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El hombre cuyo panfleto acabó con la URSS
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SE CUMPLEN 50 AÑOS DEL TEXTO DE SAJÁROV

El hombre cuyo panfleto acabó con la URSS

Hace medio siglo, un artículo unió a Occidente y los disidentes del bloque del Este hacia un mismo objetivo. Su autor, no obstante, tuvo que pagar por sus pecados ideológicos

Foto: Pintada homenaje a Sajárov en Berlín del Este. (Joachin Thum/Bundesarchiv)
Pintada homenaje a Sajárov en Berlín del Este. (Joachin Thum/Bundesarchiv)

El 22 de julio de 1968, en pleno verano del año revolucionario, los lectores de 'The New York Times' se encontraron con un sorprendente artículo que denunciaba, a lo largo de tres abigarradas dobles páginas, los desmanes del bloque capitalista y soviético en uno de los momentos cruciales de la Guerra Fría, una alerta ante el precipicio nuclear al que estaba abocada. Si resultaba llamativo no era tanto por sus ideas, que también –no era complaciente ni con capitalistas ni con comunistas–, sino por su firma. El texto llevaba la rúbrica de Andrei Sajárov, uno de los científicos punteros de la URSS que en la década anterior había desarrollado el RDS-37, el primer dispositivo termonuclear de dos etapas probado con éxito en Semipalatinski, en 1955.

Para muchos de los compatriotas de Sajárov, el artículo era ya bien conocido. No porque hubiese sido publicado de forma oficial, claro, sino porque llevaba semanas circulando de forma clandestina entre los círculos de los jóvenes críticos soviéticos como una pieza de 'samizdat', la propaganda disidente en los países soviéticos. Uno de ellos era Natan Sharanksy, futuro portavoz de Sajárov y que ha celebrado el 50 aniversario del “ensayo que ayudó a derribar la Unión Soviética”, como él mismo lo define en las páginas del 'NYT'. “El ensayo de Sajárov tenía un título amable –'Pensamientos sobre el progreso, la coexistencia pacífica y la libertad intelectual'–, pero era explosivo”. Tanto que pasó de ser “su físico más condecorado a su disidente más prominente”.

El artículo fue respondido inmediatemente por las autoridades soviéticas, que le prohibieron volver a realizar investigaciones militares

¿En qué consistía esta explosividad? Para los ojos de sus compatriotas, comenzaba por su crítica del estalinismo, “que había durado el doble que el fascismo” y “había mostrado un tipo mucho más sutil de hipocresía y demagogia, apoyándose no solo en un programa abiertamente caníbal como el de Hitler, sino también en una ideología progresista, científica y popular”. Pura cortina de humo “para engañar a la clase trabajadora y debilitar la vigilancia de los intelectuales y otros rivales”, así como para “utilizar la maquinaria de tortura, ejecuciones e informantes, intimidando y estafando a millones de personas”. Entre ellas, los millones de personas que habían sido torturados o asesinados por la policía secreta. Entre aquellos que amenazaban con promover un nuevo estalinismo se encontraba uno de sus superiores, el director del Departamento de Ciencia del Partido Comunista Serge Trapeznikov.

La tesis principal del artículo de Sajárov era que el progreso, la libertad individual y la paz debían ir de la mano, pues cualquiera de estas tres cosas sin las otras dos sería inútil. Ni qué decir tiene que se refería a lo que ocurría en el bloque soviético, que acababa de asistir unos meses antes a la Primavera de Praga. El científico anticipaba el surgimiento de un sistema de partidos en los países soviéticos, en el que terminarían ganando la batalla los realistas, “afirmando una política de mayor coexistencia pacífica, reforzando la democracia y expandiendo las reformas económicas (1960-1980)”. Era un escenario optimista que, hasta cierto punto, anticipó lo que terminaría siendo la Perestroika. Un Alexander Solzhenitsyn más templado, de mente científica pero temperamento valiente.

Auge y caída de un icono soviético

Ni qué decir tiene que el artículo obtuvo una respuesta inmediata por parte de las autoridades soviéticas, que inmediatamente le prohibieron volver a realizar investigaciones militares y fue enviado al Instituto de Física de la Academia Soviética de Ciencias, donde se centró en las partículas elementales. Era prescindir de uno de los grandes científicos de la URSS, doctor a los 26 y miembro de la Academia de Ciencias a los 32, habitualmente comparado con Robert Oppenheimer. Mientras tanto, su artículo pasaba de mano en mano en copias mecanografiadas a la luz de las velas, plantando la semilla del fantasma de la disidencia. También en Occidente, donde sus advertencias sobre la escalada nuclear no habían pasado desapercibidas.

placeholder Sajarov, entrevistado en la Academia de las Ciencias soviética en 1989. (RIAN archive)
Sajarov, entrevistado en la Academia de las Ciencias soviética en 1989. (RIAN archive)

“Su mensaje era inquietante y liberador: no puedes ser un buen científico o una persona libre si debes llevar una doble vida”, recuerda Sharansky, celebre por su 'Alegato por la democracia', publicado en 2004, en el cual retomaba la tesis de su maestro. Este seguiría trabajando, mientras se convertía en un icono de la disidencia soviética en Occidente. Otro artículo de 'The New York Times' publicado en 1973 le dibujaba como un hombre “tímido, casi casero, nada pretencioso, que se contenta con escuchar y reflexionar”. Tan modesto como el apartamento de dos habitaciones en el que vivía felizmente junto a su mujer, su hijo y su madre.

El exilio interior, que sufrió junto a Solzhenistyn (con quien no estaba de acuerdo en muchas cosas, pero quien le defendió), agudizado por los ataques de la 'intelligentsia' soviética que provocó la fundación del Comité de los Derechos Humanos de la URSS, no le impediría convertirse en 1975 en Premio Nobel de la Paz, debido a haberse convertido en “un portavoz para la conciencia de la humanidad”. El Comité del Nobel destacaba que “de forma convincente, Sajárov ha puesto énfasis en que los derechos inviolables del hombre proporcionan la única base segura para la cooperación internacional genuina y duradera”. El premio fue recogido por su esposa, Elena Bonner, y el texto ('Paz, progreso, derechos humanos'') es recordado como otro de los grandes hitos de su autor.

“Estoy convencido de que la confianza internacional, el entendimiento mutuo, el desarme y la seguridad internacional son inconcebibles sin una sociedad abierta con libertad de información, libertad de conciencia, el derecho para publicar y el derecho para viajar y elegir el país en el que uno desea vivir”, explicaba el científico en aquella ponencia, en la que también abordaba el problema del maltrato de los prisioneros. Poco a poco, sus amigos comenzaban a desaparecer. El mismo día que se celebraba la ceremonia de Nobel, su compañero, el también físico Sergei Kovalev, era sentenciado a siete años de prisión y a tres de exilio. No volvería hasta una década más tarde.

Nunca fue deportado a un gulag, pero pasó un lustro encerrado en su piso de Gorki, la ciudad donde ningún extranjero podía penetrar

También ocurrió algo semejante con Andrei Tverdokhlebov, otro científico compañero de Sajárov en su lucha por los derechos humanos. Tuvo, no obstante, otra suerte; emigró a principios de los años 80 a EEUU, donde continuó investigando tanto en la universidad de Lehigh como en la de Drexel, y falleció en 2011, a los 71 años. Sajárov nunca llegó a ser enviado a un gulag, pero su pupilo Sharansky sí: pasó nueve años en Perm 35, un campo de trabajo en Siberia, a finales de los años 70, tras ser acusado de espiar para EEUU. La providencia tenía guardado a Sajárov un destino más gris, arrinconado por sus antiguos aliados.

Atrapado en tu casa

Un edificio de ladrillo de 10 plantas. En la entrada, un austero árbol y un par de contenedores verdes. Podría ser cualquier lugar, un municipio soviético al otro lado del telón de acero o una ciudad dormitorio de la periferia madrileña. Se trata del domicilio en el que Sajárov vivió forzosamente enclaustrado desde 1980, después de haberse manifestado de forma pública ante la intervención soviética de Afganistán en 1979. La única salida para él, separado de su mujer y de su familia, era Gorki (actualmente, Nizshni Nóvgorod), una localidad situada entre Moscú y Kazán donde los extranjeros tenían prohibida la entrada. “Voy a seguir viviendo como siempre”, anunciaba por aquel entonces.

placeholder El apartamento donde Sajárov vivió durante los años 80, actualmente convertido en museo. (Vmenkov/CC)
El apartamento donde Sajárov vivió durante los años 80, actualmente convertido en museo. (Vmenkov/CC)

No volvería a encontrarse con su esposa hasta cuatro años después, en 1984. Ella también había sido sentenciada al exilio interior. Por supuesto, la vida en Gorki estaba medida hasta el último detalle por la KGB. Cuando su mujer cayó enferma a causa de una dolencia cardíaca, el científico recurrió a la huelga de hambre para conseguir que recibiese atención médica. Finalmente, conseguiría que fuese operada fuera de la Unión Soviética. La posterior liberación de la pareja sería uno de los primeros gestos simbólicos de Mijail Gorbachov tras su llegada al poder en 1986. La perestroika que Sajárov había previsto 20 años antes por fin se estaba produciendo. A pesar de ello, Sajárov también fue muy crítico con su nuevo presidente, ya que consideraba que las reformas debían ir mucho más lejos.

Sajárov se encontraba precisamente reunido en el Congreso de los Diputados del Pueblo de Rusia, una tarde de diciembre de 1989, cuando se excusó porque se sentía mal: “Estoy muy cansado”, anunció a los presentes. Poco después, moría a causa de un ataque cardíaco, a los 68 años. “El eslogan 'no obstaculices los esfuerzos de Gorbachov' parece ser muy popular entre los intelectuales y nuestros amigos del extranjero”, explicaba un año antes de morir. “Pero es peligroso. Hoy será Gorbachov. Mañana será otro, y no hay garantías. Debemos ser francos, no hay ninguna garantía”. Su pupilo, precisamente, recuerda las palabras de Sajárov 30 años más tarde, en un contexto totalmente opuesto pero tremendamente parecido al mismo tiempo.

El 22 de julio de 1968, en pleno verano del año revolucionario, los lectores de 'The New York Times' se encontraron con un sorprendente artículo que denunciaba, a lo largo de tres abigarradas dobles páginas, los desmanes del bloque capitalista y soviético en uno de los momentos cruciales de la Guerra Fría, una alerta ante el precipicio nuclear al que estaba abocada. Si resultaba llamativo no era tanto por sus ideas, que también –no era complaciente ni con capitalistas ni con comunistas–, sino por su firma. El texto llevaba la rúbrica de Andrei Sajárov, uno de los científicos punteros de la URSS que en la década anterior había desarrollado el RDS-37, el primer dispositivo termonuclear de dos etapas probado con éxito en Semipalatinski, en 1955.

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