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La trampa de las cocinas abiertas en las viviendas
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Fernando Caballero Mendizabal

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La trampa de las cocinas abiertas en las viviendas

La ruptura del equilibrio entre el capital y el trabajo ha entrado hasta la cocina. Es normal, al fin y al cabo nuestro modelo no es únicamente un sistema económico, sino una reestructuración de nuestros valores

Foto: El tema de las cocinas abiertas tiene más estribaciones de las que parece.
El tema de las cocinas abiertas tiene más estribaciones de las que parece.
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Seguro que muchos se han preguntado alguna vez si es mejor integrar la cocina y ganar espacio en la sala o dejarla separada, por los olores y esas cosas. El caso es que este tema tiene más estribaciones de las que parece. Algunas nos hablan de nuestra economía, otras tratan sobre el rol de la mujer a lo largo del siglo XX, y ambas pueden enlazarse con el aumento de la calidad nutricional y gastronómica en las viviendas de una clase media que hoy disminuye poco a poco.

La ruptura del equilibrio entre el capital y el trabajo ha entrado hasta la cocina. Es normal, al fin y al cabo nuestro modelo no es únicamente un sistema económico, sino una reestructuración de nuestros valores y también de las viejas clases sociales. El neoliberalismo, para lo bueno y para lo malo, es un software compuesto por unas lógicas morales y sociales concretas, cuyas actualizaciones hemos ido instalando a lo largo de cuarenta años. La última viene llena de sonrisas, banderas arcoíris y política de cuidados. Pero al final, las plusvalías se las llevan unos pocos.

Como vemos, muchos elementos del progresismo liberador de una época se han ido resignificando en otra

No fue siempre así. Tienen los edificios la peculiaridad de ser la carcasa de nuestra realidad. El hardware. Nos ayudan a explicar el mundo en el que vivimos. Las cocinas cerradas fueron, hace ya un siglo, una de las grandes conquistas sociales de la clase trabajadora. El triunfo de la jornada de ocho horas tuvo su traducción en el urbanismo, apareció la ciudad sectorizada: zonas residenciales, zonas de ocio y zonas de trabajo, separadas físicamente y conectadas a través de nuevos vehículos a motor cada vez más asequibles. Esa ciudad sectorizada para tres periodos de ocho horas, era la respuesta física al nuevo equilibrio entre capital y trabajo. Lo que antes de 1914 solo estaba al alcance de burgueses y aristócratas, se había democratizado. El higienismo, la igualdad y… el feminismo dieron como resultado nuevas tipologías de vivienda que garantizaban un mejor tratamiento y conservación de los alimentos, una mejora notable en la dieta de las familias trabajadoras y —en la mentalidad de la época— un espacio de emancipación para la mujer.

Estas ciudades sectorizadas comenzaron a construirse de forma puntual tras la Primera Guerra Mundial, se generalizaron tras la Segunda y solo comenzaron a ponerse en cuestión a partir de la de la década de los sesenta, cuando eclosionaron los movimientos políticos y filosóficos de carácter identitario y postmoderno, que criticaban los rígidos modelos de vida occidental. Se reivindicaban cambios que, entre otras cosas, abogaban por la emancipación real de la mujer y la redefinición de su papel en la sociedad. Después, ya en los setenta, serían las transformaciones económicas provocadas por la Crisis del Petróleo (Bretton Woods, Paul Volcker, Thatcher, Reagan, etc.) las que se encargarían de canalizar ese nuevo papel.

Como vemos, muchos elementos del progresismo liberador de una época se han ido resignificando en otra. Hoy el coche es un símbolo de libertad individualista, la ciudad sectorizada se ve como problemática y segregadora, igual que las viviendas también sectorizadas en usos. Desde el Ministerio de Igualdad, por ejemplo, se interpreta la cocina cerrada como la "sala de máquinas" de la vivienda patriarcal, el despacho de la perfecta ama de casa.

La impugnación a la cocina cerrada: la cocina abierta, llegó desde las clases medias altas

Pero como suele pasar también en muchos otros casos, la impugnación a la cocina cerrada: la cocina abierta, llegó desde las clases medias altas, casi desde el mismo momento en que la primera se generalizaba.

El concepto de cocina abierta aparece poco a poco en los cincuenta, como la versión más liberal y moderna del American Way of Life.

placeholder El concepto de cocina abierta aparece poco a poco en los cincuenta. (Cedida)
El concepto de cocina abierta aparece poco a poco en los cincuenta. (Cedida)

Como decía, a partir de los setenta la reconfiguración de los rígidos valores sociales coincide con la puesta en cuestión de ese equilibrio entre capital y trabajo. Es algo que se ve bien en el diseño: mientras se generalizaban las cocinas cerradas en las casas de los trabajadores, las clases adineradas comenzaron a quitarlas. Se creaba así la moda de la estancia única, que compartía cocina, comedor y sala de estar. Moda que, como ocurre con la ropa, sigue el clásico esquema trickle-down del goteo neoliberal, por imitación llegará a los de abajo, adaptándola hasta llevarla a su mínima expresión: el "estudio", una versión contemporánea y deluxe de la infravivienda.

El modelo se generalizó entre las clases creativas durante los setenta y ochenta, cuando se ponen de moda en los lofts. Tras una dura reconversión, Nueva York había dejado de ser el puerto más importante del mundo y buena parte de los edificios industriales y de oficinas adyacentes, construidos a principios del siglo XX se desalojaron rápidamente. Salvo por los clubs de la calle 54, los años setenta supusieron una crisis económica durísima en la ciudad y las zonas industriales del SoHo y Lower Manhattan se deterioraban rápidamente. Los antiguos talleres y almacenes eran espacios baratos para montar fiestas, galerías y apartamentos improvisados.

Era la época dorada del capitalismo a lo Gordon Ghekko, y muchos ex hippies, devenidos ahora en yuppies, empezaron a quedarse esos talleres abiertos o a buscar apartamentos que imitasen esa estética. Espacios muy amplios, buenas vistas, reformas sencillas y en general un estilo industrial con cocinas muy vistosas para montar buenas fiestas y preparar cocktails. Los steaks (y demás platos elaborados) ya, si eso, se los comían en algún restaurante caro. Y claro, culo veo culo quiero. Los lofts y las cocinas abiertas permearon "hacia abajo" y empezaron a aparecer en las revistas de moda, interiorismo y arquitectura de todo occidente. Durante más de veinte años, el loft no dejó de estar asociado a casas de gente con mucha pasta. La meta a alcanzar.

Foto: Interioristas que debes seguir antes de una reforma. (Instagram/@tonekrok)

Saltemos a España. Hasta los años del boom inmobiliario los apartamentos de la clase media siguieron construyéndose con la cocina cerrada, aunque hay un detalle interesante. Si uno visita un piso de un barrio construido entre 1970 o 1980, es común encontrarse con viviendas generosas en cuanto al espacio de esas cocinas. Más aún cuando muchos balcones fueron cerrándose, haciendo que si buscamos pisos de esa época nos sorprenda la cantidad de apartamentos con más de 90m² que encontramos. Eran las casas de nuestras abuelas, las que hacían magia en los fogones. Donde freían y empanaban a diario. Fue en las cocinas cerradas y en esa generación cuando se generalizaron los manuales y recetarios que recopilaban platos variados de todo el país. Las naciones y la división de tareas de las sociedades industrializadas también entraron hasta la cocina.

Desde entonces, conforme el precio de los materiales y de la mano de obra fue aumentando, los pisos fueron haciéndose más tacaños. El tamaño normal en los noventa y hasta la burbuja inmobiliaria rara vez superaba los 90m². Suficiente todavía para que la cocina tuviera su propia habitación, aunque fuese, eso sí, poco más que un pasillo.

Los cambios económicos provocan transformaciones culturales y estas tienen su traducción en nuestras casas

Y luego llegó la crisis… y los cambios de paradigma. La "refundación del capitalismo" que diría Sarkozy.

Cuando hay crisis de demanda, la oferta debe ser más suculenta. Hay que dar más por menos. Pero si los precios de construcción suben y la mano de obra se especializa, lo que nos quedan son unos márgenes de beneficio pírricos. Así que ahora hay que vender casas aún más pequeñas aunque no lo parezcan. Y para eso están los departamentos de venta y marketing de las inmobiliarias. Los cambios económicos provocan transformaciones culturales y estas tienen su traducción en nuestras casas. Como siempre, todo es cuestión de saber venderlo: casa moderna, cenita con amigos, cocinando mientras tomamos un vino. Todo muy mono. Has ganado amplitud, pero tu vivienda ha perdido tamaño total y tú has perdido salud mental. Porque las casas con espacios claramente diferenciados son más flexibles y te permiten usarla de muchas formas distintas para no estar siempre en el mismo espacio. De eso se dio cuenta mucha gente durante la pandemia.

Foto: ¿Puedo comprar un 'loft' para vivir en él sin desarrollar actividad empresarial? (Home Select) Opinión

En esta última década se han generalizado las cocinas abiertas. Tenemos la versión barata, "estudios" reformados y los "loft monoespacio" de menos de 60m². Luego la versión de hasta 80m², con cocina integrada, para ganarle esos metros de más a la sala, que ahora las teles son muy grandes. Y por último, por supuesto, está la versión "premium" de cocina integrada con Isla.

Y es que no hay problema cuando se integra una cocina en un chalet o en un pisazo, el problema está cuando ese modelo permea "hacia abajo".

Los inversores saben que en las nuevas promociones, al integrar las cocinas en el cuarto de estar, pueden reducir algunos metros cuadrados por vivienda creando la ilusión de espacios más amplios. Metro cuadrado a metro cuadrado esto les permite sacar más viviendas por edificio y por tanto aumentar el margen de beneficio sin reducir los precios.

Poco a poco, en los nuevos edificios destinados al alquiler, habitados por aquellos no pueden pagar la entrada de la hipoteca, las cocinas cerradas están desapareciendo. No le sale a cuenta al promotor, pero tampoco al inquilino, porque entre los solteros y quienes llegan tarde a casa, estas cocinas dejan de responder a las formas de vida actuales. El ideal del loft encaja como un guante en la economía de plataforma, que sustituye los guisos y las fritangas del cansado día a día por la comida a domicilio.

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En definitiva, las cocinas eran espacios de socialización diferenciados. Sí, eran nuestras abuelas y nuestras madres las que cocinaban y las que, gracias a ese tabique elevaron nuestra comida tradicional a los altares. Hoy las cocinas cerradas desaparecen, y con ellas un patrimonio cultural único. No interesa. Y poco a poco está recibiendo ataques desde dos frentes que proceden de una raíz socioeconómica común.

Por una parte el mercado inmobiliario, que está educando a la demanda con ideas y conceptos de modernos lofts y formas de vida adaptadas a las economías de plataforma: a más pedidos a domicilio, menos cocina. Los ricos lo adoptan y por imitación llega al precariado, donde los márgenes de beneficio son muy ajustados.

Por otro lado, los ataques vienen desde algunas posiciones feministas a través de las administraciones, que entienden —no sin razón— que las cocinas cerradas, lejos de ser espacios de emancipación, también encerraban a las mujeres dentro del sistema patriarcal. Ahora por cuestión de política de género queremos abrir las cocinas. La insoportable idea de la mujer cocinando y el marido viendo el fútbol es sustituida por la unilateralidad de lo que ponga el que esté viendo la tele. Pero quizás la revolución no consistía en acabar con la cocina cerrada, sino en hacer que el hombre entrase. En cualquier caso, hoy ni él ni ella se están llevando las plusvalías.

Seguro que muchos se han preguntado alguna vez si es mejor integrar la cocina y ganar espacio en la sala o dejarla separada, por los olores y esas cosas. El caso es que este tema tiene más estribaciones de las que parece. Algunas nos hablan de nuestra economía, otras tratan sobre el rol de la mujer a lo largo del siglo XX, y ambas pueden enlazarse con el aumento de la calidad nutricional y gastronómica en las viviendas de una clase media que hoy disminuye poco a poco.

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