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'Indiana Jones y el dial del destino': la mejor jubilación posible para el arqueólogo más gamberro
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Se estrena este miércoles

'Indiana Jones y el dial del destino': la mejor jubilación posible para el arqueólogo más gamberro

Steven Spielberg cede el testigo a James Mangold ('Lobezno'), que ofrece un cierre perfecto a unas aventuras que se iniciaron hace 40 años

Foto: Harrison Ford en un momento de 'Indiana Jones y el dial del destino'. (Disney)
Harrison Ford en un momento de 'Indiana Jones y el dial del destino'. (Disney)

Indiana Jones (Harrison Ford) es mayor y está cansado. Estamos en 1969 e Indi peina canas cercana la setentena, arrastra achaques y, sobre todo, abraza y estruja la filosofía de estar de vuelta de todo y no tener la necesidad de comprender cómo funciona el mundo moderno, lleno de jipis y otras especies de indeseables. En este sentido, parece haber una completa identificación entre actor y personaje. Mientras el mundo mira al futuro y a la carrera espacial —el planeta celebra la llegada del hombre a la luna—, el arqueólogo más heterodoxo —y sexy, por qué no decirlo— de todos los tiempos sigue enfrascado en el pasado, en un pasado que no está de moda, que no es cool ni le interesa a nadie. O a casi nadie.

Vuelve Indiana Jones y lo hace para jubilarse, y vuelve un Harrison Ford melancólico y gruñón, más si cabe aún que el personaje de la primera trilogía, probablemente también para colgar el látigo. Después de cuatro entregas, Steven Spielberg ha cedido por primera vez la dirección a otro cineasta en Indiana Jones y el dial del destino. Ha sido a James Mangold, que subvirtió a su manera el género de superhéroes con Logan, la película mucho más árida, más adulta y más melancólica del Universo Marvel. Y no podía despedirse Ford de Indiana de mejor manera que con esta entrega emocionante y emocional, en la que se mantiene ese ímpetu de la aventura que empieza in medias res y nunca se detiene, y que no es un ejercicio de pura nostalgia, sino un recordatorio de que alguna vez fuimos mejores, cuando el dinero no era el epicentro del universo. Indiana Jones y el dial del destino es el perfecto cierre de las aventuras de un antihéroe irrepetible que en su primera aventura, Indiana Jones y el arca perdida, consiguió cuatro de los nueve oscars a los que estuvo nominada.

A causa de Mangold, la quinta entrega de Indiana Jones hereda del cine de superhéroes el exceso de CGI, pero también aporta a la película la carga de nostalgia crepuscular que también explotó con Lobezno. Quizá porque Indiana Jones es una de las primeras sagas del cine de aventuras, quizá porque hemos visto envejecer el Fedora de su protagonista, quizá porque podemos volver cuando queramos a la imagen de un Ford cuarentañero sin los achaques de cadera y sin la mirada cansada de quien cree que ya lo ha visto todo, quizá por todo ello, el paso del tiempo adquiere en este caso la densidad de las arenas movedizas, el peso del Pozo de las Almas.

placeholder Harrison Ford vuelve a 1945 gracias a la técnica 'deepfake'. (Disney)
Harrison Ford vuelve a 1945 gracias a la técnica 'deepfake'. (Disney)

El paso del tiempo es sobre lo que pivota el argumento de Indiana Jones y el dial del destino. El tiempo que fue y el que no pudo ser. La batalla entre anhelar el pasado, el deseo de enmendar los errores y el recelo del futuro. El guion de Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y David Koepp sitúa la acción a finales de los 60, cuando todo el mundo imagina un porvenir de coches voladores y robots tras la llegada del hombre a la Luna. La arqueología, los objetos antiguos, ya no interesan a nadie, cuando todos los niños quieren ser astronautas, como contaba tan entrañablemente Richard Linklater en Apolo 10 y 1/2. Indiana Jones, al borde de la jubilación —en realidad Ford ya ha soplado las 80 velas—, se encuentra desubicado en una modernidad multicultural y jipi, el inicio del potaje capitalista y bullanguero estadounidense, donde los valores como la tradición, la lealtad y el patriotismo han dado paso... al dinero.

La película comienza con un flashback hasta 1945, con Hitler ya escondido en el búnker y los alemanes huyendo en espantada hacia Berlín, cargando en un tren todas las antigüedades valiosas que arrasaron a su paso. Es en ese tren donde Indiana Jones encuentra el artefacto que da nombre a la entrega, un dispositivo que habría construido Arquímedes y que, a través de las matemáticas y la astrología, sería capaz de detectar grietas en el espacio-tiempo. Como en todas las películas de la saga, Mangold entra directamente en harina: el héroe rodeado de nazis y saliendo de una situación cada vez más complicada, y la presentación del antagonista ario de turno: el doctor Jürgen Voller (siempre genial y naturalmente villanesco Mads Mikkelsen).

placeholder Mads Mikkelsen, de nuevo metido en asuntos nazis. (Disney)
Mads Mikkelsen, de nuevo metido en asuntos nazis. (Disney)

Pero, si con Spielberg uno de los alicientes era ver a Ford sufrir montando a caballo, huyendo de piedras de poliespán, colgado de un puente, arrebatando pistolas a latigazos, con el esfuerzo de un tipo humano solo un poco más habilidoso, más inconsciente de los riesgos y con menos apego a su integridad física que usted y que yo, Mangold apuesta por la espectacularidad del cine de superhéroes, con mucho trabajo de CGI y de croma, con iglesias góticas estallando en pedazos digitales y bombas de píxeles reventando al enemigo. No es excusa que Ford no pueda trotar y rodar cuesta abajo como 40 años atrás —es comprensible que haya que recurrir al deepfake facial en las escenas a caballo—, sino que el propósito es emular al cine de acción actual, donde más y más grande es mejor, aunque se comprometa la verosimilitud de los espacios y las situaciones. En ese sentido, es difícil no añorar la artesanía de las entregas dirigidas por Spielberg, en las que las explosiones olían a pólvora.

De nuevo en los años 60, Indiana Jones se ve mezclado en una trama para robar el artefacto construido por Arquímedes. Por un lado, le perseguirán una mezcla de agentes de la CIA y mercenarios al servicio de Voller, reconvertido en el profesor Schmidt, al que los mismos americanos que lo derrotaron ahora lo contratan como el principal ingeniero responsable del éxito de la misión espacial a la Luna. Mangold habla de cómo el dinero hace que los enemigos se entiendan, cómo todo es susceptible de ser comprado, vendido... o robado. Por otro lado, Indiana Jones perseguirá a su nueva amienemiga, Helena Shaw (Phoebe Waller-Bridge), la hija de un antiguo colaborador del arqueólogo que acabó enloqueciendo a causa del dial de Arquímedes. La química entre Ford y Waller-Bridge es brutal, y la inglesa representa además ese mundo cambiante al que ya no pertenece el protagonista. Ahora es el tiempo de las mujeres, de las minorías, de los billetes verdes.

placeholder La química cómica entre Harrison Ford y Phoebe Waller-Bridge es indiscutible. (Disney)
La química cómica entre Harrison Ford y Phoebe Waller-Bridge es indiscutible. (Disney)

Indiana Jones y el dial del destino será la oportunidad de Indiana Jones de mirar a la historia directamente a los ojos. También la oportunidad de que el espectador, que probablemente era niño —o no había nacido— cuando se estrenó Indiana Jones: en busca del arca perdida en 1981, sienta sobre sus hombros y sus arrugas el reloj existencial. Además de los gloriosos momentos de acción, de las persecuciones, de la relación de amor-odio pseudofilial entre Ford y Shaw, de los artefactos psicofantásticos, de los chistes cósmico-históricos, esta última entrega es una carta de amor a su personaje protagonista, icono sentimental de muchos de nosotros. Es la oportunidad de enmendar los dolores y de dar una segunda oportunidad a las cosas y las personas que hacen que la vida —y el cine— sea un poco más bonita. Y más mágica.

Indiana Jones (Harrison Ford) es mayor y está cansado. Estamos en 1969 e Indi peina canas cercana la setentena, arrastra achaques y, sobre todo, abraza y estruja la filosofía de estar de vuelta de todo y no tener la necesidad de comprender cómo funciona el mundo moderno, lleno de jipis y otras especies de indeseables. En este sentido, parece haber una completa identificación entre actor y personaje. Mientras el mundo mira al futuro y a la carrera espacial —el planeta celebra la llegada del hombre a la luna—, el arqueólogo más heterodoxo —y sexy, por qué no decirlo— de todos los tiempos sigue enfrascado en el pasado, en un pasado que no está de moda, que no es cool ni le interesa a nadie. O a casi nadie.

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