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El aburrimiento en verano: una guía para no confundirlo con el hambre
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María Gelpí

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El aburrimiento en verano: una guía para no confundirlo con el hambre

En las redes proliferan por doquier odiadores del verano. Pero ¿qué odia exactamente la gente del verano? Las olas de calor, las hordas de mosquitos, el aire recalentado de la parada del metro o el olor a asfalto

Foto: Imagen de archivo de un parque acuático en Madrid. (Cézaro de Luca/EP)
Imagen de archivo de un parque acuático en Madrid. (Cézaro de Luca/EP)
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Para Miguel de Unamuno, "el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor". El verano es para muchos la época más aburrida del año. El tiempo pasa lentamente hasta que se acerca el final, en el que todo se precipita porque lo que se viene es peor. Entonces, nos damos cuenta de que nos hemos adaptado y no queremos que acabe. Pero es que el verano nunca es tan bonito como en los anuncios de cerveza ni tan costumbrista como en los pueblos con boñigas de Delibes. Estas idealizaciones del verano funcionan como un imperativo del goce que nos obliga a tener que pasarlo bien o a estar constantemente insatisfechos y aburridos.

Agosto es el mes por excelencia para el disfrute del derecho al descanso laboral remunerado, esa conquista social para asalariados (mis condolencias si eres autónomo), pero, en ocasiones, este periodo se convierte en un calvario para gente normal tirando a pobre. En las redes, proliferan por doquier odiadores del verano. Pero ¿qué odia exactamente la gente del verano? Las olas de calor, las hordas de mosquitos, la ropa interior pegada a las partes cual papel de madalena, el aire recalentado de la parada del metro, el olor a asfalto, el atracón de chicha humana, la cutreestética de barbacoa, las canciones de verano, las sinfonías de chicharras, las noches con la ventana abierta y la invasión de turistas al rojo vivo, nivel melanoma, que te impiden deambular con normalidad por tu propia ciudad.

En segundo lugar, estarían las actividades tediosas que, por el poco interés que generan, provocan una sensación de esterilidad

Si, además, no estás en periodo vacacional (mis condolencias si tu sector es el hostelero), mejor no abras Instagram para ver a los amigos o escuches los anuncios de Spotify si no pagas prémium. Si encima tienes hijos pequeños (mis condolencias si no puedes conciliar el horario laboral), te enfrentas al precio de los casales y campamentos, a los deberes de verano y a la piscinita hinchable en la terraza que te prometes aprovechar cuando salgas del trabajo. En verano, lo más interesante que pasa es el Tour de Francia y luego La Vuelta, porque nunca pasa nada y lo poco que ocurre casi siempre es aburrido, si eres normal tirando a pobre.

Según John Eastwood, profesor de la Universidad de York en Canadá, el aburrimiento es "la experiencia aversiva de querer, pero no poder, participar en una actividad satisfactoria". Tendemos a sentirnos mal si nos aburrimos, pero al mismo tiempo les decimos a los niños que hay que aprender a aburrirse. Pero ¿en qué quedamos?, ¿el aburrimiento es bueno o es malo? Heidegger distingue tres modos de aburrimiento (Langeweile, literalmente rato largo), según tengamos la sensación de que el tiempo pasa muy despacio o muy deprisa.

placeholder Ideas para vencer al aburrimiento. (Corbis)
Ideas para vencer al aburrimiento. (Corbis)

En primer lugar, estaría un tipo de aburrimiento puntual en el que el tiempo se dilata porque es un tiempo de espera. Ocurre en lugares como una estación de tren, una sala de espera o cuando eres el pringado puntual de tu grupo de amigos. Buscamos cualquier distracción eficaz, que antes podía consistir en tirar piedrecitas, contar objetos o dar pataditas a las cosas, pero que ahora tenemos cubierto si disponemos del móvil, con actividades igualmente inútiles. En segundo lugar, estarían las actividades tediosas que, por el poco interés que generan, provocan una sensación de esterilidad, aunque sean una obligación. Mark Fisher, en su libro Realismo capitalista, describe un fenómeno actual que llama "hedonía depresiva", que no consiste tanto en la imposibilidad de sentir placer, cuanto en la imposibilidad de hacer otra cosa que no sea buscar placer, fuera de lo cual, todo parece aburrido excepto mirar el móvil cada 10 minutos.

En este caso, las distracciones puntuales y las interrupciones innecesarias salen al rescate del aburrimiento, alargando la agonía. El filósofo John Perry, en su libro La procrastinación eficiente, nos propone una Guía para dar largas, pensar en las musarañas y posponer todo de manera productiva, en un intento por superar la culpabilidad que sentimos cuando no cumplimos con las obligaciones tediosas, porque todo parece ser más urgente que lo que nos provoca aburrimiento. Sin embargo, ninguno de estos dos modos de aburrimiento desvincula al sujeto de la conciencia temporal. Heidegger propone una última consideración sobre el aburrimiento, cuando el pasatiempo se apodera de nosotros y perdemos la noción del tiempo en el goce desprejuiciado del acto creativo. Claro que esto puede ser desde entrar en una biblioteca tan solo cinco minutos y salir al cabo de tres horas como tirarse esas tres horas pegado a tu PC tan ricamente para conseguir craftearte un pico de diamante en el Minecraft.

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El aburrimiento se entiende, en ocasiones, como una patología, asociada a gente caprichosa o que carece de imaginación, lo cual parece tolerable en un niño, pero nunca en un adulto. Otras veces, es provocado por factores externos, como es el caso del verano, cuando pasamos de llevar una vida frenética con una agenda nivel 15 del Tetris a tener tiempo libre que a ratos no sabemos gestionar, especialmente si eres normal tirando a pobre. Para Kant, el aburrimiento es un sentimiento adverso que surge al lograr una adaptación excesiva que nos permite un nivel de confort a la que todas las criaturas, también la especie humana, tiende de forma inevitable.

Pero explica Josefa Ros Velasco en su libro La enfermedad del aburrimiento que el filósofo alemán Hans Blumenberg le da la vuelta al argumento presentando el aburrimiento como algo propio del ser humano, que juega un papel crucial en el proceso evolutivo. El acto reflexivo del sujeto que se aburre le conduce a la adaptación al medio, puesto que le hace ir en busca de una actividad satisfactoria. El aburrimiento sería entonces el motor intelectual que nos empuja a hacer cosas interesantes. Pero no nos engañemos, también nos lleva a hacer gilipolleces.

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El aburrimiento es visto desde un punto de vista patológico cuando no se sabe gestionar, puesto que puede desembocar en comportamientos explosivos como dormir a deshoras, comer compulsivamente, beber más de la cuenta o mantener conductas desafiantes ante la autoridad. Lo malo sería, pues, no el aburrimiento en sí, sino el modo en que intentamos salir de él. Pero, entonces, el aburrimiento se convierte en una cuestión moral. No basta con ponernos a hacer algo entretenido, sino que hay que hacer algo productivo o culturalmente elevado como agarrar a los clásicos, hacer senderismo evitando pisar las boñigas de los pueblos de Delibes, dedicarte a la cocina fría porque solo te falta encender el horno a ti, que no tienes aire acondicionado, o hacer manualidades con el reciclaje, esa manera bonita de nombrar tu propia basura.

Mientras, las inevitables consultas a tu móvil cada 10 minutos, bajo el imperativo del goce, podrás ver influencers a punta pala en viajes en globo, hoteles de hielo, veladas caribeñas y cambios impresionantes de look, mientras tú debes entregarte a la lectura de Los Pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán porque vaguear todo el día en el sofá es poco elevado. En verano, no es que te aburras más que los demás. Es solo que es más aburrido para la gente normal, tirando a pobre.

Para Miguel de Unamuno, "el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor". El verano es para muchos la época más aburrida del año. El tiempo pasa lentamente hasta que se acerca el final, en el que todo se precipita porque lo que se viene es peor. Entonces, nos damos cuenta de que nos hemos adaptado y no queremos que acabe. Pero es que el verano nunca es tan bonito como en los anuncios de cerveza ni tan costumbrista como en los pueblos con boñigas de Delibes. Estas idealizaciones del verano funcionan como un imperativo del goce que nos obliga a tener que pasarlo bien o a estar constantemente insatisfechos y aburridos.

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