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El artista será cruel o no será
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Galo Abrain

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El artista será cruel o no será

El arte se está plagando de creadores cómodos, blanditos y adoctrinados por lo correcto. Pero el artista debería ser el chivo expiatorio de las cóleras de su época, poniendo su voz siempre por delante de los catecismos

Foto: Imagen de archivo de una exposición homenaje al artista Gonzalo Tassier. (EFE/Mario Guzmán)
Imagen de archivo de una exposición homenaje al artista Gonzalo Tassier. (EFE/Mario Guzmán)
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Últimamente, veo que revolotean como polillas en un armario abandonado los artistas que se pretenden más cómodos que unos leggings. Me escaman esos escritores, músicos, pintores y demás strippers de la farándula, encamados en el beneplácito de una determinada temperatura ideológica a la moda, incapaces de rasgar las vestiduras por nada que no los mantenga tras la falange discursiva que los protege.

Izquierda o derecha, lo mismo da, siempre hay quien saca petróleo de la circunstancia para hacerse fuerte y ponerse de cabeza de cartel esperando el aplauso de los suyos. Nada nuevo bajo el sol, diréis muchos, pero que claree no quiere decir que no sea imprescindible revisar los sobreentendidos.

Según Antonin Artaud, uno no puede ser honestamente humano si no se encara con su individualidad

¿A qué viene esto? Pues a que recientemente me he visto encarado con un autor. Hacía tiempo que no me peleaba con él y me ha devuelto a viejas trincheras que, aunque nunca se fueron, se habían ido olvidando por entrar yo en otras guerras.

El tipo se llamaba Antonin Artaud, y sus palabras sobre la crueldad artística me han puesto de nuevo a fuego la bilirrubina. A cada nueva línea suya que engullo, es como si con esa cara de cretino-alocado su fantasma me hiciera una visita pasándome gasofa para incendiar en mí el beneplácito, lo correcto, lo que es apropiado largar.

Para Artaud, el sufrimiento se transformaba en materia. Según él, uno no puede ser honestamente humano si no se encara con su individualidad, hasta hincarle el diente a las tinieblas de su interior. Y la condición del artista es plasmar dicha batalla. Dar cuenta del sufrimiento de los supliciados, llegará a decir.

El artista, cree Artaud, ha de auscultar el corazón de su época para ser el chivo expiatorio de las cóleras errantes de su tiempo

El artista, cree Artaud, ha de auscultar el corazón de su época para convertirse en el chivo expiatorio que lleve sobre sus hombros las cóleras errantes de su tiempo, a fin de descargarlo de su malestar psicológico... Así, en frío, no parece fácil, ni del todo comprensible. Entiéndase que el colega hace un llamamiento a la provocación de lo indecible. A señalar, con luces de neón de ser necesario, el elefante en mitad de la habitación al que nadie quiere prestar atención, aunque ello implique ser cruel. Aunque ello implique jugársela.

No veo viable purgar de cretinos el mundo. Es imposible deshacerse de quienes se rinden a los fetiches del momento y la buena publicidad, acojonados porque llegue un diablillo forrado a susurrarles que serán los mayores fracasados de la historia si no obedecen sus reglas. Personalmente, esa no me parece forma de trascender. Si tuviera que vivir de acuerdo con las normas de lo correcto, y no de lo honesto, me sentiría como si me hubieran cortado las nalgas con una navaja barbera y no supiera sentarme.

Quizás intento decir, con lo de Artaud y esta última vaina, que veo demasiada gente autocensurándose por miedo. Mirándose mucho de desatar el impulso que activa la creación sin cautelas ni servidumbre. A ver, todos nos autocensuramos. Es sano marcarse fronteras al delirio. Pero veo demasiadas lágrimas apalancadas dentro de unas cuencas que quieren dejarlas salir. O, quizás, demasiadas lágrimas de cocodrilo saliendo en el momento más comercialmente propicio. No sé... a veces estas cosas se confunden.

Foto: Escena de la obra 'Orlando', de Teatro Defondo. (Cedida)

Así, siguiendo en abstracto, diré que puedo bregar con la falta de honradez. Antes se pilla a un mentiroso que a un cojo, igual que antes se pilla a un oportunista. Funcionar por la pasta y la fama es cutre, pero identificable. Lo que me cuesta digerir es la clausura. Esa famosa cancelación. La melodía social que se impone a quien no quiere dejar de bailar, convirtiéndolo en un papanatas sometido a un chantaje deleznable y hortera.

Hablando de otro gabacho, Derrida aseguraba que todo debía poder ser dicho en literatura. De hecho, el concepto mismo de poderlo decir todo responsabiliza, según el padre de la deconstrucción (que tanto gusta a quienes no la entienden), al escritor para hacerlo. Esto incluye la autolegitimación, el choteo descarado, la ofensa y su contra, meterse en problemas porque para un artista él mismo ha de ser su propia patria que proteger.

De querer concretar, me vienen ahora mismo una ristra interminable de nombres que, más que proteger su patria, la venden al mejor postor. Paso, sin embargo, de señalar. Eso os lo dejo a vosotros. Sois plenamente capaces de ponerle, sin que yo os dicte el camino, cara a quienes veáis sometidos al látigo de sus chiringuitos.

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Sí me apetece, por el contrario, mencionar a quien funciona a la inversa. Por ejemplo, a Xavier Domingo, a Lionel Shriver o Lars Von Trier. Personas que se curan, o curaban, mucho de ser gregarios con la aceptación social, poniendo siempre su voz por delante de los catecismos. Dogmas, por cierto, que pagan suculentas sumas cuando se los acaricia…

¿Cuántas erecciones culturales se me habrán ido a parar al cementerio de elefantes al ver que todo se debía a una mano cóncava tras la espalda? Vendría bien anunciar la infertilidad, mejor dicho, la gestación subrogada, de los rorros que se paren por ahí. Sobre todo de aquellas producciones culturales que te miran desde una altura moral dejándote dos opciones: claudicar o convertirte para sus creadores en chusma-ética-meridional. En una mierda progre o en una mierda facha.

Pero, bueno, como dice Lionel Asbo, "la ley protege el chelín del rico". Y no conozco a nadie capaz de soltarme, con la cabeza alta y el corazón en un puño, que no desea arrimarse un poco, nada más sea por bienestar, a esa justicia tan caprichosa. Entiendo que es un deseo pandémico y teflón. Lo cual tampoco quiere decir que sea inequívocamente digerible. No porque la pasta sea un fin popular quiere decir que todos hayamos de convertirnos en unos pendones desorejados, en protagonistas de telebazofia o en unos macarras analfabetos que no paran de decir "¡fucking!", siendo estos hoy los caminos más fáciles para llegar a ella. También habrá que echarle un par, ¿no? Sacudir a la gente aunque eso no te ponga barrilete la cartera.

Hay gritos alocados que solo encuentran consuelo en la sinceridad​ descarada del alma

Y ya que esta columna me ha quedado un poco loca, me apetece rematarla poéticamente.

Hay gritos alocados que solo encuentran consuelo en la sinceridad descarada del alma. Aullidos que, una vez vendidos a la domesticada templanza de lo que debe ser dicho, abandonan la cruel liberación de lo que se tiene que decir. Como si al escribir una carta de amor lo hicieras solo para no sentirte huérfano una noche, ajeno a todas las que querrá pasar contigo quien la lea. Una provechosa mentira destinada a saciar la sed de un rostro, condenando a otro a colmarse de lágrimas hasta la desesperación.

Cuando se crea con la voluntad de contentar, y no con la intención de pelear por los corazones de quienes te han amado o inspirado hasta darles un lugar donde respirar en este mundo de asfixiados, eres parte de los frutos del árbol bajo el que plantaron los restos de un cadáver moribundo…

Creo que hay que ser honrado, incluso a costa del dolor que acabará por atizarte

En otras palabras, creo que tengo que dejar de beber y escuchar a Eddie Vedder de madrugada, pero también creo que hay que ser honrado, incluso a costa del dolor que acabará por atizarte.

Esto que digo puede sonar a tortilla de boquerones con tomate. Un manjar distinguido pero injustamente minusvalorado. Porque por más que lo que cuento suene desordenado, es algo muy concreto. Un llamamiento a la responsabilidad. Un grito para crear sin temor a las represalias y sin bailarle el agua a las doctrinas.

Porque el artista será cruel o no será. Si no lo es, con uno mismo o con los demás, es que más que un artista lo que está siendo es un vende-motos. Y de esos, no me lo negaréis, ya nos sobran por todos lados.

Últimamente, veo que revolotean como polillas en un armario abandonado los artistas que se pretenden más cómodos que unos leggings. Me escaman esos escritores, músicos, pintores y demás strippers de la farándula, encamados en el beneplácito de una determinada temperatura ideológica a la moda, incapaces de rasgar las vestiduras por nada que no los mantenga tras la falange discursiva que los protege.

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