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Rolling Stones: la lengua regresa triunfal entre cristales rotos
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Rolling Stones: la lengua regresa triunfal entre cristales rotos

Los Rolling Stones pulverizan su propia leyenda y publican este viernes su nuevo álbum, el primero en 18 años con canciones nuevas, 'Hackney Diamonds'

Foto: Los Rolling Stones, en Berlín, en agosto de 2022. (EFE/Clemens Bilan)
Los Rolling Stones, en Berlín, en agosto de 2022. (EFE/Clemens Bilan)

Los Stones son más que un grupo: son una proeza que dura ya seis décadas, una saga —15 músicos han pasado por sus filas—, un reality de supervivencia. Llevamos desde el siglo pasado asistiendo a ese concierto suyo que parecía que iba a ser el último, siempre con esa sensación de telón inminente, de último ardid. Por eso no importa tanto si su nuevo disco es bueno (que lo es) como el hecho de que lo hayan grabado. A su público le bastaba con verles más o menos cada lustro en un estadio cercano y escuchar ahí un repertorio sempiterno que se toca solo. A ellos —esto les honra—, no.

Hackney Diamonds, primer disco con canciones nuevas en 18 años —el anterior fue A Bigger Bang, de 2005—, recibe su título de la jerga londinense: se refiere a los cristales rotos que quedan después de que los ladrones rompan una ventana para dar un palo en alguna casa del peligroso barrio de Hackney (peligroso antes; hoy, como bien saben los lectores del escritor y cineasta Iain Sinclair, Hackney es Parque Olímpico, alarde ecológico, arte público patrocinado y apartamentos de lujo).

En 18 años da tiempo, aparte de gentrificar un barrio, a que empiece, se desarrolle y termine la carrera de un grupo promedio. Casi nada dura tanto. Los Stones duran. Jagger sigue. Cualquiera sale perdiendo al lado de un tipo como este. Ver en acción a semejante fuerza de la naturaleza puede ser frustrante. El rock sirvió (tal vez aún sirve) para lo contrario: para sentir que tú puedes.

placeholder Portada de 'Hackney Diamonds', el nuevo disco de los Rolling Stones.
Portada de 'Hackney Diamonds', el nuevo disco de los Rolling Stones.

Se puede decir que esa fuerza está en el disco. La voz de Jagger tiene la potencia de siempre. También suenan como siempre las guitarras de Keith Richards —de quien se dice que la artritis ha obligado a adaptar su manera de tocar— y Ron Wood. Esto se advierte rápido en "Angry", el explosivo primer single, que es un "Start me up" revisitado. El juego del remake se entiende del todo con el vídeo de la canción, donde se ve a la banda en épocas pasadas y, aquí y ahora, a la actriz de Euphoria Sydney Sweeney (que nació en 1997, cuando el grupo lanzaba Bridges to Babylon).

El resto del disco discurre sin bajones: hay riffs explosivos de guitarra eléctrica ("Bite My Head Off"), slide guitars ("Dreamy Sky"), órganos Hammond ("Depending On You", "Driving Me Too Hard"), temas más veloces o eficaces medios tiempos. La banda ofrece el sonido que cualquier fan espera: rock ‘n’ roll, blues, góspel... Mezcla de todo ello es el segundo single, con la invitada Lady Gaga (que, se nos cuenta, estaba en el estudio de al lado, pasó a saludar y dejó grabado este "Sweet Sound of Heaven").

placeholder Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood, durante el falso lanzamiento de 'Hackney Diamonds' el pasado septiembre. (Reuters/Toby Melville)
Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood, durante el falso lanzamiento de 'Hackney Diamonds' el pasado septiembre. (Reuters/Toby Melville)

Las colaboraciones son estratégicas: la presencia de Stevie Wonder recuerda cuánto le deben los Stones al soul y la música negra; la de Paul McCartney, que ellos son de la quinta de los Beatles; la de Elton John… bueno, quién sabe qué hace ahí Elton John. Todas estas invitaciones son hasta cierto punto anecdóticas, porque pese a que todos son magníficos cantantes, Elton solamente toca el teclado, Macca el bajo y Wonder los teclados. Mención aparte merecen las presencias de Bill Wyman, exbajista de la banda, y Charlie Watts, carismático batería del grupo, que llegó a grabar un par de pistas antes de su muerte (durante la pandemia, pero de cáncer): en temas como "Mess It Up" se reúne, en diferido, la formación más duradera de su historia.

Se ha señalado —y esto es interesante, dado que los tres Stones que quedan suman 235 años— que en las letras de Hackney Diamonds no hay visión introspectiva de la vejez: tiene más o menos la energía de un disco de siempre. Es decir: parece un disco hecho por rockeros de, ejem, solo 50 años. “Las calles por las que solía caminar están cubiertas de cristales rotos/Y mire donde mire, veo recuerdos del pasado”, canta Jagger en "Whole Wide World", y esto es todo lo nostálgico que se va a poner en este 2023.

Tiene más o menos la energía de un disco de siempre. Es decir: parece un disco hecho por rockeros de, ejem, solo 50 años

Poco provoca el descaro pop de la lengua stoniana —diseñada por John Pasche tras verla Jagger en una estampita de la diosa hindú Kali— en tiempos en los que te tatúas la cara. En todo caso, pocos hubieran esperado a estas alturas novedades significativas en su discografía, que rebasa la treintena de álbumes originales. Si lo piensas, no son tantos: los Beatles grabaron 13 en solo ocho años. Se hace raro, pero toda la historia del grupo de rock más importante de la Historia cabe en un estante del Kallax de Ikea.

Sea como sea, y como sucede con los grandes artistas, la gran creación de los Stones son ellos mismos. Bajo la euforia de la novedad, se podría decir que el de ahora es su mejor disco desde Some Girls o Tattoo You (buen tema para discutir abajo, en los comentarios). Sea como sea, hay que agradecer y apreciar Hackney Diamonds: puede ser —digámoslo por enésima vez; alguna de estas será la de verdad— el último disco de los Rolling Stones. Al menos hasta que la IA se haga cargo de su sonido, de sus futuras canciones, de sus satánicas tridimensionalidades.

Los Stones son más que un grupo: son una proeza que dura ya seis décadas, una saga —15 músicos han pasado por sus filas—, un reality de supervivencia. Llevamos desde el siglo pasado asistiendo a ese concierto suyo que parecía que iba a ser el último, siempre con esa sensación de telón inminente, de último ardid. Por eso no importa tanto si su nuevo disco es bueno (que lo es) como el hecho de que lo hayan grabado. A su público le bastaba con verles más o menos cada lustro en un estadio cercano y escuchar ahí un repertorio sempiterno que se toca solo. A ellos —esto les honra—, no.

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