' de él

Foto: Segunda sesión del pleno de investidura de Sánchez en el Congreso el pasado 16 de noviembre. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
Segunda sesión del pleno de investidura de Sánchez en el Congreso el pasado 16 de noviembre. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Como antiguo estudiante de una facultad de Ciencias Políticas, me he comido innumerables opiniones sobre "los políticos". Habitualmente poco amistosas. Recién presentado, sin saber si soy más de gatos o de perros, si me gusta el whisky o la ginebra, lengualargas con diarrea verbal han descorchado su crítica sobre lo mentirosos que son los políticos, lo falsos que son los políticos, lo engañabobos que son los políticos, lo vendehúmos que son los políticos, lo malos que son los políticos… Dicho malamente, la mierda de gente que hay en las poltronas de la política. Por eso ya nunca digo que fui a una facultad de Ciencias Políticas. Pero, cuando lo hacía, cada vez que alguien me regalaba su hostilidad indirecta, mi respuesta rondaba la misma idea: "No te digo yo que no, pero si los políticos son así, es porque la gente pide que así sean".

¿Pide? Supongo que ahora cambiaría el verbo. ¿Permite? Quizá sea más apropiado. En cualquiera de los dos casos, no es tanto una decisión personal como la consecuencia de una domesticación. Nos han hecho adictos al ruido, al escarnio y a las vistosas vísceras que ocultan los motivos reales de la reyerta. Hay muchas aristas que favorecen esta sed vampírica. La pérdida de atención, despistarnos con una mosca, como quien dice, es una de las partes más gordas de la cuña del teatrillo político de hoy. Si la vena nos pide el cianuro del estímulo atropellado e instantáneo. Si, como rezaban Los Chunguitos, vamos pidiendo "veneno que quiero morir", analizar las cosas con pausa y sin rabietas sentimentaloides es querer subir a la parte alta de un tobogán bañado con lubricante. Mal asunto…

Recuerdo cuando vino al mundo la vieja guardia de Podemos. Todos los cachorros daban campanadas emocionadas por acabar con este ultraje a la responsabilidad política. Estaban en contra de los matones, la gañanería y el gamberrismo en el hemiciclo. Pero la guardería se les impuso, igual que una adolescente rarita de instituto que termina convertida en chica mala cuando coquetea con la popularidad. Luego llegó Vox, y aquello ya se convirtió en una comparativa de paquetes cotidiana. Porque para ellos lo único que había hecho Irene Montero era "estudiar en profundidad" a Pablo Iglesias, cosa que indignó a la izquierda, aunque Pablo Iglesias ya le había dicho a Ana Botella que era "una mujer cuya única fuerza proviene de ser esposa de su marido", cosa que indignó a la derecha. En el casi extinto Ciudadanos, Albert Rivera llamó "gilipollas" a Iglesias. En frente, Gabriel Rufián… Bueno, ¿qué no habrá hecho Rufián? Y muchos diputados de todos los bandos se han meado sobre los buenos modales porque el Congreso de los Diputados se parece mucho a una tasca o a una cena tensita de Navidad.

A la política le pasa como al mundo del espectáculo (las tesis de Guy Debord se actualizan constantemente). Es un lugar muy propicio para la mediocridad. Una mediocridad, contrariamente a la lección paternofilial, tremendamente rentable. No porque el mandatario sea un lerdo orgánico —aunque no haya escasez de ellos—, sino porque la política atonta. Te invita a rebajar las expectativas. Entras a formar parte de un grupo que reza al evangelio de los sobreentendidos y que se mueve por gestos, antes que por actos. Nuestra idiosincrática patria es un gazpacho western donde se dispara mucho y se pregunta poco, en especial a uno mismo. Quizá porque, como bandoleros de Sergio Leone, si se cuestionaran más, seguramente dejarían de disparar. Y, entonces, ¿cómo van a entrar las perras en la finca? A lo bueno se acostumbra uno con la marcha de Speedy Gonzales.

En política, la erótica de lo sencillo hace que la rentabilidad de las discusiones electorales termine donde termina lo obvio

Hace nada, la ignominia se apropió del buzón de Isabel Díaz Ayuso, quien llamó "hijo de puta" a Pedro Sánchez. Y lo más sonado no es que a la presidenta se le descuelgue el insulto (el bocachanclismo viene de lejos y no distingue colores —véase a Mónica García llamando "mongola" a Ayuso—), sino cómo la sociedad civil se ha apropiado del eslogan con el que se excusó la presidenta, asegurando que había dicho: "Me gusta la fruta". No solo el PP ha hecho suya la frase, sus votantes y quienes no apoyan a Pedro Sánchez también. ¿Cómo se va a mantener el orden y el decoro en los debates si a quienes representan sus diputados les puede el infantilismo? ¿De qué va esto?

Siempre hay algún buen samaritano que hace doblar las campanas por la caída de la templanza y el diálogo en los hemiciclos. Pero no se toca a muerto para lo que jamás estuvo vivo. Las hogueras del conflicto se mantienen caldeadas en todos los parlamentos de cara a la galería. Es lo que el pueblo quiere ver. El vulgo sediento de trinchera ansía carnaza y desmembramiento. Quiere ver a los gladiadores cutres de su tribu haciendo una payasada piroquinética tras otra como si la política fuese una competición deportiva. Y al espectador del circo le gusta oír el bombo de hechos nimios e individuales convertidos en dramas nacionales porque es algo que digiere con facilidad. En política, la erótica de lo sencillo hace que la rentabilidad de las discusiones electorales termine donde termina lo obvio. Deslices a golpe de "hijo de puta", "mongola", "fresca", "fascista", "gilipollas" son temáticas mucho más fáciles de digerir que un rifirrafe de ideas ordenadas, bien escritas y como Dios manda.

Foto: Un hombre se manifiesta contra la prohibición en Francia del 'burkini'. (Reuters)

Porque, en política, además, los jetas tienen un cañonazo de voz y se propagan más rápido que los herpes genitales. Eso complica llevarles la contraria. Son los forajidos más ladinos del Oeste ibérico y, conscientes de su falta de recursos, imponen una democratización a la baja de las aspiraciones. Pero ese mazazo de vulgaridad no tendría sentido si no hubiese un cuerpo de votantes deseando la gresca tras la pantalla de la tele o el móvil. Pimpollos iracundos capaces de ametrallar a huevazos a un grupo de políticos, como les sucedió a varios diputados socialistas, entre ellos a Herminio Sancho, la semana pasada.

Pedir aquí, como decían los Siniestro Total, ante todo, mucho calma, teniendo en cuenta la temperatura emocional española, con descomunismos agrios como la amnistía, una crisis que ya se avecina perpetua y un corazón del presente acostumbrado a estar en un puño, suena frívolo. Como poco, tontorrón. Pero creo que hay que incentivar, en todos los hemiciclos, el reinado de una serenidad que no logra empuñar el cetro en una taberna o en un convite familiar. Porque esto de la democracia representativa tiene sentido si los cargos electos tienen mayores responsabilidades que el resto de los ciudadanos. Ni siquiera me atrevo a decir que sean mejores. No estamos para unicornios…

Sin consecuencias, en política florecen los vodeviles ramplones que arruinan y afean lo que en origen es una ciencia del gobierno, y cada vez se parece más a un puto show. La sobreinformación y el infantilismo han entrado hasta la cocina de nuestra sociedad, enfermando su motor con el virus de una pornografía verbal escatológica. Hablando en plata; convirtiendo a los dirigentes en bebés que se tiran pañales bañados en mierda unos a otros, mientras el resto, desde casa, en vez de exigirles una buena educación, se dedican a presenciar el combate, apostar y hasta a hacerse camisetas con las manchas de sus plastas.

Y, claro, siendo así, ¿quién necesita ser hincha de un equipo con semejante festival?

Como antiguo estudiante de una facultad de Ciencias Políticas, me he comido innumerables opiniones sobre "los políticos". Habitualmente poco amistosas. Recién presentado, sin saber si soy más de gatos o de perros, si me gusta el whisky o la ginebra, lengualargas con diarrea verbal han descorchado su crítica sobre lo mentirosos que son los políticos, lo falsos que son los políticos, lo engañabobos que son los políticos, lo vendehúmos que son los políticos, lo malos que son los políticos… Dicho malamente, la mierda de gente que hay en las poltronas de la política. Por eso ya nunca digo que fui a una facultad de Ciencias Políticas. Pero, cuando lo hacía, cada vez que alguien me regalaba su hostilidad indirecta, mi respuesta rondaba la misma idea: "No te digo yo que no, pero si los políticos son así, es porque la gente pide que así sean".

Pedro Sánchez Isabel Díaz Ayuso Trinchera Cultural
El redactor recomienda