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Los nuevos inquisidores son progresistas y les gustan las pelucas rosas
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Galo Abrain

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Los nuevos inquisidores son progresistas y les gustan las pelucas rosas

La inquisición, como los iPhones, se actualiza e incluso cambia de bando. La periodista Nora Bussigny ha dado testigo de esa mutación en un libro donde concluye que si bien su rostro ahora es progresista, mantiene intacto un fascismo latente

Foto: Un hombre se manifiesta contra la prohibición en Francia del 'burkini'. (Reuters)
Un hombre se manifiesta contra la prohibición en Francia del 'burkini'. (Reuters)
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Los inclementes del decoro confiesan con juicios populares sus pecados propios. Rara es la persona que abandera ciegamente una causa sin querer enterrar, a dos metros bajo tierra, la duda. Porque la duda lleva al caos y a la desesperación, si aquello en lo que hemos depositado la fe nos conforma y define. Quien tiene por patria una idea, la defiende a toda costa, aunque sea cruel. Sin ella, su vida carece de sentido. Eso convierte a las personas en inquisidores, a quienes no les tiembla la mano si sienten el deber de quemar en la hoguera a los herejes que ponen en tela de juicio su credo. Porque la estabilidad de su autosatisfacción depende, directamente, de la certeza, y de la vomitona avinagrada de su rabia.

Hay caciques obstinados a porrillo. Vosotros lo sabéis, y yo también. Personas con quienes mantener una discusión es imposible porque regurgitan siempre los mismos argumentos. Y si pones en duda su visión es porque eres un cretino, o un colaboracionista del mal. Criticarlos te coloca, directamente, en el lado equivocado de la historia, y te lanzan una mirada que se encama con esa frase tan juzgona y ceniza de: vergüenza debería darte.

Desde que tengo uso de razón, este había sido uno de los fetiches de la derecha más conservadora. ¿Follas a gusto y con quien quieras? Pues vergüenza debería darte. Hablar sin tapujos: vergüenza debería darte. Criticar la religión: vergüenza debería darte. Dar voz a todo el mundo: vergüenza debería darte. Tener sentido del humor: vergüenza debería darte. Renegar de la culpa: vergüenza debería darte. Poner las cosas en duda: vergüenza debería darte… Ese cosmos de vergüenza parece hoy, sin embargo, haber cambiado de chaqueta.

Por lo general, esta intuición me asola de cara a la actualidad, a ciertas conversaciones y lecturas que, si bien no me untan en el barro, me salpican. A veces por encima de mi templanza. Pero en Francia, ¡espejo de la revolución y el progreso!, una mujer decidió recientemente abrirle las fauces a la bestia para deslizarse entre sus piños, y catar con más atino la deriva. Una renovada y correcta piel de cordero que sigue ocultando al mismo lobo. Su experiencia lleva por título; Les nouveaux inquisiteurs (Los nuevos inquisidores).

Nora Bussigny es una periodista de investigación reputada. Una mujer de ascendencia árabe, abiertamente declarada feminista y de izquierdas. Y digo esto porque si una tipa con semejantes características se infiltró durante un año en el magma de lo que llamaríamos la cultura woke francesa, participando en discusiones, grupos o manifestaciones, y concluyó que su dinámica era la del: "fascismo ordinario defendido por nuevos inquisidores", será que la cosa no es para tomársela a pitorreo.

Recién descorchado, el relato de Nora me recordó —salvando mucho las distancias— a la película Diario de un Skin; cuando Antonio Salas, rebautizado Tiger 88, confiesa a cámara haber aprendido a odiar a homosexuales, moros, negros, prostitutas y rojos. Al inicio del libro, Nora confiesa igualmente haberse educado en una nueva forma de pensar, quizás más compleja que la de los iracundos nazis cabezas huecas, pero no menos intolerante.

Foto: La obsesión por la salud puede llegar a ser una enfermedad.

Durante un año, Nora dice haber aprendido a cuestionar su condición de mujer y a verse a sí misma como una islamófoba por creer que el velo es una forma de opresión. A no querer discutir con hombres y apostar por una sociedad no-mixta como solución para todos los males. A negarle la palabra a personas blancas, si hay alguna racializada, para lograr un espacio libre de opresores. A sentir una culpa bíblica por no haber deconstruido sus privilegios (ser cisgénero y bípeda, principalmente) y, al final, a tener miedo. Miedo a que el estreno de su libro diese paso a cancelaciones, insultos, etiquetas de facha y, por supuesto, miedo a que la agredan. Tres de las cuatro ya se han cumplido. La última, maldita sea, bueno, tiempo al tiempo…

Luego toda la obra sigue sus peripecias, primero en redes sociales, en debates presenciales, formaciones y manifestaciones "clandestinas". Tribus donde Nora es iniciada en reglas, como ella dice, "radicales, rígidas, peligrosas y excluyentes". Grupos donde criticar el velo es motivo de despido y linchamiento verbal, donde se deben rellenar cuestionarios sobre la racionalidad del racismo antiblanco y la lucha contra la heteronormatividad para entrar, pero también donde ser un hombre cisgénero impide, directamente, la participación.

Para colarse en estos frentes, Nora se transforma. Adopta una nueva identidad —que, por cierto, triunfa— encarnada en una peluca rosa y un piercing en la nariz. También se forma, claro. Por eso se chupa libros y pódcast como un presidiario cultivado a fin de sintonizar bien con los miembros de los aquelarres, y no ser traicionada por su instinto. Se mete entre pecho y espalda largas turras de gente como Lauren Bastide, o Alice Coffin, pero de entre ellas destaca las tesis de uno de nuestros woke patrios, Paul B. Preciado. De él confiesa que le alucinan sus argumentos respecto al género. Especialmente cuando Preciado asume que una mujer no es una mujer por tener la regla o útero, porque hay mujeres a quienes esto último se les extirpa por cáncer y no dejan de ser mujeres. Sin meterme aquí a hacer sangre de Preciado —quien creo tiene ramalazos interesantes y originales—, efectivamente por quitarle las alas a una mosca no deja de serlo. Básicamente, porque mosca nació, y mosca se morirá. Otra cosa ya es si la mosca se siente mantis religiosa —con toda la legitimidad del mundo, oye—, pero eso es un tema para trincheras en las que vaya mejor armado.

Nora se ve de frente con algunos bretes curiosos, como participar en unas jornadas donde solo pueden acudir personas racializadas

El caso es que Nora se ve de frente con algunos bretes curiosos, como participar en unas jornadas donde solo pueden acudir personas racializadas —ella se define como afrodescendiente—, impidiendo incluso con fuerza física que nadie con piel de cal se cuele. Un colectivo de minusválidos (handi, en jerga francesa) que reniega el ejercicio de una actitud atenta con ellos por parte de los "válidos", porque es algo paternalista. Otros que desaprueban que durante la crisis psicótica de alguien, incluso si comete actos violentos, se llame a urgencias porque los hospitales "no son nuestros amigos, nos hacen daño", recomendando, en cambio, llevar siempre encima una barrita de cereales sin gluten porque es "vegana y reconfortante" —juro que no es coña—. Y, entrando solo en unas pocas cosas surrealistas, Nora también se topa con ecofeministas que escriben sus pancartas sobre los cartones de las cajas de embalar de Amazon, una "burkini party" en contra de la prohibición de la prenda en las piscinas públicas al grito de: "Por las mujeres, por su honor, por un mundo mejor, ¡nos bañaremos!", una escritora para quien toda penetración perpetrada por un hombre a una mujer es una violación —lo del consentimiento y el placer, me lo paso por los cojones, que dijo aquel—. Por tanto, toda mujer en una relación heterosexual es una víctima de sumisión; ganado caro, para los hijos de puta con paquete, a no ser que se lo corten o se sometan a una deconstrucción profundísima. Y otras tantas fumadas por el estilo…

Ojo, en el cuaderno de bitácora de Nora también hay algunas voces coherentes, como las de su amiga Leïla o Ruben Rabinovitch, un psicoanalista que se nos introduce con la cita: "El descendiente de una víctima no es una víctima, igual que el descendiente de un verdugo no es un verdugo". Soplos razonables en una tremenda marabunta de sinsentidos, rencores e incontrolables llamadas de atención.

¡Y no os creáis! La mayoría pensará que estamos hablando de cuatro frikis desabridos a los que les llegó poco oxígeno en la matriz, pero Nora nos habla de festivales con más de 40 mil asistentes y grupos online que llegan a los cien mil participantes en el país galo. No es baladí. Quizás sean las llagas más secas y rojizas, cierto, pero no dejan de ser síntomas de una enfermedad que se está apoderando del cuerpo ideológico occidental.

El agua puede hervir en cualquier momento. Más valdría estar al quite, y saltar lo antes posible fuera de la cazuela

Unos nuevos inquisidores, sectarios y endogámicos, como una comuna mormona, que al igual que las sotanas de los añejos jueces de Dios, cuelgan sambenitos temerosos de la duda y arropados en la corrección.

Acabo con una asunción. No pongo en duda que Francia tiene una temperatura política distinta, mucho más vulnerable a las espurias influencias que llegan de sus colonos culturales norteamericanos. Pero, sin ser alarmista, no seamos ingenuos. Cuando se mete una rana en una cazuela de agua fría, no se da cuenta de que el agua empieza a hervir hasta que es demasiado tarde. Para entonces, ya la ha espichado.

El agua puede hervir en cualquier momento. Más valdría estar al quite, y saltar lo antes posible fuera de la cazuela.

Los inclementes del decoro confiesan con juicios populares sus pecados propios. Rara es la persona que abandera ciegamente una causa sin querer enterrar, a dos metros bajo tierra, la duda. Porque la duda lleva al caos y a la desesperación, si aquello en lo que hemos depositado la fe nos conforma y define. Quien tiene por patria una idea, la defiende a toda costa, aunque sea cruel. Sin ella, su vida carece de sentido. Eso convierte a las personas en inquisidores, a quienes no les tiembla la mano si sienten el deber de quemar en la hoguera a los herejes que ponen en tela de juicio su credo. Porque la estabilidad de su autosatisfacción depende, directamente, de la certeza, y de la vomitona avinagrada de su rabia.

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