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Edificios volantes y bombas nucleares copiadas: las historias más alucinantes de Rusia
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Edificios volantes y bombas nucleares copiadas: las historias más alucinantes de Rusia

El periodista catalán Manel Alías publica 'Historias alucinantes de Rusia', un anecdotario sobre el gigante eurasiático después de pasar siete años allí como corresponsal

Foto: El corresponsal de TV3 en Rusia Manel Alías. (Arpa Editorial)
El corresponsal de TV3 en Rusia Manel Alías. (Arpa Editorial)

"Putin pinta a España como una especie de Sodoma y Gomorra. Dice que tú aquí puedes elegir el género que quieres de tu hijo. Llega a decir que puedes elegir entre siete u ocho géneros. Hace una caricaturización del movimiento LGBTI y describe a Rusia como la última reserva cultural de los valores tradicionales en los que el hombre es el hombre y la mujer es la mujer". Manel Alías pisó por primera vez el aeropuerto de Sheremétievo en Rusia el 2 de febrero de 2015. Lo hizo como corresponsal de Catalunya Ràdio y TV3. "Una mañana de octubre de 2014, en el portal interno de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales, publicaron este anuncio: 'Convocado el proceso de movilidad geográfica para la corresponsalía conjunta de televisión y radio en Moscú'. (...) Presenté la candidatura sin calibrar con detenimiento qué suponía vivir en un país como Rusia".

Siete años viviendo en el país más grande del mundo le han servido a este periodista catalán para conocer las idiosincrasias de un pueblo tremendamente diverso y contradictorio. "En Rusia, todos los tópicos tienen una cara B. Yo he estado en Rusia, en Yakutsk, a -54°. Ni en la cima del Everest hace tanto frío. Pero, en este mismo sitio, en verano te acercas a los 40°. Sin moverte de un sitio, el termómetro hace un recorrido de casi 100°. Así es Rusia". Y también para escribir un libro, Historias alucinantes de Rusia (Arpa), una recopilación de anécdotas y vivencias en primera persona que resumen las particularidades —y extravagancias— de un país mutante que ha pasado del Imperio zarista a la Unión Soviética y al putinismo en un siglo convulso y excitante.

placeholder Portada de 'Historias alucinantes de Rusia' (Arpa, 2023), de Manel Alías.
Portada de 'Historias alucinantes de Rusia' (Arpa, 2023), de Manel Alías.

En cualquier esquina de Rusia hay una historia fascinante que contar. Incluso la calle a la que acabó mudándose Alías en Moscú: la calle Tverskaya, una de las más importantes de la capital. En 1935, Stalin decidió que a la calle Tverskaya (entonces calle Gorki) le faltaba la amplitud y grandiosidad de los bulevares de otras grandes metrópolis, así que mandó ensancharla. Derribó algunos bloques, pero quiso mantener algunos edificios históricos. ¿Cómo hacerlo sin que fuesen un estorbo para la ampliación? Stalin contrató al ingeniero Emmanuil Gendel para que trasladase casi una treintena de edificios, levantándolos desde los cimientos y moviéndolos con un sistema de vías de rieles y bandas de acero. Y con los vecinos dentro, que pudieron acostarse en un punto de la ciudad y despertarse varias decenas de metros más allá. "Empezaron a mover monstruos, edificios que eran unas moles. Del mismo modo que Stalin era capaz de decir: '¡Toda esta calle, al suelo!', también era capaz de decir cómo debían salvar un edificio. En Rusia se pondrá todo el mundo a trabajar como sea para encontrar una solución y mover todo el talento disponible, para lo bueno y para lo malo", explica Alías a El Confidencial.

"Nada más investigar un poco sobre la historia de la calle, del edificio donde yo vivía y quiénes habían sido mis vecinos, me quedé alucinado", prosigue. "Si yo hubiese vivido en mi piso de Moscú unos años hacia atrás, hubiese tenido de vecina a la persona que se dedicó a copiar la bomba atómica de los americanos. La bomba del Zar [que fue la bomba nuclear más poderosa de la historia]. Ahora que esta de moda Oppenheimer, resulta que uno de los antiguos vecinos del bloque, Jariton, trabajó en el proyecto para copiar la bomba con Andréi Sájarov, el Premio Nobel de la Paz. La calle Terevskaya solamente da para 20 libros".

En sus siete años como corresponsal en Rusia, Alías se pateó todos los rincones del país eurasiático y entrevistó a personajes tan pintorescos como un DJ radiactivo que amenizaba las noches de quienes intentaron limpiar Chernóbil o la niña que fue la primera en encontrarse, mientras plantaba patatas, al recién aterrizado Yuri Gagarin. "Rusia es muy complejo; es el país más grande del mundo y contiene muchas culturas distintas, muchas lenguas y una historia muy complicada. Fui con la mente en blanco, sin ideas preconcebidas, a ver qué me encontraba. Pero es verdad que sobre Rusia tenemos todos ideas preconcebidas. Es un país que malconocemos profundamente", admite Alías.

placeholder Una foto de archivo de la calle Tverskaya de Moscú. (Wikimedia Commons)
Una foto de archivo de la calle Tverskaya de Moscú. (Wikimedia Commons)

Alías conoció en Rusia a su mujer, fundó una familia y recientemente ha vuelto a España. En septiembre se estrenará como presentador el programa Catalunya nit en la radio. Ya había intentado regresar a Barcelona unos años antes, pero justo estalló la guerra y decidió quedarse a cubrirla hasta que, un año después, le sustituyó un compañero. Y cuenta en primera persona cómo la población rusa vive ciega ante los desmanes de Putin. "Putin ha sido terrible para los rusos. Ha sido un gobernante que los ha llevado al precipicio", lamenta. "Es muy importante para entender cómo funciona Rusia. Cuando la gente pregunta: '¿Cómo es posible que les guste tanto Putin?', ya da muchas pistas de las ideas erróneas que tenemos sobre Rusia. Primero porque no sabemos si realmente les gusta. No se puede saber. Es imposible. Puede que en las elecciones gane por un 70% de votos. Pero es que no hay elecciones libres. El 70% en las encuestas de opinión apoya al Gobierno de Putin. Pero es que, cuando suena el teléfono en Rusia y te preguntan: '¿Cómo valora usted a Putin?', qué vas a decir, si sabes que decir que no puede suponer un problema".

Para Alías es imposible saber la verdad. La mayoría de rusos callan. "Desde los zares, después la Unión Soviética, lo llevan en el ADN: si quieres expresar una opinión contraria sabes que puedes enfrentarte a problemas y no vas a cambiar nada. No vas a poder votar ni expresarlo en la calle. Incluso los que dicen que están a favor de Putin, no podemos considerar 100% que estén a favor de Putin. Porque ¿qué Putin conocen ellos? Conocen al Putin que les han explicado que es la punta de una jerarquía vertical que atraviesa todos los partidos que hay en la Duma, da igual cuál, porque no hay diferencia, todos van en la misma dirección, y sigue por todos los medios de comunicación, que también van en la misma dirección —todos los que están permitidos—, y bajan incluso hasta las escuelas, en el sistema educativo. Cuando en todas partes te cuentan cosas buenas de tu líder, y te preguntan: '¿Qué piensas tú de tu líder?', aunque digas: 'Me encanta, es muy bueno', habría que pararse a pensar sobre ello".

Para ilustrar la situación recurre a su propia suegra. "Galina, la madre de mi mujer, vino unos días a mi casa en Barcelona cuando ya había empezado la guerra. Pongo el informativo y aparecen unos drones que Rusia había comprado a Irán y que impactaban contra algunos edificios en Kiev. De repente, Galina me dice: '¿Estos son los nuestros?'. La mujer quedó blanca. '¿Esto es lo que están haciendo los nuestros?'. Pero es que eran unas imágenes muy suaves comparadas con lo que nosotros ya habíamos visto; no había gente sangrando ni madres llorando. Tenía una cara de sorpresa de verdad. Como tengo Imagenio, eché la noticia para atrás. Ella la grabó con su móvil. Y se lo envió por WhatsApp a sus amigas. Había pasado ya un año de guerra y era la primera vez que veía a los rusos haciendo algo que causara dolor a otras personas. Esta mujer no es peor ni mejor que otra, pero, si le preguntas qué piensa de la guerra, lo que te responda no tendrá mucho sentido. Si a la guerra no la llamas guerra, sino operación de liberación de no sé qué, y vendes que o atacáis vosotros o se os come la OTAN, esta gente no quiere decir que estén a favor de la guerra, sino que se la han explicado sin ninguna coma ni ningún matiz".

Un país desactivado

Para Alías, la clave está en la desmovilización que ha ido calando en el pueblo ruso después de años en los que una élite minoritaria gobierna de espaldas a la mayoría de la ciudadanía, que no conoce lo que ocurre en su propio país. "Esto se va repitiendo. En Chernóbil quedó claro que había países nórdicos que tenían más información que la propia Ucrania, que era quien estaba sufriendo el accidente. Hay muy poca gente con mucho poder que lo decide todo y una masa que no se entera de nada. Da igual que sea una guerra, una explosión radiactiva o lo que sea". También la población adolece de una falta de autocrítica y de una visión del mundo que se limita al con nosotros o contra nosotros. "La Segunda Guerra Mundial la gana la Unión Soviética. Si ahora te preguntasen en qué bando te pondrías, si en el de Hitler o en el del Ejército Rojo, ¿qué contestarías?", pregunta. "Yo diría en el del Ejército Rojo, en el que hicieron muchas barbaridades, pero el problema es que, en este país, nunca han hecho un ejercicio sano y verdadero de memoria histórica y de querer hacer las cosas mejor. Al final, de lo que me he dado cuenta es de que, si compara la sociedad rusa con, por ejemplo, la española, es que se han desactivado. No existe ninguna red social que sea capaz de movilizar ni de pensar nada fuera del discurso oficial. Piensan que no pueden hacer nada: no pueden votar, no pueden hablar, no les escuchan. Lo que da un poco de tristeza es que hay un sentimiento de fatalidad que no pueden esquivar".

Cuando en 1991 cayó la Unión Soviética y Rusia entró en el mundo capitalista, muchos creían en una promesa de libertad y prosperidad. Sin embargo, la crisis y el caos en el que quedaron las repúblicas exsoviéticas hicieron que ese sueño se esfumase enseguida. Mucha gente dejó de cobrar sus salarios, la inflación se disparó. Casi 10 años después, el naufragio del Kursk resumió el estado de absoluta desintegración en el que se encontraba Rusia. Un gigante escondiendo su absoluta indigencia bajo un abrigo lleno de remiendos. "En la mentalidad rusa, piensan que, con Putin, las pensiones, aunque sean una mierda, las cobran. No saben si el que venga detrás de él se las podrá pagar. Yo conozco el caso de una persona cuya familia había guardado los ahorros durante mucho tiempo, con los que calculaban que se podían comprar un coche y hacer reformas en el piso, que al final les sirvieron para comprar un litro de leche".

placeholder Jóvenes rusos. (EFE/Yuri Kotchekov)
Jóvenes rusos. (EFE/Yuri Kotchekov)

Y sigue: "Para ellos, la Perestroika fue una promesa de tiempos mejores. Y es verdad que había más libertad. Pero el reparto del país y la cuestión económica se hizo tan mal que quedaron escarmentados. Es como si en España, después de Franco, durante la Transición, hubiésemos ido a la bancarrota. Aquí nadie te dirá que hemos ido a peor. Allí pasaron 70 años sin libertad ni nada y, cuando pruebas esa libertad, hay tal caos en el país que lo pierdes todo. Y tu preocupación es comer. Putin lo que dice es 'Tú tranquilo que conmigo comerás. Eso sí, no te metas en mis asuntos'. Comerás poco y mal. Pero están tan escarmentados que se lo han comprado. Hasta ahora".

Alías insiste en la vida tan dura que ha vivido la mayoría de la población rusa. Una ciudadanía tocada por un trauma colectivo. "El fin de la Unión Soviética es muy reciente, porque acaba a finales de 1991. Hace menos de 40 años, todo el mundo de esa zona vivía en la Unión Soviética, donde las condiciones de vida eran muy duras. Esto se nota en el carácter. Putin era una de las muchas personas que vivían en estas kommunalkas —pisos comunitarios—, y ha llegado a presidente. Si miras en países europeos, muy pocos presidentes dirían que han tenido una infancia humilde. Allí es común en el ADN haber tenido una vida muy dura. Todo el mundo tiene alguien en la familia que ha muerto en una guerra, ya sea en la Segunda Guerra Mundial como en conflictos posteriores, como Chechenia".

Un país muy machista

En uno de los capítulos de Historias alucinantes de Rusia, Alías recuerda la primera impresión que le causaron las relaciones entre hombres y mujeres en Rusia. Y la situación de la mujer en sí, que tiene prohibido por ley trabajar en según en qué sectores. "Es un país muy muy machista. Eso tiene raíces históricas. Murieron tantos hombres en la Segunda Guerra Mundial que los que quedaron tenían muchas mujeres para elegir", analiza. "Eso se ve mucho el 8 de marzo. Mientras en Europa esgrimimos nombres rusos como Kolontái [Alexandra Kolontái fue en 1917 la primera mujer de la historia en estar al frente de un ministerio en el Gobierno de una nación] y hablamos de la igualdad de derechos para que las mujeres mejoren su situación, en Rusia el 8-M es como San Valentín. Hay que decirle a la mujer: '¡Qué guapa, hoy es tu día',” y se acabó. No hay reivindicación. Cuando llegué a Rusia, me sorprendió que hubiese una lista de 400 profesiones prohibidas a las mujeres. [Las mujeres rusas no pueden ejercer como carpinteras, soldadoras, leñadoras, bomberas, carniceras ni capitanas de barco, entre otras profesiones]. Ahora lo han reducido a ciento y pico. No hay ningún razonamiento más allá del que hay que proteger a la mujer porque su función es la de tener hijos y hay trabajos que es mejor que no haga porque pueden ir en contra de su fertilidad. Así estamos en 2023".

"Yo hablo de la involución rusa", prosigue. "Fue el primer país en el que se pudo abortar legalmente. En algunos momentos, la mujer ha tenido una situación más avanzada que en España. Pero ahora es completamente al revés. Eso implica que el hombre tiene que ser duro, es el que tiene que traer el dinero a casa. De ahí viene que sea peor ser hombre homosexual que mujer lesbiana en Rusia, porque representan lo contrario a lo que te dicen que tiene que ser un hombre. Los rusos están preparados en todo momento para que las cosas vayan muy mal. Como han tenido una vida tan dura, lo que les gusta es la sensación de protección y seguridad, un discurso oficial que viene reforzado desde la escuela y los medios de comunicación. Por eso muchas mujeres solo buscan seguridad y estabilidad".

Una esperanza joven

"Una de las teorías rusas que están muy extendidas es que los rusos necesitan un dictador que les gobierne porque, si no, un país tan grande es ingobernable. Es un país con muchas fronteras muy largas y difíciles de defender, con una variedad increíble de lenguas y culturas, con gente multiétnica", explica Alías. "Yo no creo que los rusos lleven en el ADN el gusto por una dictadura. La prueba está en los jóvenes, a los que les gusta la libertad. Les gusta poder consultar información en todas partes, viajar, moverse, expresarse. Pero están en un país en el que hasta sus padres les aconsejan no hacerlo, porque saben lo que conlleva hacer otra cosa. Intentan que sus hijos no destaquen".

Las escasas protestas —duramente reprimidas— que ha habido en las calles moscovitas en contra de la guerra han estado protagonizadas por los más jóvenes. "Y sobre todo por las chicas. El problema es que, cuando las cosas se han puesto feas, han tenido que salir del país. Por ejemplo, Daria Serenko [escritora y activista LGBTI], la chica con la que empiezo el libro, ya ha salido de Rusia, y, como ella, tantas y tantas. Rusia es un país con mucho talento y cultura; sería capaz de lo mejor, pero tienen que dejarles. Tienen que dejarles libertad".

Para Alías, lo cierto es que la Revolución rusa es un fantasma del pasado que fue un caldo de cultivo muy interesante en el campo político, social y cultural, pero que enseguida ese espíritu transformador fue aplastado rápidamente y convirtió a la ciudadanía rusa en gente miedosa y conservadora. En gente dócil. Y eso ha sido culpa del tipo de dirigentes que han tenido al frente y cómo han operado regímenes del terror disparatados. Lo cuenta muy bien la película La muerte de Stalin, una comedia negrísima dirigida por Armando Iannuci y que recrea las luchas intestinas en el poder después de que Stalin apareciese en su despacho moribundo a causa de un ictus. Al frente de Rusia siempre han estado personajes enfermos. Stalin y sus colaboradores te podían perseguir ¡por el tipo de notas musicales! No ya la letra, sino el ritmo. Así, con esa esquizofrenia, es imposible hacer nada".

"Putin pinta a España como una especie de Sodoma y Gomorra. Dice que tú aquí puedes elegir el género que quieres de tu hijo. Llega a decir que puedes elegir entre siete u ocho géneros. Hace una caricaturización del movimiento LGBTI y describe a Rusia como la última reserva cultural de los valores tradicionales en los que el hombre es el hombre y la mujer es la mujer". Manel Alías pisó por primera vez el aeropuerto de Sheremétievo en Rusia el 2 de febrero de 2015. Lo hizo como corresponsal de Catalunya Ràdio y TV3. "Una mañana de octubre de 2014, en el portal interno de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales, publicaron este anuncio: 'Convocado el proceso de movilidad geográfica para la corresponsalía conjunta de televisión y radio en Moscú'. (...) Presenté la candidatura sin calibrar con detenimiento qué suponía vivir en un país como Rusia".

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