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Si quieres quedarte sin amigos, ten un hijo
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Héctor G. Barnés

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Si quieres quedarte sin amigos, ten un hijo

No hay nada que ponga más a prueba una amistad que la paternidad, pero quizá sea parte de toda relación reconocer que estamos en momentos distintos de nuestras vidas

Foto: Dos niños disfrutan del mar. (EFE/Yander Zamora)
Dos niños disfrutan del mar. (EFE/Yander Zamora)
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"Quedo con otra gente con hijos para hablar de nuestros hijos y ahorrarle a la gente sin hijos tener que oír hablar de niños todo el rato", trabalengueaba el otro día un compañero. Como hombre sin hijos, le agradezco el gesto, y a cambio sonrío y digo "oooh" cuando nos enseña fotos de la criatura.

Tener tu primer hijo es pasar a formar parte de una de las sectas más grandes del mundo, la de los padres primerizos, que a quienes no hemos vivido la experiencia nos parecen una horda de lobotomizados que en un parpadeo se han convertido en esa clase de persona que seguramente habían asegurado que nunca serían: seres que piensan y viven para sus hijos y que, por lo tanto, terminan relacionándose casi exclusivamente con gente como ellos.

A nadie le interesa la paternidad hasta que es padre y entonces no hay nada más

"Puedes hablar todo el día de niños y no se quejan, porque ellos también aprenden", me dice. No hay nada que fortalezca más una amistad que haber tenido hijos al mismo tiempo, y tampoco hay nada que ponga más a prueba esta clase de relación que esa brecha que se abre poco a poco entre los padres y los que no lo son, especialmente a partir de ese momento en el que estos empiezan a ser minoría.

Una de las razones para que esto ocurra es porque a nadie le interesa la paternidad hasta que es padre, y entonces, no hay nada más en el mundo. Damos por hecho que es algo que se aprende sobre la marcha, y cuando ocurre, nos damos cuenta de que sabemos poco o nada, así que los padres primerizos pasan a compartir cualquier acontecimiento mínimo de la vida de su criatura ("acaba de eructar, ¿cómo debemos interpretar este arcano signo, oh, amigos padres?") para desesperación de esos amigos sin descendencia.

placeholder ¿Dónde están los tíos? (Reuters/Yana Paskova)
¿Dónde están los tíos? (Reuters/Yana Paskova)

Puedes mostrar un poco de interés al principio, incluso fingirlo después de la primera media hora, pero a partir de la hora sacas el móvil porque a lo mejor te escribe tu jefe (ejem). Piensas que estaría bien saber a qué hora es mejor darle de comer por si algún día te toca, pero poco a poco, tu cabeza comienza a deslizarse a los dramas cotidianos o el conocimiento insignificante. Ya aprenderás cuando sea tu turno.

Como resultado, la dinámica lógica es que los padres comiencen a juntarse solo con los amigos que tienen hijos o a hacer nuevos amigos que curiosamente también son padres, y que los otros dejen de invitar a los primeros a sus planes porque ya me contarás qué hacen con el carrito en un bar a las cinco de la mañana. Y es posible que en un momento dado, a medida que pasan los meses, los primeros recriminen a los segundos no buscar planes "con niños" y sientan que les han dado de lado por ser padres, y que los segundos abandonen esas citas con retoños porque, uy, es que me ha salido otra cosa.

Es parte de la amistad reconocer que estamos en un punto distinto de nuestras vidas

Sospecho que lo más probable es que simplemente el tema se convierta en tabú y ambos grupos, los con hijos y los sin hijos, se separen, quizá se critiquen mutuamente en conversaciones paralelas y vuelvan a reencontrarse en un momento en el futuro. Un tabú lógico porque nadie puede recriminarle nada a los otros. ¿Cómo puedes quejarte de que tus amigos decidan dedicar tiempo y esfuerzo a cuidar de su hijo? ¿Cómo puedes no reconocer que es un aburrimiento oír hablar de niños sin parar?

Así que lo tristemente natural termina siendo vivir dos vidas separadas con puntuales momentos de encuentro y ocasionales lamentos, como en esos vídeos de TikTok en los que madres ofendidas (suelen ser madres, porque son ellas las que más cargan con los niños) repiten aquella máxima de que para saber quiénes son tus verdaderos amigos no hay como tener un hijo.

Mucha menos que la gente que ha dicho que no hay nada como que tus amigos tengan hijos para saber si lo son, porque la carga suele recaer en el no padre, a quien se le presupone que tiene que adaptarse. Tenemos nuestra parte de razón al quejarnos por tener que plegarnos a la vida de nuestros viejos amigos, pero pecamos de egoístas cuando no queremos darnos cuenta de que sus horarios, hábitos, economía, capacidad de atención y sus prioridades han cambiado por completo.

Puede parecernos un triste recordatorio de lo frágil que es la amistad, tan dependiente de la situación vital de cada persona. Pero quizá también sea parte de toda bonita amistad el reconocer que, a veces, no nos encontramos en el mismo momento y que no pasa nada por ello, que hay todo un futuro para reencontrarse.

La vida que te espera

"No veo ya películas, ni leo libros, ni escucho música, ni me entero de nada de lo que pasa, ya solo observo a mi hija", me dijo una vez un amigo cuando, iluso de mí, me dio por preguntarle si había visto una película que le había gustado. En ese momento me di cuenta de que yo representaba todo aquello que él ya no era y que probablemente no volvería a ser jamás.

Ese es otro aprendizaje que sospecho que se obtiene al ser padre, y que creo que por mucho que lo sepas, no eres realmente consciente hasta ese momento: que tu vida ha cambiado para siempre y nunca, ni siquiera cuando tus hijos crezcan y se marchen de casa, volverá a ser igual, porque en ese momento lo último que te apetecerá es ser quien eras.

Los hijos de los amigos son el signo constante de esa vida que no llevamos

Para los padres eres el signo de todo aquello que han dejado atrás y para los que no lo son, la proliferación de niños a su alrededor es un recordatorio de que el tiempo pasa pero no avanzan. Aún más doloroso si no se puede tener descendencia por razones biológicas o económicas, los hijos de los amigos son el recordatorio constante de esa vida que nunca podremos llevar.

El certificado de muerte de esa existencia de adolescente perenne, que llega hasta los veinte, los treinta e incluso los cuarenta, el síntoma final de la vida adulta. Empezar a tener amigos con hijos es la vida cogiéndote por los hombros y diciéndote que te haces viejo, que tus padres enfermarán y morirán, que eso también te ocurrirá a ti, que nadie puede parar el tiempo. Por eso el primer amigo padre es siempre un trauma.

placeholder Dos por el precio de una. (Reuters/Clodagh Kilcoyne)
Dos por el precio de una. (Reuters/Clodagh Kilcoyne)

Recuerdo aquel día, a finales de mi agosto de los doce años, cuando soñé con que el amigo con el que iba todos los días a la piscina anunciaba que se casaba y que esperaba su primer hijo. Me levanté con una extraña sensación de tristeza, porque aquel sueño en esos días cada vez más cortos me recordó que no solo el verano se acabaría, sino también toda esa vida. La profecía se ha cumplido y ahora ese amigo tiene dos hijas, una de las cuales es mi ahijada. No me entristece que ya no podamos ir a la piscina a dejar pasar el verano sin hacer nada. El miedo al futuro se vence cuando llega el presente.

"Quedo con otra gente con hijos para hablar de nuestros hijos y ahorrarle a la gente sin hijos tener que oír hablar de niños todo el rato", trabalengueaba el otro día un compañero. Como hombre sin hijos, le agradezco el gesto, y a cambio sonrío y digo "oooh" cuando nos enseña fotos de la criatura.

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