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Solo Francisco Ibáñez creó superhéroes calvos
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OBITUARIO

Solo Francisco Ibáñez creó superhéroes calvos

Los tebeos del historietista barcelonés son un monumento a la calvicie, la cutrez y las costumbres populares

Foto: Una imagen de archivo de Francisco Ibáñez. (EFE/Enric Fontcubierta)
Una imagen de archivo de Francisco Ibáñez. (EFE/Enric Fontcubierta)

Solo ahora, recién conocida su muerte, he querido darme cuenta de que todos los personajes cómicos creados por el historietista Francisco Ibáñez fueron calvos. Esto me ha parecido sorprendente, una epifanía capilar de primer orden. Mortadelo y Filemón son calvos, uno completamente y el otro, con dos pelos (muy carismáticos, eso sí). El doctor Bacterio es calvo. También lo son Pepe Gotera y Otilio. Hasta el botones Sacarino, que por la edad y el oficio suponemos bastante joven, es completamente calvo. La alopecia también caracteriza al último de sus protagonistas míticos, Rompetechos.

El propio Ibáñez era calvo, español, pequeño. Hay algo en ese tipo humano (cuya versión definitiva no puede ser otra que la de José Luis López Vázquez) que nos habla de un país que ya fue, de una realidad social olvidada. Es, en suma, el pobre hombre a la intemperie, el "españolito", que cabe justo en un 600 y tiene hijos e hipoteca, y las paredes de la casa con gotelé.

Foto: Francisco Ibáñez en una foto de archivo en 2018. (EFE/Enric Fontcuberta)

Los tebeos de Ibáñez representan muchas cosas, y algunas más importantes de lo que parecen. La más importante es esta: Ibáñez hacía leer a los niños. Antes de Proust, siempre estaba Mortadelo y Filemón. Incluso después de Proust, volvía uno a Mortadelo y Filemón, que era más amigable. Mucha gente que no tenía libros en casa tenía tebeos de Ibáñez, y por ahí se filtraba esa soledad a pie de página que es la lectura, ese estar tú solo configurando el mundo con las pistas que te dan las palabras de otro.

El humor de don Francisco venía de la posguerra, del hambre y la necesidad. Era la hilaridad española del pícaro, una jocosidad pegada a las cosas, al cocido, a la pared que se cae, al jefe que da voces. No hay otra filigrana intelectual en sus tebeos que la que surge de gente con problemas comunes. El aleph de esta realidad contable y con cuñados la representaba 13, Rue del Percebe. Era una sola página de un edificio de varias plantas con la fachada retirada para que viéramos las pequeñas historias que acaecían en cada domicilio. Un poco como mezclar El diablo cojuelo con Perec, si quieren que nos pongamos estupendos.

Foto: Francisco Ibáñez en la presentación de su nuevo cómic (EFE)

Pero Perec no hablaba de existencias vulgares en su La vida: instrucciones de uso, como sí lo hacía Ibáñez. No había más secreto en esas casas destapadas que el secreto que tenías tú en la tuya: comer, pegarse con el hermano, que se ha roto un grifo, que se nos han quemado las lentejas. Luego el ascensor funcionaba o no, y eso era la vida real de la gente: si el ascensor subía o si el que tenía que subir eras tú. Lo cutre, lo popular, quedaron registrados en estos cómics, así como la versión ibérica del espionaje internacional. En España un espía solo era un albañil con ínfulas, nos decía Ibáñez.

Todo el léxico de su trabajo remite nuevamente a Hermano Lobo, a Azcona, a las comedias españolas del medio siglo y a estar mucho rato en el bar del barrio. Es ese barroquismo involuntario de la calle, que dice "mortadelo" y no "mortadela", como un periodista llamó "salchicho" a un político hace poco. El físico (volvemos a los calvos) antes hacía mucha gracia, daba mucha inspiración literaria. Era cruel, pero no se notaba si uno le ponía creatividad. También se sentía inclinación por nombres que hoy alguien anda poniendo a sus hijos por romper con las Lucías y los Lucas, como Otilio, Prudencio, Clodoveo. En Ibáñez el nombre del personaje era la primera broma (Godofredo y Pascualino), y estaba ahí, como decimos, todo el motejar popular, que va del aumentativo (Filemón) al diminutivo (Kitín), pasando por la deformación y la amputación (Doña Pura y Doña Pera).

Lo cutre, lo popular, quedaron registrados en estos cómics, así como la versión ibérica del espionaje. Un espía era un albañil con ínfulas

Todo esto va quedando muy viejo, naftalino y de señor que escucha la radio en un banco en el puente de Toledo, él solito. Pero en Ibáñez esta escuela de humor tiene posibilidades de perdurar a caballo de la ternura, de esa intimidad entrañable con la que pintaba a sus personajes, que no eran más que gente de tu vida que él había metido en un puñado de viñetas, y pasaban a formar parte de la vida de todos.

Buena parte de la historia de España está en estos tebeos, o quizá la mejor parte de la historia de España, en realidad. Solo gente y las cosas que le pasaban a la gente desde mediados del siglo pasado. El protagonista no era un superhéroe que se elevaba sobre el común de los mortales gracias a un eventual poder increíble que le había tocado en suerte. El protagonista era un señor pequeño y calvo que tenía que llegar a tiempo a la oficina.

Solo ahora, recién conocida su muerte, he querido darme cuenta de que todos los personajes cómicos creados por el historietista Francisco Ibáñez fueron calvos. Esto me ha parecido sorprendente, una epifanía capilar de primer orden. Mortadelo y Filemón son calvos, uno completamente y el otro, con dos pelos (muy carismáticos, eso sí). El doctor Bacterio es calvo. También lo son Pepe Gotera y Otilio. Hasta el botones Sacarino, que por la edad y el oficio suponemos bastante joven, es completamente calvo. La alopecia también caracteriza al último de sus protagonistas míticos, Rompetechos.

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