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La España que solo existe en 'Grand Prix' explica por qué arrasa 25 años después
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'TRANSICIÓN CINEMATIC UNIVERSE'

La España que solo existe en 'Grand Prix' explica por qué arrasa 25 años después

El término "nostalgia" se queda corto para definir el fenómeno. El 'Grand Prix' moviliza un universo emocional: el abuelo, el pasado, el verano, la familia y la inocencia perdida

Foto: Contiene multitudes. (RTVE)
Contiene multitudes. (RTVE)
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A las 22:35 de la noche del pasado lunes 24 de julio, exactamente un día después de que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo asomasen a sus respectivos balcones a celebrar (o no) los resultados electorales, Ramón García daba la bienvenida al Grand Prix del Verano 18 años después de su desaparición de Televisión Española. El resto es historia, al menos durante una semana: un exitazo sin ambages con un 26,1% de cuota de pantalla y más de dos millones y medio de espectadores.

Un éxito en apariencia inesperado pero que resume un instante de la historia de España. No es solo que haya triunfado en la franja de 4 a 12 años (40,2%, según Kantar Media) y de 13 a 23 (46%), sino es que ha llegado a ese perfil de la población que ya no ve la tele, la que tiene entre 25 y 44 años (46,1%) y para la cual el programa es parte de la memoria veraniega de su infancia.

El término nostalgia se queda corto para definir el éxito de la primera entrega del Grand Prix. Como explica David del Pino Díaz, profesor de Comunicación Política y Relaciones Públicas en la Universidad Nebrija, representa "la tensión entre dos fuerzas, una hacia el pasado incardinada en los grandes pactos, la Transición y el bipartidismo imperfecto y otra España que ya no es la misma, ni el bipartidismo lo es, ni la abuela ni el nieto que ven juntos otra vez el programa".

Una bisagra entre un pasado que vuelve como un fantasma y un futuro que no se termina de atisbar. Ya lo decía el propio Ramón García en una entrevista: "No podemos hacer el Grand Prix como en 1996, hay que amoldarse a los tiempos".

1. Otro evento en la cultura de los eventos

Hace más de un cuarto de siglo, cuando el Grand Prix arrancó en su primera edición tomando el revelo de Cuando calienta el sol, era un programa más dentro del flujo de una parrilla llena de formatos familiares. Hoy vuelve de manera individualizada, singular, como una rara avis. "Ya no como un programa de televisión, sino como un evento", recuerda Eduardo Maura, autor de Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española (Akal).

"Hay un punto de 'performance' irónica en ver el programa"

Parte del éxito del programa se basa, irónicamente, en lo inesperado que resulta su retorno. Cuando el programa concluyó su trayectoria en 2009, tras varios años de emisión en los canales de la FORTA, ya era percibido entre las generaciones que se habían criado con él como un producto desfasado. Si tiene éxito es porque el público percibe su anacronismo, lo que lo convierte en un evento, como ocurre con la última entrega de Indiana Jones, señala Maura: "Este éxito es un recordatorio de su propia caducidad".

Hay dos elementos que explican esta singularidad. Uno de ellos es la distancia irónica. El espectador que se sienta frente al televisor para ver el Grand Prix, especialmente el más joven, no lo hace con la misma actitud que hace un cuarto de siglo, sino con una mezcla de nostalgia e ironía kitsch. "Hay un punto de performance en verlo y en participar, seguro que los concursantes que se apuntan no lo hacen con las mismas intenciones que en su día", recuerda Maura.

2. La España de los abuelos muertos

Junto a la distancia irónica hay otro factor importante: la nostalgia. No hay mensaje en redes que no citase el concepto que mejor engloba el universo emocional que suscita el Grand Prix: los abuelos. "No es solo el programa Grand Prix, es todo lo que nos recuerda. Era veranos en familia, con los abuelos vivos, cenando entre risas, bromas y con la TV alta", decía un tuit. Otros elementos de nostalgia repetidos en los mensajes en redes: el bipartidismo, Médico de familia, Oliver y Benji, El Juego de la Oca o el Un, dos, tres.

Del Pino también vio junto a sus abuelos el programa cuando era pequeño. El Grand Prix alude a un repertorio sentimental en el cual cada elemento nos lleva al siguiente: el abuelo al pasado, el pasado al verano, el verano al pueblo, el pueblo a la familia y la familia a la inocencia perdida. En definitiva, esa España desaparecida en algún momento de los años noventa que ya solo existe en nuestra memoria, en novelas como Feria de Ana Iris Simón o Los nombres propios de Marta Jiménez Serrano o en el Grand Prix.

"Ese abuelo es la abuela de Cuéntame", explica el politólogo, que dedicó su tesis doctoral a analizar el mito de la transición española a través de la serie que retrata el recorrido de la familia Alcántara. Un panorama emocional en el que se añora lo sólido y lo material.

3. La España de los consensos

Esa España emocional tiene su correlato político, recuerda el investigador, que es muy cercano al de Cuéntame. La familia Alcántara ha aparecido en un spot viendo el programa de Ramontxu, ese chaval que cómo no va a caer bien, porque "es de Bilbao y sus padres veranean en Laredo". Ambos programas representan una especie de Universo Marvel de la España de la Transición (y postransición).

Ese estado emocional es el de lo material, la búsqueda de acuerdos, el consenso. Por eso, a Del Pino le parece una genialidad involuntaria que se estrenase justo un día después de unas elecciones que volvieron a dejar el relato de un supuesto retorno del bipartidismo. "Ahora vuelve la idea de la gran coalición y eso es Cuéntame, una familia estándar que se hace a sí misma después de ir del campo a la ciudad y que después de mucho trabajo y esfuerzo consiguen posicionarse muy bien en España", explica.

"Cuéntame es la familia estándar que busca ser España. La de la Transición, la del consenso, la de la inocencia, la de lo material, la que se preocupa por una España real, la de los pueblos frente a todo lo nuevo que viene", prosigue. La estructura del programa favorece esa identificación: los participantes provienen de municipios de toda España de menos de 50.000 habitantes en los que cualquier vecino puede terminar concursando. La unidad mínima del Grand Prix es la España mediana.

4. El campo idílico

El Grand Prix clásico lanzó a la fama a pueblos como el jamonero Guijuelo, vencedor de la edición de 1996, Cudillero o Carrión de los Condes. La sensación que generaba entre los telespectadores al ver a los vecinos de esos municipios es que cualquier español podía aparecer en él. Ya lo dice la abuela de Cuéntame: "Deberían traer a Sagrillas".

El 'Grand Prix' era la feria, con su vaquilla, sus orquestas y sus fracturas óseas

En los 90, la gran migración del campo a la ciudad no estaba tan lejana, por lo que la relación de la población española con su lugar de origen era mucho más estrecha. Hoy el discurso que se ha impuesto es el de la España vacía (o vaciada), una mirada mucho más condescendiente hacia ese mundo rural que es visto como el Otro. Como recuerda Xavier Ginés Sánchez, profesor de la Universitat Jaume I, es en los noventa cuando Europa se da cuenta de que "lo rural debe tener valor más allá de su valor productivo que es poco relevante, con valores asociados como el medioambiental o el patrimonial e identitario".

El Grand Prix termina retratando a los pueblos como la identidad perdida española, vista bajo el prisma del idilio rural, donde los pueblos se perciben desde la ciudad "como ese espacio ideal y bucólico donde están las raíces familiares, al que nos vinculamos como un elemento identitario para desanonimizarnos". Los pueblos de la España del Grand Prix son esa Arcadia perdida a la que se ha dado la espalda. "Pero son imaginarios muy criticados porque chocan con la realidad rural, que no es tan idílica, ya que también tiene sus necesidades y conflictos", añade Ginés. Una infantilización de la vida rural y de la gente de pueblo que la mayoría de ocasiones no lo es: tan solo vive fuera de las grandes ciudades.

5. Un entretenimiento no contaminado por la posmodernidad

Como ocurre con Humor amarillo, la comedia física del Grand Prix con sus Troncos Locos, sus Bolos o su Patata Caliente alude a un pasado donde todo era más sencillo y no estaba contaminado por la complejidad del mundo de los contenidos audiovisuales. Como reivindicaba otro mensaje en redes sociales, "¡eso sí era entretenimiento, no la mierda de las King’s Leagues esas!". El formato del Grand Prix del Verano sintonizaba con las fiestas de pueblo veraniegas, con su plaza de toros, su vaquilla, sus orquestas y sus fracturas óseas. Uno podía ver el programa y salir, acto seguido, a la feria de su pueblo. Una España que desaparece y en la que todo parecía ser sólido frente al caos actual.

La polémica alrededor de la vaquilla es clave. Durante los últimos cuatro años, Ramón García avisaba a quien quisiera escucharle que había una nueva versión del Grand Prix preparada para producirse, pero si el programa no salía adelante era porque ninguna cadena se atrevía porque "se le echarían encima los animalistas". La solución ha sido la más práctica: sustituir el polémico animal por una persona disfrazada. Una alternativa con la que PACMA no contaba al celebrar que el programa no volvería.

"La presencia de Ramón representa esa vuelta a espacios no contaminados por nuevas relaciones culturales, por nuevas generaciones y nichos internacionales, es una vuelta a lo material, a lo sólido, a la España que nos gustaba y nos gusta", recuerda Del Pino.

Una España pre-woke. Uno de los síntomas más claros es que las críticas más duras hayan recaído sobre Cristinini, la gamer y creadora de contenido que intenta apelar al público de la generación Z quizá porque rompe ese espejismo de programa anacrónico, fuera del tiempo.

6. Un mundo sin móviles ni crisis

Es significativo que el Grand Prix concluyese su carrera en TVE en 2005 y en la FORTA en 2009: su recuerdo para toda la generación millennial está asociado a la era que precede el estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis económica. Una época de inocencia en la que aún no se habían rebajado las hinchadas expectativas de los noventa. Así, el Grand Prix podría verse como el epílogo de esa narrativa de la España de la transición, el canto del cisne en el momento en el que España se modernizaba mirando a Europa.

"Ni la familia era tan feliz viendo ‘Grand Prix’ ni la vida es tan invivible hoy"

Un mundo en el que además no existían los smartphones ni internet en el móvil: a diferencia de los programas actuales, pensados para ser vistos con el teléfono en la mano, el formato del Grand Prix favorecía la interacción familiar. Eran programas pensados para generar conversación entre distintas generaciones, entre el abuelo y el niño. "Los públicos han cambiado y estos programas estaban pensados para verse en familia y empatizar", añade Del Pino.

Las referencias culturales, visuales y emocionales del viejo (y el nuevo) Grand Prix eran las de la España castellana de las verbenas de verano. Los productos audiovisuales modernos son una amalgama de complejidades y significantes densos, como recuerda Maura, en la que es casi imposible que las personas que no viven online entiendan nada. "La evolución de la cultura ha ido cada vez a mayores capas de complejidad, pero también rincones más oscuros que en aquella cultura de la inmediatez". Ponle Barbie a tu abuela.

¿Un espejismo?

El Grand Prix del Verano se recuerda hoy como uno de los componentes esenciales de esos años noventa brillantes y optimistas. Pero como recuerda Maura, "ni la familia era tan feliz viendo Grand Prix ni la vida es tan invivible hoy". El antiguo portavoz de Podemos en la Comisión de Cultura del Congreso cita un dato para recordar que fue "una de las épocas más violentas y económicamente turbulentas de nuestra época": en 1995 murieron en España 5.587 personas con sida.

Es posible que se trate de un espejismo y no tanto de un síntoma de una tendencia cultural. Para Del Pino el mejor resumen es el propio Ramón García, que ya no es aquel treintañero que podría pasar por el yerno preferido de todas las madres de España, sino que a sus 61 años no oculta su envejecimiento ni su pelo blanco: "Es un pasado que ha dejado de ser y que tiene que relacionarse con el presente". El propio Ramón García me lo contó el año pasado cuando lo entrevisté para So Film: "Solo volvía a ver los programas cuando llegaba a casa para ver los fallos. Lo de atrás está hecho, es bonito recordarlo, pero nostalgia, ninguna".

Quizá quien dio en el clavo fue irónicamente Ibai, uno de los grandes estandartes de ese nuevo entretenimiento, que hace ya tres años entendía que un Grand Prix renovado podía funcionar "muy bien dos meses de verano". Esa esa la paradoja: algo así probablemente habría sido imposible en febrero u octubre. Si el verano es un paréntesis en nuestras vidas, también se convierte en el único momento en que un fenómeno así puede funcionar. No es extraño que el otro gran programa que se repuso año tras año durante décadas fuese Verano azul, la serie de Antonio Mercero emocionalmente vinculada al estío, el descanso, el pueblo y la playa como ese momento en el que cualquier cosa puede ocurrir.

A las 22:35 de la noche del pasado lunes 24 de julio, exactamente un día después de que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo asomasen a sus respectivos balcones a celebrar (o no) los resultados electorales, Ramón García daba la bienvenida al Grand Prix del Verano 18 años después de su desaparición de Televisión Española. El resto es historia, al menos durante una semana: un exitazo sin ambages con un 26,1% de cuota de pantalla y más de dos millones y medio de espectadores.

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