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No hay glamour en ser pobre
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Galo Abrain

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No hay glamour en ser pobre

Se ha viralizado el alegato de un chico criticando a quienes van de callejeros sin necesidad en TikTok, y aunque de 'working class hero' no tenga nada, se agradece que haya voces apelando al sentido común

Foto: Fotos: @nanojr10/TikTok.
Fotos: @nanojr10/TikTok.
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El chico me gusta. Esas cejas partidas como a zarpazos láser, la bufanda de tinta taleguera que le viste el cuello, los ojos; pálidos, lavados, como si los hubiesen hervido a desgraciasResulta un cóctel honesto. Pero si algo me convence es esa mueca que se siente desesperar. La palabra ha quedado banalizada mucho por su exceso de uso, pero es una palabra seria y la uso en serio para ese chico. Se mezcla en él un discreto apetito de muerte combinado con la sensación de la insignificancia por condena. Parece ser consciente de la que se le viene encima, vaticinando de antemano que las va a recibir dobladas buena parte de su vida.

¿Y quién es el chico? Pues no tengo ni pajolera idea. Un currela, como otros tantos, que lleva desde la edad legal picando chapuzas y labores para sacar adelante a la familia. El mozo se ha hecho conocido por grabarse hablando de camino al tajo para TikTok (hasta Pérez-Reverte se ha hecho eco, y un empresario parece que le va a regalar un coche, pero dejemos las chiribitas de la atención mediática de momento). Con una poco habitual mano en el corazón, el chico retiene sus lágrimas, en vez de provocarlas falsamente, y emite una crítica que por mucho victimismo que merite él no explota.

Foto: Jóvenes en San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)

En el video, se queja de los pijos con chubasquero de silicona obrera. De los callejeros aspiracionales que creen que la vida de adoquín es como un videoclip trapero, antes de volver a pedirle la paga a sus papis. Chamos que han existido siempre, pero ahora escuchan otra música y se inmortalizan constantemente en redes como pitbulls peligrosos, que sin filtros quedarían en poco más que caniches con diadema de circonita. Jetas con una colleja de aeropuerto que han malinterpretado la diablura penal como algo atractivo y deseable, sabiendo que lo tienen difícil para ser mandados a galeras. A diferencia de nuestro chico, claro.

Él me recuerda más a un pijoaparte. Está lejos del mimado bienestar céntrico, pero no lo veo ostentando el título de working class hero (salvo el de la versión de Lennon) que le han colgado. El chico pertenece, mejor dicho, a los working class condemned, que harán lo posible por joparse lo más rápido que puedan del barrio, olvidándose de cuando les faltaron perras. No lo juzgo. Despolitizado y sin conciencia obrera, lo suyo es que el chico ponga pies en polvorosa enterrando la época en la que tenía que comprar el aceite para que su familia pudiese comer mediterráneo, sin tirar de la asquerosa omnipresencia anglosajona de la mantequilla. Porque el sinónimo más explícito de la pobreza es querer abandonarla.

Me lo imagino en una fiesta, entre tufos de chulería. El chico con la vista puesta en la tarea de mañana y descargando su mala hostia en silencio porque tiene que poner pasta para arreglar la lavadora. El mameluco que tiene casa con jardín y farolillos aparece fardando de bambas nuevas, y a él se le ponen los pelos como escarpias porque son las que él quería. Y el mameluco va de macarra máximo, de barriobajero itinerante, de fardón arrogante navegando el archipiélago del tráfico de pirulas aunque no le haga ninguna falta. Y el chico, quien ya ha pasado por ese filtro del dinero fácil, pero tuvo que abandonarlo porque en la trena poco servicio brindaría a su hermana, mira al mameluco como la bofetada indirecta de un indolente con suerte que no es consciente de que la tiene. Y claro, se frustra. Y claro, se cabrea…

La gente de familia humilde se hace fuerte al sentir a la vida cuartearle los huesos cada día

La industria cultural urbana lleva años mitificando el valor de la barriada, el orgullo de las cunas humildes y el respeto dentudo como profesión extraescolar. Antes el rollo iba en la línea de lo harapiento e inmaterialitas, encarnado, sobre todo, en hippies ricos que deseaban darle unos tientos al abismo de la carencia. Conscientes, eso sí, de que podían abandonarla cuando quisieran.

Ahora se atisba una paradoja… La pobreza reivindicativa es, al mismo tiempo, una riqueza aspiracional. Los pobres de barrio no desean ser pobres de barrio, sino ricos de chalet, y los ricos de chalet que se visten su disfraz de barrio, están yendo una casilla hacia atrás en los objetivos del personaje que interpretan. Un pobre que, por ejemplo, en la música urbana deja de ser pobre por fardar de serlo, y se parece a esos ricos que se vuelven ricos vendiéndote cómo ser ricos, porque, en verdad, ellos de cómo hacerse ricos, ni puta idea…

La realidad es que no hay glamour en ser pobre. La gente de familia humilde —porque no es lo mismo ser pobre (hay muchos más) que venir de un medio pobre—, se hace fuerte al sentir a la vida cuartearle los huesos cada día. Galvaniza la piel porque si no tiene una rigidez acerosa, se derrumba, se va al pedo, abandona y termina en una cuneta o tirando a alguien a una. Por eso las cárceles están vacías de ricos.

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De un tiempo a esta parte hemos visto cómo tener calle se ha puesto de moda. Se ha rentabilizado la promesa diabólicamente seductora de parecer un tipo duro sin las deudas de una vida semejante. No por haber fumado 20 clases distintas de maría, escuchar a Yung Beef, catear hasta la línea de puntos del nombre y haber homologado a Fidel Castro haciendo del chándal tu uniforme, se tiene el cargo de "callejero".

El abandono de la educación temprana ha subido recientemente hasta casi el 14%, con una parte mucho más importante de fracaso masculino que femenino. El chico, el working class condemned del video, se interroga muy acertadamente sobre por qué hay peña que deja el instituto si no tienen razones para hacerlo. Efectivamente, aunque en España haya mucha calle, no hay tanta como para que el 16,5% de los chavales abandone la educación por ella. Y es que aquí se mezclan dos cosas que juntas son muy jodidas para los jóvenes.

A un lado del tablero, la caprichosa voluntad de hacer lo que les da la gana, con unos padres que dejan de transmitir valores de futuro, bien sea por sobreprotección, desinterés o miedo a ser vistos como unos dictadores —¡cuánto daño ha hecho el victimismo a la educación, válgame!—. En el otro, la seguridad de que no van a conocer la miseria y que, por tanto, pueden ir de malotes mandando al carajo todas las oportunidades que se les presentan porque eso es estar en la onda, ser carne de videoclip y el camino para convertirse en un trapero de nuevo cuño o en un influencer que cotiza en Andorra. Referentes, coño, poco sinceros.

¿A quién le interesa que ser pobre no sea tan miserable? ¿A los que monetizan sus orígenes hasta salir de ellos?

Lo mejor para el prota del video sería pensar en colectivo. No terminar diciendo que él, por sus cojones, va a salir de esa situación, y a los demás que les pudran. Quizás un toque de crítica social, de reivindicación obrera, no le vendría mal al pibe, porque a lo mejor la historia no va de dejar el barrio, sino hacer que el barrio sea mejor.

Pero claro, ¿a quién le interesa que ser pobre no sea tan miserable? ¿A los que monetizan sus orígenes hasta salir de ellos? ¿A los que obtienen rédito político a su costa? ¿A los que saben que para vivir unos cojonudamente tiene que haber otros que traguen fango? No, solo los pobres quieren dejar de serlo, y los pobres ya no se organizan. Los pobres, si no son, sobre todo, de una o muchas minorías, ya no le importan nada a nadie. E incluso los ricos de una minoría importan más que la mayoría de los pobres. No hay ningún glamour en ser pobre. Y si no, se lo preguntáis al chico, que entre trabajo y trabajo tendrá un momento para deciros, con el pecho ataviado entre sus manos, lo crudo que es nacer con la condena de la calle.

Siempre y cuando, claro, no te caiga la breva de hacerte famoso en TikTok…

El chico me gusta. Esas cejas partidas como a zarpazos láser, la bufanda de tinta taleguera que le viste el cuello, los ojos; pálidos, lavados, como si los hubiesen hervido a desgraciasResulta un cóctel honesto. Pero si algo me convence es esa mueca que se siente desesperar. La palabra ha quedado banalizada mucho por su exceso de uso, pero es una palabra seria y la uso en serio para ese chico. Se mezcla en él un discreto apetito de muerte combinado con la sensación de la insignificancia por condena. Parece ser consciente de la que se le viene encima, vaticinando de antemano que las va a recibir dobladas buena parte de su vida.

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